“El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de
sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él”
(Lucas 2: 40)
Lecturas:
1.
Malaquías 3: 1-4
2.
Salmo 23
3.
Hebreos 2: 14-18
4.
Lucas 2: 22-40
En este domingo se altera levemente el orden
establecido de los domingos del tiempo ordinario, y se celebra la fiesta de la
Presentación del Señor, a partir del texto evangélico de Lucas 2: 22-40, que es
siempre el 2 de febrero; por coincidir este domingo con tal fecha, la liturgia
de la Iglesia hace este pequeño cambio en la secuencia dominical ordinaria.
El contenido alude a la tradición judía de llevar los
niños primerizos al templo, cuarenta días después de su nacimiento, para ser
ofrecidos a Dios. Esto es lo que hacen José y María: “Cuando llegó el día fijado por
la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para
presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: todo varón primogénito será
consagrado al Señor”.[1]
El relato es claramente una construcción teológica que
quiere presentarnos a Jesús como integrado al pueblo judío y a toda la historia
prototípica de salvación universal que
Dios quiere realizar a través de estos elegidos; los dos personajes que dan
testimonio – Siméon y Ana – son una caracterización simbólica de este pueblo.
Tiene todo el
sentido que se trate de dos personas mayores, han vivido por largos años su
experiencia creyente, tienen la sabia
autoridad de los años vividos con sincera confianza en Dios, por eso el autor
del evangelio los pone a significar al pueblo bíblico: “Conducido por el mismo Espíritu,
fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones
de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo: Ahora, Señor,
puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis
ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos, luz
para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”. [2]
El que sea un relato teológico no desvirtúa su
realidad. El autor no está haciendo una narración histórica sino dando un
testimonio de fe sobre la persona de Jesús, una vez vivida la experiencia
pascual y comprendida desde esta clave toda su historia. Por eso acude al
simbolismo representativo, muy propio de esta cultura, para hacer tal
referencia que es esencial en la comprensión de la persona y de la misión de
Jesús. [3]
Lo que se quiere destacar con este texto es la
dedicación total de Jesús a las cosas de Dios, a lo que siempre referimos aquí:
el reino de Dios y su justicia como primado de su vida, es el motivo fundante
de su misión, lo que determina todo su quehacer, hasta el punto de dar la vida
de modo cruento por tal causa.
Los mismos relatos evangélicos y los testimonios del
Nuevo Testamento y de las comunidades del cristianismo primitivo convergen en
este elemento esencial: Jesús vivió de lleno la referencia a Dios-Padre, a su
voluntad y, desde ahí, diseñó una nueva manera de relacionarse con El y con el
prójimo, marcando una diferencia cualitativa con la religiosidad cultual,
jurídica, ritual, del judaísmo de su tiempo. Esto es determinante para captar
el sentido genuino del camino trazado por Jesús, que hoy llamamos cristianismo,
en sus diversas vertientes eclesiales y
doctrinales.[4]
Qué quiere decir, según esto, dedicarse de lleno a las cosas de Dios?
La práctica de Jesús es el paradigma para una saludable conducta teologal, los
evangelios así lo atestiguan. Esta aclaración es definitiva porque con el paso
de los siglos se han introducido en la originalidad cristiana unas mentalidades
y estilos que contaminan su esencia, se
ha “judaizado” el proyecto de Jesús, llenándose de rituales, doctrinas, normas,
muchas de ellas con carácter de prohibiciones, acentuando el tema del pecado,
de la culpabilidad de toda aquel que vaya en contra de Dios, y presentando al
Padre de Jesús tan distorsionado que más parece un justiciero, vengativo,
castigador, como la señalan con marcada postura crítica los grandes
planteamientos del ateísmo racional, al que ya hemos hecho alusiones en estos
mensajes semanales.[5]
Jesús se dedica a Dios para dedicarse al ser humano,
para liberarlo de todo lo que lo deshumaniza, del pecado, del mal, de la
injusticia, de la indignidad, para resignificar su vida en términos salvíficos
y liberadores. Esta promesa no es solamente una salvación más allá de la historia,
cuando el ser humano pase la frontera de la muerte. La salvación cristiana
mediada en la acción pascual de Jesús es integral, abarca todas las dimensiones
nuestras, las histórico-existenciales y las trascendentes, haciendo de las
mismas una continuidad liberadora en constante proceso de plenitud y
superación.[6]
Jesús tiene un comportamiento histórico de
acercamiento misericordioso y compasivo al ser humano. Los milagros que relatan
los evangelios tienen el sentido teológico de indicar que, en nombre de este
Dios a quien él se dedica, restaura al ser humano de todo lo que menoscaba su
dignidad y su sentido de vida. Dios es salud plena y Jesús lo significa con su
misión de rehacer a los seres humanos caídos por el mal. Este es un aspecto
primordial de su dedicación a las cosas de Dios.[7]
La segunda lectura – de la carta a los Hebreos –
atestigua que Jesús es de la humanidad y – como consecuencia primera de la
encarnación – está inserto en su historia, hace parte de ella: “Y ya
que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, él también debía
participar de esa misma condición, para
reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el dominio de la
muerte, es decir, al demonio, y liberar de este modo a todos los que vivían
completamente esclavizados por el temor de la muerte”.[8]
En esta dedicación de
sí mismo a Dios vemos cómo se conjugan en Jesús la divinidad y la
humanidad, haciéndose historia la primera para asumir al ser humano,
liberándolo de un destino trágico y absurdo, transformando la muerte en una
esperanza definitiva. Si nosotros hacemos lo mismo no es para aislarnos de la
realidad histórica o para integrar una élite de perfectos, como suelen hacer
tantos “ghettos” religiosos, auténticas sectas que no saben nada de comunidad,
sino para participar de la vida real de todos los prójimos y – como bien lo
sabemos – primeramente de aquellos a quienes les es negada la posibilidad de
vivir con sentido y dignidad.[9]
El alcance pleno de la entrega de Jesús a Dios lo
vivió en la más radical projimidad, dando todo de sí para que todos tuvieran
vida en abundancia, según la conocida expresión del evangelio de Juan: “Pero
yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia”.
[10]
Entonces, el sencillo rito de la presentación
de Jesús, que la Iglesia quiere reconocer en esta fiesta litúrgica , es un simbolismo de alta densidad teológica
que presenta la misión universal de Jesús, la decisión de Dios en él para
alcanzar a los seres humanos de todos los tiempos. Es Dios afirmando que su
opción primera es el ser humano y su plenitud. Jesús es el relato total de esa
intencionalidad.
Las palabras de Simeón avalan esta intención:
“Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: Este niño será causa
de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a
ti misma una espada te atravesará el corazón…”[11]
Jesús, así ofrecido en totalidad a Dios y al prójimo
sufriente, es potente crítica a todo
exclusivismo religioso, empezando por el de los judíos de su tiempo, que nos
remite a un asunto raizal en la práctica
cristiana: reconocer a todo ser humano en su originalidad y en su valor
intrínseco, estar abiertos a las diversas sensibilidades espirituales y a las
muchas búsquedas sinceras de Dios, preguntarnos con honestidad por qué hay
muchas gentes que deciden no tener una fe teologal, interrogarnos si en la raíz
de la increencia están los malos modos de muchos creyentes, soberbios,
moralistas, excluyentes.[12]
También es de esta lógica el diálogo con la vida, la
escucha de los clamores del mundo, la sensibilidad ante todo lo humano, la
lectura de los signos de los tiempos, el gozo con los grandes hallazgos que
hacen al hombre y a la mujer más dignos y felices.
La condición teologal de Jesús – su divinidad – se
significa en su humanidad, esta es sacramento de aquella. En esto consiste “ser
presentado” ante Dios para dedicarse a El. La gran credibilidad de esta misión
es darse a todos sin reservas, haciéndonos unos y otros más humanos,
practicando la justicia y la solidaridad, transformando las relaciones de poder
en relaciones de fraternidad y de solidaridad, tomando a Jesús como referente
fundamental de filiación y de projimidad. Así seremos, todos de Dios y de
nosotros, en El. [13]
[3] BOFF,
Leonardo. Los relatos de la infancia de Jesús: teología o historia? en www.redescristianas/net-los-relatos-de-la-infancia-de-Jesus-teologia-o-historialeonardo-boff
[9] MARTINEZ DIEZ, Felicísimo. El compromiso cristiano: cristianos en el
mundo. Editorial San Esteban. Salamanca, 1987.
[12] MARTIN
VELASCO, Juan de Dios. El malestar religioso de nuestra cultura. San Pablo.
Madrid, 1989.
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