domingo, 8 de septiembre de 2019

COMUNITAS MATUTINA 8 DE SEPTIEMBRE 2019 DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C


“El que no cargue con su cruz y venga en pos de mì, no puede ser discípulo mìo”
(Lucas 14: 27)
Lecturas:
1.   Sabidurìa 9: 13 – 18
2.   Salmo 89: 3 – 6 y 12 – 17
3.   Filemòn (capìtulo único) 9 – 10 y 12 – 17
4.   Lucas 14: 25 – 33
Una interpretación distorsionada del cristianismo nos lo presenta en clave de extremada rigidez, de visión masoquista del sufrimiento y de rechazo voluntarista de todo lo que sea disfrute y placer, proponiendo como modelo de excelencia cristiana a aquellos que viven en permanente trance de dolor y de cruz,  espiritualidad que se fija en ideales de negación del yo ,  desarrollándose  en un plano de ascetismo fundamentalista, sin la perspectiva  del gratificante alto en el camino para disfrutar después de la intensidad de la faena apostólica y existencial.
Esta aclaración es clave para comprender cabalmente – sin minimizarlas! – las exigencias que Jesùs presenta a sus discípulos y a nosotros en el evangelio de hoy, en el que seguimos descubriendo todos los  requerimientos que el mismo Señor propone a quienes nos interesamos en configurar nuestra vida con la de èl. Seguir a Jesús en la construcción del reino de Dios y su justicia demanda generosidad, abnegación, capacidad para renunciar a comodidades e intereses personales, pero no riñe con la alegría de vivir, como ámbito estimulante de alegría pascual.[1]
El planteamiento inicial es bastante fuerte: “Si alguien viene donde mì y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, e incluso a sì mismo, no puede ser discípulo mìo” [2]. Què quiere decir con esto si partimos de la base del profundo afecto cristiano por la vida familiar, considerándola el ámbito original de la madurez humana y creyente? Al escucharlo desprevenidamente podemos quedar confundidos por la aparente contradicción de Jesús. Pero las cosas no son así.
El significado  general del texto de este domingo es el de seguir enfatizando en las condiciones del seguimiento, en la liberación saludable del yo y de los apegos, en la pèrdida de libertad que implican los afectos desordenados,  para orientar la estructuración del sujeto en total disponibilidad hacia  el reino de Dios y su justicia, es la total libertad para el amor. No hay aquí una invitación a vivir en enfermizo autocastigo, haciendo de este una pretendida virtud. [3] Lo de Jesús es una felicidad abnegada, servicial, hasta la máxima expresión de la misma: dar la vida por todos los seres humanos, para que tengan vida en abundancia.[4]
Seguimos con Jesùs en camino hacia Jerusalèn, el lugar de las decisiones definitivas.  Sabemos que esta ruta lo lleva a enfrentarse con el resultado final de sus opciones.  acerca de las dificultades que entraña el seguir su mismo camino de modelación con el Padre Dios y con el prójimo, dando a entender la hondura de las determinaciones que deben tomarse, de los sacrificios que se deben asumir, de la ofrenda total de la vida, que es lo que finalmente està en juego, sin que esto signifique en lo màs mínimo deshumanización o fractura de la integración personal.[5]
La invitación es para todos los que quieran tomar en serio las exigencias  del ser cristiano en igualdad de condiciones, sin privilegiar a unos que eventualmente serìan màs santos sobre otros màs imperfectos, como estamos mal acostumbrados a distinguir entre la pretendida perfección de sacerdotes y religiosos y la imperfección de los laicos. Las exigencias son en la línea de una perspectiva unificante para todos, sin jerarquías de santidad.
 El pueblo de Dios, diverso en carismas y dones, uno en la fe y en el bautismo, significa en su diversidad la riqueza pluriforme que el Espíritu concede a unos y a otros. A partir del don sustancial del Evangelio aquel se desborda en especialidades que no son para brillo personal sino para servicio de toda la comunidad. Es en ese pueblo santo donde se destaca el carisma de vivir todos según la Buena Noticia de Jesús, realidad en la que la donación de la propia vida es señal determinante de la autenticidad de este camino.[6]
El espíritu verdadero que anima esta invitación es el de una total disponibilidad para dedicarse por entero al reino de Dios y a su justicia, deponiendo todo interés egoísta,  para devenir en una persona plena de amor , dispuesta a los máximos en materia de solidaridad y de servicio,  relatando con la propia vida en què consiste amar a Dios y al prójimo – como Jesùs – sin escatimar nada a este amor siempre mayor. Con esto exorcizamos la tentación del perfeccionismo neurótico y del ascetismo que violenta las naturales inclinaciones a la felicidad y al gozo de vivir!
La experiencia de la sabiduría según el Espìritu es la que nos permite desprendernos de ese ascetismo fanático y de cierta arrogancia religioso-moral que presume de superioridad:  “Quien puede conocer tu voluntad, si tù no le das la sabiduría y le envìas tu espíritu santo desde el cielo? Asì se enderezaron los caminos de los habitantes de la tierra, los hombres aprendieron lo que te agrada y se salvaron gracias a la sabiduría” .[7]
La sabiduría es don del Espíritu para distinguir dónde está el modo libre y teologal de dar la vida, y dónde está el modelo vanidoso del que se siente superior en santidad.
El sujeto maduro espiritualmente es el que capta lo esencial de Dios y lo apropia para su vida haciéndose màs humano y feliz en la disposición de todo su ser para esta causa que capta la totalidad de su  ser y de su quehacer.
El nos invita a tener una relación libre y liberadora con nuestras familias, con el variado universo de nuestros afectos,  salvaguardando el gradual proceso de autonomía y de resignificaciòn de los mismos, con el correspondiente respeto por las opciones de vida que cada uno toma. Seguir a Jesùs nos enseñarà siempre a amar màs y mejor a nuestros familiares, con la claridad que proviene de los criterios evangélicos que estructuran la vida cuando esta se da a su causa.
Con  el imperativo: “El que no cargue con su cruz y venga en pos de mì, no puede ser discípulo mìo”[8] , hace referencia a ese aspecto  degradante como era en tiempos de Jesùs el  obligar a los reos a cargar físicamente con su patíbulo, como una de las manifestaciones de la alta severidad de la condena. Pero resignifica la dimensión trágica de tal imposición para proponerla como el camino de quien se juega toda la existencia por la pasión tan conocida y reiterada del reino de Dios y su justicia.
Se trata de mirar todos los obstáculos que impiden ese seguimiento: nuestro ego, las riquezas, el prestigio social, el deseo de reconocimiento, las mentalidades individualistas y competitivas, el poder, todo el amplio universo de los egoísmos, realidades que deben ser trocados por el amor desmedido al prójimo, por el tenor de vida austero y solidario, por el bajo perfil, por la disposición para compartir, por la preferencia bien conocida y reiterada de preferir a los màs pobres y sufrientes, y de ofrecer todo el ser en aras de su liberación.
En cuanto a los bienes materiales hay que recordar que a quienes entraban a integrar la primera comunidad cristiana se les pedìa que pusieran a disposición de todos el ciento por ciento  de lo que tenìan, se cambiaba el criterio de manejo de esos haberes de una tenencia individual a un compartir comunitario, para que no hubiera ni pobres ni ricos, buscando con esto el mayor grado posible de humanidad.
La oferta de Jesùs es siempre de plenitud, a la comprensión y apropiación de esto se llega mediante una experiencia espiritual profunda,  que nos hace aptos para entender este amor definitivo como el motor de una existencia vivida en clave de servicio, en abierta oposición a la seudorreligiòn del ego que nos plantea una felicidad individualista, ignorante del reto de la projimidad y del mismo Dios que està en la raíz de este desafío.
Esta mentalidad transformada y transformadora, evangélica en su totalidad, es la que lleva a Pablo a recomendar con tanta delicadeza y fino amor a Filemòn refiriéndose a su discípulo Onèsimo: “Tal vez fue alejado de tì por algún tiempo, precisamente para que lo recuperaras para siempre, y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo: como un hermano querido, que, siéndolo mucho para mi, cuànto màs lo será para tì, no sòlo como amo, sino también en el Señor!”[9]
Pablo está avalando a Timoteo, es su garante ante la comunidad cristiana, expresa un bello testimonio de padrinazgo según el Evangelio. Trascendiendo la puntualidad del texto descubrimos allí la responsabilidad de unos con otros, de ser avales  del prójimo, empeñando la propia vida como credencial de ese vínculo, nacido del Espíritu.




[1] En este sentido son muy significativos los textos magisteriales del Papa Francisco, entre los que queremos llamar la atención sobre dos: Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium “La alegría del Evangelio” (noviembre 2013), y Gaudete et Exsultate “Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual (marzo 2018). En ambos textos el Papa alude al modo de vida genuinamente evangélico , inspirado en las bienaventuranzas, el proyecto de felicidad del mismo Señor Jesús. Se respira allí un ambiente de gozosa y esperanzada  abnegación.
[2] Lucas 14: 26
[3] GARRIDO, Javier. Proceso humano y gracia de Dios. Sal Terrae. Santander (España), 2004.
[4] VON BALTHASAR, Hans Urs. Solo el amor es digno de fe. Sígueme. Salamanca, 1995.
[5] GARRIDO, Javier. Adulto y cristiano. Sal Terrae. Santander (España), 1999.
[6] SCANNONE, Juan Carlos. Teología del pueblo: raíces teológicas del Papa Francisco. Sal Terrae. Santander (España), 2017.
[7] Sabiduría 9: 17-18
[8] Lucas 14: 27
[9] Filemón: 15-16

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