domingo, 24 de marzo de 2019

COMUNITAS MATUTINA 24 DE MARZO III DOMINGO DE CUARESMA CICLO C


“Señor, déjala todavía este año; cavaré alrededor y la abonaré, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”
(Lucas 13: 8-9)

Lecturas:
1.   Exodo 3: 1-15
2.   Salmo 102: 1-11
3.   1 Corintios 10: 1-12
4.   Lucas 13: 1-9
Por qué los desastres y los  accidentes que cobran tantas vidas humanas cada día? Por   qué tantas tragedias que  hacen sufrir a los inocentes? Por qué   suceden uno tras otro los motivos de dolor y de muerte que maltratan  a la humanidad? Cuál es el por qué del mal?
La mentalidad de la época de Jesús se inspiraba en la llamada doctrina de la retribución: el que es malo sufre, el que es bueno no conoce el sufrimiento material. Pero las cosas no coincidían. Ellos veían que había buenos a los que las cosas les iban bastante mal y malos a los que todo les iba bien. Cómo entender entonces esta  realidad del sufrimiento humano?
 Esta pregunta también tiene plena validez en nuestros días: es una constatación cotidiana recibir noticias de graves circunstancias que afectan a millones de personas en el mundo: la interminable guerra de Siria, un país destruido por su propio gobierno y por la fuerza fundamentalista del grupo Estado Islámico; Venezuela,  país deshecho por la torpeza de sus gobernantes, disuelto en sus esperanzas de vida digna; los países del Africa subsahariana con sus eternos dramas de guerra y de pobreza, pugnando por emigrar a Europa persiguiendo mejores posibilidades; y nuestra América Latina, con su fatal clase política y con el cáncer de la corrupción que dilapida los recursos destinados al bien común.
El evangelio de hoy nos ayuda a ilustrar este asunto que es esencial en la búsqueda del sentido de la vida. No pretende respuestas ingenuas, nos invita a una postura que es simultáneamente realista, crítica y esperanzada. Se acercan unas personas a Jesús y le cuentan el episodio de una masacre ordenada por el gobernador romano Poncio Pilato contra cierto número de habitantes de la provincia de Galilea: “En aquella ocasión se presentaron algunos a informarle acerca de unos galileos cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios rituales[1]. Este suceso no se encuentra referido en ningún otro lugar, no hay precisión histórica sobre lo ocurrido. Lo que sí queda claro es que al mezclar la sangre de aquellos hombres asesinados con la de las víctimas del sacrificio ritual, fue una manera muy acentuada de desprecio y humillación tanto a los muertos como a la sacralidad de los preceptos rituales judíos. El ofensor es el gobernador romano, representante de un régimen tiránico, que violenta la identidad cultural y religiosa de los habitantes de Palestina.  Es natural y comprensible el sentimiento de indignación con el que ellos denuncian ante Jesús este desafuero, como cuando en nuestros días una determinada comunidad se siente agredida por  el  desconocimiento y violación   de sus valores ancestrales.
Jesús les responde con la relación de un accidente: “Piensan ustedes que aquellos galileos sufrieron todo eso porque eran más pecadores que los demás galileos? Les digo que no…..O creen que aquellos dieciocho sobre los cuales se derrumbó la torre de Siloé  y los mató, eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén? Les digo que no….”[2]. El texto es complicado en su formulación, pero si lo desentrañamos con sutileza podremos llegar al fondo de lo   que el maestro  propone a ellos y a nosotros : para Jesús no existe relación de proporcionalidad directa entre pecado y calamidades materiales, estas no son castigo de Dios por las culpas de unos y de otros. Una mentalidad así también es muy frecuente en nuestros tiempos, especialmente en medios precarios, habituados a la pobreza y a la exclusión social, inaceptable justificación de un fatalismo individual y colectivo.
 El mal es resultado de intenciones egoístas, injustas, pecaminosas, originadas en seres humanos concretos, de corazón pervertido, en contra de seres humanos igualmente concretos, inocentes, frágiles, víctimas de esos y de muchos desafueros. El relato es un punto muy serio de atención para desarrollar una postura crítica ante el origen del mal y de la injusticia, y también para empoderar a las víctimas haciéndolos conscientes de que lo que les sucede no es producto de un pecado y culpa de ellos sino fruto de una maldad presente en otras personas, empeñadas en deshacerles la vida.
Muchos creen, entre ellos no pocos cristianos, que la vida está ya escrita y programada, constituyendo un destino irreversible para cada persona. Eso sería negar la libertad del ser humano, originada en el mismo Dios, y nos sometería a un determinismo trágico. Delante de nosotros están la vida y la muerte, nuestras opciones, el ejercicio de esa libertad, inherente a la dignidad humana. Nuestra vida no se rige por fatalismo, por una “programación” ciega e incuestionable, sino por la libertad de nuestras decisiones.
Luego de esa alusión, Jesús se vale de la figura de la higuera para referirse a Israel, con palabras profundamente críticas, exigentes, debido a la intransigencia religiosa de los judíos, que se negaban a encontrar la novedad liberadora de Dios en el ministerio de Jesús, siempre aferrados ellos a sus doctrinas, rituales y leyes, inamovibles y sacralizadas, sin lugar para la misericordia y para la conversión: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo al viñador: hace tres años que vengo a buscar fruta en esta higuera y nunca encuentro nada. Córtala, porque encima está malgastando la tierra. El le contestó: Señor, déjala todavía este año, cavaré alrededor y la abonaré, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás[3]
Al analizar el significado de esta parábola revisemos también nuestra vida, como lo pretendía Jesús con aquellos judíos escandalizados: hemos recibido múltiples oportunidades de crecimiento y de formación, hogares bien establecidos, educación en valores, posibilidades académicas y laborales, ámbito creyente que nos permite acceder a lo esencial de la fe cristiana, reconocimiento y aceptación por parte de muchos.
 Todo este abono corresponde a una  fecundidad  existencial? Somos una higuera fértil, dadora de   buenos frutos? La nuestra es una vida generosa, servidora del prójimo, solidaria, socialmente responsable, como corresponde en respuesta a tantos bienes recibidos? Es el prójimo vulnerable el destinatario de esta riqueza humana y espiritual? O más bien,  se nos va la vida en escalar en los ámbitos del poder y de la comodidad material, derrochando tanta gratuidad? Despilfarramos nuestros talentos?
Este conjunto de preguntas van directo de Jesús a nosotros para interrogarnos por lo que determina nuestro proyecto fundamental: somos tierra fecunda para el reino de Dios y su justicia? Estamos en plan de configurar toda nuestra humanidad con el asunto de Jesús? Como en El, el Padre-Madre Dios y el prójimo son nuestra prioridad? Todo lo nuestro expresa justicia evangélica, rectitud moral, carácter insobornable, talante solidario y servicial? O – higuera estéril – nos dejamos domesticar por el sistema excluyente, la suerte del prójimo caído nos es indiferente , todo se nos va en el brillo social y en el éxito de corte individualista? Son gruesas cuestiones para el tiempo cuaresmal, para una conversión seria y consistente.
Convertirse no equivale a tornarse un puritano fundamentalista, es girar toda la vida en perspectiva de trascendencia, salir de nosotros mismos hacia el Totalmente Otro – Dios – y hacia la alteridad del hermano en la que El se significa. El mismo se convierte a nosotros, como veremos a continuación.
El relato de la primera lectura, del libro del Exodo, nos habla de Dios que trasciende hacia nosotros y que atiende las demandas de justicia del pueblo de Israel, también las de todos los sufrientes del mundo. Moisés entra en el territorio de Yavé, es el espacio de la sacralidad de la vida, del amor, El se revela a Moisés como el origen primero de esa entidad de libertad y de dignidad, la zarza ardiente es la referencia simbólica de esas realidades: “El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés dijo: voy a acercarme a mirar este espectáculo tan admirable, cómo es que no se quema la zarza. Viendo el Señor que Moisés se acercaba, lo llamó : Moisés, Moisés. Respondió él: aquí estoy. Dijo Dios: No te acerques; quítate las sandalias de los pies, porque el sitio que pisas es terreno sagrado. Y añadió: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob[4].
El Dios que se manifiesta a Moisés. es un Dios incondicionalmente comprometido con su pueblo y con sus reclamos de vida digna, de justicia, es un Dios que camina con su gente, un Dios amorosamente eficaz, lo suyo es la solidaridad con la libertad, con una humanidad siempre creciente en sus deseos de reconocimiento, El no es el cómplice de las determinaciones pecaminosas de personas y de sistemas que implantan la cultura de la muerte y de la miseria.
 Este Dios se revela siempre en la historia, entendida esta como escenario de salvación y liberación de todas las condiciones que menoscaban al ser humano. El es quien así se manifiesta: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a liberarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, el país de los cananeos……La queja de los israelitas ha llegado a mí, y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora, anda, que te envío para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas[5]
Pero hay un asunto fundamental: este Dios , el que se valió de Moisés, se vale también de tí, de mí, de nosotros, para la gran tarea de la libertad y de la justicia, del amor y de la dignidad. El no es un Dios en las alturas, mágico, paternalista, nos llena de dones pero nos exige ser higuera fértil para trabajar con eficacia en esa gran faena de hacer un mundo que sea relato y correlato de su cercanía liberadora.
La conversión cuaresmal, que no es solo para estos cuarenta días previos a la Pascua sino tarea de siempre, es para terminar comprometidos en esta apasionante misión de emancipar al ser humano de todas las cadenas, con nuestro Dios a la cabeza. Dios que se relata plenamente en el Señor Jesús y en nosotros, cuando decidimos aceptar su desafío.




[1] Lucas 13: 1
[2] Lucas 13: 2-4
[3] Lucas 13: 6-9
[4] Exodo 3: 2-6
[5] Exodo 3: 7-10

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