“Porque
todo el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado”
(Lucas 14: 11)
Lecturas:
1.
Eclesiàstico 3: 19 – 21
y 30 – 31
2.
Salmo 67: 4 – 11
3.
Hebreos 12: 18 y 22 –
24
4.
Lucas 14: 1 y 7 – 14
El
ser humano solamente es capaz de abrirse a la revelación de Dios y a la del
prójimo cuando se baja de una pretendida grandeza y reconoce serenamente sus lìmites; tal es el contenido central de la Palabra que
la Iglesia nos ofrece en este domingo. La propuesta de Jesús es una
antropología del desposeimiento, del rechazo a la prepotencia, de la austeridad
feliz, del ego desarmado. Aquí reside la más seductora alternativa de una
humanidad grande, noble y plenamente
realizada.
Esta afirmación es esencial para
desestructurar las posibles interpretaciones erróneas a que se puede dar pie
con las advertencias que hace Jesùs en el evangelio a propósito de minimizarse
al máximo para ser màs queridos y aceptados. Esto último es astucia humana y no
humildad evangélica!
La
Palabra confronta esta tendencia humana de querer afirmarse sobre los demás. En
casi todos los contextos socioculturales parece natural convivir con este deseo,
lo contrario a esto se tiene como idiotez, carencia de ambiciones, falta de
carácter “competitivo”. Esta mentalidad también ha penetrado la Iglesia, cuando
a unos se les llama “eminencia” y “monseñor” y a otros ni siquiera se les tiene
en cuenta , se está dejando claro que la mundanidad se infiltró en nuestro seno
y que la originalidad de Jesús se desvaneció.[1]
En
la lógica misma del proceder de Dios con la humanidad està definido este estilo
de anonadamiento y de vaciamiento de sì
mismo, que en la versión griega del Nuevo Testamento se expresa con la palabra kenosis,
que significa despojo total de sì mismo, renuncia a toda pretensión de
grandeza, y donación amorosa de todo lo que se es, como lo dice con tanta
densidad el texto clásico de Filipenses: “Tengan entre ustedes los mismo sentimientos
que Cristo, el cual, siendo de condición divina no codiciò el ser igual a Dios,
sino que se despojò de sì mismo tomando la condición de esclavo” . [2]
En
este mismo sentido el contexto del
relato evangélico es muy claro: los judíos principales del tiempo de Jesùs tenìan la costumbre de dar un banquete los
sàbados, con el fin de afianzar su importancia social y de ganar reconocimiento
y aplauso, y lo realzaban invitando a alguna persona destacada, asì como se
hace en nuestros días con la infinidad de eventos para rendir homenajes, hacer
premiaciones, inaugurar determinadas realizaciones, y darse postín con la
nòmina de invitados de alta sociedad.
Es
de admirar la libertad de Jesùs cuando se dirige al anfitrión, proponiendo uno
de los màs determinantes criterios evangélicos: “Notando còmo los invitados
elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: cuando alguien te invite a
una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya invitado a otro màs
distinguido que tù y, viniendo el que te invitò a tì y a èl, te diga: deja el
sitio a este, y tengas que ir, avergonzado, a sentarte en el último puesto” .[3]
Es
simple estrategia, habilidad para luego ganar prestigio y aplauso con una
humildad aparente? Què pretende Jesùs con esto? El aconseja no buscar honores ante los demás, como medio para hacerse valer.
El examen atento de este relato evangélico nos pone en guardia ante las
tentaciones del ego, unas por el lado de la soberbia, y otras por el de la falsa
humildad, ambas igualmente reveladoras de arrogancia.
Toda
vanagloria es diametralmente opuesta al proyecto de Jesùs. Este criterio ha de
ser motivo de un constante examen de conciencia individual y eclesial para
detectar en saludable discernimiento la presencia del mal espíritu que nos
lleva a hacer carrera en búsqueda de posiciones de poder, a esgrimir cualquier
título o condición social para enseñorearnos sobre los demás, a dejarnos
seducir por la mentalidad de ascensos en un orden jerárquico, a olvidar el
talante de servicio y de despojo de los intereses personales. Francisco, el
papa, lo llama el carrerismo eclesiástico, cuando se refiere a sacerdotes y
obispos que no están en el ministerio por el motivo determinante del servicio
ordenado a la comunidad sino por el vano honor del mundo y por el ascenso en
las categorías del poder.
Por
eso, en la segunda parte de su intervención en el ya referido banquete, dice: “Porque
todo el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado”[4],
como una de las frases que resumen con mayor elocuencia profética el modo suyo
que quiere hacer extensivo a todos los que se interesen por seguir su camino.
En la tradición espiritual evangélica que
promueve San Francisco de Asís – el franciscanismo – esto se conoce con el
nombre de minoridad, es el carisma de minimizarse, de hacer todo lo posible
para no brillar con aires de superioridad, es la pobreza que se asume como
lenguaje evangélico de sobriedad material y de identificación con los
vulnerables y abatidos, el no dar pie a cualquier realidad que haga posible la
vanidad, el trabajo constante contra las tentaciones del ego.[5]
Jesús
quiere trastocar comportamientos y
estilos que tenemos como normales para entrar en una dinámica nueva en la
perspectiva del reino de Dios y su justicia, en la que esta “minoridad” es
definitiva, siguiendo también su propio imperativo de acoger con misericordia a
los pobres, a los desheredados, a los desconocidos, a los solitarios, a los
condenados morales.[6]
Vale
la pena que nos detengamos un poco en la falsa humildad porque esta es una
màscara de la vanidad, una manera de buscar ser legitimados por los demás, que
también es llevar a tal punto el desprecio de sì mismo que incurrimos en eso
que se llama hoy baja autoestima, pusilanimidad, apocamiento. Ni lo uno ni lo
otro hacen parte del proyecto de Jesùs, porque su deseo es infundir en sus seguidores una humanidad
saludable, apta para lo que venimos llamando projimidad.
Ser
humildes es reconocernos en nuestro verdadero ser, sin màs ni menos: “Cuanto
màs grande seas, màs debes humillarte, y alcanzaràs el favor del Señor. Porque
grande es el poder del Señor, pero son los humildes quienes le glorifican”.
[7]
Esta cita del texto bíblico Eclesiástico es una advertencia de su autor contra
cierta pretensión, originada en la cultura girega de esa antigüedad, que
exaltaba con exceso a unos sobre otros, afirmando que el conocimiento racional
– la filosofía – sería razón para que unos seres humanos – los sabios – se
sintieran de superior categoría.
Se trata de conocer la verdad de lo que somos,
de ir a lo más genuino de nuestra condición
humana ,de asumirla con realismo y de vivir siempre en ese proceso de autoconocimiento,
en el que identificamos con claridad lo que San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios
Espirituales llama el “subjecto”, tarea que nos permite asumir con paz nuestras
fortalezas, cualidades, valores, junto
con nuestras deficiencias y lìmites, y configurar allì el sujeto que es apto
para apropiar coherentemente el estilo de Jesùs.
En
mala hora en la Iglesia entró el espíritu jerárquico del imperio romano,
junto con la mentalidad griega de categorías y escalafones de mayor a menor,
estableciendo también personas de mayor y de menor valor. Dònde està eso en el
evangelio, en la pràctica del cristianismo primitivo, en el proceder del Señor
Jesùs? Cuando el emperador Constantino se convierte al cristianismo en el año
313 y promulga el edicto de Milán para declarar a esta religión como oficial
del imperio, entran muchos males al seno de la Iglesia: la justificación del
poder, la estructura que legitima el mismo, la distinción que distancia a
obispos y sacerdotes de los laicos, la introducción de categorías propias de la
lógica imperial para sacralizar la práctica religiosa, el olvido de la pobreza.
Se conoce con el nombre de “constantinismo” el
modo de proceder que desconoce la “minoridad” de Jesús y del evangelio original
para dar título de ciudadanía al modo de poder de unos pocos cristianos – la
jerarquía – sobre la mayoría – los fieles bautizados.[8]
No
hay fundamento bíblico para validar tal jerarquización, porque: “Saben
ustedes que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los
grandes las oprimen con su poder. No ha de ser asì entre ustedes, pues el que
quiera llegar a ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera
ser el primero entre ustedes , que sea su esclavo; de la misma manera que el
Hijo del hombre que no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida
como rescate por muchos” [9]
Durante
el Concilio Vaticano II un grupo de obispos de diversos lugares del mundo firmaron
un documento llamado El Pacto de las
Catacumbas en el que se comprometieron a llevar un estilo de vida sencillo y
austero, a despojarse de todo símbolo externo de poder, y a servir
preferencialmente a los màs pobres. Con
ello querían llevar a la práctica el espíritu que se explicitó en Juan XXIII y
en muchos padres conciliares, retorno a la sencillez evangélica, renuncia al
llamado episcopado monárquico, primacía del valor evangélico de la pobreza,
ministerio que recupera su sentido esencial de servicio a toda la comunidad. [10]
Entre
ellos recordamos a figuras de decidido estilo evangélico como Dom Helder Càmara
(Brasil), Luigi Betazzi (Italia), Manuel Larraìn (Chile), Vicente Zazpe
(Argentina), Leonidas Proaño (Ecuador), Sergio Mèndez Arceo (Mèxico),Gerardo
Valencia Cano (Colombia), Enrique Alvear (Chile), Ramón Bogarín (Paraguay),
José María Pires (Brasil), Alfredo Viola (Uruguay) y a otros que con sus vidas
fieles hasta el final avalaron la responsabilidad adquirida en este pacto,
llamando la atención con prudencia cristiana a sus hermanos obispos para dejar
de lado toda pretensión de primacía y superioridad.[11]
Sea
este recuerdo una invitación para que nuestro crecimiento cristiano se oriente
en una perspectiva semejante , renunciando con libertad a todo lo que oscurezca
en nosotros la cercanìa de Dios y de los hermanos, y el estilo de vida discreto
y austero, lenguaje de la solidez evangélica de ese proceder.
Tambièn,
en el mismo texto de hoy, Jesùs alude,
con el ejemplo de invitar al banquete a familiares y amigos, al interés
humano de buscar apoyo para soportar privilegios: “Cuando des una comida o una
cena no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus
vecinos ricos, no sea que que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa.
Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los
ciegos. Asì seràs dichoso, porque, al no poder corresponderte, seràs
recompensado en la resurrección de los justos” . [12]
Quiere
decir Jesùs que en ese tipo de invitaciones no vamos màs allà de un egoísmo
amplificado a los que están de nuestra parte. El amor que èl nos pide debe
trascender nuestros intereses personales, buscar el bien de los demás sin esperar nada a
cambio, experimentando la felicidad silenciosa de la entrega, de dar vida y
dignidad a los demás, de contribuir discretamente a su humanización. El
servicio que se haga por el reino de Dios y su justicia no reclama aplausos,
reconocimientos, homenajes, se hace con pasión y permanece en silencio.
En
definitiva, humildad es aceptar que somos creaturas, feliz resultado de un amor
siempre mayor que nos considera a todos iguales, sustancial en el espíritu de
las bienaventuranzas, que nos propone un modo de vida construido a partir de
esa gratuidad original, deponiendo la desconfianza y el deseo inveterado de
dominar o utilizar a los otros. Quien toma en serio esto de vivir en clave de
kenosis-anonadamiento está relatando con su vida que hay un Misterio fundante,
el que nos desborda y asume, el que nos hace trascendentes, el que transforma
nuestro ego en yo-tú y en nosotros, el que configura esta condición creatural y
nos hace deponer todo título de preeminencia sobre el prójimo y sobre la
creación.
Dice
el salmo de hoy: “Padre de huérfanos, tutor de viudas es Dios en su santa morada; Dios
de un hogar a los desvalidos, abre a los cautivos la puerta de la dicha”
[13],
reconocimiento de que en la identidad de Dios està la protección de los
débiles, la compasión con su sufrimiento y la decisión de reconstruìrlos en su
dignidad y en su integridad.
No
es la arrogancia el camino para lograr una humanidad nueva. Es el modo humilde,
discreto, amoroso, el que hace posible construir la comunión, el respeto a lo
diferente, la inclusión, la restauración de las víctimas, como la tarea que nos
espera en Colombia con este deseado proceso de paz.
Es
imperativo profético del mejor cristianismo confrontar estos modos de
competencia individualista, este culto a la personalidad, esta exaltación de
unos pocos sobre la mayoría, este desprecio de lo humilde. La Iglesia debe
dejar de ser una curia de poderosos para afirmar su condición de comunidad de
discípulos de Jesús, como modelo contracultural que no se deja absorber por el
espíritu clasista de estas sociedades estratificadas y humillantes.[14]
[1] El modo de proceder del Papa Francisco es contundente en este
sentido, no es casual. Llamarse así para aludir al humilde talante del pobre de
Asís, rechazar la vivienda en los apartamentos pontificios y pasar a la casa de
Santa Marta, anunciar de frente su preferencia por los “descartados” del
sistema, en su magisterio referirse con potencia profética a las
inconsistencias del modelo político y económico que deshereda a grandes
mayorías del planeta, publicar una encíclica – Laudato si – en la que reconoce que
estamos en una casa que es para todos en igualdad de condiciones, advirtiendo
que la estamos destruyendo y que estamos quitando a muchos la posibilidad de
disfrutarla, son manifestaciones de ese estilo evangélico que él quiere
imprimir a una Iglesia que se ha envanecido con el carrerismo eclesiástico y
con el poder.
[2] Filipenses 2: 5-7
[3] Lucas 14: 7-9
[4] Lucas 14: 11
[5] BOFF,Leonardo. Francisco de Asís: ternura y vigor. Sal Terrae.
Santander (España), 1991. LECLERC, Eloi. La sabiduría de un pobre. Ediciones
Encuentro. Madrid, 1988.
[6] GUTIERREZ MERINO, Gustavo. Beber en su propio pozo: en el
itinerario espiritual de un pueblo. Sígueme. Salamanca, 1998.
[7] Eclesiástico 3: 18-20
[8] CASTILLO, José María: el proyecto de Jesús. Sígueme. Salamanca,
1991.
[9] Mateo 20: 25-28
[10] PIKAZA, Xabier. ANTUNES DA SILVA, José. El pacto de las catacumbas.
La misión de los pobres en la Iglesia. Verbo Divino. Estella (Navarra), 2015.
[11] BIDEGAIN, Ana María y autores varios. Obispos de la Patria Grande:
Pastores, profetas y mártires. Consejo Episcopal Latinoamericano CELAM. Bogotá,
2018.
[12] Lucas 14: 12-14
[13] Salmo 67: 6-7
[14] BOFF, Leonardo. Iglesia: carisma y poder. Indoamerican Press
Service. Bogotá, 1981.
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