“El que no cargue con
su cruz y venga en pos de mì, no puede ser discípulo mìo”
(Lucas
14: 27)
Lecturas:
1.
Sabidurìa 9: 13 – 18
2.
Salmo 89: 3 – 6 y 12 – 17
3.
Filemòn (capìtulo único) 9 – 10 y 12 –
17
4.
Lucas 14: 25 – 33
Una interpretación
distorsionada del cristianismo nos lo presenta en una clave de extremada
rigidez, de visión masoquista del sufrimiento y de rechazo voluntarista de todo
lo que sea disfrute y placer, proponiendo como modelo de excelencia cristiana a
aquellos que viven en permanente trance de dolor y de cruz, espiritualidad que se fija en ideales de
negación del yo , desarrollándose en un plano de ascetismo fundamentalista, sin
la perspectiva del gratificante alto en
el camino para disfrutar después de la intensidad de la faena apostólica.
Esta aclaración es
fundamental para comprender cabalmente – sin minimizarlas! – las exigencias que
Jesùs presenta a sus discípulos y a nosotros en el evangelio de hoy, en el que
seguimos descubriendo todos los requerimientos que el mismo Señor exige a
quienes nos interesamos en configurar nuestra vida con la de èl.
Por supuesto que el
planteamiento inicial es bastante fuerte: “Si alguien viene donde mì y no odia a su
padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, e
incluso a sì mismo, no puede ser discípulo mìo” (Lucas 14: 26). Què
quiere decir con esto si partimos de la base del profundo afecto cristiano por
la vida familiar, considerándola el ámbito original de la madurez humana y
creyente?
El ambiente general del
texto de este domingo es el de seguir enfatizando en las condiciones del
seguimiento, en la liberación saludable del yo y de los apegos, en la pèrdida
de libertad que implican los afectos desordenados, todo esto para orientar la
estructuración del sujeto en total disponibilidad hacia el reino de Dios y su justicia.
Seguimos con Jesùs en
camino hacia Jerusalèn, el lugar de las decisiones definitivas, èl va
advirtiendo pedagógicamente acerca de las dificultades que entraña el seguir su
mismo camino de modelación con el Padre Dios y con
el prójimo, dando a entender la hondura de las determinaciones que deben
tomarse, de los sacrificios que se deben asumir, de la ofrenda total de la
vida, que es lo que finalmente està en juego, sin que esto signifique en lo màs
mínimo deshumanización o fractura de la integración personal, siguiendo el
espíritu de lo advertido en el primer párrafo de este escrito.
La invitación es para
todos los que quieran tomar en serio las implicaciones del ser cristiano en
igualdad de condiciones, sin privilegiar a unos que eventualmente serìan màs
santos sobre otros màs imperfectos, como estamos mal acostumbrados a distinguir
entre la pretendida perfección de sacerdotes y religiosos y la imperfección de
los laicos. Las exigencias son en la línea de una perspectiva unificante para
todos, sin jerarquías de santidad.
El espíritu verdadero
que anima esta invitación es el de una total disponibilidad para dedicarse por
entero al reino de Dios y a su justicia, deponiendo todo interés egoísta, toda
comodidad, toda esclavitud, para devenir en una persona plena de amor ,
dispuesta a los máximos en materia de solidaridad y de servicio, relatando con la propia vida en què consiste
amar a Dios y al prójimo – como Jesùs – sin escatimar nada a este amor siempre
mayor. Con esto exorcizamos la tentación del perfeccionismo neurótico y del
ascetismo que violenta las naturales inclinaciones a la felicidad y al gozo de
vivir!
La experiencia de la
sabiduría según el Espìritu es la que nos permite desprendernos de ese
ascetismo fanático y también del mundo de los impedimentos que nos limitan en
nuestra capacidad de entrega: “Quien puede conocer tu voluntad, si tù no
le das la sabiduría y le envìas tu espíritu santo desde el cielo? Asì se
enderezaron los caminos de los habitantes de la tierra, los hombres aprendieron
lo que te agrada y se salvaron gracias a la sabiduría” (Sabidurìa 9: 17
– 18).
El sujeto maduro
espiritualmente es el que capta lo esencial de Dios y lo apropia para su vida
haciéndose asì màs humano y màs feliz en la disposición de todo su ser para
esta causa que capta la totalidad de su
ser y de su quehacer en una feliz integración personal y comunitaria.
Esta realidad ocupa un libro tan interesante como “Proceso humano y gracia de
Dios” del franciscano español Javier Garrido, cuya lectura
recomendamos vivamente por el tratamiento equilibrado de la articulación
sensata entre el dinamismo de la maduración humana y las exigencias del camino
de Jesùs.
El nos invita a tener
una relación libre y liberadora con nuestras familias, salvaguardando el
gradual proceso de autonomía y de resignificaciòn de ese afecto, con el
correspondiente respeto por las opciones de vida que cada uno va tomando.
Seguir a Jesùs nos enseñarà siempre a amar màs y mejor a nuestros familiares,
con la claridad que proviene de los criterios evangélicos que han de
estructurar nuestra existencia.
Y luego està el
imperativo: “El que no cargue con su cruz y venga en pos de mì, no puede ser
discípulo mìo” (Lucas 14: 27), hace referencia a ese aspecto tan fuerte
y degradante como era en tiempos de Jesùs el de obligar a los reos a cargar
físicamente con su patíbulo, como una de las manifestaciones de la alta
severidad de la condena. Esto es , llanamente, una alusión simbólica a toda la carga de dificultades que debe
afrontar quien decide seguirle.
Se trata de mirar todos
los obstáculos que impiden ese seguimiento: nuestro ego, las riquezas, el
prestigio social, el deseo de reconocimiento, las mentalidades individualistas
y competitivas, el poder, todo el amplio universo de los egoísmos, realidades que
deben ser trocados por el amor desmedido al prójimo, por el tenor de vida
austero y solidario, por el bajo perfil, por la disposición para compartir, por
la preferencia bien conocida y reiterada de preferir a los màs pobres y
sufrientes.
En cuanto a los bienes
materiales hay que recordar que a quienes entraban a integrar la primera
comunidad cristiana se les pedìa que pusieran a disposición de todos el ciento
por ciento de lo que tenìan, se cambiaba
el criterio de manejo de esos haberes de una tenencia individual a un compartir
comunitario, para que no hubiera ni pobres ni ricos, buscando con esto el mayor
grado posible de humanidad.
La oferta de Jesùs es
siempre de plenitud, a la comprensión y apropiación de esto se llega mediante
una experiencia espiritual profunda, liberadora, que nos hace aptos para
entender este amor definitivo como el motor de una existencia vivida en clave
de servicio, en abierta oposición a la seudorreligiòn del ego que nos plantea
una felicidad individualista, ignorante del reto de la projimidad y del mismo
Dios que està en la raíz de este desafío.
Esta mentalidad
transformada y transformadora, evangélica en su totalidad, es la que lleva a
Pablo a recomendar con tanta delicadeza y fino amor a Filemòn refiriéndose a su
discípulo Onèsimo: “Tal vez fue alejado de tì por algún tiempo, precisamente para que lo
recuperaras para siempre, y no como esclavo, sino como algo mejor que un
esclavo: como un hermano querido, que, siéndolo mucho para mi, cuànto màs lo
será para tì, no sòlo como amo, sino también en el Señor!” (Filemòn 15
– 16).
Pablo es asì garante de
su amigo Timoteo, en el mejor espíritu cristiano. Somos asì con nuestros
prójimos?
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