domingo, 5 de marzo de 2017

COMUNITAS MATUTINA 5 DE MARZO DOMINGO I DE CUARESMA



“Jesús le contestó: Vete, Satanás, porque la Escritura dice: Adora al Señor tu Dios, y sírvele sólo a El”
(Mateo 4: 10)
Lecturas:
1.   Génesis 2: 7-9 y 3:1-7
2.   Salmo 50: 3-6;12-14 y 17
3.   Romanos 5: 12-19
4.   Mateo 4: 1-11
En cada ser humano alienta la vitalidad de Dios, que se traduce en la misión de seguir con la tarea divina de crear y recrear el mundo, transformándolo siempre para bien de toda la humanidad, con todo lo que esto implica de comunión de bienes, de igualdad, de justicia, de solidaridad, de reconocimiento de la dignidad de cada persona y de todas las formas de vida.
 Esta convicción está en los orígenes de la fe de Israel y es lo que expresan los once primeros capítulos del Génesis, del que hoy tenemos una parte como primera lectura: “Entonces Dios el Señor formó al hombre de la tierra misma, y sopló en su nariz y le dio vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente. Después Dios el Señor plantó un jardín en la región de Edén, en el oriente, y puso allí al hombre que había formado. Hizo crecer también toda clase de árboles hermosos que daban fruto bueno para comer” (Génesis 2: 7-9).
Dentro de la dotación original que Dios confiere a la creatura está el don de la libertad, por el que el creado puede decidir a favor o en contra de Dios, subrayando que con esto el Creador nos hace responsables de nuestro destino y de la marcha de la historia. Este elemento es esencial en la comprensión cristiana del ser humano: somos libres para Dios, para el amor, para la dedicación generosa a las demás creaturas, pero igualmente libres para el egoísmo y la injusticia. Misterio profundo que debe hacerse consciente en cada uno para ponderar los alcances de nuestras opciones y conductas.
Las lecturas de este domingo nos llevan a considerar, iniciando el tiempo cuaresmal, la lógica de nuestra libertad, la formación de la misma, los criterios que la fundamentan, y el proyecto de vida de cada ser humano leído en esta clave determinante.
 Está nuestra libertad convertida al amor y a la justicia de Dios? Ella misma se orienta al bien de la humanidad y a hacer del mundo un ámbito de vida digna? O, por el contrario, de ella emanan males y violencias, destrucción de la creación, ofensa constante a las creaturas y a quien las sustenta, el Creador? Cuáles son esos mecanismos interiores que nos llevan a lo uno o a lo otro? Son preguntas hondas que merecen ser puestas en las prioridades del proceso espiritual de esta Cuaresma de 2017.
No olvidemos que es permanente tentación de nosotros los humanos erigirnos como dioses, prescindir de la trascendencia, afirmarnos con arrogancia y hacer así ese mundo que ha dado lugar a las guerras mundiales, a los genocidios en diversos rincones del planeta, a las tiranías que oprimen infamemente, a la destrucción de la naturaleza, al predominio del poder y del dinero sobre la dignidad humana.
En la enseñanza de la tradición cristiana hablamos de pecado original, inherente a cada humano que viene a la vida. Para transmitirlo, la teología y la catequesis han acudido a las categorías de expresión propias de cada cultura y de cada momento de la historia, conscientes de que algunas de ellas quedan incompletas e insuficientes para explicarlo y para hacerlo relevante a los destinatarios del mensaje, en la medida en que las mentalidades y las sensibilidades evolucionan y no se contentan con presentaciones ingenuas o a medias.
Conscientes de que todo lo que resulta de la acción creadora de Dios es bueno no podemos quedarnos sin más con una visión del pecado original como mancha primera, antes de que la persona se implique en la vida y en el ejercicio de la libertad. Tengamos presente el asunto bien importante del lenguaje propio de los relatos bíblicos que es mitológico – religioso con intenciones teológicas, lo que no los invalida por falsos.
El autor Piet Schoonenberg (1911-1999), teólogo holandés, hace una explicación del pecado y de su posibilidad como tendencia al mismo, como disposición para romper la relación original con Dios a partir del ejercicio de la libertad, como ya lo indicamos anteriormente. Para los inquietos en profundizar este apasionante asunto les sugerimos mirar sus libros “Un Dios de los hombres”, “El poder del pecado”, “El hombre y el pecado”. No está de más afirmar que es un autor avanzado pero responsablemente fundamentado en la misma revelación bíblica, y en el magisterio y en la tradición de la Iglesia.
Esto es lo que nos presenta en su lenguaje el texto del Génesis: “En medio del jardín puso también el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal” (Génesis 2: 9), y posteriormente: “Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín? …..Y la mujer le contestó: podemos comer del fruto de cualquier árbol, menos del árbol que está en medio del jardín. Dios nos ha dicho que no debemos comer ni tocar el fruto de ese árbol, porque si lo hacemos, moriremos. Pero la serpiente dijo a la mujer: No es cierto. No morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman del fruto de ese árbol podrán saber lo que es bueno y lo que es malo, y que entonces serán como Dios” (Génesis 3: 1 – 5).
Es un recurso literario, propio de la antigua cultura hebrea en la que surgieron esos escritos, para expresar una verdad teológica y antropológica de fondo. Dios nos hace libres, expresión estupenda que refleja aquel “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Génesis 1: 26), partícipes de su divinidad, dentro de lo que entra el don de la libertad, que cuando cede a la tentación se llena de soberbia y pretende igualarse a Dios desconociendo la armonía original de lo creado y el vínculo fundante que nos une a El. En esto reside la malicia del pecado.
Lo podemos constatar leyendo nuestro propio relato vital. La formación recibida y libremente asumida, la configuración de nuestra conciencia moral, el sentido de la responsabilidad, el carácter vinculante de nuestro acatamiento a Dios, pero también la seducción de esos ídolos que asedian nuestra libertad, y que van revistiendo diversas formas haciéndonos creer que somos poderosos, inagotables, y falsamente felices. Esto es lo que hay que tener en cuenta para vivir un tiempo cuaresmal serio y comprometido.
Al mismo Jesús le suceden las propuestas del mundo, según lo refiere el clásico relato de las tentaciones, hoy en la versión de Mateo. Cómo entiende Jesús su condición de Hijo de Dios? Como un salvoconducto para pasarlo bien y triunfar? Todo lo contrario. Inmediatamente se retira a orar al desierto, y allí va a quedar claro cómo asume esa condición.
La primera tentación es utilizar al Padre en beneficio propio: “Si de veras eres Hijo de Dios ordena que estas piedras se conviertan en panes” (Mateo 4: 3). Es la tentación de las necesidades imperiosas, la misma que sufrió el pueblo de Israel durante su largo trasegar por el desierto. Es como decir que dediquemos nuestra vida sólo a lo primario, a lo urgente, a lo inmediato, sin mirar nuestro horizonte de trascendencia, sin captar la proyección decisiva de nuestra condición humana en el amor a Dios y al prójimo.
También conlleva esta la tentación de desconfiar de Dios y de dar crédito exclusivo al esfuerzo humano, pensando que somos nosotros los que nos damos el sentido de la vida. La respuesta de Jesús es contundente: “No sólo de pan vivirá el hombre sino también de toda palabra que salga de los labios de Dios” (Mateo 4:4). Estamos convencidos de la radical orientación teologal de nuestro ser y de nuestro quehacer?
La segunda tentación es la de acudir a lo espectacular y a lo sensacional para lograr resultados apostólicos: “Luego el diablo lo llevó a la santa ciudad de Jerusalén, lo subió a la parte más alta del templo y le dijo: si de veras eres el Hijo de Dios, tírate abajo…..” (Mateo 4: 5.6).
 Aquí es esencial recordar la manera cómo Jesús entiende y vive su misión, desposeído de todo poder humano, pobre verdadero entre los pobres, en donación amorosa de su vida sin esperar aplausos y recompensas, finalmente crucificado, humillado y ofendido por los poderes del mundo, un servicio que no acude a estrategias de éxito. Por eso contesta con énfasis:”No pongas a prueba al Señor tu Dios” (Mateo 4: 7).
La tercera tentación consiste en la búsqueda del poder y de la gloria, no es la tentación provocada por la necesidad urgente o por el miedo, sino por el deseo de triunfar: “Finalmente, el diablo lo llevó a un cerro muy alto, y mostrándole todos los reinos del mundo y la grandeza de ellos, le dijo: Te daré todo esto, si te arrodillas y me adoras” (Mateo 4: 8-9); Jesús rechaza tal condición citando Deuteronomio 6: 13: “Vete, Satanás, porque la Escritura dice: adora al Señor tu Dios y sírvele sólo a El” (Mateo 4: 10).
La tentación es un hecho en la vida de Jesús, a la que estuvo expuesto por ser verdadero hombre. Este relato de Mateo destaca por contraste la soberanía de Jesús, su radical referencia teologal y el modo de su mesianismo que es crucificado y totalmente desentendido del vano honor del mundo.
Cómo manejamos nuestra libertad? Somos capaces de autonomía frente a tantas propuestas de enriquecimiento, dominio sobre los otros, individualismo, consumismo, utilización de los demás como trampolín para lograr nuestros objetivos, exhibicionismo, recurso a estrategias maquiavélicas, deseo de honores y reconocimiento? Tenemos clara la orientación de nuestra libertad hacia la voluntad de Dios como camino de realización y de servicio?
El feliz remate teológico y antropológico de estas lecturas lo da el texto de Romanos cuando reconoce esta realidad de pecado, nuestra tendencia a desordenar el plan original de Dios, ante lo que El no escatima los medios para no permitir que su intención sea frustrada por el ejercicio indebido de la libertad humana: “Pero el delito de Adán no puede compararse con el don que Dios nos ha dado. Pues por el delito de un solo hombre muchos murieron, pero el don que Dios nos ha dado gratuitamente por medio de un solo hombre, Jesucristo, es mucho mayor y en bien de muchos” (Romanos 5: 15).

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