“Jesús le contestó:
Vete, Satanás, porque la Escritura dice: Adora al Señor tu Dios, y sírvele sólo
a El”
(Mateo
4: 10)
Lecturas:
1.
Génesis 2: 7-9 y 3:1-7
2.
Salmo 50: 3-6;12-14 y 17
3.
Romanos 5: 12-19
4.
Mateo 4: 1-11
En cada ser humano
alienta la vitalidad de Dios, que se traduce en la misión de seguir con la
tarea divina de crear y recrear el mundo, transformándolo siempre para bien de
toda la humanidad, con todo lo que esto implica de comunión de bienes, de
igualdad, de justicia, de solidaridad, de reconocimiento de la dignidad de cada
persona y de todas las formas de vida.
Esta convicción está en los orígenes de la fe
de Israel y es lo que expresan los once primeros capítulos del Génesis, del que
hoy tenemos una parte como primera lectura: “Entonces Dios el Señor formó al
hombre de la tierra misma, y sopló en su nariz y le dio vida. Así el hombre se
convirtió en un ser viviente. Después Dios el Señor plantó un jardín en la
región de Edén, en el oriente, y puso allí al hombre que había formado. Hizo
crecer también toda clase de árboles hermosos que daban fruto bueno para comer”
(Génesis 2: 7-9).
Dentro de la dotación
original que Dios confiere a la creatura está el don de la libertad, por el que
el creado puede decidir a favor o en contra de Dios, subrayando que con esto el
Creador nos hace responsables de nuestro destino y de la marcha de la historia.
Este elemento es esencial en la comprensión cristiana del ser humano: somos
libres para Dios, para el amor, para la dedicación generosa a las demás
creaturas, pero igualmente libres para el egoísmo y la injusticia. Misterio
profundo que debe hacerse consciente en cada uno para ponderar los alcances de
nuestras opciones y conductas.
Las lecturas de este
domingo nos llevan a considerar, iniciando el tiempo cuaresmal, la lógica de
nuestra libertad, la formación de la misma, los criterios que la fundamentan, y
el proyecto de vida de cada ser humano leído en esta clave determinante.
Está nuestra libertad convertida al amor y a
la justicia de Dios? Ella misma se orienta al bien de la humanidad y a hacer
del mundo un ámbito de vida digna? O, por el contrario, de ella emanan males y
violencias, destrucción de la creación, ofensa constante a las creaturas y a
quien las sustenta, el Creador? Cuáles son esos mecanismos interiores que nos
llevan a lo uno o a lo otro? Son preguntas hondas que merecen ser puestas en
las prioridades del proceso espiritual de esta Cuaresma de 2017.
No olvidemos que es
permanente tentación de nosotros los humanos erigirnos como dioses, prescindir
de la trascendencia, afirmarnos con arrogancia y hacer así ese mundo que ha
dado lugar a las guerras mundiales, a los genocidios en diversos rincones del
planeta, a las tiranías que oprimen infamemente, a la destrucción de la
naturaleza, al predominio del poder y del dinero sobre la dignidad humana.
En la enseñanza de la
tradición cristiana hablamos de pecado original, inherente a cada humano que
viene a la vida. Para transmitirlo, la teología y la catequesis han acudido a
las categorías de expresión propias de cada cultura y de cada momento de la
historia, conscientes de que algunas de ellas quedan incompletas e
insuficientes para explicarlo y para hacerlo relevante a los destinatarios del
mensaje, en la medida en que las mentalidades y las sensibilidades evolucionan
y no se contentan con presentaciones ingenuas o a medias.
Conscientes de que
todo lo que resulta de la acción creadora de Dios es bueno no podemos quedarnos
sin más con una visión del pecado original como mancha primera, antes de que la
persona se implique en la vida y en el ejercicio de la libertad. Tengamos
presente el asunto bien importante del lenguaje propio de los relatos bíblicos
que es mitológico – religioso con intenciones teológicas, lo que no los
invalida por falsos.
El autor Piet
Schoonenberg (1911-1999), teólogo holandés, hace una explicación del pecado y
de su posibilidad como tendencia al mismo, como disposición para romper la
relación original con Dios a partir del ejercicio de la libertad, como ya lo
indicamos anteriormente. Para los inquietos en profundizar este apasionante
asunto les sugerimos mirar sus libros “Un Dios de los hombres”, “El poder del
pecado”, “El hombre y el pecado”. No está de más afirmar que es un autor avanzado
pero responsablemente fundamentado en la misma revelación bíblica, y en el
magisterio y en la tradición de la Iglesia.
Esto es lo que nos
presenta en su lenguaje el texto del Génesis: “En medio del jardín puso también
el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal” (Génesis
2: 9), y posteriormente: “Así que Dios les ha dicho que no coman del
fruto de ningún árbol del jardín? …..Y la mujer le contestó: podemos comer del
fruto de cualquier árbol, menos del árbol que está en medio del jardín. Dios
nos ha dicho que no debemos comer ni tocar el fruto de ese árbol, porque si lo
hacemos, moriremos. Pero la serpiente dijo a la mujer: No es cierto. No
morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman del fruto de ese árbol
podrán saber lo que es bueno y lo que es malo, y que entonces serán como Dios” (Génesis
3: 1 – 5).
Es un recurso
literario, propio de la antigua cultura hebrea en la que surgieron esos
escritos, para expresar una verdad teológica y antropológica de fondo. Dios nos
hace libres, expresión estupenda que refleja aquel “Hagamos al hombre a nuestra
imagen y semejanza” (Génesis 1: 26), partícipes de su divinidad, dentro
de lo que entra el don de la libertad, que cuando cede a la tentación se llena
de soberbia y pretende igualarse a Dios desconociendo la armonía original de lo
creado y el vínculo fundante que nos une a El. En esto reside la malicia del
pecado.
Lo podemos constatar
leyendo nuestro propio relato vital. La formación recibida y libremente
asumida, la configuración de nuestra conciencia moral, el sentido de la
responsabilidad, el carácter vinculante de nuestro acatamiento a Dios, pero
también la seducción de esos ídolos que asedian nuestra libertad, y que van
revistiendo diversas formas haciéndonos creer que somos poderosos, inagotables,
y falsamente felices. Esto es lo que hay que tener en cuenta para vivir un
tiempo cuaresmal serio y comprometido.
Al mismo Jesús le
suceden las propuestas del mundo, según lo refiere el clásico relato de las
tentaciones, hoy en la versión de Mateo. Cómo entiende Jesús su condición de
Hijo de Dios? Como un salvoconducto para pasarlo bien y triunfar? Todo lo
contrario. Inmediatamente se retira a orar al desierto, y allí va a quedar
claro cómo asume esa condición.
La primera tentación
es utilizar al Padre en beneficio propio: “Si de veras eres Hijo de Dios ordena que
estas piedras se conviertan en panes” (Mateo 4: 3). Es la tentación de
las necesidades imperiosas, la misma que sufrió el pueblo de Israel durante su
largo trasegar por el desierto. Es como decir que dediquemos nuestra vida sólo
a lo primario, a lo urgente, a lo inmediato, sin mirar nuestro horizonte de
trascendencia, sin captar la proyección decisiva de nuestra condición humana en
el amor a Dios y al prójimo.
También conlleva esta
la tentación de desconfiar de Dios y de dar crédito exclusivo al esfuerzo
humano, pensando que somos nosotros los que nos damos el sentido de la vida. La
respuesta de Jesús es contundente: “No sólo de pan vivirá el hombre sino
también de toda palabra que salga de los labios de Dios” (Mateo 4:4).
Estamos convencidos de la radical orientación teologal de nuestro ser y de
nuestro quehacer?
La segunda tentación
es la de acudir a lo espectacular y a lo sensacional para lograr resultados
apostólicos: “Luego el diablo lo llevó a la santa ciudad de Jerusalén, lo subió a la
parte más alta del templo y le dijo: si de veras eres el Hijo de Dios, tírate
abajo…..” (Mateo 4: 5.6).
Aquí es esencial recordar la manera cómo Jesús
entiende y vive su misión, desposeído de todo poder humano, pobre verdadero
entre los pobres, en donación amorosa de su vida sin esperar aplausos y
recompensas, finalmente crucificado, humillado y ofendido por los poderes del
mundo, un servicio que no acude a estrategias de éxito. Por eso contesta con
énfasis:”No pongas a prueba al Señor tu Dios” (Mateo 4: 7).
La tercera tentación
consiste en la búsqueda del poder y de la gloria, no es la tentación provocada
por la necesidad urgente o por el miedo, sino por el deseo de triunfar: “Finalmente,
el diablo lo llevó a un cerro muy alto, y mostrándole todos los reinos del
mundo y la grandeza de ellos, le dijo: Te daré todo esto, si te arrodillas y me
adoras” (Mateo 4: 8-9); Jesús rechaza tal condición citando
Deuteronomio 6: 13: “Vete, Satanás, porque la Escritura dice: adora al Señor tu Dios y
sírvele sólo a El” (Mateo 4: 10).
La tentación es un
hecho en la vida de Jesús, a la que estuvo expuesto por ser verdadero hombre.
Este relato de Mateo destaca por contraste la soberanía de Jesús, su radical
referencia teologal y el modo de su mesianismo que es crucificado y totalmente
desentendido del vano honor del mundo.
Cómo manejamos
nuestra libertad? Somos capaces de autonomía frente a tantas propuestas de
enriquecimiento, dominio sobre los otros, individualismo, consumismo,
utilización de los demás como trampolín para lograr nuestros objetivos,
exhibicionismo, recurso a estrategias maquiavélicas, deseo de honores y
reconocimiento? Tenemos clara la orientación de nuestra libertad hacia la
voluntad de Dios como camino de realización y de servicio?
El feliz remate
teológico y antropológico de estas lecturas lo da el texto de Romanos cuando
reconoce esta realidad de pecado, nuestra tendencia a desordenar el plan
original de Dios, ante lo que El no escatima los medios para no permitir que su
intención sea frustrada por el ejercicio indebido de la libertad humana: “Pero
el delito de Adán no puede compararse con el don que Dios nos ha dado. Pues por
el delito de un solo hombre muchos murieron, pero el don que Dios nos ha dado
gratuitamente por medio de un solo hombre, Jesucristo, es mucho mayor y en bien
de muchos” (Romanos 5: 15).
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