“Después
del bautismo, mientras Jesús salía del agua, los cielos se abrieron y vió al
Espíritu de Dios que descendía sobre él como una paloma. Y una voz dijo desde
el cielo: este es mi Hijo muy amado en quien tengo puestas todas mis
complacencias”
(Mateo
3: 16-17)
Lecturas
1.
Isaías 42: 1-7
2.
Salmo
28
3.
Hechos 10 : 34-38
4.
Mateo 3: 13-17
El cristianismo
original, el propio de Jesús, el del Evangelio, el de las comunidades
primitivas, es una fe arraigada en la realidad concreta de los seres humanos,
en su historia cotidiana, en sus experiencias de vida y de muerte, en sus
dolores y en sus alegrías, consecuencia directa y primera de la
encarnación, del Dios que se inserta en este mundo asumiendo lo propio del ser
humano.
Esta lógica es la que
se quiere hacer evidente en el contenido de este domingo. El Bautismo de Jesús
significa que El – en nombre de Dios y de la misma humanidad – asume la
historia nuestra, haciéndose partícipe de la misma, verdaderamente humano en la
felicidad y en el sufrimiento, Dios uno de los nuestros! Y la asume de modo
salvífico y liberador, vale decir, para redimirnos de todo lo que disminuye
nuestra humanidad, el pecado que es la ruptura con el proyecto del Padre , ir
en contra de nuestra realización, frustrar su obra creadora, dejar que la
injusticia en contra del prójimo, y la violencia que la acompaña, se tornen en
el modo habitual de proceder. No hay nada más humanizante que el proceder de
Dios revelado en Jesús.
El, que viene a re – significar con salvación
y liberación el absurdo de la muerte y del mal, y para eso se encarna en la
totalidad del ser humano y de su existencia, sin reservas, semejante a nosotros
en todo menos en el pecado, como nos lo comunican la tradición del Nuevo Testamento y de la
Iglesia.
Vale la pena recordar el
contexto del relato de Mateo, que hoy se nos ofrece como lectura del evangelio
: Juan el Bautista, hombre profundamente
sincero en su religiosidad y de gran sensibilidad espiritual, está muy inquieto
porque ve que la institución judía, el templo, sus sacerdotes, el modo como
viven y transmiten la relación con Dios y su práctica correspondiente, no están
impregnados de la radical honestidad propia del profetismo bíblico, constata la
preocupante inautenticidad vigente y por esto promueve un movimiento de
conversión y de rescate de la originalidad religiosa de Israel.
Juan Bautista es
radical, considera que la religión judía está totalmente prostituída, y sus
dirigentes convertidos en mercenarios de la fe, obsecuentes con el poder
romano, desconocedores de la compasión y de la misericordia.
Jesús, Hijo de Dios,
encarnado en la realidad de su pueblo, comprometido con su destino, se interesa
en la iniciativa del Bautista, y por eso va a escucharle, y a dejarse tocar por
lo que este profeta propone, consciente de que hay que evolucionar hacia un
modo de vivir fundamentado en el reino de Dios y su justicia, en el que la
radical honestidad de la vida y el acatamiento pleno de la voluntad del Padre
son constitutivos del nuevo talante que viene con El, opuesto a la formalidad
religiosa exterior de los líderes religiosos judíos de ese tiempo:
“Por entonces se presentó Jesús, que venía de Galilea al Jordán, a donde Juan,
para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo y le decía: soy yo
el que necesita ser bautizado por ti, y vienes tú donde mí? Jesús le respondió:
deja ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia”. [1]
Es el tiempo mesiánico,
el tiempo del nuevo ser humano que se empieza a realizar con Jesús; en ese
orden de cosas el signo de este bautismo cobra mayor fuerza expresiva y
decisivo peso simbólico. El bautismo que realizaba Juan Bautista es el gesto
indicativo de quien se hunde en las aguas de la muerte, del pecado, del
egoísmo, de la injusticia , y emerge de ellas para llevar una vida nueva,
inspirada en Dios y en los valores esenciales que Jesús propone como contenidos
de la Buena Noticia.[2]
En el movimiento de
conversión suscitado por el Bautista y en la propuesta de Jesús, se marca un
contraste radical con lo anterior, pues lo uno y lo otro llevan a la vida en el
Espíritu, a la libertad de los hijos de Dios, a una existencia honesta y
comprometida, a una relación fundamental con el Padre y con los hermanos, y a
un estilo profético, fraterno, solidario, como lenguaje de coherencia con esa conversión vivida y asumida.[3]
Cuáles eran las
pecaminosidades de ese tiempo y de ese contexto? La presencia dominante
política y militar del imperio romano, el autoritarismo de este y el desprecio
por el pueblo humilde, la imposición arbitraria de leyes, el desconocimiento de
su identidad y de su cultura, las abismales diferencias sociales, escandalosas
y contrarias al proyecto de Dios.
También la actitud de
no conversión propia del judaísmo fundamentalista, que afirmaba que la única
mediación posible de salvación era el cumplimiento milimétrico de todas las
prescripciones de la ley, tanto en las determinaciones rituales como en las mil
normas de la vida cotidiana, estableciendo un abominable dominio de ese
ordenamiento sobre el ser humano y sobre sus legítimas aspiraciones de
libertad.[4]
Igualmente, buena parte
del pueblo estaba seducido por sus líderes, dándoles la razón y legitimando su
despotismo. Evocar estas condiciones nos da una mejor idea del significado del
movimiento de Juan el Bautista y de su pasión por la genuina religiosidad.
Efecto saludable de
esta celebración del Bautismo del Señor y de esta Palabra, ha de ser la de
mirar críticamente las pecaminosidades de nuestro tiempo, las
nuestras propias y las de la sociedad y de la Iglesia. Asesinato sistemático de líderes sociales,
decisiones que no favorecen la dignidad y la calidad de vida de muchos
ciudadanos, violencia como recurso para eliminar a quien piensa y procede
diferente, negación cínica de la injusticia, religiosidad formal y exterior,
ritos sin contenido existencial, consumismo, predominio del tener sobre el ser,
carrerismo eclesiástico, pederastia, olvido del prójimo, burocracia
eclesiástica.
Los efectos malignos
del pecado no se contraarrestan con simples actos de buena voluntad o con
legislaciones y reformas. Se impone la presencia novedosa de una realidad trascendente que entre a lo más
hondo del corazón de las gentes de buena voluntad. Esto es la que se
personaliza e historiza en la persona de Jesús, quien se une al movimiento del
Bautista, significando con ello su misión de erradicar de los individuos y de
la sociedad las consecuencias de este desorden.[5]
A esto aluden las
palabras de Mateo e Isaías: “Una
vez bautizado Jesús, salió del agua. En esto se abrieron los cielos y vió al
Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y venía sobre él. Y una voz que
salía de los cielos decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”
[6] y
“Miren
a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto
mi Espíritu, para que promueva el derecho en las naciones”[7] .
Con estas palabras nos queda clara cuál es la misión de Jesús.[8]
En el contexto de la
aceptación del bautismo por parte de Jesús, se explicita la elección que hace
de él el Padre – Madre Dios para confiarle la misión de replantear de raíz la
historia de la humanidad, desafiando las fuerzas del mal y de la pecaminosidad ya señalada, configurándolo
como el salvador y liberador, el que es capaz – teologalmente, humanamente – de
abrir un horizonte de sentido y trascendencia, promoviendo esa nueva manera de vida,
libre y redimida, que se manifiesta en las bienaventuranzas.
Así lo expresa el
testimonio de Pedro, en la segunda lectura de este domingo: “ Ustedes ya conocen lo sucedido por toda la Judea,
empezando por Galilea, a partir del bautismo que predicaba Juan. Cómo Dios
ungió a Jesús de Nazaret con Espíritu Santo y poder; él pasó haciendo el bien y
sanando a los poseídos del diablo, porque Dios estaba con él” [9].
Estas palabras son la
ratificación que hace la Iglesia Apostólica - personificada en su líder y pastor primero,
Pedro, - de la misión y compromiso de
Jesús, que la Iglesia nos destaca en estos comienzos del año litúrgico, como
disposición para seguir juiciosamente su itinerario a lo largo de 2020, principalmente en los textos bíblicos que se
nos ofrecen cada domingo.
Con Jesús, estamos
llamados a escuchar las invitaciones a la conversión que nos hacen los signos
de los tiempos, las personas y grupos sinceramente evangélicos y humanos, que
señalan las incoherencias nuestras y las sociales, para comprometernos en esta
tarea permanente, infatigable, exigente, de sacar de raíz el mal en las
múltiples manifestaciones bien conocidas e inquietantes. [10]
Esta misión es
perfectamente descrita por Isaías: “Yo, el Señor, te he llamado para la justicia,
te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz
de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos
de la prisión y de la cárcel a los que habitan en tinieblas” [11].
Suena muy convencional
aquello de “año nuevo, vida nueva”, pero si queremos salirnos del estereotipo
contenido en la frase, tomemos en serio la novedad misional de Jesús, su
decisión de acatar en todo a Dios Padre, seguro de que allí está implicada la
máxima posibilidad de sentido y de libertad para el ser humano, rompiendo los
moldes de una religiosidad anquilosada y dando paso al reino de Dios y su
justicia.
La misión de Jesús se
actualiza hoy trabajando con ahinco para “desempoderar” la institucionalidad
del cristianismo organizado haciendo del Evangelio el criterio determinante de
la acción eclesial, adoptando un modo de vida sobrio, viviendo fraternalmente,
asumiendo conductas constantes de solidaridad, en todo siendo testigos de esa
esperanza definitiva: “Den culto al Señor, Cristo, en su interior,
siempre dispuestos a dar respuesta a quien les pida razón de su esperanza”.
[12]
[1]
Mateo 3: 13-15
[2]
SAN OSCAR ROMERO, homilía del 13 de enero de 1980, solemnidad del Bautismo del
Señor. En https://servicioskoinonia.org/romero/homilias/C/800113.htm
[3]
DUQUOC, Cristian. Jesús, hombre libre: esbozo de una cristología. Sígueme. Salamanca, 1977.
[4]
Es conocida la postura muy severa de Jesús frente a los líderes religiosos del
judaísmo de su tiempo – sacerdotes del templo de Jerusalén, maestros de la ley,
fariseos. Estos estaban determinados por el rigorismo legal-ritual, al que
daban la primacía por encima de la conversión a Dios y al prójimo, negándose a
la compasión y a la misericordia, y generando un modelo religioso netamente
ritual y jurídico. Jesús es extremadamente fuerte con ellos como se puede
apreciar en Mateo 23: 1-32; Marcos 12: 38-40; Lucas 11: 39-52. Jesús rechaza de
plano la religiosidad exterior que no se traduce en una nueva manera de vida
referida al amor de Dios y al servicio del prójimo.
[5]
VIDAL, Marciano. Cómo hablar del pecado hoy: hacia una moral crítica del
pecado. PPC. Madrid, 1988.
[6]
Mateo 3: 16-17
[7]
Isaías 42: 1
[8]
NOLAN, Albert. Jesús hoy: una espiritualidad de libertad radical. Sal Terrae.
Santander (España), 2009.
[9]
Hechos 10: 37-38
[10]
CARRIER, Yves. Las exigencias históricas de la salvación-liberación: análisis
temático de las homilías de Monseñor Oscar Arnulfo Romero en https://servicioskoinonia.org/relat/348.htm
[11]
Isaías 42: 6-7
[12] 1
Pedro: 3-15
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