domingo, 28 de julio de 2019

COMUNITAS MATUTINA 28 DE JULIO 2019 DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C


“Yo les digo: pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá”
Lucas 11: 9

Lecturas:
1.   Génesis 18: 20 – 32
2.   Salmo 137: 1 – 8
3.   Colosenses 2: 12 – 14
4.   Lucas 11: 1 – 13
El Padrenuestro – oración tradicional que identifica el  cristianismo, ofrecido por el evangelio de este domingo – expresa el nuevo modo de relación con Dios que nos trae Jesús, no lo podemos reducir a una simple oración de petición como es la visión habitual que se tiene de ella. Al contrario, es la puerta de entrada de una novedosa relación con Dios,   síntesis de los vínculos que el ser humano establece con el absoluto, con los demás, consigo mismo. En esta plegaria Jesús nos participa de su experiencia del Padre, y la constituye en el paradigma de nuestro encuentro  con esa realidad que, en el decir de San Ignacio de Loyola en su texto de los Ejercicios Espirituales, es el principio y fundamento del ser humano.[1]
Jesús plasma su vivencia a través de los cauces de la cultura judía de aquellos tiempos, era la suya, en ella se formó y creció, era el modo religioso de sus contemporáneos. Pero más allá del formato externo de tradición judía, la propuesta es totalmente revolucionaria porque empieza a llamar a Dios Padre, con la conocida palabra ABBA, el tratamiento de mayor intimidad y cariño con el que los hijos aluden a su padre, dejando entrever una confianza plena. Marca un punto de quiebre con respecto a las habituales demandas que hacemos a Dios, con tantas peticiones y solicitudes, en la práctica le estamos diciendo lo que tiene que hacer, claramente la vivimos como  una relación imperativa, es Dios el que se tiene que plegar a nuestros intereses, porque a menudo  también lo utilizamos para legitimar desafueros contra la humanidad: tendencias políticas, violencias, clasismos, fundamentalismos moralistas, exclusiones, infiernos, culpabilidades, angustias sin término. Nos pasamos la vida achacando al buen Dios tantas cosas que no tienen nada que ver con su amor original y originante hacia nosotros.
 Por contraste, la  experiencia que surge en el Padre Nuestro es de apasionante gratuidad y  libertad!![2]: “También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá”.[3] La voluntad de Dios no es cualquier invención humana, es el querer del Padre que desea siempre nuestra bienaventuranza y cabal realización de nuestras aspiraciones de felicidad.
Sí, esto último hay que reiterarlo con pedagógica insistencia, porque la religiosidad dominante se entiende como una transacción comercial con Dios: Tú, Dios, omnipotente, me beneficias con la concesión de todos los favores que te estoy pidiendo. Si el procedimiento es exitoso, entonces yo te hago el favor de creer en Ti y de mantenerme fiel a la mediación religiosa en la que estoy ejerciendo esta creencia; si no es así, me decepciono, y te doy la espalda porque no te dejaste manipular por mí. Es como si Dios fuera una gran central de abastecimiento de milagros, de “resultados” como los que exige la actual sociedad a sus trabajadores: productividad, eficiencia, utilidades, indicadores “positivos”.[4] El verdadero problema consiste en que  casi nunca nos dejamos sorprender por la gratuidad del Dios que se revela en Jesús!
El pone en juego una disposición de confianza absoluta en Aquel que es todo para la humanidad: “Y yo rogaré al Padre, y El les dará otro Paráclito[5] para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque El permanece con ustedes y está en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes”.[6]
Qué decir de esto en la  sociedad de la autosuficiencia científica y tecnológica, profundamente racional y apasionada por la constante afirmación de la autonomía del ser humano y de la realidad? Cómo hablar de Dios  Padre en sociedades y mundos huérfanos, dominados por el poder y  el capital, con  grupos de humanos que sustraen a las mayorías su capacidad de decisión y el libre ejercicio de su dignidad? Cómo convertirnos en relatos de un Dios liberador, ciento por ciento comprometido con la causa de la plenitud de la humanidad, enamorado a más no poder de esta condición nuestra, exigente sí – y en la más alta medida – pero también Padre-Madre que da todo de sí para que nuestra existencia se llene de sentido?[7]
Las lecturas que se nos proponen este domingo hacen una invitación a mirar la propia vida, individual y comunitaria, como un proceso constante y creciente de confianza en Dios a partir de la experiencia de la oración, de la disposición para escucharlo desde nuestra realidad, como se nos planteaba el domingo anterior.
Hagamos el esfuerzo de salirnos de los esquemas religiosos habituales para entrar en el seductor mundo del ABBA de Jesús, el Dios compasivo y misericordioso,  no se trata de un piadoso lugar común, sino de una vigorosa realidad en la que adquirimos plena conciencia de nuestro propio ser  y del ser de Dios actuando en nosotros para hacernos el obsequio de una vida con sentido :  “Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”. [8]
Los seres humanos siempre tenemos la tentación de confiar excesivamente en nosotros mismos, cada época de la historia va superando a la anterior en este modo que con frecuencia se reviste de vanidad, soberbia, arrogancia.
Tal  constatación debe llevarnos a pensar que es bueno y saludable el esfuerzo humano  para hacer del mundo más habitable y equitativo; pero, también nos hace una señal de alerta para mirar con exigente rigor estas posibilidades cuando pierden su referencia humanizante, para no derivar en una humanidad engreída y desconocedora de su inevitable contingencia.
El siglo XX y lo que va corrido del XXI son escenario privilegiado para verificar estas realidades. Los mayores desarrollos científicos, los avances de la medicina para controlar y erradicar enfermedades, aumentando el promedio de vida, el prodigio de la tecnología informática y digital que hacen del mundo una aldea global, como hace cuarenta años lo indicara el teórico de la comunicación Marshall Mc Luhan,[9] el cultivo de las ciencias humanas para favorecer la emancipación de hombres y mujeres de toda tutela esclavizante, son, entre muchos ejemplos, indicadores de los logros del ser humano para comprenderse  a sí mismo, el mundo, la naturaleza, desarrollando un poder transformador de la misma.
Pero también este mismo escenario de la historia ha sido el ámbito de los mayores crímenes e ignominias en contra de la humanidad.  Como resultado tenemos las  dictaduras del nazismo y del comunismo, las guerras mundiales y los reiterados conflictos en uno y otro lugar del planeta con su dolorosa carga de víctimas que se pueden contar por millones, los modelos económicos y políticos que no se fundamentan en la dignidad humana sino en el incremento del poder y del capital, y las interminables alienaciones que hipotecan la libertad y la felicidad de los humanos.[10]
Ante esto, qué decir desde la fe en Dios, asumida y vivida como confianza radical en esa realidad que  da todo sentido a nuestra existencia, habilitándonos para emprender la vida como proyecto de plenitud, aquí en esta historia y en este diario acontecer, proyectándonos hacia el futuro definitivo de la trascendencia en la que vivir será  bienaventuranza inagotable en el amor de ese Dios?
El evangelio de Lucas invita a que nos hagamos conscientes de la eficacia de la experiencia de oración, viviéndola en la misma perspectiva de Jesús. Dios nos da resultados porque hace de nosotros estupendos seres humanos, en clave de gratuidad, de vida recta, como bien lo sabemos por ese diseño que se nos comunica en las Bienaventuranzas.[11]
La primera lectura, mediante el regateo entre Abrahán y Yahvé a propósito de los escándalos de dos ciudades – Sodoma y Gomorra, símbolos de decadencia moral y espiritual -  presenta el contraste entre las fuerzas del mal, favorecidas por el mismo ser humano que no logra presentar el resultado de  hombres justos, y la bondad y misericordia de Dios, dispuesto siempre a crear posibilidades de esperanza.
Abrahán caracteriza al creyente sincero, que confía sin reservas en su Dios, sabedor de que este es justo y misericordioso: “Abrahán lo abordó y le dijo: Así que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. Vas a borrarlos sin perdonar a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes . Va a fallar una injusticia el juez de toda la tierra?” [12]
El mal y las desgracias  proceden  del ser humano que se vuelve sobre sí mismo de modo arrogante y emprende la destrucción en contra de sus semejantes y del mundo creado originalmente en armonía. Filósofos y pensadores han dedicado notables esfuerzos al planteamiento de la pregunta por el sentido de la vida ante la realidad del mal, muchos de ellos concluyendo en un sentimiento de absurdo y de tragedia, con marcada desconfianza hacia el mismo ser humano.[13]
Nuestra postura es la de ponernos  confiadamente en las manos del Dios que está de nuestra parte, a quien sólo interesa nuestra felicidad, y por eso se empeña en dotarnos del Espíritu para estar en un dinamismo constante de vitalidad y re-creación. Tal es el Dios confiable que se nos revela en Jesús, y a quien nos dirigimos en el diálogo orante para encontrar siempre los mejores caminos para el buen vivir.
Una experiencia de oración como esta  es uno de los modos contundentes que tiene nuestra fe cristiana para ir en contravía profética de ese mundo vanidoso al que nos referíamos al principio, brindándonos también los elementos para hacer una crítica a las falsas imágenes de Dios – justiciero, vengativo, vigilante, intransigente, policía – que conllevan falsas imágenes del ser humano – sometido, indigno, egoísta, miedoso, desconfiado - , imaginarios que son incompatibles con la originalidad liberadora de la experiencia de Jesús y del modo como El nos lleva al Padre y al hermano.
Pedir es experimentarnos contingentes y necesitados, genuino ejercicio creatural; buscar es movilizarnos para buscar el Reino y su justicia, haciéndolo efectivo en nosotros; llamar es clamar denunciando la injusticia y demandando el acontecer de Dios para que esta se trueque en el mundo de prójimos querido por El.
El salmo 137 es un hermoso testimonio del creyente que se reconoce acogido y escuchado por Dios: “Te doy gracias por tu amor y tu verdad, pues tu promesa supera a tu renombre. El día en que grité me escuchaste, aumentaste mi vigor interior” (Salmo 137: 2 – 3).
El llamamiento que se nos hace es a ser testigos de esta vitalidad desbordante que vivimos en una intimidad como la que Jesús vivía con el Padre, contemplando el gozoso misterio que es sustancia de nuestro ser y sintiéndonos enviados a configurar un tejido de buenas noticias y realizaciones, de mesas servidas para todos, de dignidades siempre reconocidas, de reivindicaciones atendidas, de comuniones interminables.



[1] SAN IGNACIO DE LOYOLA. Ejercicios Espirituales . San Pablo. Madrid, 1996. En el numeral 23 del texto San Ignacio propone al ejercitante la perspectiva fundante del sentido de la vida, netamente teologal, netamente perspectiva de libertad y de plena realización de su humanidad.
[2] JEREMIAS, Joachim. ABBA: El mensaje central del Nuevo Testamento. Sígueme. Salamanca, 1993. VALLES, Carlos. Dejar a Dios ser Dios. Sal Terrae. Santander (España), 1987.
[3] Lucas 11: 9-10
[4] TRIGO,Pedro. En el mercado de Dios: un Dios más allá del mercado. Sal Terrae. Santander (España), 2003.
[5] Paráclito: el defensor, el que intercede para ayudar, para consolar, para comunicar ánimo y vitalidad.
[6] Juan 14: 16-18
[7] MARTIN VELASCO,Juan. El encuentro con Dios. Caparrós Editores. Madrid, 1995.
[8] Lucas 11: 2-4
[9] McLUHAN,Marshall. La aldea global. Gedisa. Madrid, 1999.
[10] VALVERDE, Carlos. Génesis, estructura y crisis de la modernidad. BAC. Madrid, 1997.
[11] Mateo 5: 1-11; Lucas 6: 20-23
[12] Génesis 18: 23-25
[13] BRAVO LAZCANO, Carlos. El problema del mal. Ediciones Facultad de Teología Universidad Javeriana. Bogotá, 2003.

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