“Feliz la que ha creìdo que se cumplirían las cosas
que le fueron dichas de parte del Señor”
(Lucas 1: 45)
Lecturas
:
1.
Miqueas 5: 1-4
2.
Salmo 79: 2-3 y 5-19
3.
Hebreos 10: 5-10
4.
Lucas 1: 39-45
En
este domingo el Adviento cobra la intensidad de la gozosa espera de Marìa,
central en el espíritu de estos días, porque ella es la portadora de la
búsqueda de Dios al ser humano. Ella, preñada de Vida, se dispone a compartir
el don con toda la humanidad.
La
prisa con la que ella se pone en camino para visitar a su prima Isabel, la
alegría que transparenta, son lenguaje elocuente de su definitiva confianza en Dios. Porque
creyó , se cumplirán las promesas de plenitud, de salvación, de novedad radical
de sentido, para ella, para todos los humanos. En ella, su confianza teologal
es sacramental.
Esa
fe no es acatamiento de cosas formuladas en doctrinas, sino existencia que se aventura a entregarse
libremente a Dios, confiando incondicionalmente en que de El proviene la mejor
propuesta en la que el ser humano se puede realizar en plenitud. No son los
sacrificios ni las ofrendas materiales, ni los rituales litúrgicamente
perfectos, sino la vida misma que se involucra sin reservas en esta gran
experiencia - la osadìa de dejarse
llevar – como decía el inolvidable Padre Arrupe .
Tan
radical confianza la expresa con
claridad el texto de Hebreos, que nos
viene como segunda lectura de este domingo: “Dice primero, sacrificios y oblaciones
no los quisiste, y holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron –
cosas todas ofrecidas conforme a la Ley - , para añadir después: entonces aquì
estoy dispuesto a hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer lo
segundo. En virtud de esa voluntad quedamos santificados, merced a la oblación
de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” [1] Marìa
nos ofrece esta novedad, Marìa nos regala a Jesucristo, su relato vital se
inscribe en la experiencia honda de la fe, en la que se juntan la gracia de
Dios, siempre incondicional, y la respuesta generosa de la propia existencia
que se ofrece sin reservas para esta mediación.
La
genuina relación religiosa es salir de sí mismo para recibir y dar vida, como
María. El ser humano se juega el sentido de su existencia en esta dinámica
relacional, en la que desborda su mismidad y se torna otredad, para Dios, para
el ser humano. Religión viene de la expresión latina “re-ligare”, que quiere
decir volver a construír los vínculos
que se habían perdido a causa del egoísmo, del ensimismamiento individualista.
María se da toda a Dios, y con su sí, su
ser femenino, su vientre, se convierten en depósito de la Vida, que ella da sin
reservas para que todos la tengan en abundancia. Su don es Jesús, el que ella recibe
del Padre, el que ella comparte con toda la humanidad.
Què
bueno es que, a raíz de esta experiencia fundamental de Marìa y de lo que
plantea el texto anterior, podamos vivir la libertad de Dios, central en estos
días de Adviento y – ojalà! – en toda la
vida. Libertad dadora de vitalidad, libertad aliada con el máximo amor del
mundo.
Se nos ha inculcado que ser agradable a Dios
es entrar en una lógica religiosa de observancias y cumplimientos de ritos,
ceremonias, pràcticas, los màs de ellos lejanos de nuestra cotidianidad humana,
formales y solemnes, pero carentes de historia y realidad, poniendo el énfasis en la ritualidad y no en la
existencialidad, en el relato de cada dìa, en nuestra vida real.
Esta
manera de presentar la relación con Dios oscurece por completo la originalidad
de nuestra fe, la torna una formalidad estéril, la convierte en patrimonio de
unos funcionarios religiosos, la ritualiza quitándole su potencia transformadora,
le sustrae el corazón, el espíritu, el ànimo liberador, la vida misma. Nada de esto – hay que decirlo con vigor! – tiene que
ver con el verdadero plan de Dios que se ha de manifestar con total definición
en Jesùs, en cuya perspectiva està la libre disposición de la jovencita de
Nazareth.
Marìa
es toda ella ofrenda a Dios, libre, generosa y feliz, porque descubre que la
invitación que le ha hecho el Padre para ser la portadora del don máximo de la
Alianza – su hijo, Jesùs – es el mayor ejercicio de radicalidad en términos de
inscribir todo su ser y su quehacer de madre en el gran proyecto liberador del
Padre. Es una nueva manera de ser en Dios, prototipo para todo aquel que
descubra lo que ella descubrió.
Junto
a ella, José, hombre de Dios, con total sentido del reino y de su justicia, es
su compañero para vivir en la discreción del hogar, sobrio, austero, esta
historia surgida en lo oculto, en la pobreza de su humilde condición, en la
marginalidad de Belén, en la precariedad del primer “pesebre”, lejos de la
vanagloria del mundo. Hermoso amor el de esta pareja, humildes de la tierra,
relato de Dios para acoger la humanidad de Jesús.
Estamos
ante una teología narrativa. Quiere decir esto que debemos salir de la
cronología de sucesos para entrar en el mundo de las intenciones salvadoras y
liberadoras de Dios con este relato. Lo que importa es el
significado de ella , abriéndose a esta novedad de vida que acontece con su
maternidad, con la que sube al ámbito de
lo divino, mediación que expresa esa gran realidad de la lógica de la
revelación que es Dios implicándose en lo humano, para salvar, para liberar ,
para re –crear.
El
texto de Lucas, evangelio de hoy, pleno
de símbolos, solo los podremos apreciar si nos salimos de la anécdota de
“historia sagrada” para captarlos en la clave de historia de salvación.
Cuando dice que “se puso en camino Marìa y se
dirigió con prontitud a la región montañosa, a una población de Judà” [2],
alude a que Marìa se “levanta” para una nueva vida, para resucitar, subir a la
montaña es entrar en el ámbito de lo divino, la madre que da la vida al hijo,
pero – y esto es esencial aquí! – es el Hijo que da vida a la madre. Por eso
ella, resueltamente y sin rodeos – se apresura a llevar el Hijo a los demás.
Està preñada de Dios y sabe que no es para quedárselo en sì misma sino para
compartirlo desmedidamente.
La
visita de Marìa a su prima Isabel significa la visita de Dios a Israel, a la
humanidad. La subida de Galilea a Judà nos està adelantando la trayectoria de
la vida pública de Jesùs. Marìa y Jesùs (lo màs grande) se dignan visitar a lo
pequeño, la prima Isabel. El Dios con nosotros se manifiesta en el sencillo
signo de una visita, que acontece fuera
del marco de la religiosidad oficial, elocuente significación de que a Dios se
lo encuentra en lo cotidiano, en lo simple, en el vientre de una madre, en la
sobriedad de un hogar, en la realidad austera del dìa a dìa, en los amores
profundos, como la de estas dos mujeres,
que significan con transparencia evangélica la disposición para vivir la
novedad de Dios en la propia humanidad.
La
escena nos està diciendo que la verdadera salvación siempre repercutirà en
beneficio de los demás. El bien es difusivo de sì, no es posible guardarlo,
decían los filósofos escolásticos, en su esencia està el ser comunicado para
que otros, muchos, lo vivan y se beneficien, para que Dios irrumpa con fuerza,
como en ellas, desbordando su vitalidad.
Estas
reflexiones también contienen una advertencia crìtica – muy potente, por
cierto! – para llamar la atención sobre las estrecheces de una religión que no
es fiel a esta originalidad liberadora, como tantas veces lo señalaron con
severo vigor los profetas bíblicos. Dios sucede en la vida real, los ritos se
cargan de sentido si están inscritos en esa historicidad, en esa
existencialidad. Lo de Dios en Jesùs – portado por Marìa – es historia
verdadera, relato experiencial de una vida que se deja abordar plenamente por
el Padre.
La
pregunta exigente es para nosotros hoy:
Còmo portamos este mensaje, este contenido, esta apasionante posibilidad
de vida y de sentido trascendente en estos contextos contemporáneos? En esta Colombia tan henchida de vida y de
gentes buenas, pero tan maltratada por injusticias y violencias, por corruptelas
y exclusiones? En este mundo hipnotizado
por el consumismo y por la idolatrìa del mercado, anestesiado ante los clamores
de millones de seres humanos sumidos en la marginalidad y en la pobreza?
Las
palabras de la primera lectura, del profeta Miqueas, se dirigen a un pueblo que
ha vivido la deportación y el exilio, la tragedia de la cautividad y del
abandono, brindándoles una esperanza real que ha de superar su drama, el
retorno a su tierra de origen, escenario de felicidad: “En cuanto a tì, Belèn Efratà, la
menor entre los clanes de Judà, de tì sacarè al que ha de ser el gobernador de
Israel; sus orígenes son antiguos, desde tiempos remotos. Por eso èl los
abandonarà hasta el momento en que la parturienta dè a luz y el resto de sus
hermanos vuelva con los hijos de Israel. Pastorearà con la fuerza de Yahvè ,
con la majestad del nombre de Yahvè, su Dios. Viviràn bien, porque entonces èl
crecerà hasta los confines de la tierra” [3]
Recordemos
que estas palabras se formularon en un contexto histórico real, dichas, vividas
y escritas con la mayor seriedad
existencial, sin la màs mínima intención de ser promesas fatuas para calmar circunstancialmente la angustia
de un pueblo. En esta misma lógica, còmo presentar a los desarraigados de hoy
la real y viable posibilidad de una vida con sentido en este Dios que se
deshace de su trono para abajarse con los condenados de la tierra en la gran
faena de la libertad, de la salvación, de la trascendencia?
Marìa
significa en sì misma esta confianza en Dios, que quiere siempre lo mejor para
el ser humano. Lo reconoce Isabel cuando dice: “En cuanto oyò Isabel el saludo de
Marìa, saltò de gozo el niño en su seno; Isabel quedó llena de Espìritu Santo y
exclamò a gritos: Bendita tù entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno;
còmo asì viene a visitarme la madre de mi Señor?” [4]
No
se nos olvide que esto sucedió en un lejano y muy humilde lugar del planeta,
desconocido para la mayoría, entre pobres gentes laboriosas y hogareñas, que
vivìan la certeza feliz del Dios siempre mayor, deseosas de dejarse asumir por
El, con total disponibilidad y generoso corazón. No fueron hechos acontecidos
en palacios imperiales ni en medio de riquezas, para ratificar que Dios se agacha, se abaja,
acontece en lo pequeño y en lo frágil.
Marìa
cumple en un ciento por ciento la voluntad de Dios. Esta voluntad, no es cualquier cosa, no es amargar la vida de
la gente, no es imponer cargas pesadas, prohibiciones, culpas, miedos,
imposiciones autoritarias. Esta voluntad del Padre es que los humanos lleguemos
a su plenitud, a la vivencia cabal de la dignidad que nos es inherente, a hacer
real e histórica la palabra felicidad, nuestra famosa y siempre evangélica
bienaventuranza.
Marìa lo sabe y por eso se arriesga a dejarse
tomar por El: “Feliz la que ha creìdo que se cumplirían las cosas que le fueron dichas
de parte del Señor!” [5]
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