“Les
aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo;
pero si muere, da mucho fruto”
(Juan 12: 24)
Lecturas:
1.
Jeremías 31: 31-34
2.
Salmo 50
3.
Hebreos 5: 5-9
4.
Juan 12: 20-33
En días recientes tuvimos la emocionante noticia de la
próxima canonización del Beato Oscar Romero, el arzobispo mártir de San
Salvador en Centro América, asesinado por orden de altos dirigentes de su país
el 24 de marzo de 1980, en el contexto de la brutal represión que ese gobierno,
sus latifundistas, empresarios y políticos , ejercían contra la población
civil, principalmente campesinos, estudiantes, sacerdotes, religiosas, líderes
sociales, personas vinculadas a la acción pastoral de la Iglesia. El Arzobispo
Romero levantó su voz de profeta para denunciar con la máxima severidad todos
esos desafueros, convirtiéndose en el gran defensor de los pobres y de sus
derechos humanos.
Por lo anterior, los poderosos de El Salvador, dieron
la orden de asesinarlo para luego festejar el crimen. En el Beato Romero se
cumple a la perfección aquello que dice Jesús: “Ha llegado la hora en que el
Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que
cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene
apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo,
la conservará para la Vida eterna” (Juan 12: 23-25).
Entregar la propia vida para que haya vida en
abundancia, dar todo de sí mismo sin reservarse nada, ofrecer todo el ser para
que reinen la dignidad y la justicia, desgastarse por amor, comprometerse hasta
las últimas consecuencias en nombre del máximo ideal de Dios que es la plenitud
del ser humano, histórica y trascendente, es la apuesta radical de Jesús, y, en
consecuencia, es el referente decisivo de la existencia cristiana. Este es el
planteamiento de la Palabra en el último domingo de cuaresma: estamos
dispuestos a seguir a Jesús en este camino, en el cumplimiento de su hora, como
lo vivió el Beato Romero?
Hoy el evangelio empieza con la petición a los
discípulos de unos griegos y extranjeros
que desean conocer a Jesús, recordemos que ya la ciudad de Jerusalén está llena de
visitantes, judíos que llegan ante la inminente celebración de las fiestas
pascuales, y muchos forasteros atraídos por la natural curiosidad que suscitan
los acontecimientos de multitudes, también porque han escuchado hablar de un
inusual personaje, Jesús de Nazareth.
En el relato de Juan llegar a Jerusalén tiene una
densidad simbólica superior, está asociado con aquello de “Ha llegado la hora en que el
Hijo del hombre va a ser glorificado” (Juan 12:23), es el tiempo en el
que Jesús va a experimentar las consecuencias de sus opciones y de sus
actuaciones, confrontando el establecimiento religioso judío.
Si bien se trata de una festividad exclusivamente
judía, la presencia de los griegos-gentiles denota la perspectiva universalista
de la misión de Jesús. El evangelista pone allí la expresión para indicar que
su ministerio desborda los límites estrechos del ámbito religioso-social del
judaísmo, la propuesta de Jesús abarca la humanidad entera.
Una constatación así nos remite a tantas prácticas y
grupos religiosos que se sienten destinatarios exclusivos de los beneficios de
Dios, elegidos con revelaciones particulares, cultivadores de sentimientos de
superioridad con respecto a los que no son como ellos, mentalidad excluyente,
moralista, farisaica, que se siente con derecho a excomulgar a quienes –según
ellos – no han merecido el favor divino. Son interminables los grupos cerrados,
las sectas, los nuevos gnósticos, los iluminados, que afectan gravemente la
comunión de la Iglesia y de la humanidad, con todas sus implicaciones de
fanatismo y de fundamentalismo.
De forma diametralmente opuesta, la lección
fundamental que quiere dar Jesús es la del amor oblativo, el amor que da todo
lo máximo de sí mismo y que, por ese perderse a sí mismo, es generador de vida
en abundancia. La carta a los Hebreos contiene una excelente reflexión
teológica sobre este asunto que es esencial para comprender el proyecto de
Jesús y lo que esto exige para quienes deseamos seguir su camino, habla ella de
un sacerdocio no entendido como función cultual, como burocracia religiosa,
sino como ofrenda total de la vida: “El dirigió durante su vida terrena súplicas
y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la
muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios,
aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este
modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para
todos los que le obedecen” (Hebreos 5: 7-9).
El sacerdocio del templo de Jerusalén era una élite
religiosa, dotada de poderes rituales y legales, con un claro sentido de
superioridad sobre el resto del pueblo, y con una constante actitud despectiva
hacia este por considerarlo incapaz de llegar a las cumbres de la religiosidad ,
como ellos la entendían, desbordada de minucias rituales y de formalidades
externa, y siempre ajena a la humilde conversión del corazón a Dios y al
prójimo.
Con Jesús se inaugura una mediación cualitativamente
distinta, es la ofrenda de la propia vida, perder esta por amor es la forma de
ganarla para la vida plena de Dios, morir a los propios intereses es la genuina
manera de vivir, como la del Beato Romero y las de tantos otros que no han
vacilado en implicar su existencia “hasta la muerte y muerte de cruz” para que
sus hermanos sean reconocidos en justicia y dignidad, según el querer del
Padre.
Así, estamos ante un punto alto de la revelación
cristiana. En Jesús, se expresa el acceso de la humanidad a la captación de
esta paradoja. El ser humano, asumido por esta mediación redentora y
liberadora, se hace capaz de amar, de salir completamente de su intimidad y de darse todo por amor. La auténtica humanidad
tiene su fundamento en este des-centramiento. Es la ratificación del mandato de
Jesús: “Amense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más
grande que dar la vida por aquellos a quienes se ama” (Juan 15: 12-13).
En COMUNITAS
MATUTINA tenemos una gran sensibilidad ante aquellas narrativas elocuentes
del amor de Dios hecho humanidad. Los mártires del cristianismo primitivo, el
heroísmo de tantos creyentes que no han vacilado en la denuncia de las
arbitrariedades de los poderosos, la solidez testimonial de quienes han
comparecido ante tribunales sedientos de venganza, los protectores de la
dignidad humana, los servidores de la fe y de la justicia, las vidas inmoladas
para afirmar los derechos de sus prójimos.
Aquí en Colombia y en el mundo son innumerables los
relatos de activistas sociales, dirigentes campesinos y obreros, amas de casa,
gentes de a pie, todas ellas empeñadas en un mundo más humano, muchos de ellos
en nombre del Evangelio de Jesús. Ayer apenas sabíamos, con inmensa tristeza,
del asesinato de la líder social y política Mariella Franco, de Brasil, su vida
sacrificada por siniestros señores de la
muerte. En todos ellos se cumple con creces la advertencia del Señor, el que no
cae en tierra y no muere, es infecundo; el que sí, se inscribe en su historia
de Señor de la vida.
A qué debemos morir? En esta hora neoliberal que vive
el mundo, aunque se hayan dado tantos adelantos tecnológicos y científicos, se
impone reconocer un escandaloso atraso en materia de humanización, la
realización de la solidaridad y de la justicia está muy distante de un
cumplimiento ideal, los intereses del gran capital siguen despojando de sus
bienes a la mayoría de la población mundial, la pobreza y el desplazamiento
cada vez se hacen más grandes y trágicas, las grandes potencias del mundo y los
grupos financieros y productivos sólo velan por sus intereses, mientras su
depredación arrolla a muchos y acaba con los recursos naturales, la sociedad de
consumo crea paraísos ficticios, la privatización de los servicios sociales
para achicar el tamaño del estado maltrata las mayorías empobrecidas.
Es una ideología totalmente contraria al Evangelio y a
los humanismos saludables, es la nueva y vergonzosa religión del egoísmo y de
la insolidaridad. Totalmente inaceptable que esto sea el culmen de la historia,
como lo anunciara en mala hora el escritor Francis Fukuyama en su libro “El fin
de la historia y el último hombre”, a propósito de la caída del muro de Berlín
y de la crisis económico-política del modelo soviético.
La inconformidad surge por doquier, muchos movimientos
sociales se alzan contra el desorden establecido, se imponen nuevos dinamismos
que impacten de raíz tanta injusticia y malignidad.
La voz del Papa
Francisco, la del Beato Romero, se alzan para confrontar los abominables ídolos
del poder y del dinero, la invitación de Jesús
a ser granos de trigo fecundos cobra exigente actualidad. No es posible
desperdiciar la vida en el confortable individualismo de esta sociedad ahogada
en tecnología y en bienestar, requerimos con urgencia de hombres y mujeres solidarios y compasivos.
Es Jesús un icono de arqueología religiosa, cuya
memoria se celebra por simple inercia de los siglos? O su vida, su palabra, su
cruz, su amor desmedido, siguen interpelando nuestra indiferencia? Qué quieren decir hoy sus palabras: “Ahora
ha llegado el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo será
arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a
todos hacia mí” (Juan 12: 31-32).
Aliarse con Dios para hacer una nueva humanidad es el
reto mayor y determinante, abiertos a todas las iniciativas que el ser humano
emprende para construír sentido, para cultivar la esperanza, para hacer viable
la dignidad, para impedir que los profetas de desgracias y los dueños del poder
sigan destruyendo ideales e ilusiones.
Como dice Jeremías: “Esta es la Alianza que
estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días – oráculo del Señor
– pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su
Dios y ellos serán mi pueblo” (Jeremías 31: 33). Este compromiso, cuya
aspiración es la de ser indisoluble, tiene su punto cimero en aquellos que se
disponen a dar la vida, a ser grano de trigo semilla de justicia, a no quedarse
en sus indiferentes refugios, a dejarse crucificar como Jesús, como Romero.
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