domingo, 10 de marzo de 2019

COMUNITAS MATUTINA 10 DE MARZO 2019 PRIMER DOMINGO DE CUARESMA CICLO C


“Está escrito que el hombre no vive de sólo pan....Está escrito : Al Señor tu Dios adorarás, a él solo darás culto...Está  dicho que no pondrás a prueba al Señor tu Dios”

(Lucas 4: 4.8.12)

Lecturas:

1.   Deuteronomio 26: 1-11
2.   Salmo 90
3.   Romanos 10: 8-13
4.   Lucas 4: 1-13

El relato de las tentaciones de Jesús en el desierto, que se nos propone este domingo en la versión de Lucas, no es una anécdota individualista de tipo moralizante. Hay que leerlo y asumirlo desde la óptica de su misión y de sus opciones fundamentales, que tienen su arraigo determinante en la voluntad del Padre y en la negativa a todo poder que distraiga de lo esencial de su proyecto, que es el ser Hijo de Dios y prototipo del nuevo ser humano que encuentra su plenitud en la referencia fundante al Padre y al hermano, siguiendo nuestras conocidas categorías de filiación y de fraternidad, en las que reside la salvación del absurdo de la muerte y del pecado.

 Igualmente, es preciso advertir que esta narración no es la referencia de algo sucedido históricamente, se trata de  una formulación teológica que pretende afirmar el absoluto liberador de Dios Padre-Madre significado con eficacia en la humanidad y en la divinidad de Jesús. Decir que no es un hecho puntual sucedido en algún momento de la historia no equivale a desconocer su realidad, justamente es una ratificación contundente, plena de objetividad teológica, del carácter histórico de Jesús, de su misión salvadora y liberadora, y de su  vinculación existencial y trascendente a cada uno de los seres humanos que, en libertad, quiera acoger esta oferta como la alternativa de salvación y de realización completa de sus ideales.

Dios es absoluto para que   seamos  libres de todos los absolutos: esto lo encarna plenamente el Señor Jesús. Los humanos somos asediados constantemente por realidades que se nos presentan como seductoras y portadoras de felicidad: el dinero, la comodidad material, la capacidad adquisitiva, el poder, el dominio tiránico sobre los demás, el consumismo, el ego exaltado desconociendo la comunión con el prójimo y con la naturaleza, las estratagemas maquiavélicas para lograr los propios intereses, el sexo desvinculado del amor, la espectacularidad, la fama, el éxito, la fascinación solipsista ante nuestros logros, la exhibición de títulos y de indicadores de reconocimiento, la alusión excluyente a la categoría social, el desprecio por lo débil, la incapacidad para el servicio y la abnegación, la sociedad del espectáculo hipnotizada por los ricos, los bellos y los poderosos, el hedonismo desenfrenado, y tantas otras evidencias en las que, pretendiendo encontrar sentido y felicidad, nos hacemos menos humanos e hipotecamos nuestra libertad y nuestra dignidad.

Tal es la clave para “leer” y apropiar la experiencia de Jesús en el desierto. Tiene todo el sentido que se proclame como texto programático del tiempo de cuaresma, en el que se nos invita a un giro radical de la vida, que en buen lenguaje cristiano llamamos conversión. Esta no puede quedar reducida a las clásicas prácticas propias de este tiempo , y  a menudo muy empobrecidas por carencia de contenido: la gran cruz de ceniza marcada en la frente, el cambio de la carne de res por pescado en los días viernes, las limosnas ocasionales, y algunos rezos como el via crucis o similares. No condenamos estas prácticas religiosas, recordamos que ellas se cargan de significado si están respaldadas por la resuelta intención de dejarnos tomar por Dios , replanteando de raíz nuestras motivaciones, intenciones, actitudes y conductas, en clave teologal y en clave fraternal y solidaria.

La vida humana se presenta siempre como un combate  entre dos tendencias de nuestro ser: lo instintivo-biológico y lo espiritual-trascendente. Esto lo vive Jesús en el relato que nos ocupa este domingo. El mito del mal se  personifica en el diablo, con este lenguaje no se alude a una entidad personal sino al “misterio de iniquidad”, el mal que fractura la armonía original de la humanidad y de toda la realidad. Es la arrogancia nuestra que, llevada a extremos, deriva en hechos como los totalitarismos políticos e ideológicos, la segregación racial, los modelos económicos carentes de humanismo, los fundamentalismos religiosos, la destrucción de la casa común, la falacia que se contiene en la pretendida superioridad de unas sociedades y razas sobre otras. Dios es vinculante, el diablo es lo des-vinculante.

Por todo esto, la cuaresma con su relato inaugural de las tentaciones de Jesús en el desierto, es un desvelamiento crítico de estos ídolos y una rebeldía contra el desorden establecido.

Miremos el relato y detectemos sus significados:

        “Jesús, lleno del Espíritu Santo, se alejó del Jordán y se dejó llevar por el Espíritu en el desierto, durante cuarenta días, mientras el diablo lo ponía a prueba. En ese tiempo no comió nada, y al final sintió hambre. El diablo le dijo: si eres Hijo de Dios dí a esa piedra que se convierta en pan. Le replicó Jesús: está escrito que el hombre no vive de sólo pan[1]. Lo que insinúa el diablo es que se valga de su divinidad en provecho propio, siguiendo esa mentalidad de poder tan común en el mundo en todos los tiempos de la historia; aproveche su poder para satisfacer el ego, los instintos, la materialidad, el deseo de privilegios, niegue la filiación y la fraternidad contenidas en su ser. Con su escueta respuesta, Jesús afirma que la prioridad del ser humano, la suya propia, no está en la absolutización y en la satisfacción de esa materialidad. Su condición de Hijo de Dios lo remite a una permanente y creciente trascendencia hacia el Padre, hacia el prójimo, sacrificando su bienestar, su comodidad, su ego confortable.
        “Después lo llevó a una cima y le mostró en un instante todos los reinos del mundo. El diablo le dijo: te daré todo ese poder y su gloria, porque a mí me lo han dado y lo doy a quien quiera. Por tanto, si te postras ante mí, todo será tuyo. Le replicó Jesús: Está escrito, al Señor tu Dios adorarás, a él solo darás culto[2]. El poder es la idolatría suprema y tiene como correlato la opresión y la deshumanización de muchos, la historia humana abunda en evidencias de esta naturaleza. Adorar al único Dios no significa dar incienso a un dios exterior, es “adorar al Padre en espíritu y en verdad”[3]. El culto auténtico a El es la vida de cada uno, en coherencia, rectitud y amor , la que nos hace más y más humanos y nos lleva a que esto sea posible para todos. Para no caer en la tentación de aprovecharnos de los demás debemos hacer ejercicios de donación voluntaria de lo que somos y tenemos, no de modo ocasional sino como prácticas permanentes, tales como participar en proyectos de servicio social, emprendimientos comunitarios, apoyo a colectivos de migrantes, de madres cabeza de familia, y así por el estilo.
        “Entonces lo condujo a Jerusalén, lo colocó en el alero del templo y le dijo: si eres Hijo de Dios , tírate abajo desde aquí , pues está escrito que ha dado órdenes a sus ángeles para que te guarden, y te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra. Le replicó Jesús: está dicho que no pondrás a prueba al Señor tu Dios[4]. Realiza un acto espectacular, que todo el mundo vea y alabe tu grandeza. Todos te ensalzarán y tu vanagloria será desbordante. Jesús responde: deja a Dios ser Dios, esta condición – así lo revela el mismo Señor – es la del abajamiento, la de la ofrenda de la vida, la de la cruz, la de caminar solidariamente con los desheredados, la de negarse a todo lo que signifique honor y fama, no por simple ascética sino por coherencia encarnatoria y por llamarnos la atención para que descubramos que la plena realización de nuestra humanidad está en el servicio,  en el ser portadores de sentido y de dignidad para muchos,  en la donación de la vida para causas donde el ser humano sea configurado en su dignidad.

El tradicional trinomio cuaresmal: ayuno, limosna, oración, encuentra aquí su soporte y fundamento,  insistiendo en que no se pueden quedar como prácticas puntuales  sino como inspiradoras de nuestros proyectos de vida, tal como Jesús lo propone en las bienaventuranzas. Estar siempre en plan de mesa compartida,  en condiciones de equidad para todos, de modos de vida austeros y cuidadosos con la naturaleza, de reconocimiento efectivo y afectivo del valor de cada persona y de todas las formas de vida, de disposición para escrutar la voluntad del Padre en una experiencia densa de oración y discernimiento, siempre conectados a la realidad social e histórica con su correspondiente valoración de los signos de los tiempos.

El relato de las tentaciones también marca una relación de diferencia y superación de Jesús con respecto a Israel. El evangelio de Lucas expresa en tres tentaciones, inspiradas en las que tuvo el  pueblo en el desierto, las mismas que habría experimentado Jesús en su ministerio público. Allí donde Israel no supo y no quiso hacer la voluntad de Dios, Jesús – en contraste – surge fiel, verdadero Hijo como ya el relato del bautismo lo había mostrado. Esto confirma la intención cristológica del texto.

También es digno de mención, porque es un aspecto esencial del asunto, que la negativa de Jesús a las propuestas diabólicas es una afirmación de su ser para los otros. El ser Hijo de Dios tiene sentido en la medida en que todo él es para los seres humanos, su condición de tal está sustancialmente vinculada con su misión de servicio, de tal manera que en su proceder no puede haber nada que sea afirmación de  sí mismo, privilegios, fama, éxito. Todo su ser trasciende hacia el Padre y hacia el hermano. La tentación vuelve a la persona sobre sí misma, la hace autorreferencial, la lleva a prescindir del sentido de comunión y de servicio. Por eso Jesús, al afirmar el absoluto de Dios afirma el absoluto del amor, la única realidad que hace posible la salvación y la plenitud de sentido para el ser humano, asumido como hijo de Aquel.

Dice el Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma 2019: “Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las creaturas: de la tentación de devorarlo todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. Dar limosna para salir de la necesidad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad[5]















[1]Lucas 4: 1-4
[2]Lucas 4: 5-8
[3]Juan 4: 23-24
[4]Lucas 4: 9-12
[5]Papa Francisco. Mensaje de Cuaresma 2019, página 3.

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