“Pero
María conservaba y meditaba todo en su corazón”
(Lucas 2: 19)
Lecturas:
1.
Números 6: 22 – 27
2.
Salmo 66
3.
Gálatas 4: 4 – 7
4.
Lucas 2: 13 – 20
Con
esta celebración tenemos un significativo complemento de Navidad, porque su
contenido se integra en la misma perspectiva del Dios a quien entendemos a
partir de lo humano, como es la lógica de la encarnación, misterio en el que
nuestro Dios se inserta de lleno en la condición de la humanidad, según
afirmamos en la reflexión anterior.
A
partir del ser humano se llega a Dios, El , para hacerse inteligible a nosotros
, adopta nuestro modo de ser, realidad que es esencial en nuestra fe, lo que no
es una simple estrategia de apariencia, sino una vigorosa y contundente
realidad de salvación.
Así
las cosas, con esta celebración se refuerza la humanidad de Jesús, afirmando la
maternidad de María, en cuanto madre de este ser humano que es también divino, ella que es el medio que hace posible la
presencia histórica de la Palabra. Es posible que esto lo sepamos desde nuestra
iniciación en las verdades cristianas, pero probablemente a fuerza de saberlo
incurrimos en la consabida inercia de lo religioso y dejamos de asombrarnos
ante la radical novedad que está contenida aquí.
Para
entenderlo mejor hagamos un comentario a modo de contraste. Para las religiones
de la antigüedad los dioses eran seres lejanos e inaccesibles, omnipotentes y
siempre demandantes de adoración y sacrificios, con rasgos temibles que
infundían en sus creyentes actitudes de miedo y angustia; en cambio, la
diferencia cualitativa con el cristianismo es la total accesibilidad de Dios en
este feliz acontecimiento de la encarnación, es María el recurso humano-maternal que lo trae
y lo hace presente entre nosotros. Por eso la designación hebrea del nombre
Emmanuel, con el que también se llama a Jesús, el Dios-con-nosotros.
Vale
la pena que los lectores sepan que la definición de María como Madre de Dios
fue realizada por el Concilio de Efeso en el año 431, enseñanza que no surgió
de un asunto gratuito. Se dio en el
contexto de contrarrestar las afirmaciones de Nestorio (386 – 452 ), obispo
patriarca de Constantinopla, quien sostenía una total separación entre la
realidad humana de Jesucristo y su realidad divina. Este tipo de pensamiento
atentaba contra la manifestación plena de lo divino en lo humano, como es la fe
íntegra del cristianismo, con las consecuencias en la vida práctica de una
disociación total entre vida espiritual y existencia humana.
Por
esta razón, el Concilio citado sale al paso de esta tendencia para afirmar que
Jesús ha tenido un proceso humano, sin dejar de ser Dios, y para eso define la
maternidad de María como un componente esencial de esa humanidad.
Esto,
que puede parecer un malabarismo teológico de excesiva complicación, es
fundamental para captar la sustancia de lo cristiano, como lo venimos afirmando,
es la manifestación plena de Dios a
través de la condición humana. Esto es lo que en la Iglesia celebramos en
Navidad, que encuentra su perfecto complemento en la liturgia de este 1 de enero.
Durante
mucho tiempo se ha deformado la devoción mariana, haciendo a María casi más
importante que su Hijo, y atribuyéndole prerrogativas que la divinizan en
exceso y le sustraen su humanidad. Es innegable el valor central que tiene ella
en la configuración del cristianismo, esto mismo es lo que mueve a la Iglesia a
colocarla en su justo sitio, sin minimizarla, explicitando todo el sentido de
su maternidad y destacando justamente que ella sea el instrumento del que Dios
se ha valido para insertar a su Hijo en la historia y en la realidad de los
seres humanos.
Valgan
estas consideraciones también para aportar una reflexión sobre el significado
profundo de lo femenino. Recordamos aquí la expresión del fugaz pero profundo y
carismático Papa Juan Pablo I, el papa de septiembre de 1978, que fue el
brevísimo tiempo de su pontificado, cuando en una de sus catequesis dijo “Dios
es padre pero también es madre”, que evidencia una sensibilidad particular
sobre la totalidad del misterio inabarcable de Dios, en cuanto plenitud de lo
humano que es femenino y es masculino simultáneamente, en igualdad de condiciones.
El
relato evangélico de hoy es muy escueto pero suficientemente elocuente para
aludir a María: “Fueron rápidamente y encontraron a María, a José y al niño acostado en
el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho del niño. Y todos
los que lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores. Pero María
meditaba y conservaba todo en su corazón” (Lucas 2: 16 – 19).
Recordemos
que estos no son relatos biográficos en sentido estricto sino interpretaciones
teológicas de la comunidad que dio origen a este evangelio, en las que quieren
destacar el acontecer de la divinidad en la humanidad de Jesús y de su entorno
familiar, el de María y el de José.
Igualmente vale la pena subrayar cómo sucede lo femenino
en María, siguiendo un bonito y denso modelo propuesto por el autor de
espiritualidad italiano Arturo Paoli (1912-1915), quien al hablar de la belleza femenina la formulaba
como:
-
La belleza del ser
-
La belleza de dar
-
La belleza de procrear
Esta
triple dimensión se manifiesta en María, mujer que acepta incondicionalmente la
invitación de Dios: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra” (Lucas
1: 38), su feminidad se da totalmente a este proyecto , viviéndola como esposa
de José y madre de Jesús, subrayando en su ser esa propiedad femenina del ser
maternal, sin poner impedimentos , siendo el vaso que porta en sí misma la vida
de Dios, y brindando a la humanidad la posibilidad de tenerlo entre nosotros, y
uniendo a ello el encanto femenino de ser protectora de la vida, con esa
cualidad que tienen ellas para experimentar con mayor profundidad el cuidado de
los demás, la capacidad de abnegación, sin medir los sacrificios que esto
demande, resplandeciendo igualmente en una hermosura que es de carácter
espiritual, en el mejor significado de
este término.
Esta
lectura evangélica de lo femenino, hecha desde el ser de María, es una
propuesta de indudable valor liberador para
el ser humano de hoy, tanto el femenino como el masculino. Ambas realidades
están expuestas a los problemas del machismo, del patriarcalismo, de la
competencia entre ambos sexos demostrando quien puede más, de los estereotipos
de mujer símbolo sexual o muñeca frágil, o sufrida matrona que carga sobre sí
los excesos de sus varones, lo mismo que los modelos de hombres determinados
por el poder y la conquista.
En
el evangelio de Jesús surge una humanidad nueva y esperanzadora, con el sello
sustancial de Dios, que hace posible hombres y mujeres que asuman su vida como
don y servicio, como defensa de la vida y de la dignidad de todos los seres,
como libertad ante los ídolos que asedian permanentemente, como ruptura con las
esclavitudes, en la clave de las bienaventuranzas.
Esta
novedosa y redimida humanidad es presentada por la segunda lectura de este domingo, de la
carta a los Gálatas, así: “Pero cuando se cumplió el plazo, Dios a su
Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que rescatase a los que estaban
sometidos a la ley y nosotros recibiéramos la condición de hijos. Y como son
hijos, Dios infundió en sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo
Abba, es decir, Padre. De modo que no eres esclavo sino hijo, y si eres hijo,
eres heredero por voluntad de Dios” (Gálatas 4: 4 – 7).
Esto
quiere decir que la acción encarnatoria de Dios en Jesucristo involucra
plenamente al ser humano y le garantiza un sentido total a su existencia, que
en lenguaje teológico llamamos salvación y liberación, acontecer que no se da
sólo en el momento de la muerte física, porque empieza de modo anticipado
cuando la persona libremente acoge este don y entiende que al hacerlo está
realizando la jugada maestra de su vida, asumida totalmente por el amor de
Dios.
María
juega aquí un papel esencial y protagónico. Su feminidad y su maternidad se dan
sin límites para este proyecto!
Destaquemos
, finalmente, otras señales que indica el texto de Lucas:
-
Jesús nace en Belén,
referencia que tiene el significado de explicitar su condición de descendiente
de David, lo conecta con toda la historia de Israel, el pueblo que inicia esta
aventura de la fe.
-
Acuden a reconocerlo
los pastores, los empobrecidos, los desconocidos y últimos de esa sociedad,
gran significación que refuerza la tendencia teologal de favorecer la pequeñez:
“Los
pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían
oído y visto; tal como se lo habían anunciado” (Lucas 2: 20). La
filiación divina de Jesús se aparta de todo privilegio y se encarna en este
contexto de humildad.
Terminemos
el año 2016 y acojamos el 2017 con este espíritu de María, meditando y
conservando todo en nuestro corazón, sin dejarnos entrampar por el vano honor
del mundo, por las superficialidades a montón
que acompañan estas celebraciones, por las supersticiones y falsas
promesas de felicidad que ofrecen los falsos profetas, y tengamos la osadía de
dejarnos llevar, como María, por este camino del reino de Dios y su justicia,
en el que tenemos garantizada una genuina humanidad con sello de eternidad.
Y
todo esto, gracias a la mediación salvadora de Jesús el Cristo, el Hijo de
María.
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