“Jesús,
conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: lo quiero, queda purificado”
(Marcos 1: 41)
Lecturas:
1.
Levítico 13: 1-2 y 44-46
2.
Salmo 31
3.
1 Corintios 10: 31 a 11:1
4.
Marcos 1: 40-45
Ha sido muy desafortunado en todos los tiempos de la
historia segregar millares de personas
por razones de tipo étnico, religioso, moral, social, político, económico.
Excluír con violencia es uno de los grandes pecados del ser humano en contra de
sus semejantes.
Tenemos
interminables relatos de sufrimiento por esta causa: la violencia masiva entre
hutus y tutsis en Ruanda y Burundi a mediados de los años noventa, con cerca de un millón de asesinatos; los
siniestros campos de concentración nazis y stalinianos en la segunda guerra
mundial; la matanza de kurdos a comienzos del siglo XX; la notoria segregación
racial hacia los afrodescendientes en Estados Unidos y en Sud Africa; las
masacres étnicas en Bosnia-Herzegovina y en Kosovo después de la caída de la
cortina de hierro; el lamentable estado de abandono en el que viven las
comunidades negras del Pacífico colombiano; el maltrato sistemático a las
etnias minoritarias en tantos lugares del mundo, la homofobia y las
persecuciones de tipo religioso, son narrativas de tragedia en las que destacan
con vergüenza los extremos excluyentes a los que llegan muchos seres humanos
para destruír la vida y la dignidad de sus hermanos.
Se invocan “razones” de tipo religioso, de pretendida
superioridad racial de unos sobre otros, de moralidad (¿???), de resentimientos
ancestrales. También en tiempos de Jesús se vivía el escándalo de estas
exclusiones. Las lecturas de este domingo nos lo muestran yendo en contravía de
esas determinaciones lideradas por la institución religiosa judía, con su carga
de drama y de inmenso dolor por parte de las víctimas.
En el evangelio de Marcos propuesto para este domingo
leemos que Jesús se encuentra con un leproso que tiene la osadía de romper la
norma que lo obligaba a permanecer alejado de la ciudad y de la comunidad
debido a su enfermedad que era considerada impura y contaminante en lo
religioso, en lo físico, en lo moral. Jesús – fiel al Padre y a sus
convicciones de misericordia y de solidaridad – contraviene esta normativa y se
aproxima al hombre, se deja interpelar por él: “Entonces se le acercó un
leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: Si quieres, puedes
purificarme. Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: lo quiero,
queda purificado” (Marcos 1: 40-41).
En la tradición judía la enfermedad era considerada maldición divina, consecuencia del pecado de
quien la padecía – o de sus familiares también! - . En el imaginario de la
época la lepra era la patología que se veía como más contagiosa y plena de
impureza, la rígida normativa excluía a los enfermos de la vida social: “La
persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se
cubrirá hasta la boca e irá gritando: impuro, impuro! Será impuro mientras dure
su afección. Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del
campamento” (Levitico 13: 45-46).
El enfermo de lepra era un muerto en vida. Aquí mismo
en Colombia recordamos cómo – a finales del siglo XIX y buena parte del XX –
las leyes del estado confinaban a los afectados en tres poblaciones:
Contratación (Santander), Agua de Dios (Cundinamarca), Caño de Loro (Bolívar),
ir allí era un exilio definitivo, apartados para siempre de los suyos, como en
campo de concentración, y con restricciones convertidas en leyes que hacían más
violento y doloroso ese destierro.
En la práctica del judaísmo antiguo eran los
sacerdotes los encargados de examinar a los pacientes y emitir un veredicto de
impureza, con sus consecuencias de exilio de la población, vida en soledad,
indignidad y demás concomitantes de maldición y excomunión. Conviene recordar –
para que nunca más se repitan estas prácticas – que todo aquel sistema
normativo religioso generaba permanente exclusión de personas por motivos de
sexo, salud, condición social, edad, religión, nacionalidad (Para tener mejor
ilustración sobre el particular recomendamos leer completos los capítulos 13 y
14 de Levítico).
Esta Palabra nos exige confrontar nuestros “mapas
mentales”, aquellas categorías con las que injustamente clasificamos a la
gente, dominados por prejuicios e imaginarios que nos “educan” para excluír y
condenar: los ataques cruentos e incruentos a la población LGBT, el bullying
que se hace a quienes no cumplen con los indicadores de “normalidad”, el
recurso a la ridiculización, el acoso y el desprecio, y las grandes
determinaciones políticas, económicas, religiosas que resuelven crear
categorías de gentes superiores e inferiores.
Hay que decir
que muchas personas bien formadas, con reconocimiento social, participan de
estas actitudes y conductas, y ejercen brutal violencia sobre muchas personas,
van a misa, rezan, se dicen honestas,
cumplidoras, y aparentemente tienen la conciencia tranquila porque no son como
aquellos, corruptos, contaminantes y pecadores! Somos de esos, nos sentimos
defensores de la moral y de las buenas costumbres al condenar a muchos a la
permanente marginación porque no son “buenos” como nosotros?
Qué plantea Jesús? Se compadece, entra en contacto directo con el
enfermo, lo toca, hace suyo este drama, rompe la rigidez de la norma
religiosa, salta la ley que margina y
excluye, pone al ser humano como criterio fundante de su comportamiento,
confronta la intransigencia de su propia religión, está a favor de la vida, de
la felicidad, del reconocimiento de la dignidad de cada ser humano. La vida y
las personas por encima de la ley, no al revés.
Después de la curación, le pide silencio al recién
sanado – lo que conocemos como “secreto mesiánico” en el evangelio de Marcos –
y lo envía al sacerdote como signo de reinclusión en la dinámica social: “Jesús
lo despidió, advirtiéndole severamente: No le digas nada a nadie, pero ve a
presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó
Moisés, para que les sirva de testimonio” (Marcos 1: 43-44).
Es clarísimo que lo que Jesús ratifica con este
proceder se refiere a la voluntad de Dios que desea y aún puede actuar por
encima de las normas, recuperando la vida y la dignidad de sus hijos.
Cabe advertir que
en Colombia estamos llenos de prejuicios religiosos y políticos, se respira con particular intensidad en este
ambiente pre-electoral, se llena de pánico a la comunidad con el fantasma del
comunismo castrochavista, se rechaza un proceso de paz adoptando un altísimo
nivel de intolerancia, los políticos manipulan a la población valiéndose de sus
miedos y de sus prevenciones… Todo para seguir manteniendo el malsano
funcionamiento social de privilegios, de descalificación del adversario, de
incapacidad de salir de los egoístas linderos de intereses económicos y
políticos. Recordando de nuevo que muchos de los que proceden así son
cristianos, católicos y evangélicos!
El feliz curado e incluído no hace caso de la
recomendación de Jesús, rompe el silencio, y pregona con entusiasmo su
experiencia de liberación. No se sirve de la mediación sacerdotal para anunciar
su nuevo estado de vida, sino que se autoincluye y decide él mismo proclamar la
Buena Noticia: “Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo,
divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente
en ninguna ciudad, sino que debía quedarse fuera, en lugares desiertos. Y
acudían a él de todas partes” (Marcos 1: 45).
Al asumir la causa de los excluídos, Jesús se convierte
en uno más de ellos. Argumento poderoso para los sacerdotes del templo y
maestros de la ley que le empiezan a considerar hereje, blasfemo, contrario a
las tradiciones religiones de Israel, inmoral, reo de la justicia. En esas
afueras, en esos suburbios existenciales brota la nueva vida que viene del
Padre y por eso muchos acuden a El para recibir su anuncio vital de justicia y
de reivindicación.
Pablo, libre del sometimiento a la ley judía y a todo
su establecimiento religioso-moral, gracias a su encuentro con Jesús, que le
hace dar un giro radical de convicciones y de estilo de vida, invita a sus
cristianos de Corinto – y por extensión, también a nosotros – a desarrollar un
modus vivendi que sea para gloria de Dios: “En resumen, sea que ustedes coman , sea que
beban, hagánlo todo para gloria de Dios. No sean motivo de escándalo ni para
los judíos ni para los paganos ni tampoco para la Iglesia de Dios” (1
Corintios 10: 31-32).
Leyendo sutilmente entre líneas podemos apreciar una
invitación a vivir la integridad de lo humano en clave teologal, punto de
referencia para establecer la coherencia de todo lo que hacemos en la
perspectiva del Dios compasivo y se misericordioso que se nos revela con
plenitud en la persona de Jesús. La genuina humanidad adquiere todo su sentido
con la inserción en ella de la divinidad y esta “se agacha” para implicarse
encarnatoriamente en toda nuestra condición , con la intención de que accedamos
a vivir la nueva humanidad que Jesús trae para beneficio de todos:
“Hagan como yo, que me esfuerzo por complacer a todos en todas las cosas, no buscando
mi interés personal, sino el del mayor número, para que puedan salvarse. Sigan
mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo” (1 Corintios 10: 33
a 11: 1).
Jesús se pone incondicionalmente al servicio del ser
humano, y nos señala como camino de realización que le sigamos en lo mismo.
Dios no tiene nada que ver ni con la injusticia ni con las
condenaciones-exclusiones, ni siquiera cuando estas están amparadas por leyes
civiles o religiosas. Aquí lo absoluto es el bien del ser humano, su liberación
y su salvación. Desafortunadamente muchos cristianos siguen insistiendo en las
leyes, en los rituales, desconectados de la vida, por eso no son buena noticia.
El evangelio de Jesús es siempre anuncio del nuevo
orden de vida, viene en nombre del Padre que invita al ágape, a la comunión, si
Dios nos acepta lo coherente es que procedamos del mismo modo dando cauce a una
cultura del encuentro y de la aceptación, punto de partida para terminar con
tantas violencias y para implantar en la historia las mejores razones para la
esperanza.
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