domingo, 2 de febrero de 2020

COMUNITAS MATUTINA 2 DE FEBRERO 2020 FIESTA DE LA PRESENTACION DEL SEÑOR CICLO A


“El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él”
(Lucas 2: 40)

Lecturas:
1.   Malaquías 3: 1-4
2.   Salmo 23
3.   Hebreos 2: 14-18
4.   Lucas 2: 22-40

En este domingo se altera levemente el orden establecido de los domingos del tiempo ordinario, y se celebra la fiesta de la Presentación del Señor, a partir del texto evangélico de Lucas 2: 22-40, que es siempre el 2 de febrero; por coincidir este domingo con tal fecha, la liturgia de la Iglesia hace este pequeño cambio en la secuencia dominical ordinaria.
El contenido alude a la tradición judía de llevar los niños primerizos al templo, cuarenta días después de su nacimiento, para ser ofrecidos a Dios. Esto es lo que hacen José y María: “Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: todo varón primogénito será consagrado al Señor”.[1]
El relato es claramente una construcción teológica que quiere presentarnos a Jesús como integrado al pueblo judío y a toda la historia prototípica de salvación universal  que Dios quiere realizar a través de estos elegidos; los dos personajes que dan testimonio – Siméon y Ana – son una caracterización simbólica de este pueblo.
 Tiene todo el sentido que se trate de dos personas mayores, han vivido por largos años su experiencia creyente,  tienen la sabia autoridad de los años vividos con sincera confianza en Dios, por eso el autor del evangelio los pone a significar al pueblo bíblico: “Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al  niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”. [2]
El que sea un relato teológico no desvirtúa su realidad. El autor no está haciendo una narración histórica sino dando un testimonio de fe sobre la persona de Jesús, una vez vivida la experiencia pascual y comprendida desde esta clave toda su historia. Por eso acude al simbolismo representativo, muy propio de esta cultura, para hacer tal referencia que es esencial en la comprensión de la persona y de la misión de Jesús. [3]
Lo que se quiere destacar con este texto es la dedicación total de Jesús a las cosas de Dios, a lo que siempre referimos aquí: el reino de Dios y su justicia como primado de su vida, es el motivo fundante de su misión, lo que determina todo su quehacer, hasta el punto de dar la vida de modo cruento por tal causa.
Los mismos relatos evangélicos y los testimonios del Nuevo Testamento y de las comunidades del cristianismo primitivo convergen en este elemento esencial: Jesús vivió de lleno la referencia a Dios-Padre, a su voluntad y, desde ahí, diseñó una nueva manera de relacionarse con El y con el prójimo, marcando una diferencia cualitativa con la religiosidad cultual, jurídica, ritual, del judaísmo de su tiempo. Esto es determinante para captar el sentido genuino del camino trazado por Jesús, que hoy llamamos cristianismo,  en sus diversas vertientes eclesiales y doctrinales.[4]
Qué quiere decir, según  esto, dedicarse de lleno a las cosas de Dios? La práctica de Jesús es el paradigma para una saludable conducta teologal, los evangelios así lo atestiguan. Esta aclaración es definitiva porque con el paso de los siglos se han introducido en la originalidad cristiana unas mentalidades y estilos que contaminan su esencia,  se ha “judaizado” el proyecto de Jesús, llenándose de rituales, doctrinas, normas, muchas de ellas con carácter de prohibiciones, acentuando el tema del pecado, de la culpabilidad de toda aquel que vaya en contra de Dios, y presentando al Padre de Jesús tan distorsionado que más parece un justiciero, vengativo, castigador, como la señalan con marcada postura crítica los grandes planteamientos del ateísmo racional, al que ya hemos hecho alusiones en estos mensajes semanales.[5]
Jesús se dedica a Dios para dedicarse al ser humano, para liberarlo de todo lo que lo deshumaniza, del pecado, del mal, de la injusticia, de la indignidad, para resignificar su vida en términos salvíficos y liberadores. Esta promesa no es solamente una salvación más allá de la historia, cuando el ser humano pase la frontera de la muerte. La salvación cristiana mediada en la acción pascual de Jesús es integral, abarca todas las dimensiones nuestras, las histórico-existenciales y las trascendentes, haciendo de las mismas una continuidad liberadora en constante proceso de plenitud y superación.[6]
Jesús tiene un comportamiento histórico de acercamiento misericordioso y compasivo al ser humano. Los milagros que relatan los evangelios tienen el sentido teológico de indicar que, en nombre de este Dios a quien él se dedica, restaura al ser humano de todo lo que menoscaba su dignidad y su sentido de vida. Dios es salud plena y Jesús lo significa con su misión de rehacer a los seres humanos caídos por el mal. Este es un aspecto primordial de su dedicación a las cosas de Dios.[7]
La segunda lectura – de la carta a los Hebreos – atestigua que Jesús es de la humanidad y – como consecuencia primera de la encarnación – está inserto en su historia, hace parte de ella: “Y ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, él también debía participar de esa misma condición,  para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio, y liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte”.[8]
En esta dedicación de  sí mismo a Dios vemos cómo se conjugan en Jesús la divinidad y la humanidad, haciéndose historia la primera para asumir al ser humano, liberándolo de un destino trágico y absurdo, transformando la muerte en una esperanza definitiva. Si nosotros hacemos lo mismo no es para aislarnos de la realidad histórica o para integrar una élite de perfectos, como suelen hacer tantos “ghettos” religiosos, auténticas sectas que no saben nada de comunidad, sino para participar de la vida real de todos los prójimos y – como bien lo sabemos – primeramente de aquellos a quienes les es negada la posibilidad de vivir con sentido y dignidad.[9]
El alcance pleno de la entrega de Jesús a Dios lo vivió en la más radical projimidad, dando todo de sí para que todos tuvieran vida en abundancia, según la conocida expresión del evangelio de Juan: “Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia”. [10]
Entonces, el sencillo rito de la  presentación  de Jesús, que la Iglesia quiere reconocer en esta fiesta litúrgica ,  es un simbolismo de alta densidad teológica que presenta la misión universal de Jesús, la decisión de Dios en él para alcanzar a los seres humanos de todos los tiempos. Es Dios afirmando que su opción primera es el ser humano y su plenitud. Jesús es el relato total de esa intencionalidad.
Las palabras de Simeón avalan esta intención: “Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón…[11]
Jesús, así ofrecido en totalidad a Dios y al prójimo sufriente,  es potente crítica a todo exclusivismo religioso, empezando por el de los judíos de su tiempo, que nos remite a un asunto  raizal en la práctica cristiana: reconocer a todo ser humano en su originalidad y en su valor intrínseco, estar abiertos a las diversas sensibilidades espirituales y a las muchas búsquedas sinceras de Dios, preguntarnos con honestidad por qué hay muchas gentes que deciden no tener una fe teologal, interrogarnos si en la raíz de la increencia están los malos modos de muchos creyentes, soberbios, moralistas, excluyentes.[12]
También es de esta lógica el diálogo con la vida, la escucha de los clamores del mundo, la sensibilidad ante todo lo humano, la lectura de los signos de los tiempos, el gozo con los grandes hallazgos que hacen al hombre y a la mujer más dignos y felices.
La condición teologal de Jesús – su divinidad – se significa en su humanidad, esta  es  sacramento de aquella. En esto consiste “ser presentado” ante Dios para dedicarse a El. La gran credibilidad de esta misión es darse a todos sin reservas, haciéndonos unos y otros más humanos, practicando la justicia y la solidaridad, transformando las relaciones de poder en relaciones de fraternidad y de solidaridad, tomando a Jesús como referente fundamental de filiación y de projimidad. Así seremos, todos de Dios y de nosotros, en El. [13]


[1] Lucas 2: 22-23
[2] Lucas 2: 27-32.
[3] BOFF, Leonardo. Los relatos de la infancia de Jesús: teología o historia?  en www.redescristianas/net-los-relatos-de-la-infancia-de-Jesus-teologia-o-historialeonardo-boff
[4] JEREMIAS, Joachim. Abba: el mensaje central del Nuevo Testamento. Sígueme. Salamanca, 1993.
[5] MALKIN, Vitaly. Ilusiones peligrosas. Indicios. Barcelona, 2018.
[6] AYEL, Vincent. Qué  significa salvación cristiana? Sal Terrae. Santander (España), 1987.
[7] LEON- DUFOUR, Xavier. Los milagros de Jesús. Cristiandad. Madrid, 1980.
[8] Hebreos 14-15.
[9] MARTINEZ DIEZ, Felicísimo. El compromiso cristiano: cristianos en el mundo. Editorial San Esteban. Salamanca, 1987.
[10] Juan 10: 10
[11] Lucas 2: 34-35
[12] MARTIN VELASCO, Juan de Dios. El malestar religioso de nuestra cultura. San Pablo. Madrid, 1989.
[13] MARTIN VELASCO, Juan de Dios. El encuentro con Dios. Caparrós Editores. Madrid, 1995.

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