domingo, 4 de septiembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 4 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO



“El que no cargue con su cruz y venga en pos de mì, no puede ser discípulo mìo”
(Lucas 14: 27)
Lecturas:
1.   Sabidurìa 9: 13 – 18
2.   Salmo 89: 3 – 6 y 12 – 17
3.   Filemòn (capìtulo único) 9 – 10 y 12 – 17
4.   Lucas 14: 25 – 33
Una interpretación distorsionada del cristianismo nos lo presenta en una clave de extremada rigidez, de visión masoquista del sufrimiento y de rechazo voluntarista de todo lo que sea disfrute y placer, proponiendo como modelo de excelencia cristiana a aquellos que viven en permanente trance de dolor y de cruz,  espiritualidad que se fija en ideales de negación del yo ,  desarrollándose  en un plano de ascetismo fundamentalista, sin la perspectiva  del gratificante alto en el camino para disfrutar después de la intensidad de la faena apostólica.
Esta aclaración es fundamental para comprender cabalmente – sin minimizarlas! – las exigencias que Jesùs presenta a sus discípulos y a nosotros en el evangelio de hoy, en el que seguimos descubriendo todos los  requerimientos que el mismo Señor exige a quienes nos interesamos en configurar nuestra vida con la de èl.
Por supuesto que el planteamiento inicial es bastante fuerte: “Si alguien viene donde mì y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, e incluso a sì mismo, no puede ser discípulo mìo” (Lucas 14: 26). Què quiere decir con esto si partimos de la base del profundo afecto cristiano por la vida familiar, considerándola el ámbito original de la madurez humana y creyente?
El ambiente general del texto de este domingo es el de seguir enfatizando en las condiciones del seguimiento, en la liberación saludable del yo y de los apegos, en la pèrdida de libertad que implican los afectos desordenados, todo esto para orientar la estructuración del sujeto en total disponibilidad hacia  el reino de Dios y su justicia.
Seguimos con Jesùs en camino hacia Jerusalèn, el lugar de las decisiones definitivas, èl va advirtiendo pedagógicamente acerca de las dificultades que entraña el seguir su mismo camino de modelación con el Padre Dios y con el prójimo, dando a entender la hondura de las determinaciones que deben tomarse, de los sacrificios que se deben asumir, de la ofrenda total de la vida, que es lo que finalmente està en juego, sin que esto signifique en lo màs mínimo deshumanización o fractura de la integración personal, siguiendo el espíritu de lo advertido en el primer párrafo de este escrito.
La invitación es para todos los que quieran tomar en serio las implicaciones del ser cristiano en igualdad de condiciones, sin privilegiar a unos que eventualmente serìan màs santos sobre otros màs imperfectos, como estamos mal acostumbrados a distinguir entre la pretendida perfección de sacerdotes y religiosos y la imperfección de los laicos. Las exigencias son en la línea de una perspectiva unificante para todos, sin jerarquías de santidad.
El espíritu verdadero que anima esta invitación es el de una total disponibilidad para dedicarse por entero al reino de Dios y a su justicia, deponiendo todo interés egoísta, toda comodidad, toda esclavitud, para devenir en una persona plena de amor , dispuesta a los máximos en materia de solidaridad y de servicio,  relatando con la propia vida en què consiste amar a Dios y al prójimo – como Jesùs – sin escatimar nada a este amor siempre mayor. Con esto exorcizamos la tentación del perfeccionismo neurótico y del ascetismo que violenta las naturales inclinaciones a la felicidad y al gozo de vivir!
La experiencia de la sabiduría según el Espìritu es la que nos permite desprendernos de ese ascetismo fanático y también del mundo de los impedimentos que nos limitan en nuestra capacidad de entrega: “Quien puede conocer tu voluntad, si tù no le das la sabiduría y le envìas tu espíritu santo desde el cielo? Asì se enderezaron los caminos de los habitantes de la tierra, los hombres aprendieron lo que te agrada y se salvaron gracias a la sabiduría” (Sabidurìa 9: 17 – 18).
El sujeto maduro espiritualmente es el que capta lo esencial de Dios y lo apropia para su vida haciéndose asì màs humano y màs feliz en la disposición de todo su ser para esta causa que capta la totalidad de su  ser y de su quehacer en una feliz integración personal y comunitaria. Esta realidad ocupa un libro tan interesante como “Proceso humano y gracia de Dios” del franciscano español Javier Garrido, cuya lectura recomendamos vivamente por el tratamiento equilibrado de la articulación sensata entre el dinamismo de la maduración humana y las exigencias del camino de Jesùs.
El nos invita a tener una relación libre y liberadora con nuestras familias, salvaguardando el gradual proceso de autonomía y de resignificaciòn de ese afecto, con el correspondiente respeto por las opciones de vida que cada uno va tomando. Seguir a Jesùs nos enseñarà siempre a amar màs y mejor a nuestros familiares, con la claridad que proviene de los criterios evangélicos que han de estructurar  nuestra existencia.
Y luego està el imperativo: “El que no cargue con su cruz y venga en pos de mì, no puede ser discípulo mìo” (Lucas 14: 27), hace referencia a ese aspecto tan fuerte y degradante como era en tiempos de Jesùs el de obligar a los reos a cargar físicamente con su patíbulo, como una de las manifestaciones de la alta severidad de la condena. Esto es , llanamente, una alusión simbólica  a toda la carga de dificultades que debe afrontar quien decide seguirle.
Se trata de mirar todos los obstáculos que impiden ese seguimiento: nuestro ego, las riquezas, el prestigio social, el deseo de reconocimiento, las mentalidades individualistas y competitivas, el poder, todo el amplio universo de los egoísmos, realidades que deben ser trocados por el amor desmedido al prójimo, por el tenor de vida austero y solidario, por el bajo perfil, por la disposición para compartir, por la preferencia bien conocida y reiterada de preferir a los màs pobres y sufrientes.
En cuanto a los bienes materiales hay que recordar que a quienes entraban a integrar la primera comunidad cristiana se les pedìa que pusieran a disposición de todos el ciento por ciento  de lo que tenìan, se cambiaba el criterio de manejo de esos haberes de una tenencia individual a un compartir comunitario, para que no hubiera ni pobres ni ricos, buscando con esto el mayor grado posible de humanidad.
La oferta de Jesùs es siempre de plenitud, a la comprensión y apropiación de esto se llega mediante una experiencia espiritual profunda, liberadora, que nos hace aptos para entender este amor definitivo como el motor de una existencia vivida en clave de servicio, en abierta oposición a la seudorreligiòn del ego que nos plantea una felicidad individualista, ignorante del reto de la projimidad y del mismo Dios que està en la raíz de este desafío.
Esta mentalidad transformada y transformadora, evangélica en su totalidad, es la que lleva a Pablo a recomendar con tanta delicadeza y fino amor a Filemòn refiriéndose a su discípulo Onèsimo: “Tal vez fue alejado de tì por algún tiempo, precisamente para que lo recuperaras para siempre, y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo: como un hermano querido, que, siéndolo mucho para mi, cuànto màs lo será para tì, no sòlo como amo, sino también en el Señor!” (Filemòn 15 – 16).
Pablo es asì garante de su amigo Timoteo, en el mejor espíritu cristiano. Somos asì con nuestros prójimos?

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