domingo, 23 de diciembre de 2018

COMUNITAS MATUTINA 23 DE DICIEMBRE 2018 IV DOMINGO DE ADVIENTO CICLO C


“Feliz la que ha creìdo que se cumplirían las cosas que le fueron dichas  de parte del Señor”
(Lucas 1: 45)

Lecturas :
1.   Miqueas 5: 1-4
2.   Salmo 79: 2-3 y 5-19
3.   Hebreos 10: 5-10
4.   Lucas 1: 39-45
En este domingo el Adviento cobra la intensidad de la gozosa espera de Marìa, central en el espíritu de estos días, porque ella es la portadora de la búsqueda de Dios al ser humano. Ella, preñada de Vida, se dispone a compartir el don con toda la humanidad.
La prisa con la que ella se pone en camino para visitar a su prima Isabel, la alegría que transparenta, son lenguaje elocuente  de su definitiva confianza en Dios. Porque creyó , se cumplirán las promesas de plenitud, de salvación, de novedad radical de sentido, para ella, para todos los humanos. En ella, su confianza teologal es  sacramental.
Esa fe no es acatamiento de cosas formuladas en doctrinas, sino  existencia que se aventura a entregarse libremente a Dios, confiando incondicionalmente en que de El proviene la mejor propuesta en la que el ser humano se puede realizar en plenitud. No son los sacrificios ni las ofrendas materiales, ni los rituales litúrgicamente perfectos, sino la vida misma que se involucra sin reservas en esta gran experiencia -  la osadìa de dejarse llevar – como decía el inolvidable Padre Arrupe .
Tan  radical confianza la expresa con claridad el texto de Hebreos,  que nos viene como segunda lectura de este domingo: “Dice primero, sacrificios y oblaciones no los quisiste, y holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron – cosas todas ofrecidas conforme a la Ley - , para añadir después: entonces aquì estoy dispuesto a hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer lo segundo. En virtud de esa voluntad quedamos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo[1] Marìa nos ofrece esta novedad, Marìa nos regala a Jesucristo, su relato vital se inscribe en la experiencia honda de la fe, en la que se juntan la gracia de Dios, siempre incondicional, y la respuesta generosa de la propia existencia que se ofrece sin reservas para esta mediación.
La genuina relación religiosa es salir de sí mismo para recibir y dar vida, como María. El ser humano se juega el sentido de su existencia en esta dinámica relacional, en la que desborda su mismidad y se torna otredad, para Dios, para el ser humano. Religión viene de la expresión latina “re-ligare”, que quiere decir volver a  construír los vínculos que se habían perdido a causa del egoísmo, del ensimismamiento individualista. María se da toda a Dios, y con su sí,  su ser femenino, su vientre, se convierten en depósito de la Vida, que ella da sin reservas para que todos la tengan en abundancia. Su don es Jesús, el que ella recibe del Padre, el que ella comparte con toda la humanidad.
Què bueno es que, a raíz de esta experiencia fundamental de Marìa y de lo que plantea el texto anterior, podamos vivir la libertad de Dios, central en estos días de Adviento y – ojalà! –  en toda la vida. Libertad dadora de vitalidad, libertad aliada con el máximo amor del mundo.
 Se nos ha inculcado que ser agradable a Dios es entrar en una lógica religiosa de observancias y cumplimientos de ritos, ceremonias, pràcticas, los màs de ellos lejanos de nuestra cotidianidad humana, formales y solemnes, pero carentes de historia y realidad, poniendo  el énfasis en la ritualidad y no en la existencialidad, en el relato de cada dìa, en nuestra vida real.
Esta manera de presentar la relación con Dios oscurece por completo la originalidad de nuestra fe, la torna una formalidad estéril, la convierte en patrimonio de unos funcionarios religiosos, la ritualiza quitándole su potencia transformadora, le sustrae el corazón, el espíritu, el ànimo liberador, la vida misma. Nada de  esto – hay que decirlo con vigor! – tiene que ver con el verdadero plan de Dios que se ha de manifestar con total definición en Jesùs, en cuya perspectiva està la libre disposición de la jovencita de Nazareth.
Marìa es toda ella ofrenda a Dios, libre, generosa y feliz, porque descubre que la invitación que le ha hecho el Padre para ser la portadora del don máximo de la Alianza – su hijo, Jesùs – es el mayor ejercicio de radicalidad en términos de inscribir todo su ser y su quehacer de madre en el gran proyecto liberador del Padre. Es una nueva manera de ser en Dios, prototipo para todo aquel que descubra lo que ella descubrió.
Junto a ella, José, hombre de Dios, con total sentido del reino y de su justicia, es su compañero para vivir en la discreción del hogar, sobrio, austero, esta historia surgida en lo oculto, en la pobreza de su humilde condición, en la marginalidad de Belén, en la precariedad del primer “pesebre”, lejos de la vanagloria del mundo. Hermoso amor el de esta pareja, humildes de la tierra, relato de Dios para acoger la humanidad de Jesús.
Estamos ante una teología narrativa. Quiere decir esto que debemos salir de la cronología de sucesos para entrar en el mundo de las intenciones salvadoras y liberadoras de Dios con este relato. Lo que importa   es el significado de ella , abriéndose a esta novedad de vida que acontece con su maternidad, con la que  sube al ámbito de lo divino, mediación que expresa esa gran realidad de la lógica de la revelación que es Dios implicándose en lo humano, para salvar, para liberar , para re –crear.
El texto de Lucas, evangelio de hoy,  pleno de símbolos, solo los podremos apreciar si nos salimos de la anécdota de “historia sagrada” para captarlos en la clave de historia de salvación.
 Cuando dice que “se puso en camino Marìa y se dirigió con prontitud a la región montañosa, a una población de Judà[2], alude a que Marìa se “levanta” para una nueva vida, para resucitar, subir a la montaña es entrar en el ámbito de lo divino, la madre que da la vida al hijo, pero – y esto es esencial aquí! – es el Hijo que da vida a la madre. Por eso ella, resueltamente y sin rodeos – se apresura a llevar el Hijo a los demás. Està preñada de Dios y sabe que no es para quedárselo en sì misma sino para compartirlo desmedidamente.
La visita de Marìa a su prima Isabel significa la visita de Dios a Israel, a la humanidad. La subida de Galilea a Judà nos està adelantando la trayectoria de la vida pública de  Jesùs.  Marìa y  Jesùs (lo màs grande) se dignan visitar a lo pequeño, la prima Isabel. El Dios con nosotros se manifiesta en el sencillo signo de una visita,   que acontece fuera del marco de la religiosidad oficial, elocuente significación de que a Dios se lo encuentra en lo cotidiano, en lo simple, en el vientre de una madre, en la sobriedad de un hogar, en la realidad austera del dìa a dìa, en los amores profundos,  como la de estas dos mujeres, que significan con transparencia evangélica la disposición para vivir la novedad de Dios en la propia humanidad.
La escena nos està diciendo que la verdadera salvación siempre repercutirà en beneficio de los demás. El bien es difusivo de sì, no es posible guardarlo, decían los filósofos escolásticos, en su esencia està el ser comunicado para que otros, muchos, lo vivan y se beneficien, para que Dios irrumpa con fuerza, como en ellas, desbordando su vitalidad.
Estas reflexiones también contienen una advertencia crìtica – muy potente, por cierto! – para llamar la atención sobre las estrecheces de una religión que no es fiel a esta originalidad liberadora, como tantas veces lo señalaron con severo vigor los profetas bíblicos. Dios sucede en la vida real, los ritos se cargan de sentido si están inscritos en esa historicidad, en esa existencialidad. Lo de Dios en Jesùs – portado por Marìa – es historia verdadera, relato experiencial de una vida que se deja abordar plenamente por el Padre.
La pregunta exigente es para nosotros hoy:  Còmo portamos este mensaje, este contenido, esta apasionante posibilidad de vida y de sentido trascendente en estos contextos contemporáneos?  En esta Colombia tan henchida de vida y de gentes buenas, pero tan maltratada por injusticias y violencias, por corruptelas y exclusiones?  En este mundo hipnotizado por el consumismo y por la idolatrìa del mercado, anestesiado ante los clamores de millones de seres humanos sumidos en la marginalidad y en la pobreza?
Las palabras de la primera lectura, del profeta Miqueas, se dirigen a un pueblo que ha vivido la deportación y el exilio, la tragedia de la cautividad y del abandono, brindándoles una esperanza real que ha de superar su drama, el retorno a su tierra de origen, escenario de felicidad: “En cuanto a tì, Belèn Efratà, la menor entre los clanes de Judà, de tì sacarè al que ha de ser el gobernador de Israel; sus orígenes son antiguos, desde tiempos remotos. Por eso èl los abandonarà hasta el momento en que la parturienta dè a luz y el resto de sus hermanos vuelva con los hijos de Israel. Pastorearà con la fuerza de Yahvè , con la majestad del nombre de Yahvè, su Dios. Viviràn bien, porque entonces èl crecerà hasta los confines de la tierra[3]
Recordemos que estas palabras se formularon en un contexto histórico real, dichas, vividas y escritas con  la mayor seriedad existencial, sin la màs mínima intención de ser promesas fatuas  para calmar circunstancialmente la angustia de un pueblo. En esta misma lógica, còmo presentar a los desarraigados de hoy la real y viable posibilidad de una vida con sentido en este Dios que se deshace de su trono para abajarse con los condenados de la tierra en la gran faena de la libertad, de la salvación, de la trascendencia?
Marìa significa en sì misma esta confianza en Dios, que quiere siempre lo mejor para el ser humano. Lo reconoce Isabel cuando dice: “En cuanto oyò Isabel el saludo de Marìa, saltò de gozo el niño en su seno; Isabel quedó llena de Espìritu Santo y exclamò a gritos: Bendita tù entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; còmo asì viene a visitarme la madre de mi Señor?” [4]
No se nos olvide que esto sucedió en un lejano y muy humilde lugar del planeta, desconocido para la mayoría, entre pobres gentes laboriosas y hogareñas, que vivìan la certeza feliz del Dios siempre mayor, deseosas de dejarse asumir por El, con total disponibilidad y generoso corazón. No fueron hechos acontecidos en palacios imperiales ni en medio de riquezas,  para ratificar que Dios se agacha, se abaja, acontece en lo pequeño y en lo frágil.
Marìa cumple en un ciento por ciento la voluntad de Dios. Esta voluntad,  no es cualquier cosa, no es amargar la vida de la gente, no es imponer cargas pesadas, prohibiciones, culpas, miedos, imposiciones autoritarias. Esta voluntad del Padre es que los humanos lleguemos a su plenitud, a la vivencia cabal de la dignidad que nos es inherente, a hacer real e histórica la palabra felicidad, nuestra famosa y siempre evangélica bienaventuranza.
 Marìa lo sabe y por eso se arriesga a dejarse tomar por El: “Feliz la que ha creìdo que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” [5]









[1] Hebreos 10: 8-10
[2] Lucas 1: 39
[3] Miqueas 5: 1-3
[4] Lucas 1: 41-43
[5] Lucas 1: 45

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