“El
tiempo se ha cumplido y el reino de Dios ha llegado: conviértanse y crean en la
Buena Nueva”
(Marcos 1: 15)
Lecturas:
1.
Génesis 9: 8-15
2.
Salmo 24
3.
1 Pedro 3: 18-22
4.
Marcos 1: 12-15
Llega nuevamente el tiempo de Cuaresma. ¿Qué decir? ¿Otra
rutina religiosa? ¿Unas prácticas piadosas de corte individual sin
trascendencia significativa en la vida social y eclesial? ¿Un período sombrío y
“aguafiestas”? ¿Una cerrazón timorata a los grandes cambios y retos que Dios y
la vida nos plantean? ¿Oídos sordos a los clamores de dignidad y de justicia de
tantos seres humanos agobiados por la cultura de la muerte? ¿A dónde vamos con el exacerbado
individualismo religioso tan dominante en nuestros medios creyentes?
Dice el Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma 2018:
“Dante
Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un
trono de hielo; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos
entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que
indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros? Lo que apaga la
caridad es ante todo la avidez por el dinero, “raíz de todos los males” (1
Timoteo 6:10); a este le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer
buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que
sentirnos consolados por su palabra y sus sacramentos. Todo esto se transforma
en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para
nuestras “certezas”: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso,
el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas……”
Para responder a los desafíos propuestos en el primer
párrafo, para salir de esa religión de prácticas de corto alcance, de piedades
sin trascendencia histórica, el asunto cuaresmal se nos plantea claramente en
la perspectiva de la projimidad, convertirnos a Dios es convertirnos al ser
humano, es asumir el énfasis propio de esta temporada escrutando los gritos de
la humanidad, sus demandas de dignidad y de justicia, tener el coraje de romper
con las ataduras que hielan nuestro corazón – siguiendo el símil que propone
Francisco con la imagen de Dante -,
deponer la mezquindad que nos encierra en ese estrecho mundo de comodidades e
intereses personales para dar el salto cualitativo hacia lo que es totalmente
distinto de nosotros y siempre desafiante: Dios y el prójimo, en exigente
simultaneidad. Esta es la ruta de la conversión!
El ser humano oscila entre el proyecto de autenticidad
y de vida solidaria que procede de Dios, y la tentación de dar la espalda a
estas intenciones y autoafirmarse él mismo como medida y referencia de todo, es
el culto a sí mismo, que trae conjuntamente la autosuficiencia religioso-moral
tan fustigada por Jesús como la idolatría del poder, del dinero, del prestigio,
del reconocimiento social, y tantas otras realidades a las que fácilmente
sucumbimos porque en ellas – se nos dice – están él éxito y la felicidad.
El primer domingo de cuaresma trae como relato central
las tentaciones de Jesús, está vez con la escueta versión de Marcos: “A
continuación, el Espíritu lo empujó al desierto, y permaneció allí cuarenta
días, siendo tentado por Satanás” (Marcos 1: 12-13). Implicado por
completo en la condición humana, semejante a nosotros en todo menos en el
pecado, Jesús es acosado por las propuestas de felicidad propias del que se
vuelca sobre sí mismo: las
demostraciones espectaculares de poder, el mesianismo triunfante y glorioso, la
fama, los aplausos, los “me gusta” del facebook de la vida, tan ansiados por
todos como muestra de aprobación a nuestros proyectos exitosos, los signos
deslumbrantes, los aplausos, el
enseñoreamiento sobre la vida y conciencia de los demás.
El relato, de gran densidad simbólica, puesto antes de
comenzar su ministerio público, tiene intencionalidad pedagógica: va a señalar
cuál es la lógica de la misión de Jesús, negativa radical a los indicadores de fama y de poder, aceptación de un
mesianismo crucificado, como elemento estructurante de la presentación que hace
Marcos de Jesús y de su ministerio. No es por los caminos habituales de
aclamación, de triunfalismo, de logros individuales, de eficaces resultados,
por donde Jesús va a ejercer su servicio, lo suyo es la donación de la vida, el
compromiso irreversible con la causa de los pobres y humillados, el
cuestionamiento severo a una religiosidad de acumulación de méritos y de
moralismo fundamentalista, el abajamiento solidario con todas las fragilidades
del ser humano. Jesús nos marca la pauta del giro radical de la vida hacia Dios
y hacia el prójimo, a esto se nos invita
en el desierto cuaresmal.
El río Jordán, el desierto, y la región de Galilea,
son como un mismo hilo conductor de un desplazamiento fundamental que da inicio
al relato de Marcos. Ahí percibimos la dinámica del reino de Dios que nos
invita a movilizarnos también persiguiendo nuestros propios “lugares del
Reino”, hacia dónde debemos caminar en términos de conversión, preguntándonos
en cuáles no está ese Reino, en cuáles sí está. Cuáles son nuestros Jordanes,
nuestras Galileas, nuestros desiertos?
Acomodados, tal vez, en vidas plácidas, en las que –
además del confort material – vivimos una cierta paz religiosa, un cumplimiento ritual y legal que
nos deja una buena conciencia , una comodidad cultual, pero lejana de los
grandes combates de la historia, de las búsquedas de sentido de la humanidad,
de los desafíos en los que tantos hombres y mujeres se empeñan en afirmar su
dignidad.
El río Jordán, el desierto, Galilea, son espacios de
fuerte contenido simbólico, que también tienen que ver con nosotros, no son
datos de arqueología bíblica:
-
Josué y el grupo
que viene desde Egipto atraviesan el Jordán para ingresar en la tierra
prometida, Juan el Bautista se sitúa en su ribera para anunciar un nuevo orden
de vida y para iniciar su movimiento de conversión.
-
El desierto es ámbito del encuentro con Dios, de experimentar
su llamado, despojados de oropeles y de naturaleza generosa, la austeridad del
lugar contiene una invitación al discernimiento, a preguntarse por las grandes
opciones existenciales, allí Israel aprendió a ser pueblo de Dios.
-
Galilea, el norte del pequeño país de Jesús, es la
región donde él concreta su opción de humanidad y de humanización, en nombre de
la paternidad de Dios y de su total compromiso con el prójimo caído por la
pobreza, por el pecado, por la enfermedad, por la opresión de la religión de su
tiempo.
En esta cuaresma se nos convoca a renunciar a esa
tranquila conciencia individualista y anestesiada para cruzar el Jordán hacia
una manera de vivir justa y solidaria, el ámbito que Dios nos promete como
correlato a esas decisiones de libertad; el encuentro con Satanás – lo
contrario a Dios, lo que desvincula al ser humano del amor y lo fractura
haciéndolo esclavo – es también la posibilidad de seguir a Jesús en libertad,
rechazando las ofertas efímeras de felicidad superficial para abrirnos al
apasionante mundo de la justicia, del ser humano, del amor que no repara en
beneficios personales.
Para los judíos ortodoxos de Jerusalén, Galilea y los
galileos eran despreciables, situados al norte de la ciudad santa, se
caracterizaron por ser subversivos con respecto al centro del país, por su
heterodoxia religiosa y social, eran los “castrochavistas” de la época, para
utilizar esa etiqueta colombiana de nuestros días, con las que los defensores
del orden nos asustan para prevenirnos de lo que para ellos es contrario a
Dios.
El paso del Jordán al desierto, plantea la
articulación de movimientos mesiánicos-proféticos que tienen en esos lugares
sus fuentes de inspiración y de organización. La confrontación con Satanás,
como principio cósmico del mal que Marcos vincula con la enfermedad, la
marginación y la muerte de los pobres, será para Jesús la definición de su vida
por la ruta del reino de Dios. El desierto deja de ser lugar de prueba y
penitencia para convertirse en el ámbito de aprendizaje definitivo en la
confrontación y el desequilibrio. El Espíritu de Dios lleva a Jesús hasta la
memoria fundacional de Israel, donde , venciendo el poder del mal, la vida se
torna en absoluta fidelidad a Dios y al ser humano. Tal es la ruta de la
conversión cuaresmal.
Así, entendemos la sobria invitación: “Después
que Juan fuese entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva
de Dios. El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; conviértanse y
crean en la Buena Nueva” (Marcos 1: 14-15). Marcos re-escribe la
historia, cambia su señal de fatalismo y opresión, y nos lleva del agua del
bautismo a la reconstrucción de la humanidad, para decirnos que Jesús está ahí
apostando por una opción de vida, de dignidad, y de felicidad humana.
Los cuarenta días del desierto – número que en la
Biblia significa proceso completo de la salvación de Dios, como los cuarenta
años de los israelitas en el desierto – duran todo el evangelio, toda la vida.
Son paradigma de la contradicción y el desequilibrio que atraviesan la
totalidad de la historia. En la trama de nuestra vida están el pecado, la
tentación de congelar el corazón y hacernos indiferentes al prójimo, la
búsqueda de la felicidad barata del dinero y el prestigio, pero también la
apertura que Dios nos hace a ser solidarios, a hacer del prójimo el referente
central de una nueva manera de vivir saturada de su Buena Noticia.
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