domingo, 17 de mayo de 2020

COMUNITAS MATUTINA 17 DE MAYO DOMINGO VI DE PASCUA


“Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la Verdad, para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen, pero ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes”
(Juan 14: 15-17)
Lecturas
1.   Hechos 8: 5 – 17
2.   Salmo 66: 1 – 20
3.   1 Pedro  3: 15 – 18
4.   Juan 14: 15 – 21

La historia de la humanidad abunda en penosos hechos de discriminación y exclusión, motivos económicos, raciales, sociales, religiosos, hacen parte de esta tendencia humana a dividir.  Mientras las declaraciones institucionales públicas, las constituciones de los países, y otras realidades formales proclaman la igualdad, los hechos de la vida real desvirtúan esto que pertenece al elemental sentido común de lo humano . Todos somos iguales, poseemos la misma dignidad -  decimos con sensatez -  pero son muchos los que se empeñan en negarlo con su mentalidad y con sus conductas. [1]
Pasan  por nuestra mente odios ancestrales, dramáticas narrativas de acoso y persecución. Aplica en estos casos la expresión  homo homini lupus ,  creada por el comediógrafo latino Plauto, [2] quiere decir que  el hombre es lobo para el hombre, cuando este se empeña en hacer el mal a sus semejantes. Fue popularizada por  el pensador inglés Thomas Hobbes[3],  en el siglo XVII.
En el último siglo evocamos situaciones siniestras como la segregación racial en Estados Unidos y en Sudáfrica, la saña criminal del régimen de Adolfo Hitler contra los judíos, el bárbaro genocidio sucedido en Ruanda en 1994, cuando la etnia tutu emprendió una brutal cadena de asesinatos contra los tutsi, llegando a casi un millón de personas muertas violentamente. [4]
En nuestro país este fenómeno tiene hondas y escandalosas repercusiones, las comunidades afrodescendientes de las costas pacífica y atlántica viven crudas pobrezas y violencias, descuidadas por el estado y sometidas a los intereses oscuros de políticos y grupos ilegales, lo mismo que las etnias indígenas, los habitantes originales de nuestra tierra! Trece millones de colombianos pobres, ocho millones de víctimas de la violencia, nos hablan de  algo que  no marcha bien en la configuración de nuestra sociedad. [5]
En todos estos hechos hay una indiscutible ausencia de espíritu, de ánimo para emprender la tarea de la justicia y de la solidaridad, prima una conciencia errada sobre el valor de cada ser humano y de cada grupo social. Sigue vigente un ancestral complejo de superioridad, causa de tantas depredaciones de la dignidad humana. Qué decir de todo esto en continentes y países donde ha predominado el cristianismo con su discurso del amor y de la fraternidad?
Los obispos de América Latina, reunidos en su segunda asamblea general reunida en Medellín entre agosto y septiembre de 1968, acuñaron la categoría de pecado estructural, violencia institucionalizada, para referirse a los desequilibrios del continente: “Si el cristiano cree en la fecundidad de la paz para llegar a la justicia, cree también que la justicia es una condición ineludible para la paz. No deja de ver que América Latina se encuentra, en muchas partes, en una situación de injusticia que puede llamarse de violencia institucionalizada cuando, por defecto de las estructuras de la empresa industrial y agrícola, de la economía nacional e internacional, de la vida cultural y política, “poblaciones enteras faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política”, violándose así derechos fundamentales”. [6]
Tal discriminación  ha sido   determinada por personas “civilizadas”,  un modo de pensar, una visión de la vida, un modus operandi, cimentado en la exclusión, en la abusiva dominación de unos sobre otros, argumentando razones aparentemente valederas, simples manejos del poder, por esa compulsiva tendencia a desarmonizar la vida. También en la “normalidad” de la vida cotidiana hay posturas de tipo racista y clasista,  lucha de clases soterrada, actitudes que justifican lo mismo, permanentes atentados a la convivencia y a la dignidad de los humanos.
A qué viene todo esto? En la primera lectura de hoy, de Hechos de los Apóstoles, se trae a la  memoria el odio furibundo de los judíos hacia los samaritanos, caso típico que sirve de ejemplo al patológico acontecer de la exclusión. Los consideraban herejes y extranjeros porque, aunque adoraban al único Dios, se negaban a rendir culto en Jerusalén. Lo narrado en 2 Reyes 17: 24-41 expresa nítidamente esta situación que se tornó “normal”, el eterno conflicto de las diferencias religiosas que no se toman como factor de comunión sino de pugna por lo que se considera “verdad”. Los samaritanos pagaban a los judíos con la misma moneda, pues los habían hostigado en los períodos de su poderío y les habían destruido su templo en el monte Garizim.
En el relato hay algo sorprendente, de clara naturaleza pascual, es el motivo de esta amplia introducción: “Pero los que tuvieron que salir de Jerusalén anunciaban la buena noticia por donde quiera que iban. Felipe, uno de ellos, se dirigió a la principal ciudad de Samaria y comenzó a hablarles de Cristo. La gente se reunía, y todos escuchaban con atención lo que decía Felipe, pues veían las señales milagrosas hechas por él. Muchas personas que tenían espíritus impuros eran sanadas; y los espíritus salían de ellas gritando; y también muchos paralíticos y tullidos eran sanados. Por esta causa hubo gran alegría en aquel pueblo”. [7]
El Espíritu de Dios cambia el desorden del pecado de exclusión, promueve la cultura del encuentro y del diálogo, extirpa asperezas y prejuicios, establece un nuevo orden de vida, es la presencia del Resucitado animando una fraterna acción apostólica entre judíos y samaritanos, dejando atrás el viejo mundo de la segregación. Sorprende encontrar a Felipe predicando entre ellos, en su propia capital, con tanto éxito como sugiere el pasaje que leemos hoy, hasta concluir con el hermoso final de la ciudad samaritana llena de alegría por el anuncio de la Buena Noticia de Jesús.
Por hechos como este valoramos la capacidad que tiene el cristianismo original de modificar el corazón de los seres humanos, cuando estos libremente acogen el mensaje y se disponen a vivir coherentemente todas las implicaciones que contiene. Seguir a Jesús  no es cuestión de plegarse a unas prácticas religiosas rituales, a unas costumbres piadosas, es un modo de vida pascual, él mismo presente en nosotros suscita el cambio de mentalidad, el Espíritu nos lleva a transformar en amor y comunión lo que el pecado ha desfigurado. La tarea es grande y exigente, no podemos desistir. Las desigualdades siguen, pero la Buena Noticia también  sigue y nada la sofoca.[8]
Con Jesús entramos en el tiempo del Espíritu, en él  no hay barreras ni fronteras. Esta obra de comunicar la Buena Noticia y de aunar voluntades provoca unidad y concordia, Pedro y Juan confirman la labor de Felipe, es el Espíritu actuando novedosamente sobre esta comunidad samaritana, tan despreciada por los judíos.[9] Es inherente al cristianismo y a  su ministerio evangelizador el ser testigo de una esperanza de vida definitiva a partir de lo que Dios ha realizado en Jesucristo, sin considerar si las condiciones de acogida del mensaje son favorables o desfavorables: “ Den gloria a Cristo, el Señor, y estén siempre dispuestos a dar razón de su esperanza a todo el que les pida explicaciones”. [10]
Predicación vigorosa de la fe, proclamación valiente de la realidad de Jesucristo muerto y resucitado, entusiasmo y bautismo de muchos al escuchar el anuncio, fundación de nuevas comunidades, señales de vida y esperanza realizadas por los apóstoles, el indudable coraje pascual de estos, su heroísmo para afrontar la adversidad,  vida fraterna y solidaria de estos creyentes,  ánimo apostólico y misionero,  disposición de recibirlos a todos,  de practicar un talante de inclusión que desconocía las crudas clasificaciones sociales y religiosas, todo esto como consecuencia cierta  del Espíritu del Resucitado actuando  en todos ellos.
Toda la 1 carta de Pedro, que nos acompaña como segunda lectura en estos domingos pascuales, es una invitación al ánimo, a la plena confianza en el Señor, al cambio cualitativo de vida que esto implica, a la certeza de que El es el fundamento de este proyecto, a la conciencia de que  la suya no ha sido una muerte inútil: “También Cristo murió una sola vez por los pecados, el inocente por los culpables, para conducirlos a Dios. En cuanto hombre sufrió la muerte, pero fue devuelto a la vida por el Espíritu…..” . [11]
Cómo dar vigencia a esta convicción en los contextos y situaciones en los que tenemos éxito como evangelizadores, cuando la Iglesia es acogida y tenida en cuenta, socialmente reconocida, o también en aquellos en los que se desprecia el mensaje, se ignora, no se considera válido y relevante, o se la persigue y maltrata?
El cristianismo de los primeros siglos – impopular y perseguido – no fue inferior a los retos de su Señor, ellos   vivieron fielmente, fueron animosos , tuvieron creatividad apostólica,  no bajaron la guardia, ni  tuvieron miedo de los poderes que los enfrentaban, el drama de la cruz y la vitalidad pascual fueron presencias  constantes que los lanzaron a vivir entusiastas en medio de la contradicción y a dar razón de su esperanza.
No podemos olvidar que en el fundamento de esta realidad pascual reside el mismo Jesús: “No los dejaré huérfanos; regresaré con ustedes. El mundo dejará de verme dentro de poco; ustedes, en cambio, seguirán viéndome, porque yo vivo y ustedes también vivirán. Cuando llegue aquel día reconocerán que yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo en ustedes” . [12]
¿Cómo ser profetas y creadores en esta cultura neoliberal tan displicente,  ligera,  con su grave ausencia de interioridad?  ¿Cómo decir a los poderosos que el bien común, la felicidad de todos los humanos, la profundidad del ser, son más importantes y decisivos que los intereses del poder y del capital? ¿Cómo ser testigos de esa dimensión de trascendencia que supera y derriba las fragilidades del ser humano? ¿Cómo vivir siempre en el tiempo del Espíritu? : “El que recibe mis mandamientos y los obedece, demuestra que de veras me ama. Y mi Padre amará al que me ama, y yo también lo amaré y me mostraré a él”. [13]




[1] José Nun. Marginalidad y exclusión social. Fondo de Cultura Económica. México DF, 2000. Frantz Fannon. Piel negra, máscaras blancas. Akal. Madrid, 2009; Los condenados de la tierra. Fondo de Cultura Económica. México DF, 1965.
[2] 254 – 184 A.C. En su obra Asinaria hace pública esta expresión.
[3] 1588 – 1679. Hobbes, pensador de tendencias conservadoras, toma la expresión de Plauto para hablar de los horrores de los que es capaz el egoísmo humano. Por esto, justifica la necesidad de una monarquía absoluta, que regule con severidad estos desórdenes. En su obra De Cive  - sobre el ciudadano - divulga este pensamiento.
[4] Ryzsard Kapucinsky. Ebano: conferencia sobre Ruanda. Anagrama. Barcelona, 2000. Edouard Kabagema. Un pueblo descuartizado: genocidio y masacres en Ruanda, 1994. Milenio. Madrid, 2005.
[5] Antonio García Nossa. Atraso y dependencia en América Latina. El Ateneo. Buenos Aires, 1972. David Bushnell. Colombia una nación a pesar de sí misma. Ariel. Bogotá, 2008.
[6] II Asamblea General del Episcopado Latinoamericano Medellín 1968. La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio Vaticano II. Documento conclusivo. Sección de promoción humana, capítulo PAZ, número 16. Edición Paulinas, San Pablo, CELAM, página 104. En el texto el documento cita textualmente a Pablo VI en su Encíclica sobre el Desarrollo de los Pueblos Populorum Progressio, número 30.
[7] Hechos 8: 4-8
[8] Franco Giulio Brambilla. El crucificado resucitado: resurrección de Jesús y fe de los discípulos. Sígueme. Salamanca, 2003.
[9] Víctor Codina. Creo en el Espíritu Santo : pneumatología narrativa. Sal Terrae. Santander. España, 1994
[10] 1 Pedro 3: 15
[11] 1 Pedro 3: 18
[12] Juan 14: 18-20
[13] Juan 14: 21

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