“Yo te destino a ser
la luz de las naciones, para que llegue
mi salvación hasta los confines de la tierra”
(Isaías
49: 6)
Lecturas
1.
Isaías 49: 3-6
2.
Salmo 39: 2-10
3.
1 Corintios 1: 1-3
4.
Juan 1: 29-34
Las lecturas de este
domingo están atravesadas por la invitación de Dios a toda la humanidad a
asumir como propio el proyecto del Reino, Dios que nos reta a una manera nueva
de ser humanos, ser al mismo tiempo creación – conciencia y
experiencia liberadoras de ser
resultados de la iniciativa divina - y
sociedad – libre iniciativa nuestra para configurar unos vínculos
determinados por el amor y la solidaridad -. Son dos aspectos complementarios
que determinan la concepción cristiana del hombre, en la que interactúan la
gracia de Dios y la respuesta de nuestra libertad. Con estas certezas advirtamos que esta iniciativa tiene pretensiones de
universalidad, Dios es don para todos los seres humanos, El ofrece plenitud y
salvación para toda la humanidad. [1]
Tal oferta es
revolucionaria porque pone en crisis la concepción elitista y excluyente del
judaísmo contemporáneo de Jesús, que se pretendía concesionario exclusivo del
don salvífico de Dios. Sabemos que esta misma comprensión cerrada caracteriza a
muchos grupos religiosos en los diversos tiempos de la historia, generando
comunidades autosuficientes, arrogantes por sentirse únicos poseedores de la
verdad, y superiores a quienes no participan de sus convicciones y prácticas. Así,
no contribuyen a una humanidad en paz, en postura de diálogo y apertura. Penosamente,
uno de los grandes factores de violencia en la historia ha sido la
intransigencia de las religiones, y la postura de unas y otras que ven a los creyentes de las diversas como adversarios y/o competidores.
Con Jesús se inaugura
una lógica de universalidad. Esta intención se vislumbra en el Antiguo Testamento, principalmente en el
profeta Isaías, del que proviene el texto de la primera lectura de hoy. En la
misma, el profeta
alude al pueblo de Israel escogido como modelo de la nueva humanidad: “Escúchenme,
costas lejanas, presten atención pueblos remotos! El Señor me llamó desde el
seno materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre” [2].
El texto pertenece al segundo canto del siervo de Yahvé, en el que se reconoce
a Israel como ese servidor, llamado a ser paradigma del nuevo ser humano, libre
en el amor, que surge del proyecto de Dios, referente para toda la humanidad.
Sucede que una
deficiente comprensión de los textos bíblicos – o ignorancia de los mismos – y
también unas interpretaciones incompletas o sesgadas de lo cristiano, nos
conducen a estilos y prácticas igualmente limitadas. Es muy común, para poner
un caso relevante, el reducir todo lo de Jesús y su evangelio a una fábula
piadosa, sin vigor histórico y liberador, una religión más de corte emocional,
milagrera, fantasiosa, sin una traducción adecuada en la configuración del
sentido de la vida humana. Dentro de estas deficiencias de lo religioso, mal
entendido y asumido, están las cerrazones y el exclusivismo ya referido.
No olvidemos que
circulan muchas tendencias fundamentalistas en el ámbito religioso, claramente
reñidas con la originalidad evangélica. La proliferación de grupos de este talante,
dentro y fuera de la iglesia católica, es definitivamente muy problemática.
Recordemos las críticas de fondo planteadas al cristianismo por parte de
algunos pensadores serios, especialmente de los siglos XIX y XX, señalando el
carácter alienante y esclavizante de ciertas mentalidades religiosas.[3]
Siguiendo a Isaías, advertimos una misión de alcance universal: “No
basta que seas mi siervo sólo para restablecer las tribus de Jacob y hacer
volver a los sobrevivientes de Israel; yo haré que seas la luz de las naciones, para que lleves mi
salvación hasta las partes más lejanas
de la tierra” [4].
Este elemento delinea el carácter excepcional de lo que Dios quiere realizar a
través de este siervo ideal, mesiánico, prefiguración de Jesús, en quien se
realiza plenamente ese querer salvador del Padre. Es una oferta comunicada a la
libertad de todos los seres humanos a través del grupo de israelitas deportados a Babilonia
que, a pesar de estar en ese momento cautivo y expulsado de su tierra de
origen, es el que garantiza la fidelidad a la voluntad liberadora de Yahvé.
El profeta que escribe
este cántico de la primera lectura marca una diferencia cualitativa en cuanto a
la comprensión de la salvación que promete Yahvé; siendo el tiempo doloroso del
exilio, anuncia una salvación para todas las naciones, no únicamente para
Israel. En la intencionalidad de Dios cabemos todos los seres humanos. Desde
este anuncio no es posible dar pie a modelos religiosos absolutistas y excluyentes.[5]
Con Pablo, en la segunda
lectura , encontramos una confirmación
de esta universalidad del reino de Dios, saluda a la comunidad cristiana de
Corinto con estas palabras: “…a
los que forman la Iglesia de Dios que está en Corinto, que en Cristo Jesús
fueron santificados y llamados a formar su pueblo santo, junto con TODOS los
que en TODAS PARTES invocan el nombre de Nuestro Señor Jesucristo….” [6].
Aunque Pablo escribe de modo particular a esa comunidad, su mensaje desborda
los límites de espacio y de tiempo, porque es Palabra dirigida a la humanidad
entera.
Mediante Jesús hemos
recibido el don de ser acogidos todos por Dios para realizar en nuestras vidas
la misión de hacer presente en la historia su reino y su justicia, reconocer
con eficacia la dignidad de cada ser humano y de toda la realidad, hacer de
este mundo un ámbito de solidaridad, asumir la pluralidad de visiones y de
prácticas espirituales y humanistas como don del Espíritu, negar la supremacía
violenta del poder y reconocer a Jesús como el mediador que nos configura como
hijos de Dios y hermanos de todos los seres humanos.
Desde estas reflexiones
dominicales animamos a nuestros lectores a cultivar una sensibilidad
incluyente, abierta a las diversas manifestaciones religiones, a la rica
pluralidad de los caminos que nos llevan a Dios, sin ocultar los elementos
esenciales que nos identifican como cristianos y, precisamente, advirtiendo que
en los mismos se contempla una respetuosa apertura a esa apasionante diversidad
de las tradiciones creyentes.[7]
En Jesús apreciamos el carácter universal de la oferta de
salvación que Dios desea ofrecer a todos los humanos. Es de la esencia jesuánica
la universalidad salvífica [8].
Juan el Bautista
proclama: “ Al día siguiente, Juan vió a
Jesús, que se acercaba a él, y dijo: Miren, ese es el Cordero de Dios , que
quita el pecado del mundo” [9]. El cordero inmolado, desde el Antiguo
Testamento, es figura del Dios que salva y libera, por eso en el ritual
israelita de la Pascua se lo asume como el simbolismo central de esa
celebración, que conmemora anualmente la intervención liberadora de Yavé para
sacar al pueblo de la dominación egipcia y conducirlo a la tierra prometida.
El Hijo de Dios ofrece
su vida como evidencia máxima de su amor y , al hacerlo, se presenta como la
oferta definitiva del Padre para incluír a todas las gentes en esa iniciativa.
En el paradigma de la entrega crucificada de Jesús no está contenida la
victimización sádica del Hijo sino la afirmación radical de que sólo el amor es
digno de credibilidad: “Nadie tiene mayor amor que aquel que es
capaz de dar la vida por los que ama”. [10]
Juan Bautista es testigo primero de la identidad de Jesús: “He
visto al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma, y reposar sobre él. Yo
todavía no sabía quien era; pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo:
Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa, es el que bautiza con
Espíritu Santo. Yo ya lo he visto, y soy testigo de que es el Hijo de Dios” [11].
Juan lo anuncia como enviado del Padre, ungido por el Espíritu de Dios, en él
se concreta lo anticipado en el cántico
del siervo, su misión es establecer la justicia del Reino, establecer un modo
nuevo de relación con Dios, no mediado en la minuciosidad de las observancias
religiosas sino en la condición humana asumida por la gratuidad del Padre que
acoge en libertad esta oferta para hacerla proyecto definitivo de vida.[12]
En el magisterio del
Papa Francisco encontramos un deseo
notable de recuperar lo esencial cristiano,
que es , en primerísimo lugar, el mismo Señor Jesús. Así como el Bautista
testimonia a Jesús, en las palabras previas de Juan, así también la Iglesia
tiene sentido en la medida en que cumpla esta misión de comunicar a Jesús y su
Buena Noticia sin recortes, íntegra, esperanzadora, reconstructora de la
plenitud humana afectada por el pecado y por la injusticia: “La
Iglesia en salida es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los
demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin
rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la
ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para
acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces es como el padre del hijo
pródigo , que se queda con las puertas abiertas para que , cuando regrese,
pueda entrar sin dificultad”. [13]
La Iglesia no se puede
predicar a sí misma, ni comprometerse con ideologías, normas, pensamientos, que
sean incompatibles con el Evangelio. Por eso, como Juan el Bautista, tenemos la
responsabilidad de mostrar a todos la bienaventurada integridad del Señor
Jesucristo como Buena Noticia de sentido y de salvación.[14] :
“ Al día siguiente, Juan estaba allí otra
vez con dos de sus seguidores. Cuando vió pasar a Jesús, Juan dijo: Miren, ese
es el Cordero de Dios! Los dos seguidores de Juan lo oyeron decir esto y
siguieron a Jesús. [15]
En este mundo
globalizado que transmite tantos beneficios al ser humano pero que, en
desafortunada evidencia del egoísmo nuestro, excluye a miles de millones de
hombres y mujeres de la mesa de la vida, condenándolos a la pobreza y al desencanto, se
impone una afirmación del valor incuestionable de cada persona, principalmente
de las víctimas, y – con ella – el reconocimiento cuidadoso de la casa común,
sacramento de esta solidaridad teologal establecida en el Señor Jesús.
[1]
RUIZ DE LA PEÑA, Juan Luis. El don de Dios: antropología teológica especial.
Sal Terrae. Santander (España), 1991.
[2]
Isaías 49: 1
[3]
Las posturas de los llamados “Maestros de la sospecha”, de significativo
desarrollo en el siglo XIX, invocando los fundamentos de la razón ilustrada y
de su crítica emancipatoria a las instituciones sociales, tiene en autores como
Sigmund Freud, Karl Marx, Federico Nietzsche, Ludwig Feuerbach, a los
principales pensadores que someten la religión al riguroso examen de la
racional, para derivar en la afirmación de la no existencia de Dios como
garantía de la libertad humana, y en el carácter alienante de las mediaciones
religiosas. Lo que estos pensadores veían en sus respectivos contextos era
elitismo religioso, absolutización de las propias doctrinas, fundamentalismo,
moralismo, dogmatismo, cerrazón a los desarrollos de la razón, antípodas del
espíritu científico.
[4]
Isaías 49: 6
[5]
PANIKKAR, Raimon. El diálogo indispensable: paz entre las religiones.
Península. Barcelona, 2003.
[6] 1
Corintios 1: 2
[7]
VIGIL, José María. Teología del pluralismo religioso. Abya Yala. Quito, 2003.
[8]
MARTINEZ DIEZ, Felicísimo. Creer en Jesucristo: vivir en cristiano. Verbo
Divino. Estella (Navarra España), 2007. MANARANCHE, André. Creo en Jesucristo hoy.
Sígueme. Salamanca, 1979.
[9]
Juan 1: 29
[10]
Juan 15: 13
[11]
Juan 1: 32-34
[12]
ESPEJA, Jesús. Jesucristo: la invención del diálogo. Verbo Divino. Estella
(Navarra, España), 2005.
[13]
Papa Francisco. Exhortación Apostólica La Alegría del Evangelio. Ediciones
Paulinas. Bogotá, 2013. Número 46.
[14]
PABLO VI. Exhortación Apostólica sobre El Anuncio del Evangelio Hoy Evangelii
Nuntiandi. Tipografía Vaticana, diciembre de 1975. Esta exhortación es fruto
del Sínodo de 1975 sobre la evangelización del mundo contemporáneo.
[15]
Juan 1: 29
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