“Este
es mi Hijo amado, en quien me complazco”
(Mateo 3: 17)
Lecturas:
1.
Isaías 42: 1 – 4 y 6 –
7
2.
Salmo 28: 1 – 4 y 9 –
10
3.
Hechos 10: 34 – 38
4.
Mateo 3: 13 – 17
Con
la celebración de este domingo empezamos el llamado tiempo ordinario en la
liturgia, que es el que ocupa más espacio cronológico durante el año. En él la
Iglesia nos propone seguir paso a paso a Jesús, a través de las lecturas
bíblicas que ella señala cada domingo, principalmente el evangelio. Se trata de
detallar cada aspecto de Jesús, según la presentación evangélica, con el fin de
conocerle, amarle y seguirle, haciendo de este proceso nuestro relato vital
compaginado con el de El.
Entramos
así en este hecho del bautismo que recibe Jesús de manos de Juan el Bautista,
también relatado por Marcos y Lucas, y referido por Juan. El que sea
coincidente en los cuatro evangelios indica su alta importancia y, según el
parecer de los estudiosos de estos textos, su carácter histórico.
Comenzamos
llamando la atención sobre el paso, aparentemente brusco, del Jesús niño
directamente al Jesús adulto, sin
ninguna alusión a más aspectos de su infancia, tampoco de su adolescencia y
juventud. Este detalle manifiesta una vez más que no estamos ante relatos
biográficos en sentido estricto, sino ante interpretaciones de su persona a
partir de la experiencia de fe de las comunidades primitivas.
Subrayamos
el hecho de que en la Biblia la verdadera biografía comienza con el momento de
la vocación del personaje al que se quiere hacer referencia – profetas, sabios,
reyes, mujeres creyentes -, cuando el aludido queda plenamente integrado en los
planes de Dios. Es algo similar a las autobiografías o escritos espirituales de
los místicos y santos-as de la historia cristiana, como se puede apreciar en
Las Confesiones de San Agustín, El Libro de la Vida de Santa Teresa de Jesús,
La Subida al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz, El Diario de un Alma de San
Juan XXIII, o la Autobiografía de San Ignacio de Loyola. Son relatos
testimoniales, de marcado acento teologal, en los que luce su dedicación total
al proyecto del reino de Dios y su justicia.
Mateo
pone al Jesús adulto yendo a escuchar la predicación de Juan el Bautista, quien
indignado por las corruptelas de la institución religiosa de su tiempo y por
las veleidades de sus gobernantes hipotecados al imperio romano, promueve un
movimiento de conversión, llamando a revisar la vida a fondo, ordenándola hacia
Dios, y significando exteriormente el acatamiento de esta decisión con el
ritual del bautismo en las aguas del río Jordán.
Según
Mateo, con este hecho del bautismo comienza el anuncio de la Buena Noticia. Por
qué este evangelista pone a Jesús, aparentemente por debajo de Juan, como un
oyente de su palabra profética? El relato resuelve este dilema con el diálogo
entre Juan y Jesús: “Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan,
para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: Soy yo el
que necesita ser bautizado por ti, y tú vienes a mí? Jesús le respondió: déjame
ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia” (Mateo 3: 13 –
15).
Es
clara la intención de Jesús de referir todo su ser al cumplimiento de la
voluntad del Padre Dios, en este momento previo al inicio de su misión,
claridad que se ve legitimada con la segunda parte del texto evangélico de este
domingo: “Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los
cielos y vió al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre
él. Y una voz que salía de los cielos decía: Este es mi Hijo amado, en quien me
complazco” (Mateo 3: 16 – 17).
La
disposición de Jesús para las cosas de Dios es respaldada plenamente con las
anteriores palabras, indica así el evangelista el ser de Jesús y de su misión,
verdadero marco que contextualiza todo lo que ha de venir en su vida y
ministerio. El Espíritu que viene sobre Jesús es el indicativo de su divinidad.
Tiene
mucho sentido que esto se proponga al comienzo del año litúrgico y también del
cronológico cuando este se vive en clave creyente. Vamos a empezar nuestras
tareas habituales de familia, trabajo, estudio, ciudadanía, y queremos con
entera libertad que todo nuestro proyecto de vida se refiera al seguimiento de
Jesús, como clave de configuración de nuestra humanidad. Entramos entonces en
contacto con este inicio del evangelio que nos presenta la identidad del Señor,
como previo a todo el itinerario que haremos con El a lo largo de este año
2017.
La
primera lectura – de Isaías 42 – nos presenta tres aspectos de la tarea
mesiánica, que también es una óptica profunda para comprender a Jesús:
-
En primer lugar señala
lo que no hará este Mesías: “No vociferará ni alzará el tono, y no hará
oír en la calle su voz. Caña quebrada no partirá y mecha mortecina no apagará”
(Isaías 42: 2 – 3). Quiere decir que es un Mesías sin poder al estilo del
mundo, vaciado de sí mismo, en anonadamiento (kenosis) como dice Filipenses 2:
5 -11.
-
En segundo lugar señala
lo que hará: “Lealmente hará justicia, no desmayará ni se quebrará, hasta implantar
en la tierra el derecho, y su instrucción atenderán las islas” (Isaías
42: 4). Su misión es la justicia de Dios.
-
En tercer lugar señala
cómo se comportará: “Yo, Yahvé, te he llamado en justicia, te tomé de la mano, te formé, y
te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los
ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en
tinieblas” (Isaías 42: 6 – 7). La suya es una misión de impronta
netamente teologal.
Y
lo completa el testimonio de Pedro en el relato de Hechos de los Apóstoles,
segunda lectura de hoy: “ Cómo Dios a Jesús de Nazareth le ungió con
Espiritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos
los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:
38).
Jesús,
el hijo querido de Dios, habitado por el Espíritu, pone en marcha su misión,
que es restaurar al ser humano de todo lo que lo destruye, el pecado, el
egoísmo, la injusticia, el mal, el sufrimiento, el abandono, el fracaso, para
configurarlo con el deseo de humanidad que nace de Dios y que se hace evidente
en El, en su ser, en su ministerio.
Esta
también es la tarea de toda persona que con libertad quiera acogerse a esta
iniciativa del Padre. El relato fundamental de Jesús no es una bonita y piadosa
historia para saberla y contarla, sino para apropiarla y asumirla, haciendo de
ella el elemento constitutivo de nuestro ser y de nuestro quehacer. No es
ninguna exageración afirmar que la vocación cristiana es la de hacerse igual a
Jesús!.
Y
esto se logra naciendo del Espíritu, llevando una vida según el Espíritu, que
no es deshumanización ni sobrenaturalización, sino integración de Dios en
nosotros para reconfigurar todo lo que somos como humanos, siguiendo el mismo
modelo de humanidad del Señor Jesús.
Nuevamente
volvemos a algo que es reiterado y de obligada sustancia evangélica: que la vida así asumida no es para el poder
ni para el éxito individual ni para el dinero y el consumo, ni para la
indiferencia , es para el ejercicio permanente de la projimidad, para el
servicio y la solidaridad, para el cuidado de los demás, para la defensa de la
dignidad humana, para la negativa a idolatrar cualquier tipo de poder, incluído
el religioso, tal como sucedió en el hecho original de Jesús.
Con
este relato se destaca el nacimiento del Evangelio, del relato que es principio
y fundamento de todo el proyecto cristiano, de la novedad de salvación y
liberación que allí se contiene, del entusiasmo que suscita en muchos hasta
hacer la comunidad de los seguidores de
Jesús, la Iglesia, animada como El, por el Espiritu de Dios, para significar
con eficacia la acción del Señor en la historia humana, no simplemente como el
recuerdo de un ideal lejano en el tiempo, sino como la vigorosa actualización
de su misión con el talante sacramental que le es inherente.
Como
se pretende que la Palabra tenga influjo en nuestras vidas y las transforme,
vale la pena detenernos y hacernos la gran pregunta: estamos movidos por el
Espíritu? Tenemos capacidad de ser ligeros de equipaje para dejarnos determinar
por El? Tenemos la certeza de hallar aquí la verdadera e inagotable felicidad?
Nos sentimos movidos a ser prójimos responsables y serios con nuestros
prójimos? Nos moviliza el deseo de luchar contra tanta injusticia e indignidad?
Estamos disponibles para dar la vida como Jesús?
El
es el puente entre lo divino y lo humano, El verdadero Dios y verdadero hombre,
el que elimina esa distancia, nos invita a tener la misma experiencia que tuvo
El del Padre, proponiéndola como la meta ideal de la humanidad.
La
conocida expresión del Padre Arrupe, refiriéndose al discernimiento espiritual como “La osadía de dejarse llevar” , es
una elocuente consigna para identificar este apasionante proyecto de vida al
que nos invita Jesús, con su altísima dosis de docilidad y de disponibilidad,
sabedores de que en esta apuesta nos sucede lo mejor que a un ser humano le
puede acontecer, existencia decididamente teologal!
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