“Hizo un
látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus
bueyes; desparramó las monedas de los cambistas , derribó sus mesas y dijo a
los vendedores de palomas: saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi
padre una casa de comercio”
(Juan 2: 15-16)
Lecturas:
1.
Exodo 20: 1-17
2.
Salmo 18
3.
1 Corintios 1: 22-25
4.
Juan 2: 13-25
El Señor Jesucristo es, en el nombre de Dios Padre-Madre y en el de la
dignidad del ser humano, Señor de la libertad. Nada en él es argumento para dar
soporte a esclavitudes, sometimientos serviles, normativas opresoras, rituales
alienantes, todo lo suyo es Buena Noticia de salvación y de liberación. Un
énfasis notable del tiempo cuaresmal es el de caminar hacia la libertad
pascual, histórica y trascendente, siguiendo nuestro énfasis de no reducir esta
temporada a prácticas piadosas,
individuales, desconectadas de este desafío fundante de la plenitud de todo lo
humano en Jesucristo. Las lecturas de este domingo nos ofrecen juiciosos
elementos para discernir nuestra vida en este sentido.
El texto central viene con el evangelio, narrando la
conocida escena en la que Jesús, con ira santa, expulsa a los vendedores y
cambistas del Templo de Jerusalén. Vamos a desentrañar la fuerza simbólica del
relato. Conocemos bien su postura ante la religión judía de su tiempo, sus
frecuentes encuentros con los sacerdotes , fariseos, maestros de la ley, no
precisamente para conciliar sino para denunciar proféticamente la
inconsistencia de su modelo religioso, basado no en la conversión del corazón
sino en la interminable minuciosidad de cumplimientos y observancias, con la
correspondiente actitud de autojustificación, desconocedora de la gratuidad de
los dones del Señor.
José María Castillo, conocido teólogo español, tiene
en este asunto uno de los núcleos de su reflexión, que aporta valiosos
elementos para una mejor comprensión y vivencia del camino cristiano:
“Ahora bien, cuando la religión se entiende y se interpreta como poder y, sobre
todo, cuando la religión se practica como poder, inevitablemente la religión
entra en conflicto con la vida. Porque, en este caso, la religión se antepone a
la vida, hasta exigir el sacrificio de la vida misma con tal de salvar y
asegurar la integridad de la religión. Lo cual, en el fondo, es salvar y
asegurar la integridad del poder camuflado en la religión. Todos sabemos de
sobra hasta qué punto la historia de tantas religiones está manchada de sangre
humana, por causa del planteamiento que acabo de indicar sumariamente” (CASTILLO,José
María. El Reino de Dios: por la vida y la dignidad de los seres humanos.
Desclée De Brower, Bilbao 1999, páginas 106-107).
Es una afirmación fuerte, indudablemente, que llama la
atención sobre los excesos alienantes de ciertas mentalidades y prácticas
religiosas. Esto es lo que hace Jesús en el relato evangélico, su gesto se
inscribe en el de aquellos profetas bíblicos tan severos con sus instituciones
religiosas: “Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y
encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los
cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a
todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de
los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: saquen
esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”
(Juan 2: 13-16).
Juan sitúa la expulsión de los vendedores y cambistas
al comienzo del ministerio público de Jesús, este dato es significativo para
enmarcar la orientación de su misión, su
postura crítica ante la religión y su conocido énfasis del Reino de Dios y su
justicia como nuevo orden de vida en la libertad y en el amor para promover la
dignidad del ser humano en clave teologal, liberándolo de los poderes
opresores, como en este caso lo son la religión así planteada y el dinero, con
sus correspondientes conductas que frustran la libertad.
La actitud de Jesús expresa la abolición de todo el
sistema sacrificial del culto antiguo, dando paso a una novedosa manera de
relación entre Dios y la humanidad, caracterizada por el amor que libera, por
la solidaridad entre los hombres, por la práctica de la justicia, superando el
esquema “mercantil” de querer comprar el favor de Dios aplacándolo con
sacrificios rituales, a esto se refiere cuando dice: “No hagan de la casa de mi Padre
una casa de comercio” (Juan 2: 16).
Esta actuación de Jesús está fortalecida por lo que
los evangelistas llaman “proceder con autoridad”. Lo entendemos mejor si
hacemos el contraste. Los sacerdotes del Templo, los maestros de la ley y los
escribas, detentaban el poder religioso, eran los jefes del culto, los
intérpretes autorizados de la ley, los directores de la conciencia y conducta
del pueblo. Jesús no tiene este tipo de poder, lo suyo es “autoridad”
procedente de Dios, que no es para dominar y establecer un nuevo sistema de
leyes de religión, sino para inaugurar con su Buena Noticia el tiempo de
esperanza que redime de toda esclavitud, empezando por esta de la ley y
haciendo posible una lógica misericordiosa y solidaria que rescata-redime al ser humano de tan ignominiosas opresiones.
Por eso los judíos le solicitan la justificación de su
proceder: “Qué signos nos das para obrar así?” (Juan 2: 18), con su
respuesta: “Destruyan este Templo y en tres días lo volveré a levantar” (Juan
2: 19), es claro que no está aludiendo a un tiempo cronológico sino el
significado redentor del templo de su cuerpo. Sólo después de la resurrección
los discípulos y las primeras comunidades cristianas comprendieron el
significado de las palabras “en tres días lo volveré a levantar” (Juan
2: 19), para llegar a esta captación fue necesario el trabajo del Espíritu que
les resignificó el testimonio de las Escrituras y las enseñanzas de Jesús.
Recordemos que todos los relatos evangélicos son formulados en clave
postpascual, en esa medida son interpretaciones de toda la historia del ser
humano llamado Jesús de Nazareth para descubrir en él al Cristo de la de la fe.
El simbolismo de la revelación mesiánica de Jesús es
sumamente resaltado en la confrontación con el Templo, así se está enfatizando una nueva identidad. El templo de Jerusalén es
el símbolo central del poder de la gloria de la nación judía. El evangelio se
vale de otro símbolo conocido para
indicar esta presentación mesiánica de Jesús: el látigo para significar la
fuerza con la que irrumpe la era mesiánica, con su actitud él arroja de este
nuevo espacio profético a los comerciantes religiosos y a quienes encarnan este
poder ominoso. Así, declara la invalidez del culto de los potentados, y la
infamia de utilizar a Dios como justificación de su conducta explotadora.
Estamos ante un nuevo estilo de sabiduría, que no
procede ni con la lógica religiosa de los judíos, ni con la política de los
romanos, ni con la excesivamente racional de los griegos: “Mientras los judíos piden
milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio,
predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los
paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto
judíos como griegos” (1 Corintios 1: 22-24).
Jesús escandaliza porque su modo de proceder no se
inspira en el poder religioso, tampoco en el político, sino en lo que con Pablo
conocemos como la locura de la cruz, desafiante de todos los poderes humanos:
“Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la
debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres” (1
Corintios 1: 25).
Bien sabemos que todos los grupos judíos esperaban la
llegada de un reino y de un poderoso Mesías, unos con triunfalismo
político-militar, otros como severo reformador moral y otros como legislador
religioso, con el fin de hacer más radicales los distintos estilos de poder que
se implican en esas visiones mesiánicas. Jesús desconcierta porque no responde
a esas expectativas, con su tajante oposición al templo y al dinero involucrado
en el comercio religioso, con un sistema económico que estaba peligrosamente
instaurado, como diciendo “el que paga tiene el favor de Dios, el que más
paga tiene derecho a más favores
divinos”, esto es , para Jesús, una empresa que explota económicamente al
pueblo, puro fraude de lo sagrado!
Este templo es casa del mercado y allí el Dios es el
dinero. Al llamar a Dios mi Padre lo saca del ámbito excluyente del templo y lo
pone en una relación familiar, de cercanía misericordiosa. La relación se
desacraliza y se familiariza. En la casa del Padre no caben ni el comercio ni
la explotación, siendo casa-familia-hogar acoge a todos los que necesitan
reconocimiento, amor, dignidad, afecto.
Jesús da un paso más en esta confrontación radical al
proponerse él mismo como santuario de Dios. En su reino no se requieren templos
sino cuerpos vivos, estos son los nuevos templos, existenciales,
experienciales, plenos de la vitalidad del Padre, porque El vino a proponer una
humanidad restaurada a partir del principio de la ultimidad de la vida en
cuerpos que viven con dignidad. Sobre esta base radica la esperanza de que es
posible otra manera de vivir, otra manera de creer, con plenitud de sentido en
Dios y en el prójimo.
Cuando Yavé, en el libro del Exodo dice: “Yo
soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud.
No tendrás otros dioses delante de mí” (Exodo 20: 2-3), está haciendo
la más definitiva afirmación del carácter esencialmente liberador de su plan
para el ser humano, tipificado en el pueblo israelita que se sacude del dominio
del faraón para retornar a su tierra prometida, espacio de la libertad y de la
dignidad. El Dios único, es el aval de la liberación humana.
Los ídolos del
poder y del dinero, de la arrogancia autosuficiente y de la vanidad, del
individualismo que no sabe de solidaridad, son exorcizados por este Dios que
promueve al ser humano para que vive libre y se abra así a su definitiva
trascendencia en El y en el prójimo, en el que se puede sentar libremente a
disponer de la mesa de la vida en igualdad de condiciones con todos sus
semejantes. Esta es la ruta cuaresmal: ser libres en Jesucristo!
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