domingo, 19 de junio de 2016

COMUNITAS MATUTINA 19 DE JUNIO DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO



Decìa a todos: Si alguno quiere venir en pos de mì, niéguese a sì mismo, tome su cruz cada dìa y sígame
(Lucas 9: 23)

Lecturas:
1.   Zacarìas 12: 10 – 11
2.   Salmo 62: 2 – 9
3.   Gàlatas 3: 26 – 29
4.   Lucas 9: 18 – 24
Desde siempre conocemos en la tradición cristiana una asociación entre iniciativa de Dios, gracia de Dios y sufrimiento, pero , en honor al legìtimo origen de este vìnculo, se impone un recurso fundante y fundamental (no fundamentalista) a los textos y contextos bíblicos para purificar esta realidad de los desafortunados  masoquismos, autocastigos y demás concepciones erradas que ensalzan el dolor por sì mismo. Los textos de este domingo nos ofrecen la perspectiva clave, cuya raíz se encuentra en la experiencia de Jesùs, y en la  de quienes libremente optan por seguir su camino.
Lo primero que tenemos que reconocer es esta tendencia humana, permanente y creciente, de afirmar el ego, de buscar la propia comodidad, de privilegiar los intereses individuales que màs nos satisfacen, de garantizar beneficio y ganancia en todo, de lucrarnos en lo económico y en lo material, de evadir el compromiso y la responsabilidad que nos demandan sacrificio, abnegación, solidaridad, servicio a los demás, entrega de la vida.
Esto – penosamente – està muy establecido en la vida de muchas personas,  propio de  ambientes marcados por la ideología del éxito y de la competencia. El mundo està clasificado , entre otros elementos, por lo importante y por lo no importante. Aquello primero es lo ganancioso, lo que tiene brillo social, lo que es aplaudido y adulado por los mismos que viven en ese tipo de lógica; lo segundo es lo despreciable, lo ínfimo, lo que no cuenta.
Una manera de abordarlo es el acceso fácil a recursos económicos, al poder adquisitivo y, con ello, a la entrada en los círculos del poder. Si hemos visto la serie de televisión “House of Cards”, encontramos allì personajes, situaciones, actitudes, prioridades, conductas, totalmente imbuìdas de esta mentalidad. Es un trabajo televisivo muy bien hecho que demuestra todo aquello que Nicolàs Maquiavelo tipificò con su cèlebre lema “el fin justifica los medios”.
Què decir a todo esto desde las convicciones y experiencia cristianas? Escuchemos la invitación de Jesùs: “Si alguno quiere venir en pos de mì, niéguese a sì mismo, tome su cruz cada dìa y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderà; pero quien pierda su vida por mì, la salvarà” (Lucas 9: 23-24). Tal es la respuesta que El propone cuando conversa con sus discípulos a propósito de la gran pregunta: “Quièn dice la gente que soy yo?” (Lucas 9: 18).
Es definitivo comprender el contexto en el que se da esta conversación. Tengamos en cuenta que no es  un relato estrictamente histórico, sino  un planteamiento teológico, esencial para asumir el seguimiento de Jesùs y para nuestro estilo de vida en general.
De lo que se trata es de captar què significa ser Mesìas para Jesùs,  proceso  que se da a partir de la experiencia pascual, cuando los discípulos finalmente entienden que en esa humanidad del hombre Jesùs de Nazareth ha acontecido la divinidad que lo constituye  Señor y Salvador.
El evangelio nos dice que Jesús oraba a solas, acompañado de sus discípulos,  dato  esencial para comprender el contexto en el que El hace su famosa pregunta; es desde su experiencia de Dios, desde su sustentación en Dios, principio y fundamento, desde su referencia decisiva a la voluntad del Padre, desde donde él plantea esta cuestión, en cuya respuesta se juega esta nueva realidad.
 Jesús llama a Dios, “Abba”, Padre, término hebreo que alude a la máxima confianza y cariño del hijo hacia su papá, equivalente a un grado altísimo de intimidad y cercanía. Descubrirse fundamentado en Dios, es fuente de inesperada plenitud. Dios será en él, revelación de la más alta humanidad. En Jesús no hay pretensiones humanas de dominar a otros, de ser importante, de constituirse en poder, su gran pretensión es la determinación teologal de su vida, de sus opciones, de sus valores constitutivos, de sus actuaciones.
 En él lo que destaca es el obsequio total de todo su ser para dar vida a los demás, principalmente a los menospreciados, el que afronta la humillación y la ignominia, el que tiene que padecer las incomprensiones de los suyos, “varón de dolores”, justamente por no renunciar a lo humano que hay en él.
Esto lo prefigura el profeta Zacarías – primera lectura de hoy – en estos términos: “En cuanto a aquel a quien traspasaron, harán duelo por él como se llora a un hijo único, y le llorarán amargamente como se llora a un primogénito. Aquel día será grande el duelo en Jerusalén….” (Zacarías 12: 10 – 11). Conecta así  con la tradición de Isaías, profeta de primer orden en Israel, con sus cuatro cánticos del siervo doliente de Yahvé, en los que se delinea un tipo de mesianismo que nada tiene que ver con la gloria ni con la espectacularidad, totalmente ajeno al vano honor del mundo:” No tenía apariencia ni presencia; carecía de aspecto que pudiésemos estimar. Despreciado, marginado, hombre doliente y enfermizo, como de taparse el rostro por no verle. Despreciable, un don nadie. Y de hecho cargó con nuestros males y soportó todas nuestras dolencias” (Isaías 53: 2 – 4).
Podemos apreciar las respuestas que dan los discípulos, hasta la de Pedro:” El Cristo de Dios” (Lucas 9: 20). Claramente todo el relato lleva a entender que el mesianismo de Jesús defrauda las esperanzas que los judíos tenían en un salvador triunfante, poderoso, lleno de gloria , convicción de la que también participaban la mayoría de sus seguidores inmediatos, como se puede apreciar en varios textos de los evangelios.
En la frase “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá” (Lucas 9: 24), está contenida la advertencia de Jesús, en este nuevo orden de renuncia al ego, de despojo total de sí mismo, de desprendimiento de los apegos, de disposición para la entrega incondicional de la vida, como presupuesto para dar vida a todos, para llenar de sentido la existencia de los seres humanos de todos los tiempos, para anunciar una Buena Noticia que llena de esperanza a todos, pero principalmente a los últimos y a los excluídos.
Los discípulos sólo lo  pudieron entender  a partir de la experiencia pascual, en vida de Jesús se sintieron respaldados por un ser de excepcionales condiciones, que los dignificó, pero también los confrontó, pero nunca imaginaron la sorpresa definitiva que surgiría del inmenso dolor de la pasión y de la cruz. Una vez sucedidos los dolorosos acontecimientos, fueron dándose cuenta que allí había algo más que un simple ser humano, y en esa misma humanidad doliente, crucificada, humillada y ofendida, hallaron la divinidad.
De aquí se sigue la gran consecuencia de esta revelación:” El Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; lo matarán y resucitará al tercer día” (Lucas 9: 22). Queda entonces claro que este camino  de entrega lleva a la plenitud, a la salvación, a la bienaventuranza,  garantía de una vida sustentada en en Dios y en el prójimo, pero no a través de los designios humanos de fama y de triunfo, de exaltación y vanagloria.
Así podemos  entender a aquellos-as que han vivido y viven el genuino “conocimiento interno” de Jesús, como los mártires del cristianismo primitivo, como Pedro y Pablo y todos aquellos de la Iglesia Apostólica, que tuvieron el coraje de enfrentarse a los poderes políticos y religiosos de su tiempo, según se refiere en Hechos de los Apóstoles, a los que han decidido llevar vida de austeridad y de servicio a sus hermanos, a los que han querido reivindicar la dignidad de los más débiles y humillados del mundo, a los que se niegan a la pompa y al lujo, a los que asumen el espíritu de las bienaventuranzas como clave de la verdadera felicidad.
Romero, los mártires trapenses cuya gesta se narra en la bella película “Dioses y Hombres”, los cristianos silenciosos que viven a carta cabal su coherencia evangélica, sirviendo generosamente a la humanidad, los que rehúyen aplausos y recompensas, los que se remiten a este inmenso amor en la abnegación, sin exaltar el sufrimiento como tortura autoinfligida, los que no ahorran de su ser para dar sentido a la vida de sus hermanos. Tal  es la legión de los que han tomado en serio la invitación: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9: 23).
Sabemos muy bien que esta  es una gran preocupación del Papa Francisco, totalmente arraigada en esta determinación del Señor Jesús, que debe ser imperativa para todo cristiano responsable y serio. Que la Iglesia renuncie a privilegios seculares, a estilos mundanos, a aspectos antievangélicos, que deje de ser autorreferencial, como él mismo dice a menudo, que se empeñe en dedicarse al anuncio de la Buena Noticia, que opte por los más pobres, que deje de lado la política eclesiástica para vivir definitivamente según el Evangelio.
Jesús es la plenitud de lo humano. No es la humanidad la que tiene que convertirse en divinidad, porque esta se hace presente en la divinidad. Ser cada día más humanos es lo que nos convierte en manifestación de lo divino, así lo testimonia Pablo: “Los que se han bautizado en Cristo se han revestido de El, de modo que ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3: 27).
En esa humanidad fina y misericordiosa, que se aproxima con amor a todo doliente, en esa humanidad crucificada, en esa teologalidad y en esa projimidad, reside la divinidad. Tal es la auténtica respuesta a la pregunta de Jesús, en la que no sólo se esclarece él, sino nosotros también. En el Señor Jesus descubrimos la identidad de Dios y también la del ser humano!.

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