“El
que no cargue con su cruz y venga en pos de mì, no puede ser discípulo mìo”
(Lucas 14: 27)
Lecturas:
1.
Sabidurìa 9: 13 – 18
2.
Salmo 89: 3 – 6 y 12 –
17
3.
Filemòn (capìtulo
único) 9 – 10 y 12 – 17
4.
Lucas 14: 25 – 33
Una
interpretación distorsionada del cristianismo nos lo presenta en clave de
extremada rigidez, de visión masoquista del sufrimiento y de rechazo
voluntarista de todo lo que sea disfrute y placer, proponiendo como modelo de
excelencia cristiana a aquellos que viven en permanente trance de dolor y de
cruz, espiritualidad que se fija en
ideales de negación del yo ,
desarrollándose en un plano de
ascetismo fundamentalista, sin la perspectiva
del gratificante alto en el camino para disfrutar después de la intensidad
de la faena apostólica y existencial.
Esta
aclaración es clave para comprender cabalmente – sin minimizarlas! – las
exigencias que Jesùs presenta a sus discípulos y a nosotros en el evangelio de
hoy, en el que seguimos descubriendo todos los requerimientos que el mismo Señor propone a
quienes nos interesamos en configurar nuestra vida con la de èl. Seguir a Jesús
en la construcción del reino de Dios y su justicia demanda generosidad,
abnegación, capacidad para renunciar a comodidades e intereses personales, pero
no riñe con la alegría de vivir, como ámbito estimulante de alegría pascual.[1]
El
planteamiento inicial es bastante fuerte: “Si alguien viene donde mì y no odia a su
padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, e
incluso a sì mismo, no puede ser discípulo mìo” [2].
Què quiere decir con esto si partimos de la base del profundo afecto cristiano
por la vida familiar, considerándola el ámbito original de la madurez humana y
creyente? Al escucharlo desprevenidamente podemos quedar confundidos por la
aparente contradicción de Jesús. Pero las cosas no son así.
El
significado general del texto de este
domingo es el de seguir enfatizando en las condiciones del seguimiento, en la
liberación saludable del yo y de los apegos, en la pèrdida de libertad que
implican los afectos desordenados, para
orientar la estructuración del sujeto en total disponibilidad hacia el reino de Dios y su justicia, es la total
libertad para el amor. No hay aquí una invitación a vivir en enfermizo
autocastigo, haciendo de este una pretendida virtud. [3] Lo
de Jesús es una felicidad abnegada, servicial, hasta la máxima expresión de la
misma: dar la vida por todos los seres humanos, para que tengan vida en
abundancia.[4]
Seguimos
con Jesùs en camino hacia Jerusalèn, el lugar de las decisiones
definitivas. Sabemos que esta ruta lo
lleva a enfrentarse con el resultado final de sus opciones. acerca de las dificultades que entraña el
seguir su mismo camino de modelación con el Padre Dios y con el prójimo, dando
a entender la hondura de las determinaciones que deben tomarse, de los
sacrificios que se deben asumir, de la ofrenda total de la vida, que es lo que
finalmente està en juego, sin que esto signifique en lo màs mínimo
deshumanización o fractura de la integración personal.[5]
La
invitación es para todos los que quieran tomar en serio las exigencias del ser cristiano en igualdad de condiciones,
sin privilegiar a unos que eventualmente serìan màs santos sobre otros màs
imperfectos, como estamos mal acostumbrados a distinguir entre la pretendida
perfección de sacerdotes y religiosos y la imperfección de los laicos. Las
exigencias son en la línea de una perspectiva unificante para todos, sin
jerarquías de santidad.
El pueblo de Dios, diverso en carismas y
dones, uno en la fe y en el bautismo, significa en su diversidad la riqueza
pluriforme que el Espíritu concede a unos y a otros. A partir del don
sustancial del Evangelio aquel se desborda en especialidades que no son para
brillo personal sino para servicio de toda la comunidad. Es en ese pueblo santo
donde se destaca el carisma de vivir todos según la Buena Noticia de Jesús,
realidad en la que la donación de la propia vida es señal determinante de la
autenticidad de este camino.[6]
El
espíritu verdadero que anima esta invitación es el de una total disponibilidad
para dedicarse por entero al reino de Dios y a su justicia, deponiendo todo
interés egoísta, para devenir en una
persona plena de amor , dispuesta a los máximos en materia de solidaridad y de
servicio, relatando con la propia vida
en què consiste amar a Dios y al prójimo – como Jesùs – sin escatimar nada a
este amor siempre mayor. Con esto exorcizamos la tentación del perfeccionismo
neurótico y del ascetismo que violenta las naturales inclinaciones a la
felicidad y al gozo de vivir!
La
experiencia de la sabiduría según el Espìritu es la que nos permite
desprendernos de ese ascetismo fanático y de cierta arrogancia religioso-moral
que presume de superioridad: “Quien
puede conocer tu voluntad, si tù no le das la sabiduría y le envìas tu espíritu
santo desde el cielo? Asì se enderezaron los caminos de los habitantes de la
tierra, los hombres aprendieron lo que te agrada y se salvaron gracias a la
sabiduría” .[7]
La
sabiduría es don del Espíritu para distinguir dónde está el modo libre y
teologal de dar la vida, y dónde está el modelo vanidoso del que se siente
superior en santidad.
El
sujeto maduro espiritualmente es el que capta lo esencial de Dios y lo apropia
para su vida haciéndose màs humano y feliz en la disposición de todo su ser
para esta causa que capta la totalidad de su
ser y de su quehacer.
El
nos invita a tener una relación libre y liberadora con nuestras familias, con
el variado universo de nuestros afectos, salvaguardando el gradual proceso de autonomía
y de resignificaciòn de los mismos, con el correspondiente respeto por las
opciones de vida que cada uno toma. Seguir a Jesùs nos enseñarà siempre a amar
màs y mejor a nuestros familiares, con la claridad que proviene de los
criterios evangélicos que estructuran la vida cuando esta se da a su causa.
Con
el imperativo: “El que no cargue con su cruz y
venga en pos de mì, no puede ser discípulo mìo”[8]
, hace referencia a ese aspecto degradante como era en tiempos de Jesùs el obligar a los reos a cargar físicamente con su
patíbulo, como una de las manifestaciones de la alta severidad de la condena.
Pero resignifica la dimensión trágica de tal imposición para proponerla como el
camino de quien se juega toda la existencia por la pasión tan conocida y
reiterada del reino de Dios y su justicia.
Se
trata de mirar todos los obstáculos que impiden ese seguimiento: nuestro ego,
las riquezas, el prestigio social, el deseo de reconocimiento, las mentalidades
individualistas y competitivas, el poder, todo el amplio universo de los
egoísmos, realidades que deben ser trocados por el amor desmedido al prójimo,
por el tenor de vida austero y solidario, por el bajo perfil, por la
disposición para compartir, por la preferencia bien conocida y reiterada de
preferir a los màs pobres y sufrientes, y de ofrecer todo el ser en aras de su
liberación.
En
cuanto a los bienes materiales hay que recordar que a quienes entraban a
integrar la primera comunidad cristiana se les pedìa que pusieran a disposición
de todos el ciento por ciento de lo que
tenìan, se cambiaba el criterio de manejo de esos haberes de una tenencia
individual a un compartir comunitario, para que no hubiera ni pobres ni ricos,
buscando con esto el mayor grado posible de humanidad.
La
oferta de Jesùs es siempre de plenitud, a la comprensión y apropiación de esto
se llega mediante una experiencia espiritual profunda, que nos hace aptos para entender este amor
definitivo como el motor de una existencia vivida en clave de servicio, en
abierta oposición a la seudorreligiòn del ego que nos plantea una felicidad
individualista, ignorante del reto de la projimidad y del mismo Dios que està
en la raíz de este desafío.
Esta
mentalidad transformada y transformadora, evangélica en su totalidad, es la que
lleva a Pablo a recomendar con tanta delicadeza y fino amor a Filemòn refiriéndose
a su discípulo Onèsimo: “Tal vez fue alejado de tì por algún tiempo,
precisamente para que lo recuperaras para siempre, y no como esclavo, sino como
algo mejor que un esclavo: como un hermano querido, que, siéndolo mucho para
mi, cuànto màs lo será para tì, no sòlo como amo, sino también en el Señor!”[9]
Pablo
está avalando a Timoteo, es su garante ante la comunidad cristiana, expresa un
bello testimonio de padrinazgo según el Evangelio. Trascendiendo la puntualidad
del texto descubrimos allí la responsabilidad de unos con otros, de ser avales del prójimo, empeñando la propia vida como
credencial de ese vínculo, nacido del Espíritu.
[1] En este sentido son muy significativos los textos magisteriales del
Papa Francisco, entre los que queremos llamar la atención sobre dos:
Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium “La alegría del Evangelio” (noviembre
2013), y Gaudete et Exsultate “Sobre el llamado a la santidad en el mundo
actual (marzo 2018). En ambos textos el Papa alude al modo de vida genuinamente
evangélico , inspirado en las bienaventuranzas, el proyecto de felicidad del
mismo Señor Jesús. Se respira allí un ambiente de gozosa y esperanzada abnegación.
[2] Lucas 14: 26
[3] GARRIDO, Javier. Proceso humano y gracia de Dios. Sal Terrae.
Santander (España), 2004.
[4] VON BALTHASAR, Hans Urs. Solo el amor es digno de fe. Sígueme.
Salamanca, 1995.
[5] GARRIDO, Javier. Adulto y cristiano. Sal Terrae. Santander
(España), 1999.
[6] SCANNONE, Juan Carlos. Teología del pueblo: raíces teológicas del
Papa Francisco. Sal Terrae. Santander (España), 2017.
[7] Sabiduría 9: 17-18
[8] Lucas 14: 27
[9] Filemón: 15-16
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