martes, 11 de diciembre de 2018

COMUNITAS MATUTINA 2 DE DICIEMBRE 2018 II DOMINGO DE ADVIENTO Ciclo C


Una voz grita en el desierto: preparen el camino al Señor, allanen sus sendas. Todo barranco se rellenará, montes y colinas se abajarán, lo torcido se enderezará y lo escabroso se igualará, y todo mortal verá la salvación de Dios
(Lucas 3: 4 – 6)

Lecturas
1.   Baruc 5: 1-9
2.   Salmo 125: 1-6
3.   Filipenses 1: 4-11
4.   Lucas 3: 1-6
Las tres figuras claves del tiempo de Adviento son Isaías, Juan Bautista y María. Hoy el evangelio pone el acento en  Juan, el llamado precursor, un personaje muy popular e importante, cuyo valor cobra más realce cuando sabemos que hacía más de trescientos años que no surgía un profeta en Israel.
Esto es lo que quiere destacar el relato que hoy nos presenta Lucas. Jesús se tomó muy en serio la predicación del Bautista, un movimiento de conversión que puso el dedo en la llaga en ese contexto palestino – judío, a propósito de las gravísimas pecaminosidades religiosas y sociales que allí se vivían: “recorrió toda la cuenca del Jordán predicando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados[1] , es la escueta expresión que refiere el ministerio de este profeta, hombre de sincero espíritu y religiosidad a quien le dolían en profundidad las inconsistencias de su religión y su convivencia condescendiente  con el poder romano. En este Bautista se fija Jesús y a él busca para escuchar su invitación a una nueva manera de vida en Dios.
El profeta es el que recuerda a todos, aún a riesgo de grandes incomodidades e incomprensiones, las exigencias de los compromisos adquiridos con Dios , con palabra muy severa y exigente, sin disimular la gravedad de lo que denuncia y sin poner paños de agua tibia en la situación, llamando claramente por su nombre todas las injusticias y deshonestidades vigentes, y proponiendo un camino de conversión, de nueva vida, con el imperativo de hacer rupturas y renuncias, muy costosas por cierto, para entrar en la dimensión de una humanidad  que tiene en Dios la dimensión definitiva de su trascendencia, es el “afuera” que irrumpe para hacernos libres, el “totalmente otro” que interpela, desacomoda, haciendo posible que los humanos no nos sumerjamos irresponsablemente en el ensimismamiento del egoísmo y de la insensibilidad ante El y ante el prójimo.
Esto es sustancial en Adviento: nueva vida, conversión, dejar atrás lo que nos aleja de Dios. Cuáles son esos núcleos de egoísmo y de muerte presentes en nosotros en cuanto individuos y en cuanto sociedades, en los que es manifiesta nuestra lejanía del Padre y del prójimo? Cuáles son los antivalores que nos seducen, los ídolos ante los que nos arrodillamos hipotecando nuestra libertad?  Qué dice Juan  el Bautista a este país de las corrupciones de Odebrecht? De la seria sospecha que pesa sobre el fiscal general de la nación? Del silencio de los grandes grupos económicos y del gobierno sobre materia tan delicada como esta? Qué decimos nosotros los ciudadanos de a pie? El vigor profético del Bautista nos confronta  o apenas se  queda en  vago recuerdo religioso?
La lectura de Baruc recoge ideas frecuentes en otros textos proféticos. Jerusalén, presentada como madre, se halla de luto porque ha perdido a sus hijos: unos marcharon al destierro de Babilonia, otros se dispersaron por Egipto y otros países. Lamento que nos conecta con los desterrados actuales de la humanidad, los que salen de sus países desesperados por el hambre y la violencia, buscando lugares donde  puedan ser acogidos y reconocidos en su dignidad.
Siria, Venezuela,  Iraq, Mali, Haití, Afganistán, Centro América, Somalia, Sudán, regiones del mundo sometidas a las más escandalosas realidades de inhumanidad, cuyas gentes emigran a los países ricos y “civilizados” (¿???) con la esperanza de hallar allí las oportunidades que en sus patrias no tienen. Estos son los hijos que hoy duelen a Jerusalén, a las gentes de buena voluntad, a muchos en nuestro tiempo.
Serán viables estas palabras del profeta: “Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia oriente, y contempla a tus hijos, reunidos de oriente y occidente a la voz del Santo, gozosos invocando a Dios. A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios los traerá con gloria, como llevados en carroza real[2]?
Será posible que las naciones de mayor desarrollo económico y cultural, de mejores posibilidades laborales , tengan la sensibilidad para acoger con respeto y con seriedad  a estos millones de migrantes del mundo, los dolientes hijos de la Jerusalén que se duele por ellos? Países de mayoría cristiana y humanista, caracterizados por sus proclamas teóricas de  defensa de los derechos humanos, podrán experimentar compasión y misericordia ante esta drama , auténtica tragedia humanitaria? O , más bien,  sus intereses creados los llevarán a radicalizar sus posturas xenófobas y a idear  cantidad de pretextos, muchos de ellos legales, para rechazar el clamor de estas gentes ¿
Disponernos al nacimiento de Jesús tiene en este requerimiento profundamente humanitario uno de sus mayores imperativos. No acatarlo es traicionar a Dios, a Jesús, al ser humano escarnecido, y es también prostituír la fe religiosa, haciendo de ella una deplorable mascarada.
Luego, en Filipenses, tenemos un hermoso testimonio de la más exquisita coherencia cristiana. Pablo sentía un afecto especialísimo por la comunidad cristiana de Filipos, a la única a la que le aceptaba apoyo económico. En su oración recuerda lo mucho que estos cristianos le han ayudado en su ministerio.
La  generosidad paulina nos invita también a reconocer la bondad y gratuidad de tantas gentes estupendas que nos rodean, que viven el Evangelio a carta cabal, que se desviven por la misión, que sirven infatigablemente a sus prójimos, que discreta y silenciosamente siguen a Jesús y son 100 % testimoniales sin esperar aplausos ni recompensas, distintos del gozo de vivir hasta las últimas consecuencias el espíritu de las bienaventuranzas. Son los cristianos que validan con sus vidas el Evangelio de Jesús, no gozan de fama mundana, esto último no les resulta atractivo, justamente por su discreción evangélica. Los encontramos en todas partes, su testimonio es esperanzador.
A este respecto, qué  bello el reconocimiento de Pablo:” Siempre que me acuerdo de ustedes, doy gracias a mi Dios, y siempre que pido cualquier cosa por todos ustedes, lo hago con gozo, por su participación en el anuncio de la buena noticia, desde el primer día hasta hoy. De esto estoy seguro, que el que comenzó en ustedes una obra buena , la llevará a término hasta el día de Cristo Jesús[3].
El verdadero quehacer eclesial se hace explícito en la comunidad que vive en torno al Señor Jesucristo, que se desvive por dejar que su condición humana sea asumida por El, que trabaja con pasión por anunciar la Buena Noticia y por influír constructivamente en la sociedad con las semillas del Evangelio. Buena constatación para revisar algunas prácticas de Iglesia que se reducen a  formalidades rituales y jurídicas. Vivir comunitariamente, participativamente, es esperanzador y dispone a los cristianos y a todos para recibir a Aquel que siempre está viniendo para llenar nuestras vidas  de sentido .
A diferencia de los otros evangelistas, Lucas sitúa con exactitud cronológica la actividad de Juan Bautista: “El año quince del reinado del emperador Tiberio[4]; con tal formulación, solemne y precisa, el autor de este evangelio quiere destacar la importancia del Bautista en la historia de salvación, porque en él se realiza lo anunciado por Isaías, lo sitúa en conexión con los-as grandes creyentes del Antiguo Testamento.
El contenido de su misión es recordar a todos que la realidad de Dios no es asunto marginal para el ser humano, sino constitutiva de su dignidad, de su felicidad, de su libertad, de su sentido de vida, invitando  a purificar las imágenes distorsionadas que de El nos hacemos  a través de mensajes y de seudoteologías alejadas de la historia, de la originalidad teologal y de la pasión salvadora y liberadora que anima el ser divino.
Recorrió toda la cuenca del Jordán predicando un bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: una voz grita en el desierto: preparen el camino al Señor, allanen sus sendas. Todo barranco se rellenará, montes y colinas se abajarán, lo torcido se enderezará y lo escabroso se igualará, y verá todo mortal la salvación de Dios[5], son palabras, que vistas en la perspectiva total de la revelación, nos disponen para entender que el Bautista, inserto en la tradición de los profetas de Israel, ejerce su misión en función de Jesús, el que viene para rectificar lo descompuesto, lo desfigurado, lo pecaminoso, lo injusto, lo que desdice de la dignidad de los humanos y  mancilla la santidad de Dios.
Cuáles son las torceduras y escabrosidades que debemos allanar en este mundo nuestro? Cuáles las ambigüedades e injusticias que debemos dejar atrás? Vamos a ser capaces de romper con los criterios de la sociedad de consumo, de las injustas exclusiones sociales, de la caridad ocasional y lavadora de conciencias, para acceder al reino de Dios y su justicia? Este Adviento de 2018 nos toma con la fuerza del Bautista para preparar estos caminos de nueva humanidad y de genuina liberación en el Señor Jesús?
La misión del profeta que inspira Juan el Bautista es cuestionar los sistemas contrarios al Espíritu, defender a toda persona atropellada y a todo pueblo amenazado, alentar esperanzas en medio de situaciones dramáticas y promover la conversión hacia actitudes solidarias. Tiene experiencia del pueblo (encarnado) porque vive en permanente contacto con él, y es un místico porque se alimenta de la experiencia de Dios, de esto deriva la fuerza para su misión.
La humanidad que resulta de este dinamismo de conversión es la que acata el clamor profético: “Voz del que clama en el desierto: preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será limado, los tortuoso se volverá recto y las asperezas serán caminos allanados. Y todos verán la salvación de Dios[6]. Convertirse entonces es ensanchar el corazón y dilatar la esperanza para hacerla a la medida del mundo, a la medida de Dios. Una humanidad más igualitaria y respetuosa de la dignidad humana es el mejor camino para que Dios nos llegue trayendo su salvación.




[1] Lucas 3: 3
[2] Baruc 5: 5-6
[3] Filipenses 1: 3-6
[4] Lucas 3: 1
[5] Lucas3: 3-6
[6] Lucas 3: 4-6

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