“Ningùn criado puede
servir a dos señores, porque aborrecerà a uno y amarà al otro; o bien se
dedicarà a uno y despreciarà al otro. No pueden servir a Dios y al dinero”
(Lucas
16: 13)
Lecturas:
1.
Amòs 8: 4 – 7
2.
Salmo 112: 1 – 8
3.
1 Timoteo 2: 1 – 8
4.
Lucas 16: 1 – 13
Como
es tendencia dominante en los evangelios, en esta parábola del administrador
sagaz que nos presenta hoy el relato de Lucas, Dios se nos evidencia como el
único Señor al que vale la pena dedicarse por entero, porque en El se
encuentran la genuina libertad y la genuina humanidad. Es, una vez màs, la
afirmación contundente del principio constitutivo del reino de Dios y su
justicia, como categoría determinante de un proyecto de vida trascendente,
liberado y liberador.
Podemos
entender el texto en su contexto: la confrontación de Jesùs con los fariseos, a
quienes Lucas caracteriza como avaros y siempre dispuestos a ridiculizar sus
enseñanzas, haciéndole preguntas y comentarios capciosos para descubrirlo como
infractor de la ley judía y contrario a sus principios y tradiciones jurídico –
religiosas.
Partiendo
del ejemplo del administrador astuto, de la habilidad con la que maneja su
crisis con el amo, ganándose el favor de
los acreedores de este último, Jesùs nos lleva a descubrir valores que son
claves para el nuevo proyecto de vida que èl propone: nosotros no somos dueños
de los bienes materiales sino administradores, a partir de una ética del compartir y de la
projimidad, con la prioridad bien conocida de los pobres y excluìdos,
reiteración que seguramente resulta molesta a muchos, pero que es imperativo
explicitarla porque hace parte sustancial de esta propuesta.
Vayamos
a la primera lectura – del profeta Amòs – para ambientar con mayor precisión
las reflexiones de este domingo: “Escuchen esto los que pisotean a los
pobres, los que quieren suprimir a los humildes de la tierra. Dicen: cuàndo
pasarà el novilunio para poder vender el grano y el sábado para dar salida al
trigo, achicar la medida y aumentar el peso, cambiando las balanzas para robar,
para comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, y
vender hasta el salvado del grano?” (Amòs 8: 4 – 6).
Palabras
fuertes y de altísima severidad en contra de los ricos y explotadores - con
total vigencia en el desequilibrado e injusto mundo de hoy! – con las que el
profeta denuncia esos corazones pervertidos por la ambición de riquezas y
pertenencias sin compadecerse de las necesidades y carencias de los màs pobres,
idòlatras del dios dinero al que se someten indignamente.
En
el profetismo de Israel el acatamiento del verdadero Dios va de la mano del
compromiso ètico y humanitario con los humillados y ofendidos del mundo, tal
como lo hemos planteado continuamente en
estas reflexiones dominicales.
El
desarrollo emancipatorio del siglo XX con su afirmación del primado de la razón
crìtica e ilustrada, proyectada en el conocimiento científico, se olvidò del
asunto fundamental de la solidaridad y de la sensibilidad con esos otros èticos
que son los prójimos abatidos por la pobreza, por la negación de sus derechos,
y se obnubilò con el progreso de la tecnología, con la lógica desmedida del
mercado, y cambiò los ideales humanistas por los de un desarrollo desalmado, en
cuya raíz hay una perversidad intrínseca, que es la de concentrar la riqueza en
pocas manos, creando miseria y hambre en las mayorìas.
A este tipo de concepción hay que señalar
crìticamente como alienación de la condición humana. Aquì se inscribe la praxis
de Jesùs que denuncia la idolatrìa del dinero y
advierte sobre la pecaminosidad que allì se contiene. De ahì que èl nos
diga con tanta claridad:”Ningùn criado puede servir a dos señores,
porque aborrecerà a uno y amarà al otro; o bien se dedicarà a uno y despreciarà
al otro. No se puede servir a Dios y al dinero” (Lucas 16: 13).
Los
ídolos que quitan al ser humano su dignidad y su libertad son el dinero, el
afán enfermizo de riquezas, la absolutización del poder, con lo que se pasa por
encima de los seres humanos y se los instrumentaliza como medios para lograr
estos fines de modo despiadado.
En
este sentido es el mensaje de Amòs, profeta del siglo VIII antes de Cristo, que
cuestionò fuertemente la impiedad de sus contemporáneos, manifestada en el recurso
a trampas para obtener màs ganancias, como dice la cita referida, y en el
comercio humano reflejado en el tràfico y compra de seres humanos como esclavos.
No
caigamos en la tentación de mirar atrás en la historia para justificarnos y
decir que son cosas de tiempos pasados. Para superar esa tendencia
irresponsable dejemos que estas cifras nos ilustren al respecto: el 20 % de los
màs ricos del planeta controlan el 83 % de la producción mundial; el 20 % de
los màs ricos del planeta controlan el 81 % del gasto de energía; ese mismo 20
% , controla el 80.5 % del ahorro, ellos mismos controlan el 80.6 % de la
inversión del mundo. Y también: las 350 personas màs ricas del mundo reciben en
la actualidad rentas equivalentes al ingreso de 2.400 millones de seres
humanos, el 45 % de la población del planeta, con el escàndalo de que estos
últimos se debaten dìa a dìa entre la vida y la muerte, a causa de la miseria
que genera el maligno sistema económico que domina en nuestro tiempo.
Por
eso, la advertencia de Jesùs, aludiendo a la astucia de ese administrador, es
una invitación a cambiar totalmente nuestra manera de pensar y de sentir, no
sòlo por ir a contracorriente de ese desorden, sino porque muchas veces los
principios que lo sostienen tienen su argumento en creencias religiosas que
ponen a Dios de parte de los ricos y de los poderosos, justificando asì la
injusticia con los màs desfavorecidos. Quien quiera vivir cumpliendo la
voluntad de Dios no puede hacer parte de ese juego inmisericorde.
Cuando
nos dice: “Y es que los hijos de este mundo son màs sagaces con los de su clase
que los hijos de la luz!” (Lucas 16: 8) nos està invitando a tener una
astucia según el Evangelio para comprometernos en un modo de vida que sea de
servicio, de comunión, de solidaridad, de responsabilidad ètica con los
prójimos caìdos, que demandan de
nosotros una transformación radical de esa lógica de ganancia egoísta por una
de fraternidad y de gratuidad.
Cada
uno, en ejercicio de un discernimiento responsable, debe encontrar la manera de
actuar con sagacidad para conseguir el mayor beneficio, no para el yo falseado
por el egoísmo y por el dinero, sino para el verdadero ser, cuyos rasgos
descansan en la entrega sin reservas al bien del prójimo, con miras a generar
una cultura de la solidaridad.
Cabe
asì detectar la sinceridad de nuestras intenciones y de las conductas que
resultan de allí. Y esto debe remitirnos a examinar esos estilos de excesiva
confianza en las cosas externas: dinero, posesiones, prestigio social, títulos,
relaciones, indicadores funestos del “ser bien” que nos alejan de Dios y del
hermano. Jesùs propone que seamos sagaces para deducir de allì ventajas
espirituales, esas sì profundamente humanas y solidarias.
Estos
criterios egoístas han hecho carrera y se han “normalizado”, hasta el punto de
convertirse en notas de identificación
de la gente sensata, seria y respetable,
todo esto canonizado por la aprobación de la buena sociedad. No hace falta dar
muchas vueltas para comprobar que ponemos màs interés en lo material que en lo
espiritual. Asì, resulta penoso verificar que personas que han tenido acceso a
una buena formación humana y acadèmica, tengan en esta materia de ética
esencial y de projimidad unas mentalidades deplorables por su cortedad de miras
y por su egoísmo disfrazado de sensatez, apariencias deleznables que claman al
cielo!
Definitivamente,
servir a dos dioses, en los términos de disyuntiva que nos presenta Jesùs, es
descubrir una esencial incompatibilidad. El Dios que se nos revela en Jesùs no
es un tirano programador de conciencias, ni se satisface con el servilismo y
con la miseria, El es un Padre que tiene en la dignidad humana su màs profunda y comprometedora sacramentalidad,
el rostro de Dios es el del prójimo que requiere ser reconocido como humano
merecedor de todo bien.
El
dinero, los bienes materiales, las cosas, las posesiones, no son asuntos de
exclusividad individual y de goce solitario, en esta nueva ética que surge de
la Buena Noticia ellos adquieren su verdadero significado cuando se ponen al
servicio de los hermanos, cuando se inspiran en una lógica de comunión y de
participación.
Esto
también tiene relación directa con el actual proceso de paz que vivimos en
Colombia, la violencia es – en muchísimas de sus expresiones – el recurso
desesperado de los que quieren lograr el cumplimiento de sus derechos porque a
través de las vìas legales e institucionales no han podido hacerlo. Esta
constatación también implica una seria responsabilidad de quienes no hemos
tomado las armas pero hemos pecado por omisiòn, con silencio cómplice y con una vida hundida en comodidades que nos
insensibilizan ante el dolor de los pobres.
Nuestra
vida no puede tener dos fines últimos, sòlo podemos tener uno. Todos los demás
objetivos tienen que ser penúltimos, es decir, orientados al último y
definitivo , que es el que hemos venido planteando. El asunto de Jesùs reside
en que pongamos todo lo que somos y tenemos al servicio de lo que vale de
veras, que es – dicho escuetamente – el reconocimiento afectivo y afectivo de
la dignidad humana, principalmente la de aquellos que son víctimas del sistema.
Esto es normativo para quien quiera tomar en serio su condición de cristiano!
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