domingo, 8 de enero de 2017

COMUNITAS MATUTINA 8 DE ENERO SOLEMNIDAD DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”
(Mateo 3: 17)

Lecturas:
1.   Isaías 42: 1 – 4 y 6 – 7
2.   Salmo 28: 1 – 4 y 9 – 10
3.   Hechos 10: 34 – 38
4.   Mateo 3: 13 – 17

Con la celebración de este domingo empezamos el llamado tiempo ordinario en la liturgia, que es el que ocupa más espacio cronológico durante el año. En él la Iglesia nos propone seguir paso a paso a Jesús, a través de las lecturas bíblicas que ella señala cada domingo, principalmente el evangelio. Se trata de detallar cada aspecto de Jesús, según la presentación evangélica, con el fin de conocerle, amarle y seguirle, haciendo de este proceso nuestro relato vital compaginado con el de El.
Entramos así en este hecho del bautismo que recibe Jesús de manos de Juan el Bautista, también relatado por Marcos y Lucas, y referido por Juan. El que sea coincidente en los cuatro evangelios indica su alta importancia y, según el parecer de los estudiosos de estos textos, su carácter histórico.
Comenzamos llamando la atención sobre el paso, aparentemente brusco, del Jesús niño directamente al Jesús adulto,  sin ninguna alusión a más aspectos de su infancia, tampoco de su adolescencia y juventud. Este detalle manifiesta una vez más que no estamos ante relatos biográficos en sentido estricto, sino ante interpretaciones de su persona a partir de la experiencia de fe de las comunidades primitivas.
Subrayamos el hecho de que en la Biblia la verdadera biografía comienza con el momento de la vocación del personaje al que se quiere hacer referencia – profetas, sabios, reyes, mujeres creyentes -, cuando el aludido queda plenamente integrado en los planes de Dios. Es algo similar a las autobiografías o escritos espirituales de los místicos y santos-as de la historia cristiana, como se puede apreciar en Las Confesiones de San Agustín, El Libro de la Vida de Santa Teresa de Jesús, La Subida al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz, El Diario de un Alma de San Juan XXIII, o la Autobiografía de San Ignacio de Loyola. Son relatos testimoniales, de marcado acento teologal, en los que luce su dedicación total al proyecto del reino de Dios y su justicia.
Mateo pone al Jesús adulto yendo a escuchar la predicación de Juan el Bautista, quien indignado por las corruptelas de la institución religiosa de su tiempo y por las veleidades de sus gobernantes hipotecados al imperio romano, promueve un movimiento de conversión, llamando a revisar la vida a fondo, ordenándola hacia Dios, y significando exteriormente el acatamiento de esta decisión con el ritual del bautismo en las aguas del río Jordán.
Según Mateo, con este hecho del bautismo comienza el anuncio de la Buena Noticia. Por qué este evangelista pone a Jesús, aparentemente por debajo de Juan, como un oyente de su palabra profética? El relato resuelve este dilema con el diálogo entre Juan y Jesús: “Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, y tú vienes a mí? Jesús le respondió: déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia” (Mateo 3: 13 – 15).
Es clara la intención de Jesús de referir todo su ser al cumplimiento de la voluntad del Padre Dios, en este momento previo al inicio de su misión, claridad que se ve legitimada con la segunda parte del texto evangélico de este domingo: “Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vió al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mateo 3: 16 – 17).
La disposición de Jesús para las cosas de Dios es respaldada plenamente con las anteriores palabras, indica así el evangelista el ser de Jesús y de su misión, verdadero marco que contextualiza todo lo que ha de venir en su vida y ministerio. El Espíritu que viene sobre Jesús es el indicativo de su divinidad.
Tiene mucho sentido que esto se proponga al comienzo del año litúrgico y también del cronológico cuando este se vive en clave creyente. Vamos a empezar nuestras tareas habituales de familia, trabajo, estudio, ciudadanía, y queremos con entera libertad que todo nuestro proyecto de vida se refiera al seguimiento de Jesús, como clave de configuración de nuestra humanidad. Entramos entonces en contacto con este inicio del evangelio que nos presenta la identidad del Señor, como previo a todo el itinerario que haremos con El a lo largo de este año 2017.
La primera lectura – de Isaías 42 – nos presenta tres aspectos de la tarea mesiánica, que también es una óptica profunda para comprender a Jesús:
-      En primer lugar señala lo que no hará este Mesías: “No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz. Caña quebrada no partirá y mecha mortecina no apagará” (Isaías 42: 2 – 3). Quiere decir que es un Mesías sin poder al estilo del mundo, vaciado de sí mismo, en anonadamiento (kenosis) como dice Filipenses 2: 5 -11.
-      En segundo lugar señala lo que hará: “Lealmente hará justicia, no desmayará ni se quebrará, hasta implantar en la tierra el derecho, y su instrucción atenderán las islas” (Isaías 42: 4). Su misión es la justicia de Dios.
-      En tercer lugar señala cómo se comportará: “Yo, Yahvé, te he llamado en justicia, te tomé de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas” (Isaías 42: 6 – 7). La suya es una misión de impronta netamente teologal.
Y lo completa el testimonio de Pedro en el relato de Hechos de los Apóstoles, segunda lectura de hoy: “ Cómo Dios a Jesús de Nazareth le ungió con Espiritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10: 38).
Jesús, el hijo querido de Dios, habitado por el Espíritu, pone en marcha su misión, que es restaurar al ser humano de todo lo que lo destruye, el pecado, el egoísmo, la injusticia, el mal, el sufrimiento, el abandono, el fracaso, para configurarlo con el deseo de humanidad que nace de Dios y que se hace evidente en El, en su ser, en su ministerio.
Esta también es la tarea de toda persona que con libertad quiera acogerse a esta iniciativa del Padre. El relato fundamental de Jesús no es una bonita y piadosa historia para saberla y contarla, sino para apropiarla y asumirla, haciendo de ella el elemento constitutivo de nuestro ser y de nuestro quehacer. No es ninguna exageración afirmar que la vocación cristiana es la de hacerse igual a Jesús!.
Y esto se logra naciendo del Espíritu, llevando una vida según el Espíritu, que no es deshumanización ni sobrenaturalización, sino integración de Dios en nosotros para reconfigurar todo lo que somos como humanos, siguiendo el mismo modelo de humanidad del Señor Jesús.
Nuevamente volvemos a algo que es reiterado y de obligada sustancia evangélica:     que la vida así asumida no es para el poder ni para el éxito individual ni para el dinero y el consumo, ni para la indiferencia , es para el ejercicio permanente de la projimidad, para el servicio y la solidaridad, para el cuidado de los demás, para la defensa de la dignidad humana, para la negativa a idolatrar cualquier tipo de poder, incluído el religioso, tal como sucedió en el hecho original de Jesús.
Con este relato se destaca el nacimiento del Evangelio, del relato que es principio y fundamento de todo el proyecto cristiano, de la novedad de salvación y liberación que allí se contiene, del entusiasmo que suscita en muchos hasta hacer  la comunidad de los seguidores de Jesús, la Iglesia, animada como El, por el Espiritu de Dios, para significar con eficacia la acción del Señor en la historia humana, no simplemente como el recuerdo de un ideal lejano en el tiempo, sino como la vigorosa actualización de su misión con el talante sacramental que le es  inherente.
Como se pretende que la Palabra tenga influjo en nuestras vidas y las transforme, vale la pena detenernos y hacernos la gran pregunta: estamos movidos por el Espíritu? Tenemos capacidad de ser ligeros de equipaje para dejarnos determinar por El? Tenemos la certeza de hallar aquí la verdadera e inagotable felicidad? Nos sentimos movidos a ser prójimos responsables y serios con nuestros prójimos? Nos moviliza el deseo de luchar contra tanta injusticia e indignidad? Estamos disponibles para dar la vida como Jesús?
El es el puente entre lo divino y lo humano, El verdadero Dios y verdadero hombre, el que elimina esa distancia, nos invita a tener la misma experiencia que tuvo El del Padre, proponiéndola como la meta ideal de la humanidad.

La conocida expresión del Padre Arrupe,  refiriéndose al discernimiento espiritual  como “La osadía de dejarse llevar” , es una elocuente consigna para identificar este apasionante proyecto de vida al que nos invita Jesús, con su altísima dosis de docilidad y de disponibilidad, sabedores de que en esta apuesta nos sucede lo mejor que a un ser humano le puede acontecer, existencia decididamente teologal!

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