domingo, 18 de febrero de 2018

COMUNITAS MATUTINA 18 DE FEBRERO DOMINGO I DE CUARESMA



“El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios ha llegado: conviértanse y crean en la Buena Nueva
(Marcos 1: 15)
Lecturas:
1.   Génesis 9: 8-15
2.   Salmo 24
3.   1 Pedro 3: 18-22
4.   Marcos 1: 12-15

Llega nuevamente el tiempo de Cuaresma. ¿Qué decir? ¿Otra rutina religiosa? ¿Unas prácticas piadosas de corte individual sin trascendencia significativa en la vida social y eclesial? ¿Un período sombrío y “aguafiestas”? ¿Una cerrazón timorata a los grandes cambios y retos que Dios y la vida nos plantean? ¿Oídos sordos a los clamores de dignidad y de justicia de tantos seres humanos agobiados por la cultura de la muerte?  ¿A dónde vamos con el exacerbado individualismo religioso tan dominante en nuestros medios creyentes?
Dice el Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma 2018: “Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros? Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, “raíz de todos los males” (1 Timoteo 6:10); a este le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos consolados por su palabra y sus sacramentos. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras “certezas”: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas……
Para responder a los desafíos propuestos en el primer párrafo, para salir de esa religión de prácticas de corto alcance, de piedades sin trascendencia histórica, el asunto cuaresmal se nos plantea claramente en la perspectiva de la projimidad, convertirnos a Dios es convertirnos al ser humano, es asumir el énfasis propio de esta temporada escrutando los gritos de la humanidad, sus demandas de dignidad y de justicia, tener el coraje de romper con las ataduras que hielan nuestro corazón – siguiendo el símil que propone Francisco con  la imagen de Dante -, deponer la mezquindad que nos encierra en ese estrecho mundo de comodidades e intereses personales para dar el salto cualitativo hacia lo que es totalmente distinto de nosotros y siempre desafiante: Dios y el prójimo, en exigente simultaneidad. Esta es la ruta de la conversión!
El ser humano oscila entre el proyecto de autenticidad y de vida solidaria que procede de Dios, y la tentación de dar la espalda a estas intenciones y autoafirmarse él mismo como medida y referencia de todo, es el culto a sí mismo, que trae conjuntamente la autosuficiencia religioso-moral tan fustigada por Jesús como la idolatría del poder, del dinero, del prestigio, del reconocimiento social, y tantas otras realidades a las que fácilmente sucumbimos porque en ellas – se nos dice – están él éxito y la felicidad.
El primer domingo de cuaresma trae como relato central las tentaciones de Jesús, está vez con la escueta versión de Marcos: “A continuación, el Espíritu lo empujó al desierto, y permaneció allí cuarenta días, siendo tentado por Satanás” (Marcos 1: 12-13). Implicado por completo en la condición humana, semejante a nosotros en todo menos en el pecado, Jesús es acosado por las propuestas de felicidad propias del que se vuelca   sobre sí mismo: las demostraciones espectaculares de poder, el mesianismo triunfante y glorioso, la fama, los aplausos, los “me gusta” del facebook de la vida, tan ansiados por todos como muestra de aprobación a nuestros proyectos exitosos, los signos deslumbrantes, los aplausos,  el enseñoreamiento sobre la vida y conciencia de los demás.
El relato, de gran densidad simbólica, puesto antes de comenzar su ministerio público, tiene intencionalidad pedagógica: va a señalar cuál es la lógica de la misión de Jesús, negativa radical a los indicadores  de fama y de poder, aceptación de un mesianismo crucificado, como elemento estructurante de la presentación que hace Marcos de Jesús y de su ministerio. No es por los caminos habituales de aclamación, de triunfalismo, de logros individuales, de eficaces resultados, por donde Jesús va a ejercer su servicio, lo suyo es la donación de la vida, el compromiso irreversible con la causa de los pobres y humillados, el cuestionamiento severo a una religiosidad de acumulación de méritos y de moralismo fundamentalista, el abajamiento solidario con todas las fragilidades del ser humano. Jesús nos marca la pauta del giro radical de la vida hacia Dios y hacia el prójimo, a esto  se nos invita en el desierto cuaresmal.
El río Jordán, el desierto, y la región de Galilea, son como un mismo hilo conductor de un desplazamiento fundamental que da inicio al relato de Marcos. Ahí percibimos la dinámica del reino de Dios que nos invita a movilizarnos también persiguiendo nuestros propios “lugares del Reino”, hacia dónde debemos caminar en términos de conversión, preguntándonos en cuáles no está ese Reino, en cuáles sí está. Cuáles son nuestros Jordanes, nuestras Galileas,   nuestros desiertos?
Acomodados, tal vez, en vidas plácidas, en las que – además del confort material – vivimos una cierta paz  religiosa, un cumplimiento ritual y legal que nos deja una buena conciencia , una comodidad cultual, pero lejana de los grandes combates de la historia, de las búsquedas de sentido de la humanidad, de los desafíos en los que tantos hombres y mujeres se empeñan en afirmar su dignidad.
El río Jordán, el desierto, Galilea, son espacios de fuerte contenido simbólico, que también tienen que ver con nosotros, no son datos de arqueología bíblica:
-       Josué y el grupo que viene desde Egipto atraviesan el Jordán para ingresar en la tierra prometida, Juan el Bautista se sitúa en su ribera para anunciar un nuevo orden de vida y para iniciar su movimiento de conversión.
-      El desierto es ámbito del encuentro con Dios, de experimentar su llamado, despojados de oropeles y de naturaleza generosa, la austeridad del lugar contiene una invitación al discernimiento, a preguntarse por las grandes opciones existenciales, allí Israel aprendió a ser pueblo de Dios.
-      Galilea, el norte del pequeño país de Jesús, es la región donde él concreta su opción de humanidad y de humanización, en nombre de la paternidad de Dios y de su total compromiso con el prójimo caído por la pobreza, por el pecado, por la enfermedad, por la opresión de la religión de su tiempo.
En esta cuaresma se nos convoca a renunciar a esa tranquila conciencia individualista y anestesiada para cruzar el Jordán hacia una manera de vivir justa y solidaria, el ámbito que Dios nos promete como correlato a esas decisiones de libertad; el encuentro con Satanás – lo contrario a Dios, lo que desvincula al ser humano del amor y lo fractura haciéndolo esclavo – es también la posibilidad de seguir a Jesús en libertad, rechazando las ofertas efímeras de felicidad superficial para abrirnos al apasionante mundo de la justicia, del ser humano, del amor que no repara en beneficios personales.
Para los judíos ortodoxos de Jerusalén, Galilea y los galileos eran despreciables, situados al norte de la ciudad santa, se caracterizaron por ser subversivos con respecto al centro del país, por su heterodoxia religiosa y social, eran los “castrochavistas” de la época, para utilizar esa etiqueta colombiana de nuestros días, con las que los defensores del orden nos asustan para prevenirnos de lo que para ellos es contrario a Dios.
El paso del Jordán al desierto, plantea la articulación de movimientos mesiánicos-proféticos que tienen en esos lugares sus fuentes de inspiración y de organización. La confrontación con Satanás, como principio cósmico del mal que Marcos vincula con la enfermedad, la marginación y la muerte de los pobres, será para Jesús la definición de su vida por la ruta del reino de Dios. El desierto deja de ser lugar de prueba y penitencia para convertirse en el ámbito de aprendizaje definitivo en la confrontación y el desequilibrio. El Espíritu de Dios lleva a Jesús hasta la memoria fundacional de Israel, donde , venciendo el poder del mal, la vida se torna en absoluta fidelidad a Dios y al ser humano. Tal es la ruta de la conversión cuaresmal.
Así, entendemos la sobria invitación: “Después que Juan fuese entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios. El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Marcos 1: 14-15). Marcos re-escribe la historia, cambia su señal de fatalismo y opresión, y nos lleva del agua del bautismo a la reconstrucción de la humanidad, para decirnos que Jesús está ahí apostando por una opción de vida, de dignidad, y de felicidad humana.
Los cuarenta días del desierto – número que en la Biblia significa proceso completo de la salvación de Dios, como los cuarenta años de los israelitas en el desierto – duran todo el evangelio, toda la vida. Son paradigma de la contradicción y el desequilibrio que atraviesan la totalidad de la historia. En la trama de nuestra vida están el pecado, la tentación de congelar el corazón y hacernos indiferentes al prójimo, la búsqueda de la felicidad barata del dinero y el prestigio, pero también la apertura que Dios nos hace a ser solidarios, a hacer del prójimo el referente central de una nueva manera de vivir saturada de su Buena Noticia.


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