domingo, 11 de noviembre de 2018

COMUNITAS MATUTINA 11 DE NOVIEMBRE DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO


“Les digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del tesoro”
(Marcos 12: 43)

Lecturas:
1.   1 Reyes 17: 10-16
2.   Salmo 145
3.   Hebreos 9: 24-28
4.   Marcos 12: 38-44

Dios no es un Dios de cantidades, de multitud de prácticas religiosas, de vanaglorias sin fin, sino de calidades, de humanidades nuevas, de corazones transformados. Su asunto no reside en la presunción orgullosa de cumplimiento externo sino en la ofrenda de la propia vida. Así nos lo enseñan la primera lectura de hoy, que proviene del libro 1 de los Reyes, y el texto del evangelio de Marcos, con el relato de la viuda pobre. No es la sociedad del espectáculo lo que aquí cuenta, sino la discreta generosidad del amor que se ofrece sin reservas, aún desde la más radical pobreza. Por aquí transita el mensaje de este domingo. Toda la parafernalia religiosa externa no tiene ningún valor espiritual; lo que importa es la interioridad de cada persona.
El relato de Marcos deja clara la crítica de Jesús a la religión de su tiempo: “Guárdense de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa” [1]. Su pretexto es señalar la diferencia entre religión y religiosidad, entre cumplimiento exterior y vivencia profunda, entre rito y experiencia de Dios. Es reiterada la preocupación de Jesús ante la religión que demanda fidelidad a doctrinas, ritos y normas sin influjo transformador en la vida.
El contraste lo marca muy claro con la segunda parte: “Muchos ricos echaban mucho, pero llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: Les digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba; esta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir[2]. Esta humilde mujer, alejada de todo cálculo, de todo interés mezquino, se deja llevar por el sentimiento religioso más genuino. La idea de que Dios mira más el corazón que las apariencias no es novedad en la tradición judía, se encuentra en muchos comentarios del Antiguo Testamento. Jesús la profundiza y la propone como paradigma de actitud religiosa, tal es la originalidad suya.
La mujer compartió todo lo que tenía para vivir, que era poquísimo. Desde esa limitación pone su vida en manos de Dios pensando en el prójimo que se beneficiaría de su ofrenda.
Jesús ya había realizado el gesto de purificar el templo arrojando a los vendedores y comerciantes, denunciando la prostitución de la religión convertida en un “negocio” de salvación, manipulando a Dios para convertirlo en legitimador de la soberbia religiosa y de la vanidad moral. Sabemos bien su opinión sobre la manera como se gestionaba el culto y su correlativa crítica a la explotación de los pobres en nombre de Dios, para que los líderes religiosos vivieran en la abundancia, de espaldas a la dramática realidad que Jesús denuncia. El templo de Jerusalén era el centro de la actividad económica del país, cimentado en la obligación de ofrecer sacrificios y de dar el diezmo de todo lo que cosechaban, el Dios liberador convertido en un Dios explotador!
Con el gesto de la viuda, Jesús destaca la ofrenda no tanto como el aporte para el alivio de las necesidades materiales de alguien, sino como  la actitud de total confianza en Dios y de disponibilidad para su reino y para su justicia. Es una mujer en clave de bienaventuranzas, desprendida, generosa, dispuesta para la mesa compartida, sin la soberbia que esgrimen muchos de los que “donan” a los más pobres, con su ego inflado proponiéndose como modelos de solidaridad.
El mensaje es contundente: se trata de dilucidar donde y en quien ponemos nuestra confianza: en la seguridad que dan las posesiones o en Dios que nos lanza a la aventura del compartir, de la donación de la vida, de la solidaridad? Este último es el auténtico lenguaje de Dios. Cómo hablar de esto en la sociedad consumista, en el loco mundo de las ganancias materiales, en las soberbias humanas que depositan sus garantías en el tener? Cómo decir hoy la misma profecía de Jesús en un mundo tan seducido por la autosuficiencia?
De esto mismo trata la primera lectura, es también una viuda que comparte su pobreza con el profeta Elías: “Se preparó y fue a Sarepta. Cuando entraba por la puerta de la ciudad, una viuda andaba por allí recogiendo leña. Elías la llamó y le dijo: traéme, por favor, un poco de agua en el jarro para beber. Cuando iba a traérsela, le grito: traéme, por favor, un trozo de pan. Ella respondió: por vida de Yahvé, tu Dios, que no me queda pan cocido. Sólo tengo un puñado de harina en la orza y un poco de aceite en la aceitera”[3]. Es impresionante el egoísmo tan frecuente en el mundo de la abundancia y de la riqueza, y no lo es menos la solidaridad en los ambientes de mayores carencias, las penurias de la vida sensibilizan en alto grado y se convierten en el caldo de cultivo de una cultura que emerge solidaria en medio de la pobreza. Con estilos así los pobres nos anuncian la Buena Noticia.
Es bueno enterarnos del contexto de este relato de 1 Reyes. Estamos en el reino del Norte, el país vive una crisis profunda, los reyes de la dinastía de Omrí han dejado esa región en total miseria. El último de los monarcas – Ahab – ha hecho su aporte al desastre nacional, se casó con una extranjera – Jezabel – y con ella se entregó a la idolatría con el culto a Baal, deidad simbólica que alude a la entrega del ser humano al poder del dinero y de la comodidad material.
 El profeta denuncia con el vigor que lo caracteriza y simboliza la situación con una sequía que viene sobre Israel, en esa condición extrema quiere destacar que el retorno a Yahvé y a los compromisos éticos propios de la Alianza son la garantía para recuperar al pueblo de su postración, entendiendo que esto no se reduce a una práctica ritual sino a un modo de vida coherente con el plan original de Dios, de justicia para los desheredados, de convivencia fraterna, de reivindicación de los condenados de la tierra. Eterna y apasionante lógica que no terminamos de apropiar y de convertirla en vida.
Las palabras de Elías a la viuda hablan con elocuencia: “Porque esto dice Yahvé, Dios de Israel: El cántaro de harina no quedará vacío, la aceitera de aceite no se agotará, hasta el día en que Yahvé conceda lluvia sobre la superficie de la tierra. Ella se fue e hizo lo que le había dicho Elías. Y comieron él, ella y su familia. Por mucho tiempo la orza de harina no quedó vacía y la aceitera no se agotó, según la palabra que Yahvé había pronunciado por boca de Elías”[4]. El tiempo de Dios es tiempo de justicia, de gratuidad, de comunión, de vida, de fecundidad, de mesa de todos y para todos.
A Jesús, que observa cmo los que tienen van pasando a depositar su ofrenda para el tesoro del templo, no lo impresiona la cantidad que cada rico pone en el cofre; sus criterios de valoración son radicalmente distintos de la mentalidad economicista que se basa en el binomio inversión ganancia, en la ley del costo beneficio. Esto lo tiene sin cuidado, ahí no está el Evangelio.
Con esto, El da un mensaje para la iglesia y las iglesias de todos los tiempos de la historia. Mientras los demás, teniendo suficiente para vivir desean mucho más y hacen de su ofrenda un gesto interesado que les puede traer mayores beneficios, esta mujer ofrece desde un amor que es al mismo tiempo fuerte por la hondura de su generosidad y débil por la fragilidad de donde surge. El asunto del reino de Dios y su justicia no tiene su raíz en el rendimiento material de las prácticas religiosas, de las limosnas que se dan por salir del paso, de la alharaca con la que se rodean ciertas prácticas de beneficencia.
Es imperativo discernir nuestro comportamiento con aquellas personas que dan ricas ofrendas para las obras de la Iglesia, comparado con aquellos que tienen poco para ofrecer. Quiénes nos merecen mayor consideración? Reconozcamos con humildad que nos dejamos deslumbrar por la riqueza y aún con el pretexto de socorrer al prójimo empobrecido estamos reforzando esa conducta de dar prioridad al brillo externo, a la pompa del mundo, a la riqueza que calma ocasionalmente la conciencia. Constatar esto es muy fuerte, es una confrontación bastante severa, pero se constituye en antesala de una vida libre de arribismos y dispuesta para una solidaridad que se arraiga en Dios definitivamente.
La viuda del evangelio, y la que socorrió a Elías, simbolizan aquella porción del Israel empobrecido, de la humanidad precaria, pero que entra resueltamente en la dinámica de Jesús, con la disposición para darse a esta causa del reino. Vienen así al recuerdo tantos relatos de líderes sociales, de promotores de la comunidad, de hombres y mujeres desinteresados cuya felicidad es dar todo de sí para que su gente viva bien, sea feliz, compartiendo sin presumir, sacramento genuino del nuevo mundo que viene con Jesús.


[1] Marcos 12: 38-40
[2] Marcos 12: 41-44
[3] 1 Reyes 17: 10-12
[4] 1 Reyes 17: 14-16

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