“Esta gracia se ha
hecho patente ahora con la manifestación de nuestro salvador Cristo Jesùs,
quien ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e inmortalidad por medio
del Evangelio”
(2
Timoteo 1: 10)
Lecturas:
1.
Gènesis 12: 1-4
2.
Salmo 32: 4-5;18-19 y 20-22
3.
2 Timoteo 1: 8-10
4.
Mateo 17: 1-9
Este domingo, mediante
el relato de la Transfiguraciòn propuesto por Mateo, se nos remite a un asunto
permanente de la condición humana, el
misterio de la muerte y de la vida, el del gozo y el dolor, el de la
destrucción-aniquilamiento y el de la regeneración y transformación, el de la oscuridad y el de la luz. Todo esto va sucediendo constantemente en
nuestras vidas, hasta que viene el momento definitivo de la muerte y , con
esto, el paso a la plenitud, a la luminosidad definitiva.
El ambiente de cuaresma
no puede ser sombrìo porque nos hace conscientes de la esperanza radical que
sustenta nuestra existencia, es Dios mismo quien nos ha asumido en el Señor
Jesucristo, El se ha apropiado de todo lo humano , se ha implicado vitalmente
en todo lo que somos para liberarlo del absurdo y de la tragedia orientándolo
hacia la vida plena de la que El es portador prototípico. Lo que el pecado y la
muerte desfiguran es transfigurado en El mismo que nos pone junto al Padre.
Asì las cosas, se trata
de asumir todo lo que en nosotros es muerte, pecado, egoísmo, injusticia,
tinieblas, para integrarnos al proyecto de Jesùs en la perspectiva pascual.
Este es el camino que se nos llama a recorrer durante el período cuaresmal.
Abraham – referido por
la primera lectura – es un relato estupendo de este trànsito de lo oscuro a lo
luminoso a partir de su encuentro con Yavè. Es el prototipo de uno de los
muchos grupos hebreos que emigraban buscando mejores maneras de vivir, como
sucede con millones en el mundo de hoy.
En ese esfuerzo
existencial, profundamente humano y no pocas veces doloroso, escuchan el
llamado a dejarlo todo y a fiarse de una novedosa promesa de vida: “Yahvè
dijo a Abrahan: vete de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre a la
tierra que yo te mostrarè. De ti harè una nación grande y te bendecirè.
Engrandecerè tu nombre, y seràs tu mismo una bendición para muchos”
(Gènesis 12: 1-2).
Leamos el relato involucrándonos
también en nuestros proyectos de vida, en los emprendimientos màs
significativos que hayamos tenido o que estemos a punto de realizar, viendo
còmo tenemos que salir de un mundo de seguridades, haciendo rupturas con todo
aquello que nos impide vivir con sentido, tomando decisiones de fondo, algunas
de ellas muy fuertes, y corriendo el riesgo de una nueva vida en la que
vislumbran libertades y plenitudes mayores,
nuestras “tierras prometidas” como las que alimentaron la esperanza de este
Abrahán y de su gente.
Dios no està en el
horizonte de la humanidad para respaldar egoísmos y comodidades que
insensibilizan, El irrumpe en nuestra historia para convocar a existencias
libres y dignas, para apasionarse por los mejores ideales, los que suscitan en
nosotros la màs profunda humanidad, los que nos hacen inconformes con la
medianìa y con las biografías grises y rutinarias. Se trata de buscar la luz y
la libertad, de darle una nueva figura a todo lo que somos y hacemos.
Muchos salen de
situaciones aberrantes de injusticia, de pobreza, de violencia, en búsqueda de
espacios para desarrollarse libre y felizmente, el fenómeno de las migraciones
en nuestros días es intenso y dramático, no se resignan a someterse a las
fuerzas de la muerte. Otros, sin desplazarse de sus lugares, descubren
novedosas posibilidades en las que se juegan ideales mucho mayores que ganar
dinero y obtener éxitos, son los que apuestan por vidas crìticas, proféticas,
liberadas y liberadoras. Dònde quedamos nosotros ante estas alternativas?
El relato bíblico pone
el origen de Israel en esta migración mitológica, justificándola en el deseo
que tiene Yavè de elegirse un pueblo, dato que no tiene nada de casual. Este
pueblo encuentra en esta aventura abrahàmica la raíz de su identidad y de su significado:
“Bendecirè
a quienes te bendigan y maldecirè a quienes te maldigan. Por tì se bendecirán
todos los linajes de la tierra” (Gènesis 12: 3).
Este es el hecho, ahora
preguntémonos: què tiene que ver esto con nuestra vida? Es un relato capaz de
provocar cambios de profundidad en nosotros? Es la gran pregunta de la fe. Dios
no nos invita a acomodarnos a un sistema religioso de normas y observancias,
sino a un estilo vital en creciente proceso de mejoría ética y espiritual, nos
pide abandonar las seguridades alienantes, romper con todo tipo de esclavitud,
dejar atrás la mentalidad del éxito individualista y del hacer carrera de
poder, y nos promete una vida siempre con sentido, con bienaventuranza, con
espíritu de aventura, con plenitud, a sabiendas de que la gran exigencia
está en que tomemos como propios los valores del
Evangelio.
En las palabras de
Pablo a su discípulo y compañero apostólico, Timoteo, destaca con nitidez el
talante de libertad que proviene del Espíritu, una palabra que no se somete a
poderes humanos, una palabra que esclarece el sentido teologal de la vida, una
palabra portadora de sentido trascendente, una palabra que dignifica al ser
humano, una palabra que en Jesucristo tiene la evidencia definitiva de Dios que
destruye el absurdo de la muerte y abre la humanidad al futuro pleno que es El
mismo: “Esta gracia se ha hecho patente ahora con la manifestación de nuestro
salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e
inmortalidad por medio del Evangelio, para cuyo servicio he sido yo constituído
heraldo, apóstol y maestro” (2 Timoteo 10-11).
En el evangelio de hoy
– Mateo 17: 1-9 - queda claro el mensaje: Jesús, que renuncia a asegurarse la
vida, obtiene la victoria simbolizada en la transfiguración. Debe tenerse
presente lo que dice en el pasaje inmediatamente anterior: “Porque quien quiera salvar su
vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues, de qué
le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?” (Mateo
16: 25-26).
Con estas palabras, es clarísimo que Jesús
invita a deponer todo modo de vida cómodo, egoísta, carente de amor y de
abnegación, proponiendo crucificarse con El, en el mejor y más amplio sentido
de esta expresión. Aquí es donde nuestro relato se configura para
transfigurarse.
El episodio narrado es una teofanía, que quiere decir
manifestación de Dios, el autor bíblico escoge la montaña como lugar simbólico de su comunicación, recordando así
diversas escenas del Antiguo Testamento que tienen esta connotación de la
montaña como lugar teologal (Moisés en el monte Sinaí, por ejemplo).
Una cima alta y apartada aleja horizontalmente
de los hombres y acerca verticalmente a Dios. En ese contexto tendrá lugar la
manifestación gloriosa de Jesús, sólo a tres de los discípulos:” Seis
días después, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte, a un
monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como
el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz” (Mateo 17:
1-2).
Dispongámonos a captar
el profundo sentido teológico de este relato,
y hagámoslo desde esas experiencias de nuestra vida en las que salimos
del cansancio, del vacío, de la monotonía, de la angustia existencial, hacia la
luz que enciende el corazón y resignifica todo en términos de entusiasmo, de
aliento vital, de mirada de largo alcance, de esperanza y de futuro. Estas son
auténticas transfiguraciones en las que Dios trabaja haciéndonos más humanos y,
por eso mismo, decisivamente divinos.
Este hecho no es
contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia muy constructiva para los
discípulos. Después de escucharle hablar de su pasión y de su muerte, de las
duras condiciones que plantea a quienes desean seguirle, tienen tres
experiencias complementarias: ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa, se
les presentan Moisés y Elías y escuchan la voz que dice: “Este es mi hijo amado en quien
me complazco, escúchenlo” (Mateo 17: 5).
Qué quiere decir la
exquisita teología de esta narración?
-
Que al ver transformados su rostro y sus
vestidos tienen la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino
la gloria.
-
Al ver a Moisés y a Elías conversando
con Jesús tienen la certeza de que El es la plenitud de esta historia
religioso-espiritual de Israel y de la revelación de Dios a la humanidad.
-
Al escuchar la voz de la alto saben que
no se les está planteando una insensatez sino un camino plenamente configurado
con la voluntad del padre.
Esto es para nosotros,
hoy en pleno siglo XXI, y para los seres humanos de todos los tiempos de la
historia.
Vamos caminando entre
luces y sombras, con todo eso que nos es inherente, la radical precariedad de
nuestro ser humanos, los sufrimientos, los vacíos, los abandonos, las
consecuencias del mal, las incoherencias en las que incurrimos con frecuencia,
pero la intervención de Dios nos saca de esas muertes recurrentes, suscita el
desarrollo de lo mejor de nosotros, nos lanza a la osadía del amor, al
servicio, y nos garantíza verdaderamente que El es principio y fundamento de
nuestro ser, sin retóricas, haciéndose evidente en el lenguaje de nuestra
propia humanidad, en el que la Palabra por excelencia es el Señor Jesucristo: “Mas
Jesús, acercándose a ellos, les tocó y dijo: levántense, no tengan miedo. Ellos
alzaron los ojos y no vieron a nadie más que a Jesús” (Mateo 17: 7-8).
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