domingo, 12 de enero de 2020

COMUNITAS MATUTINA DOMINGO 12 DE ENERO 2020 EL BAUTISMO DEL SEÑOR CICLO A


“Después del bautismo, mientras Jesús salía del agua, los cielos se abrieron y vió al Espíritu de Dios que descendía sobre él como una paloma. Y una voz dijo desde el cielo: este es mi Hijo muy amado en quien tengo puestas todas mis complacencias”
(Mateo 3: 16-17)

Lecturas
1.   Isaías 42: 1-7
2.   Salmo  28
3.   Hechos 10 : 34-38
4.   Mateo 3: 13-17
El cristianismo original, el propio de Jesús, el del Evangelio, el de las comunidades primitivas, es una fe arraigada en la realidad concreta de los seres humanos, en su historia cotidiana, en sus experiencias de vida y de muerte, en sus dolores y en sus alegrías,   consecuencia directa y primera de la encarnación, del Dios que se inserta en este mundo asumiendo lo propio del ser humano.
Esta lógica es la que se quiere hacer evidente en el contenido de este domingo. El Bautismo de Jesús significa que El – en nombre de Dios y de la misma humanidad – asume la historia nuestra, haciéndose partícipe de la misma, verdaderamente humano en la felicidad y en el sufrimiento, Dios uno de los nuestros! Y la asume de modo salvífico y liberador, vale decir, para redimirnos de todo lo que disminuye nuestra humanidad, el pecado que es la ruptura con el proyecto del Padre , ir en contra de nuestra realización, frustrar su obra creadora, dejar que la injusticia en contra del prójimo, y la violencia que la acompaña, se tornen en el modo habitual de proceder. No hay nada más humanizante que el proceder de Dios revelado en Jesús.
  El, que viene a re – significar con salvación y liberación el absurdo de la muerte y del mal, y para eso se encarna en la totalidad del ser humano y de su existencia, sin reservas, semejante a nosotros en todo menos en el pecado, como nos lo comunican  la tradición del Nuevo Testamento y de la Iglesia.
Vale la pena recordar el contexto del relato de Mateo, que hoy se nos ofrece como lectura del evangelio : Juan  el Bautista, hombre profundamente sincero en su religiosidad y de gran sensibilidad espiritual, está muy inquieto porque ve que la institución judía, el templo, sus sacerdotes, el modo como viven y transmiten la relación con Dios y su práctica correspondiente, no están impregnados de la radical honestidad propia del profetismo bíblico, constata la preocupante inautenticidad vigente y por esto promueve un movimiento de conversión y de rescate de la originalidad religiosa de Israel.
Juan Bautista es radical, considera que la religión judía está totalmente prostituída, y sus dirigentes convertidos en mercenarios de la fe, obsecuentes con el poder romano, desconocedores de la compasión y de la misericordia.
Jesús, Hijo de Dios, encarnado en la realidad de su pueblo, comprometido con su destino, se interesa en la iniciativa del Bautista, y por eso va a escucharle, y a dejarse tocar por lo que este profeta propone, consciente de que hay que evolucionar hacia un modo de vivir fundamentado en el reino de Dios y su justicia, en el que la radical honestidad de la vida y el acatamiento pleno de la voluntad del Padre son constitutivos del nuevo talante que viene con El, opuesto a la formalidad religiosa exterior de los líderes religiosos judíos de ese tiempo: “Por entonces se presentó Jesús, que venía de Galilea al Jordán, a donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo y le decía: soy yo el que necesita ser bautizado por ti, y vienes tú donde mí? Jesús le respondió: deja ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia”. [1]
Es el tiempo mesiánico, el tiempo del nuevo ser humano que se empieza a realizar con Jesús; en ese orden de cosas el signo de este bautismo cobra mayor fuerza expresiva y decisivo peso simbólico. El bautismo que realizaba Juan Bautista es el gesto indicativo de quien se hunde en las aguas de la muerte, del pecado, del egoísmo, de la injusticia , y emerge de ellas para llevar una vida nueva, inspirada en Dios y en los valores esenciales que Jesús propone como contenidos de la Buena Noticia.[2]
En el movimiento de conversión suscitado por el Bautista y en la propuesta de Jesús, se marca un contraste radical con lo anterior, pues lo uno y lo otro llevan a la vida en el Espíritu, a la libertad de los hijos de Dios, a una existencia honesta y comprometida, a una relación fundamental con el Padre y con los hermanos, y a un estilo profético, fraterno, solidario, como lenguaje de coherencia con  esa conversión vivida y asumida.[3]
Cuáles eran las pecaminosidades de ese tiempo y de ese contexto? La presencia dominante política y militar del imperio romano, el autoritarismo de este y el desprecio por el pueblo humilde, la imposición arbitraria de leyes, el desconocimiento de su identidad y de su cultura, las abismales diferencias sociales, escandalosas y contrarias al proyecto de Dios.
También la actitud de no conversión propia del judaísmo fundamentalista, que afirmaba que la única mediación posible de salvación era el cumplimiento milimétrico de todas las prescripciones de la ley, tanto en las determinaciones rituales como en las mil normas de la vida cotidiana, estableciendo un abominable dominio de ese ordenamiento sobre el ser humano y sobre sus legítimas aspiraciones de libertad.[4]
Igualmente, buena parte del pueblo estaba seducido por sus líderes, dándoles la razón y legitimando su despotismo. Evocar estas condiciones nos da una mejor idea del significado del movimiento de Juan el Bautista y de su pasión por la genuina religiosidad.
Efecto saludable de esta celebración del Bautismo del Señor y de esta Palabra, ha de ser la de mirar críticamente las pecaminosidades de nuestro tiempo,   las nuestras propias y las de la sociedad y de la Iglesia.  Asesinato sistemático de líderes sociales, decisiones que no favorecen la dignidad y la calidad de vida de muchos ciudadanos, violencia como recurso para eliminar a quien piensa y procede diferente, negación cínica de la injusticia, religiosidad formal y exterior, ritos sin contenido existencial, consumismo, predominio del tener sobre el ser, carrerismo eclesiástico, pederastia, olvido del prójimo, burocracia eclesiástica.
Los efectos malignos del pecado no se contraarrestan con simples actos de buena voluntad o con legislaciones y reformas. Se impone la presencia novedosa de  una realidad trascendente que entre a lo más hondo del corazón de las gentes de buena voluntad. Esto es la que se personaliza e historiza en la persona de Jesús, quien se une al movimiento del Bautista, significando con ello su misión de erradicar de los individuos y de la sociedad las consecuencias de este desorden.[5]
A esto aluden las palabras de Mateo  e Isaías: “Una vez bautizado Jesús, salió del agua. En esto se abrieron los cielos y vió al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco[6] y “Miren a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi Espíritu, para que promueva el derecho en las naciones[7] . Con estas palabras nos queda clara cuál es la misión de Jesús.[8]
En el contexto de la aceptación del bautismo por parte de Jesús, se explicita la elección que hace de él el Padre – Madre Dios para confiarle la misión de replantear de raíz la historia de la humanidad, desafiando las fuerzas del mal y de  la pecaminosidad ya señalada, configurándolo como el salvador y liberador, el que es capaz – teologalmente, humanamente – de abrir un horizonte de sentido y trascendencia, promoviendo esa nueva manera de vida, libre y redimida, que se manifiesta en las bienaventuranzas.
Así lo expresa el testimonio de Pedro, en la segunda lectura de este domingo: “ Ustedes  ya conocen lo sucedido por toda la Judea, empezando por Galilea, a partir del bautismo que predicaba Juan. Cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con Espíritu Santo y poder; él pasó haciendo el bien y sanando a los poseídos del diablo, porque Dios estaba con él[9].
Estas palabras son la ratificación que hace la Iglesia Apostólica -  personificada en su líder y pastor primero, Pedro,  - de la misión y compromiso de Jesús, que la Iglesia nos destaca en estos comienzos del año litúrgico, como disposición para seguir juiciosamente su itinerario a lo largo de 2020,  principalmente en los textos bíblicos que se nos ofrecen cada domingo.
Con Jesús, estamos llamados a escuchar las invitaciones a la conversión que nos hacen los signos de los tiempos, las personas y grupos sinceramente evangélicos y humanos, que señalan las incoherencias nuestras y las sociales, para comprometernos en esta tarea permanente, infatigable, exigente, de sacar de raíz el mal en las múltiples manifestaciones bien conocidas e inquietantes. [10]
Esta misión es perfectamente descrita por Isaías: “Yo, el Señor, te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la cárcel a los que habitan en tinieblas[11].
Suena muy convencional aquello de “año nuevo, vida nueva”, pero si queremos salirnos del estereotipo contenido en la frase, tomemos en serio la novedad misional de Jesús, su decisión de acatar en todo a Dios Padre, seguro de que allí está implicada la máxima posibilidad de sentido y de libertad para el ser humano, rompiendo los moldes de una religiosidad anquilosada y dando paso al reino de Dios y su justicia.
La misión de Jesús se actualiza hoy trabajando con ahinco para “desempoderar” la institucionalidad del cristianismo organizado haciendo del Evangelio el criterio determinante de la acción eclesial, adoptando un modo de vida sobrio, viviendo fraternalmente, asumiendo conductas constantes de solidaridad, en todo siendo testigos de esa esperanza definitiva: “Den culto al Señor, Cristo, en su interior, siempre dispuestos a dar respuesta a quien les pida razón de su esperanza”. [12]


[1] Mateo 3: 13-15
[2] SAN OSCAR ROMERO, homilía del 13 de enero de 1980, solemnidad del Bautismo del Señor. En https://servicioskoinonia.org/romero/homilias/C/800113.htm


[3] DUQUOC, Cristian. Jesús, hombre libre: esbozo de una cristología.  Sígueme. Salamanca, 1977.
[4] Es conocida la postura muy severa de Jesús frente a los líderes religiosos del judaísmo de su tiempo – sacerdotes del templo de Jerusalén, maestros de la ley, fariseos. Estos estaban determinados por el rigorismo legal-ritual, al que daban la primacía por encima de la conversión a Dios y al prójimo, negándose a la compasión y a la misericordia, y generando un modelo religioso netamente ritual y jurídico. Jesús es extremadamente fuerte con ellos como se puede apreciar en Mateo 23: 1-32; Marcos 12: 38-40; Lucas 11: 39-52. Jesús rechaza de plano la religiosidad exterior que no se traduce en una nueva manera de vida referida al amor de Dios y al servicio del prójimo.
[5] VIDAL, Marciano. Cómo hablar del pecado hoy: hacia una moral crítica del pecado. PPC. Madrid, 1988.
[6] Mateo 3: 16-17
[7] Isaías 42: 1
[8] NOLAN, Albert. Jesús hoy: una espiritualidad de libertad radical. Sal Terrae. Santander (España), 2009.
[9] Hechos 10: 37-38
[10] CARRIER, Yves. Las exigencias históricas de la salvación-liberación: análisis temático de las homilías de Monseñor Oscar Arnulfo Romero en https://servicioskoinonia.org/relat/348.htm
[11] Isaías 42: 6-7
[12] 1 Pedro: 3-15

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