“Escuchen esto los que
pisotean a los pobres, los que quieren suprimir a los humildes de la tierra……”
Amós
8:4
Lecturas:
1.
Amòs 8: 4 – 7
2.
Salmo 112: 1 – 8
3.
1 Timoteo 2: 1 – 8
4.
Lucas 16: 1 – 13
Las
palabras del profeta Amós, primera lectura de este domingo, bien podrían ser
pronunciadas en un foro mundial del Fondo Monetario Internacional o en la
convención general de Odebrecht o en algún destacado evento del universo
financiero del planeta. Pero, con seguridad, el profeta sería abucheado y
vilipendiado por decir cosas “políticamente incorrectas”: “Escuchen esto los que pisotean a
los pobres, los que quieren suprimir a los humildes de la tierra”[1],
empieza así la invectiva para seguir con el rosario de exigentes reclamos: “Dicen:
cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano, y el sábado para dar
salida al trigo, achicar la medida y aumentar el peso, trucando balanzas para
robar; para comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de
sandalias, y vender hasta el salvado del grano?”[2]
Y
remata el profeta con el recuerdo de Dios: “Lo ha jurado Yahvé por el orgullo de Jacob:
jamás he de olvidar todas sus obras!”[3]
Los
profetas bíblicos fueron extremadamente severos al denunciar las
inconsistencias religioso-morales de sus contemporáneos. Su voz se levantó
potente para desenmascarar la hipocresía de una religión formal, solemne,
pomposa, que se esmeraba en los rituales pero sin demandar la conversión del
corazón, manifestada en el referente del
prójimo humillado y abatido.[4]
Esa
Palabra viene también poderosa y con alta capacidad de confrontación a esta
sociedad mundial globalizada, idiotizada
con el consumo, enloquecida con la lógica implacable del mercado, excluyente,
demoledora con los millones de poblaciones marginales del mundo. El sistema
económico neoliberal, intrínsecamente perverso por su capacidad de concentrar
riqueza en minorías y de crear pobreza en las mayorías, es merecedor de este
debate profético.[5]
Nos
referimos hoy a dos voces, similares a la de Amós: el Papa Francisco y la
adolescente sueca Greta Thunberg, el uno proclamando a diestra y a siniestra la
maldad del modelo que produce seres humanos descartados y descartables, y la otra
haciendo conciencia de las consecuencias penosas del cambio climático, con toda
su secuela de injusticia social y de destrucción del hábitat de la vida.
La
voz del profeta no es cuestión lejana de arqueología bíblica, tiene plena
vigencia en nuestro tiempo. Estamos anestesiados a tal punto de no conmovernos
con la densidad de esta crisis? Estos problemas se nos volvieron parte del
paisaje? Carecemos de capacidad para la indignación profética? Nuestra fe en
Dios se encarna en estos dramas para responder a ellos “encargándonos de la
realidad”, como afirmaba el mártir jesuita Ignacio Ellacuría en su filosofía de
la realidad histórica?[6]
Es
de extrema gravedad moral la injusticia
que se comete sistemáticamente contra las mayorías vulnerables de la humanidad.
Muchos de estos explotadores se dicen religiosos y observantes de rituales,
creyentes de doctrinas, pero sus arcas rebosan de dineros desiguales obtenidos
a costa de la pobreza de muchísimos seres humanos: escandaloso recorte de las
pensiones, salarios de hambre, maquila, contratos laborales que son toda una
paparrucha seudojurídica, carencia de servicios sanitarios básicos, poblaciones
enteras migrando hacia el “primer mundo”, gobernantes que desde la Casa Blanca
y la oficina del Primer Ministro británico, o del palacio presidencial de
Brasilia, niegan con descaro el cambio climático y promueven determinaciones
para suspender la migración y abandonar a los ansiosos desplazados a la mala
suerte del océano, como en Lampedusa y en otros lugares del planeta.
Somos
conscientes de que la opción preferencial por los pobres y por la justicia es
normativa del seguimiento de Jesús? O estamos sumergidos en una religiosidad
intimista, con el facilismo propio de la nueva era, con piedades
individualistas, que desentonan completamente con la Buena Noticia del Señor?
Al
Papa Francisco se le oponen con rabia farisaica un grupo de cardenales y
obispos decadentes respaldados por opulentos magnates del catolicismo de los
Estados Unidos, acusándolo de pervertir la fe y la moral cristianas,
sindicándolo de herejía y de laxitud moral. Exactamente lo mismo hicieron los
sacerdotes del templo de Jerusalén y los maestros de la ley con el Señor Jesús.[7]
Como
es tendencia dominante en los evangelios, en la parábola del administrador sagaz que nos
presenta hoy el relato de Lucas, Dios se nos evidencia como el único Señor al
que vale la pena dedicarse por entero, porque en El se encuentran la genuina
libertad y la genuina humanidad. Es, una vez màs, la afirmación contundente del
principio constitutivo del reino de Dios y su justicia, como categoría
determinante de un proyecto de vida trascendente, liberado y liberador.[8]
Podemos
entender el texto en su contexto: la confrontación de Jesùs con los fariseos, a
quienes Lucas caracteriza como avaros y siempre dispuestos a ridiculizar sus
enseñanzas, haciéndole preguntas y comentarios capciosos para descubrirlo como
infractor de la ley judía y contrario a sus principios y tradiciones jurídico –
religiosas.
Partiendo
del ejemplo del administrador astuto, de la habilidad con la que maneja su
crisis con el amo, ganándose el favor de
los acreedores de este último, Jesùs nos lleva a descubrir valores que son
claves para el nuevo proyecto de vida que èl propone: nosotros no somos dueños
de los bienes materiales sino administradores, a partir de una ética del compartir y de la
projimidad, con la prioridad bien conocida de los pobres y excluìdos,
reiteración que seguramente resulta molesta a muchos, pero que es imperativo
explicitarla porque hace parte sustancial de su propuesta: “Estaban oyendo todas estas cosas
los fariseos, que son amigos del dinero, y se burlaban de él. Pero él les dijo:
Ustedes se las dan de justos delante de los hombres, pero Dios los conoce por
dentro: y para Dios es abominable lo que los hombres consideran estimable”.[9]
El
desarrollo emancipatorio del siglo XX con su afirmación del primado de la razón
crìtica e ilustrada, proyectada en el conocimiento científico, se olvidò del
asunto fundamental de la solidaridad y de la sensibilidad con esos otros
desafíos èticos que son los prójimos
abatidos por la pobreza, por la negación de sus derechos, y se obnubilò con el
progreso de la tecnología, con la lógica desmedida del mercado, y cambiò los
ideales humanistas por los de un desarrollo desalmado, en cuya raíz hay una
perversidad intrínseca, que es la de concentrar la riqueza en pocas manos,
creando miseria y hambre en las mayorìas.[10]
A este tipo de concepción hay que señalar
crìticamente como alienación de la condición humana. Aquì se inscribe la praxis
de Jesùs que denuncia la idolatrìa del dinero y
advierte sobre la pecaminosidad que allì se contiene. De ahì que èl nos
diga con tanta claridad:”Ningùn criado puede servir a dos señores, porque
aborrecerà a uno y amarà al otro; o bien se dedicarà a uno y despreciarà al
otro. No se puede servir a Dios y al dinero” [11]
Los
ídolos que quitan al ser humano su dignidad y su libertad son el dinero, el
afán enfermizo de riquezas, la absolutización del poder, con lo que se pasa por
encima de los seres humanos y se los instrumentaliza como medios para lograr
estos fines de modo despiadado.
No
caigamos en la tentación de mirar atrás en la historia para justificarnos y
decir que son cosas de tiempos pasados. Para superar esa tendencia
irresponsable dejemos que estas cifras nos ilustren al respecto: el 20 % de los
màs ricos del planeta controlan el 83 % de la producción mundial; el 20 % de
los màs ricos del planeta controlan el 81 % del gasto de energía; ese mismo 20
% , controla el 80.5 % del ahorro, ellos mismos controlan el 80.6 % de la
inversión del mundo. Y también: las 350 personas màs ricas del mundo reciben en
la actualidad rentas equivalentes al ingreso de 2.400 millones de seres
humanos, el 45 % de la población del planeta, con el escàndalo de que estos
últimos se debaten dìa a dìa entre la vida y la muerte, a causa de la miseria
que genera el maligno sistema económico que domina en nuestro tiempo.[12]
Por
eso, la advertencia de Jesùs, aludiendo a la astucia de ese administrador, es
una invitación a cambiar totalmente nuestra manera de pensar y de sentir, no
sòlo por ir a contracorriente de ese desorden, sino porque muchas veces los
principios que lo sostienen tienen su argumento en creencias religiosas que
ponen a Dios de parte de los ricos y de los poderosos, justificando asì la
injusticia con los màs desfavorecidos. Quien quiera vivir cumpliendo la
voluntad de Dios no puede hacer parte de ese juego inmisericorde.
La
muy de moda “teología de la prosperidad”, fomentada por los grupos
neopentecostales fundamentalistas, dice que la propiedad de grandes bienes
materiales es señal de la bendición de Dios para quien los posee, porque está
indicando que estas personas son fieles a su voluntad. La pobreza es, en esta
perspectiva, una maldición que pone al desnudo la maldad moral de quienes la
padecen.[13]
Esto “explica” la presencia masiva de personas de las comunidades populares de
nuestras grandes capitales latinoamericanas y africanas en estas
congregaciones, que además son soporte de los regímenes políticos más
conservadores del mundo, como es el caso de Estados Unidos, Brasil, Guatemala,
en la actualidad.
Cuando
nos dice: “Y es que los hijos de este mundo son màs sagaces con los de su clase
que los hijos de la luz!”[14]
nos està invitando a tener una astucia evangélica para comprometernos en un
modo de vida que sea de servicio,de solidaridad, de responsabilidad ètica con
los prójimos caìdos, que demandan de
nosotros una transformación radical de esa lógica de ganancia egoísta por una
de fraternidad y de gratuidad.
Cada
uno, en ejercicio de un discernimiento responsable, debe encontrar la manera de
actuar con sagacidad para conseguir el mayor beneficio, no para el yo falseado
por el egoísmo y por el dinero, sino para el verdadero ser, cuyos rasgos
descansan en la entrega sin reservas al bien del prójimo, con miras a generar
una cultura de la solidaridad.
Cabe
asì detectar la sinceridad de nuestras intenciones y de las conductas que
resultan de allí. Y esto debe remitirnos a examinar esos estilos de excesiva
confianza en las cosas externas: dinero, posesiones, prestigio social, títulos,
relaciones, indicadores funestos del “ser bien” que nos alejan de Dios y del
hermano. Jesùs propone que seamos sagaces para deducir de allì ventajas
espirituales, esas sì profundamente humanas y solidarias.
Estos
criterios egoístas han hecho carrera y se han “normalizado”, hasta el punto de
convertirse en notas de identificación
de la gente sensata, seria y respetable,
todo esto canonizado por la aprobación de la buena sociedad. No hace falta dar
muchas vueltas para comprobar que ponemos màs interés en lo material que en lo
espiritual. Asì, resulta penoso verificar que personas que han tenido acceso a
una buena formación humana y acadèmica, tengan en esta materia de ética
esencial y de projimidad unas mentalidades deplorables por su cortedad de miras
y por su egoísmo disfrazado de sensatez, apariencias deleznables que claman al
cielo!
Definitivamente,
servir a dos dioses, en los términos de disyuntiva que nos presenta Jesùs, es
descubrir una esencial incompatibilidad. El Dios que se nos revela en Jesùs no
es un tirano programador de conciencias, ni se satisface con el servilismo y
con la miseria, El es un Padre que tiene en la dignidad humana su màs profunda y comprometedora sacramentalidad,
el rostro de Dios es el del prójimo que requiere ser reconocido como humano
merecedor de todo bien.
El
dinero, los bienes materiales, las cosas, las posesiones, no son asuntos de
exclusividad individual y de goce solitario, en esta nueva ética que surge de
la Buena Noticia ellos adquieren su verdadero significado cuando se ponen al
servicio de los hermanos, cuando se inspiran en una lógica de comunión y de
participación.
Los
altos niveles de corrupción en nuestro país: Odebrecht, cartel de la toga,
malversación de los dineros destinados a la salud y a las obras públicas, los
deshonestos manejos con los restaurantes escolares, el vergonzoso vencimiento
de términos con el que unos jueces de decadente moralidad van liberando a los
delincuentes de cuello blanco, son síntomas de un mundo enfermo, una sociedad
del espectáculo plena de apariencias y miserable en sus contenidos espirituales
y humanistas.
Nuestra
vida no puede tener dos fines últimos, sòlo podemos tener uno. Todos los demás
objetivos tienen que ser penúltimos, es decir, orientados al último y
definitivo , que es el que hemos venido planteando.
A
esto San Ignacio de Loyola, en el comienzo de sus Ejercicios Espirituales,
denomina “Principio y Fundamento”, es el presupuesto con el que el santo inicia
su propuesta de transformación en el Espíritu: “El hombre es criado para alabar,
hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su
ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le
ayuden en la prosecución del fin para el que es criado. De donde se sigue que
el hombre tanto ha de usar dellas cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe
quitarse dellas cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos
indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la
libertad de nuestro libre albedrío y no le está prohibido; en tal manera, que
no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza,
honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás;
solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos
criados”.[15]
Escrito con castellano y teología del siglo XVI nuestro santo nos está
proponiendo el más extraordinario proyecto de vida, la referencia teologal como
elemento estructurante de la existencia.
El asunto de Jesùs reside en que pongamos todo
lo que somos y tenemos al servicio de lo que vale de veras, que es – dicho
escuetamente – el reconocimiento afectivo y efectivo de la dignidad humana,
principalmente la de aquellos que son víctimas del sistema. Es imperativo para
quien quiera tomar en serio su condición de cristiano! Amar a Dios por encima
de todo equivale a amar al ser humano, asumido como prójimo, por encima de
todo. Sobre esto no existen dudas.
Seguir
a Jesucristo no es una religión más, como algunos han querido volverla ,
secuestrándole la profecía evangélica. El cristianismo es la adhesión integral
del creyente a El, a su causa, a sus opciones, a sus conductas, es una pasión
interpersonal y comunitaria que nos adhiere a su proyecto de plena humanidad y
de plena divinidad: “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los
hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate
por todos”.[16]
[1]
Amós 8: 4
[2]
Amós 8:5-6
[3]
Amós 8: 7
[4]
SICRE, Jose Luis. Con los pobres de la tierra: los profetas bíblicos y la
justicia social. Cristiandad. Madrid, 1999.
[5]
STITGLITZ, Joseph. Malestar en la globalización. Taurus. Madrid, 2003.
[6]
ELLACURIA, Ignacio. Filosofía de la realidad histórica. UCA editores. San
Salvador, 1995.
[7]
El conocido canal católico de TV EWTN es soterrado fortín de oposición al Santo
Padre, lo hace sutilmente, también la agencia de noticias Aciprensa digital.
Estos medios son financiados por grupos católicos económicamente poderosos que ven
a Francisco como un peligro para la identidad del catolicismo, Tienen nostalgia
del régimen de cristiandad, se rasgan las vestiduras por el magisterio cercano,
evangélico, misericordioso, de Francisco. Recuerdan el caso del Sr. Galat en el
canal Teleamiga?
[8]
SCHYLLEEBECKX, Edward. Dios futuro del hombre. Sígueme. Salamanca, 1986.
[9]
Lucas 16: 14-15
[10]
VALVERDE, José María. Génesis, estructura y crisis de la modernidad. BAC.
Madrid, 1998.
[11]
Lucas 16: 13
[12]
PNUD. Indíces e indicadores de desarrollo humano. Informe estadístico 2018. New
York. Naciones Unidas, 2018. JESUIT REFUGEE SERVICE JRS. Informe anual 2018.
Roma, 2018.
[13]
BLOOM, Harold. La religión americana. Taurus. Madrid, 2009.
[14]
Lucas 16: 8
[15]
San Ignacio de Loyola. Ejercicios Espirituales. San Pablo. Madrid, 1996.
[16] 1
Timoteo 2: 5-6
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