“Porque
Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree
en él no muera, sino que tenga Vida eterna”
(Juan 3:
16)
1.
2 Crónicas 36: 14-23
2.
Salmo 136
3.
Efesios 2: 4-10
4.
Juan 3: 14-21
En nuestra manera corriente de hablar sobre Dios
solemos referirnos a su amor, a su misericordia, a su compasión, un contenido
así hace parte integral de la tradición con la que nos ha sido inculcado el
sentido de la trascendencia divina. Sin embargo, al detenernos en el
significado de tal expresión, contrastándola con muchas realidades
personales y sociales encontramos notables, escandalosas incoherencias y
fracturas. Predicamos comprensión y condenamos con violencia a quienes – según
cierta soberbia moral y religiosa – no cumplen con los cánones de la buena
conducta que se ajusta a los designios de Dios.
Ejemplo de esto
son las interminables homofobias surgidas en el mundo cristiano, la
anatematización de los no creyentes, la condena hacia quienes disienten del
pensamiento cristiano oficial, el estilo “anti” de muchos predicadores que ven
en lo mundano un enemigo de la fe. Son comportamientos que no tienen nada que
ver con el amor de Dios que muchos dicen profesar y vivir.
Al respecto recordamos aquella parábola de Jesús en
Mateo 18: 23-35, llamada por la traducción bíblica “La Biblia: libro del Pueblo
de Dios” la parábola del servidor despiadado, el que fue perdonado por
su rey de una deuda de diez mil talentos, pero después fue a tratar
inmisericordemente a uno de sus compañeros que le debía dinero: “Los
demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a
contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: Miserable!, me suplicaste
y te perdoné la deuda. No debías también tú tener compasión de tu compañero,
como yo me compadecí de ti? E indignado, el rey lo entregó en manos de los
verdugos hasta que pagara todo lo que debía” (Mateo 18: 31-34).
El texto es fuerte y suficientemente claro en lo que
quiere transmitir , una lógica novedosa , sustancialmente distinta de la
habitual justicia de la humanidad, es la de la misericordia y el perdón, tan
apremiante en Colombia y en muchos lugares del mundo actual.
El sentido de venganza, la agresividad manifiesta
contra los que piensan y proceden distinto, las múltiples condenas de origen
religioso, las exclusiones, la violencia cruda de las izquierdas y las
derechas, los crímenes de lesa humanidad, los atentados permanentes contra la
dignidad humana, las determinaciones de gobiernos y organismos de poder que
destruyen la convivencia pacífica, muchas de ellas surgen de ambientes que se
dicen creyentes y “comprometidos” (¿???) con el amor de Dios.
Donde está el punto de quiebre que lleva a estas
inconsistencias? La Palabra que se nos comunica en este domingo nos lleva a
hondas consideraciones de conversión para aplicarnos con seriedad a superar el lugar común “Dios es
amor” pasádolo a nuestras motivaciones,
actitudes, conductas, dejando de lado la consideración piadosa y tornándolo en
esencia de nuestra manera de proceder.
Una lectura panorámica de los tres textos – 2
Crónicas, Efesios, Juan – nos permite apreciar la constante: el amor de Dios.
En la primera,
provoca la liberación de los judíos ignominiosamente desterrados en
Babilonia, suscitando al rey Ciro como el caudillo generoso y justo que va a
guiarlos hacia la libertad; en la segunda dice Pablo: “Pero Dios, que es rico en misericordia,
por el gran amor con que nos amó….” (Efesios 2: 4); en el evangelio
Juan refiere la famosa frase, que ha hecho carrera en el mundo cristiano: “Porque
Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree
en él no muera, sino que tenga vida eterna” (Juan 3: 16).
Esto, qué tiene que ver con nuestra vida? Nos hemos
detenido a considerar los alcances del amor de Dios para nosotros mismos y para
nuestros contextos sociales y
eclesiales? Nos decimos creyentes firmes y participamos de las incoherencias ya
señaladas? Nos encanta participar en
condenas y grupos “anti” porque nos sentimos guardianes de la fe y de la moral?
Ayudamos a manipular las mentes incautas para que se involucren en estas fobias
de tipo farisaico? Vamos a misa y después condenamos implacablemente las
debilidades del prójimo?
La primera lectura – de 2 Crónicas – nos conduce al remoto contexto de la cautividad de los
judíos en Babilonia, sucede en el año
539 antes de Cristo, es lo mismo que los modernos campos de refugiados, los
desplazamientos forzados de la población humilde, las “hazañas” de los
paramilitares colombianos despojando a la buena gente de sus tierras y
pertenencias, las atrocidades del gobierno sirio y de Estado Islámico con la
sociedad civil de tan atribulado país,
los crímenes del gobierno de la etnia Hutu, en la Ruanda de los años noventa,
contra los tutsis, hasta exterminar el 75 % de estas comunidades. Qué dicen
estos acontecimientos trágicos a nuestra sensibilidad que cree en el Dios del
amor y de la misericordia?
Dios mueve la conciencia de Ciro, rey de Persia, para
que incline su voluntad hacia la liberación de los judíos; el texto recuerda
los pecados del pueblo y de sus dirigentes: “De la misma manera, todos los jefes de
Judá , los sacerdotes y el pueblo multiplicaron las infidelidades, imitando
todas las abominaciones de los paganos y contaminaron el Templo que el Señor se
había consagrado en Jerusalén” ( 2 Crónicas 36: 14), sigue enumerando
sus graves faltas, evidenciando la ira divina propia de algunos contextos del
Antiguo Testamento, pero al final suscita el liderazgo esperanzador del rey
Ciro, que cambia la venganza por la indulgencia – lenguaje claro de Dios – para
favorecer al pueblo judío: “Así habla Ciro, rey de Persia: el Señor,
Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado que
le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a
este pueblo, que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba” (2 Crónicas
36: 23).
Dios se vale de la mediación de Ciro para cumplir
fielmente su palabra de misericordia y de compasión, la tradicional imagen del
Dios vengativo-iracundo del Antiguo Testamento cede el paso al Dios solidario y
amoroso con su pueblo.
El único motivo
por el que perdona y mueve a Ciro a liberar a los judíos es por ser fiel a su
palabra. Nos ha sucedido esto en la vida? Nos ha pasado que, a pesar de haber
sido infieles y deshonestos con alguien, hemos experimentado su delicadeza, sin
odio alguno, y hemos recibido el beneficio del perdón? Es el gran indicador de
la sensibilidad cristiana, de la finura de conciencia, de la genuina conducta
coherente con tan desbordante ejercicio de amor y de cercanía misericordiosa.
El evangelio enfoca el amor y el perdón de Dios de
forma universal, amor de altísima
exigencia porque le cuesta la condenación y la muerte de su propio Hijo: “Porque
Dios amó tanto al mundo , que entregó a su Hijo único para que todo el que cree
en él no muera sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para
juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él” (Juan 3:
16-17). En la mediación humana y divina de Jesús el Padre está significando con
eficacia su intención misericordiosa-amorosa para que nada del ser humano se
pierda y fracase.
Qué consecuencias podemos deducir de esta intención
salvadora de Dios?
-
Asumir, aunque no sea agradable, que somos
responsables de egoísmos, de discriminaciones, de injusticias, de complicidad con
la deshumanización del mundo, con violencias. A esto hay que ponerle nombre
claro: se llama pecado, ruptura con el amor de Dios y con el que debemos al prójimo.
-
Que no somos nosotros los salvadores de nosotros
mismos, que no nos damos el sentido de la vida por nuestros propios medios, que
hay un Misterio desbordante de amor en el cual se consuma plenamente el
significado del ser humano y de su historia.
-
Que es otro, distinto de nosotros, llamado Jesús el
Cristo, él, su vida, su humanidad, su encarnación en las realidades del mundo,
la humillación y condena a la que fue
sometido por el egoísmo de los hombres religiosos y morales de su país, la
realidad decisiva que nos salva y libera de toda ambigüedad pecaminosa.
Usando la metáfora del evangelio, es como si un
potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra
debilidad: “Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de
que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se
acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas
en Dios” (Juan 3: 20-21).
No todos estamos dispuestos al máximo ejercicio de
humildad que es reconocernos pecadores, deficientes en el amor, responsables de
males para Dios y para el ser humano, nos buscamos argumentos para justificar
tales procederes, los arropamos con razonamientos aparentemente “sensatos”,
seguimos insistiendo en que lo hemos hecho para salvar las “verdades” de Dios y
de la moral, no somos capaces de afrontar el grave pecado del desamor.
Esta iniciativa de salvación universal es concretada
por Pablo en su carta a los Efesios, comunidad de nuevos cristianos de la
ciudad de Efeso ( en la actual Turquía), a estos hombres y mujeres, llamados
paganos por los judíos, que no hacen parte de este “pueblo elegido”, también
les llega el favor ilimitado de Dios, porque también son hijos suyos: “Así,
Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia
por el amor que nos tiene en Cristo Jesús. Porque ustedes han sido salvados por
su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de
Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe” (Efesios
2: 7-9).
El amor de Dios no se anda con medidas restrictivas,
con escatimar sus dones, El no sabe de poquedades, lo suyo es el amor
desbordante, siempre deseoso de la plenitud y salvación de todos los humanos,
sin excepción, sin favoritismos. Hemos apropiado esta convicción y ella es
patente en nuestro estilo de vida?
Estamos dispuestos a hacer de nuestra Iglesia y de nuestra sociedad ámbitos de
convivencia amorosa, de respeto y de inclusión, de apertura a la diversidad, de
sano pluralismo humano y evangélico? Tenemos el coraje de vivir sin reservas el
acontecimiento liberador del amor de Dios en todo lo que somos y hacemos, al
estilo de Jesús?
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