domingo, 13 de noviembre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 13 DE NOVIEMBRE DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO



“Pero antes de esto, a ustedes les echaràn mano y los perseguirán. Los llevaràn a juzgar en las sinagogas, los meterán en la cárcel y los presentaràn ante reyes y gobernadores por causa mìa. Asì tendrán oportunidad de dar testimonio de mì”
(Lucas 5: 12 – 13)
Lecturas:
1.   Malaquìas 3: 19 – 20
2.   Salmo 97: 5 – 9
3.   2 Tesalonicenses 3: 7 – 12
4.   Lucas 21: 5 – 19
Nos encontramos cerca de la conclusión del año litúrgico, nos restan este domingo y el siguiente,  solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Como sabemos,  el año asì visto es un ciclo completo de catequesis en el que los textos bíblicos y los contenidos que de allì proceden son un servicio a la formación de los creyentes para crecer en una captación e interiorización de la totalidad del hecho cristiano.
Lo que este domingo nos plantea con los textos de Malaquìas, 2 Tesalonicenses, Lucas, contiene una visión de profundidad sobre el sentido de la historia desde la clave de Dios como plenitud de lo  humano. En estas lecturas hay un lenguaje que en estudios bíblicos se llama mentalidad apocalíptica,  amerita un fino trabajo de interpretación para no incurrir en un literalismo que puede causar miedos y angustias, asunto este que no entra en lo màs mínimo en su intencionalidad.
Recordamos ahora a los profetas de desgracias que  predicen que en tal dìa y hora sucederà el fin del mundo, suceso acompañado de desastres naturales y de señales de destrucción. Cada cierto tiempo surgen estas hipótesis creando confusión en muchísimas personas, màxime cuando tal asunto se asocia a una predicación moralista y a un anuncio de los castigos de Dios para la maldad de la humanidad.
Indiscutiblemente todo esto es falso y no expresa la realidad de un Dios a quien reconocemos en su esencia como compasivo y misericordioso. No està de màs advertir sobre las falsas imágenes que de El transmiten las tendencias religiosas fundamentalistas y nada solidarias con la bondad esencial de todo lo que ha salido de sus manos amorosas.
El texto de Malaquìas surge en un contexto bien explìcito:  en el siglo VI antes de Cristo muchos judíos fueron tomados como cautivos y deportados a Babilonia, perdieron su independencia, la autonomía para expresar su fe religiosa, el esplendor de su templo y los demás elementos simbólicos de su identidad nacional y creyente. Fue una catástrofe total.
Asì surgieron muchos mensajes proféticos orientados a anunciar un futuro mejor, como este de hoy: “Pero para ustedes, los adeptos a mi Nombre, les alumbrarà el sol de justicia con la salud en sus rayos, y ustedes saldrán brincando como becerros bien cebados fuera del establo” (Malaquìas 3: 19),los profetas pretendìan alimentar la esperanza del pueblo en medio de la desolación que este despojo representaba para ellos, causado por el poder invasor del imperio babilónico.
Sin embargo, ese esperado dìa de liberación, de restitución de su territorio y de su templo,  nunca llegó,  por eso los profetas derivaron hacia el anuncio de un mundo distinto, mejor siempre y definitivo en Dios, màs allà de la historia, que se concreta en la bendición del “sol de justicia”, expresión que alude al mismo Yavè.
En general, la historia de Israel estuvo atravesada por glorias y grandezas, pero también por derrotas y fracasos, muchos de ellos producto de su arrogancia y de su olvido de los fundamentos de su fe y de los compromisos adquiridos en el pacto de la alianza. Ante esto, cabe aclarar que la crisis, la pèrdida de sus seguridades y garantías no fue un castigo de Dios, ni venganza de El, sino consecuencia de la vida desordenada que los llevò a la injusticia y al abandono de los valores èticos que debían vivir como expresión de su coherencia en la fe.
A la luz de esto, también estamos llamados a ver nuestra vida real, lo que sucede en el mundo de hoy, lo que hemos vivido en el siglo reciente y lo que nos sucede en lo que va corrido de este.
 Es una tensión contradictoria permanente entre las maravillas que hace el ser humano, los avances del conocimiento y los desarrollos de la tecnología, la conciencia de la libertad y del valor esencial de la razón, los movimientos emancipatorios, la crìtica rigurosa de los poderes que esclavizan y maltratan la dignidad humana, y la cadena interminable de guerras, totalitarismos, dictaduras, esclavitudes, destrucción del hábitat, economía deshumanizada, pobreza, exclusión, violación de los derechos humanos.
Estas son señales de los tiempos que – como creyentes – estamos llamados a discernir en un saludable ejercicio de fe para entender nuestro presente y nuestro futuro, y para asumir la responsabilidad que nos corresponde como constructores de una mejor humanidad.
Es imperativo someter a una exigente crìtica las visiones religiosas deformadas, culpabilizantes, generadoras de temores ante un Dios eventualmente justiciero e implacable, para acceder a la fe genuina, la que libera, la que estimula a la esperanza, la que da sentido, la que convoca al compromiso en pro del trabajo para implantar realidades que propendan por la justicia, por la autonomía, por la inclusión, por la solidaridad entre todos los humanos. Esta sì es la voluntad de Dios!
El lenguaje que utiliza el texto de Lucas es propio de una tendencia notable del judaísmo de los tiempos de Jesùs y de los posteriores a su muerte, es la apocalíptica, la conciencia de un combate entre las fuerzas del bien y las del mal,  contraste fuerte entre unas manifestaciones que anuncian el tèrmino de la historia disponiendo a la humanidad para convertirse y aguardar la inminencia de la irrupción decisiva de Dios en la historia.
Ayudan a comprender este contexto las contradicciones e incomprensiones que vivieron con particular intensidad las primeras comunidades cristianas. La oficialidad religiosa del judaísmo los detestaba por ser  seguidores de Jesùs, a quien ellos acusaron de hereje y blasfemo y condenaron a muerte. Para griegos y romanos resultaba incomprensible que estas personas depositaran toda su confianza en un crucificado que , visto en clave de poder, era un derrotado de la historia.
 Eso ayuda a explicar  bien el lenguaje que nos propone el evangelio: “Como algunos hablaban del Templo, de còmo estaba adornado de bellas piedras y de ofrendas votivas, èl dijo: De esto que ven, llegaràn días en que no quedarà piedra sobre piedra, ni una que no sea derruìda. Le preguntaron: Maestro, cuàndo sucederà eso? Cuàl será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?” (Lucas 21: 5 – 7).
A buen entendedor, pocas palabras, dice el conocido refrán. Es claro que Jesùs no alude a una materialidad arquitectónica, la del templo, que era suntuoso y motivo de orgullo para los judíos, asì como ocurre en nuestros días con las imponentes catedrales de algunas ciudades y poblaciones. El se està refiriendo claramente a una manera de entender la vida, de relacionarse con Dios, de llevar la vida, eso es lo que se va a poner en crisis y es Jesùs mismo el responsable de suscitarla.
El  socava un estilo religioso y propone una nueva manera de relacionarse con Dios y con el ser humano, y para eso debe someter a confrontación el modelo que se simboliza en el Templo, como lo apreciamos en pasajes muy expresivos de los cuatro relatos evangélicos, como este: “Les echaràn mano y los perseguirán; los entregaràn a las autoridades de las sinagogas y los conducirán ante reyes y gobernadores por causa de mi Nombre. Esto sucederà para que den testimonio de mì” (Lucas 21: 12 – 13).
Su vida y su enseñanza nos disponen para asumir la historia presente en clave del reino de Dios y su justicia, preparando asì el futuro definitivo que es el Padre, quien en Jesùs asume toda nuestra realidad para llevarla consigo a su plenitud. Dentro de esto se comprende que un cristianismo testimonial se torna signo de contradicción y es perseguido, porque va a contracorriente de las mentalidades habituales de poder, de prestigio, y las somete a juicio desde la òptica de la cruz que es dar la vida para que el mundo se redima de su injusticia.
Por eso debemos estar atentos a tales  señales de contradicción, como  cada despropósito que ejecutan algunos gobernantes, cada injusticia que se comete, la  tragedia incesante de los millones de migrantes , tan señalada por la preocupación pastoral y humana del Papa Francisco, ese absurdo y ridículo festìn de los poderosos que se anuncian con prepotencia , triste espectáculo que escandaliza y deprime, como el que acabamos de ver en las recientes elecciones presidenciales de los Estados Unidos.
Dios es justicia, compasión, misericordia, salvación, libertad. El es quien hace posible que veamos la historia de una manera cualitativamente distinta y profundamente esperanzadora. No olvidemos que somos esencialmente precarios, limitados, pero   siempre llamados a la plenitud.
En coherencia con esto, la vocación cristiana tiene en la intervención eficaz para modificar estas estructuras del mal un contenido imperioso y prioritario, porque lo nuestro no es el derrotismo ni el sentimiento trágico de la vida sino la pasión por la misma en cuanto construcción de una humanidad que signifique con eficacia en la  historia ese querer del Dios que se nos ha revelado en Jesucristo.
A Jesùs no le impresiona tanto ese posible fin del mundo cuanto la actitud ante la realidad, es el presente del ser humano lo que a èl le interesa. La garantía la da la confianza en Dios, no “el templo” ni la absolutización de instituciones e ideologías, por eso es sano que de vez en cuanto estas seguridades entren en crisis, para que podamos llegar a lo esencial del  proyecto de Dios.
Jesùs venció a la muerte muriendo, fue la aceptación total de su limitación la que lo proyectò a lo absoluto. Por eso, El es Señor de la vida, Señor de la Historia, salvador definitivo y convocante para una nueva manera de vivir encarnada y comprometida en las realidades de este mundo, y con clara vocación de eternidad!

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