“Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y
yo le pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la Verdad,
para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir,
porque no lo ven ni lo conocen, pero ustedes lo conocen, porque él permanece
con ustedes y estará en ustedes”
(Juan 14: 15-17)
Lecturas
1.
Hechos 8: 5 – 17
2.
Salmo 66: 1 – 20
3.
1 Pedro 3: 15 – 18
4.
Juan 14: 15 – 21
La
historia de la humanidad abunda en penosos hechos de discriminación y
exclusión, motivos económicos, raciales, sociales, religiosos, hacen parte de
esta tendencia humana a dividir. Mientras
las declaraciones institucionales públicas, las constituciones de los países, y
otras realidades formales proclaman la igualdad, los hechos de la vida real
desvirtúan esto que pertenece al elemental sentido común de lo humano . Todos
somos iguales, poseemos la misma dignidad -
decimos con sensatez - pero son
muchos los que se empeñan en negarlo con su mentalidad y con sus conductas. [1]
Pasan
por nuestra mente odios ancestrales,
dramáticas narrativas de acoso y persecución. Aplica en estos casos la
expresión homo homini lupus , creada por el comediógrafo latino Plauto, [2]
quiere decir que el hombre es lobo para
el hombre, cuando este se empeña en hacer el mal a sus semejantes. Fue
popularizada por el pensador inglés
Thomas Hobbes[3],
en el siglo XVII.
En
el último siglo evocamos situaciones siniestras como la segregación racial en
Estados Unidos y en Sudáfrica, la saña criminal del régimen de Adolfo Hitler
contra los judíos, el bárbaro genocidio sucedido en Ruanda en 1994, cuando la
etnia tutu emprendió una brutal cadena de asesinatos contra los tutsi,
llegando a casi un millón de personas muertas violentamente. [4]
En
nuestro país este fenómeno tiene hondas y escandalosas repercusiones, las
comunidades afrodescendientes de las costas pacífica y atlántica viven crudas
pobrezas y violencias, descuidadas por el estado y sometidas a los intereses
oscuros de políticos y grupos ilegales, lo mismo que las etnias indígenas, los
habitantes originales de nuestra tierra! Trece millones de colombianos pobres,
ocho millones de víctimas de la violencia, nos hablan de algo que no marcha bien en la configuración de nuestra
sociedad. [5]
En
todos estos hechos hay una indiscutible ausencia de espíritu, de ánimo para
emprender la tarea de la justicia y de la solidaridad, prima una conciencia
errada sobre el valor de cada ser humano y de cada grupo social. Sigue vigente
un ancestral complejo de superioridad, causa de tantas depredaciones de la
dignidad humana. Qué decir de todo esto en continentes y países donde ha
predominado el cristianismo con su discurso del amor y de la fraternidad?
Los
obispos de América Latina, reunidos en su segunda asamblea general reunida en
Medellín entre agosto y septiembre de 1968, acuñaron la categoría de pecado
estructural, violencia institucionalizada, para referirse a los desequilibrios
del continente: “Si el cristiano cree en la fecundidad de la paz para
llegar a la justicia, cree también que la justicia es una condición ineludible
para la paz. No deja de ver que América Latina se encuentra, en muchas partes,
en una situación de injusticia que puede llamarse de violencia
institucionalizada cuando, por defecto de las estructuras de la empresa
industrial y agrícola, de la economía nacional e internacional, de la vida
cultural y política, “poblaciones enteras faltas de lo necesario, viven en una
tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que
toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y
política”, violándose así derechos fundamentales”. [6]
Tal
discriminación ha sido determinada por personas “civilizadas”, un modo de pensar, una visión de la vida, un
modus operandi, cimentado en la exclusión, en la abusiva dominación de unos
sobre otros, argumentando razones aparentemente valederas, simples manejos del
poder, por esa compulsiva tendencia a desarmonizar la vida. También en la
“normalidad” de la vida cotidiana hay posturas de tipo racista y clasista, lucha de clases soterrada, actitudes que
justifican lo mismo, permanentes atentados a la convivencia y a la dignidad de
los humanos.
A
qué viene todo esto? En la primera lectura de hoy, de Hechos de los Apóstoles,
se trae a la memoria el odio furibundo
de los judíos hacia los samaritanos, caso típico que sirve de ejemplo al
patológico acontecer de la exclusión. Los consideraban herejes y extranjeros
porque, aunque adoraban al único Dios, se negaban a rendir culto en Jerusalén.
Lo narrado en 2 Reyes 17: 24-41 expresa nítidamente esta situación que se tornó
“normal”, el eterno conflicto de las diferencias religiosas que no se toman
como factor de comunión sino de pugna por lo que se considera “verdad”. Los
samaritanos pagaban a los judíos con la misma moneda, pues los habían hostigado
en los períodos de su poderío y les habían destruido su templo en el monte
Garizim.
En
el relato hay algo sorprendente, de clara naturaleza pascual, es el motivo de
esta amplia introducción: “Pero los que tuvieron que salir de Jerusalén
anunciaban la buena noticia por donde quiera que iban. Felipe, uno de ellos, se
dirigió a la principal ciudad de Samaria y comenzó a hablarles de Cristo. La
gente se reunía, y todos escuchaban con atención lo que decía Felipe, pues
veían las señales milagrosas hechas por él. Muchas personas que tenían
espíritus impuros eran sanadas; y los espíritus salían de ellas gritando; y
también muchos paralíticos y tullidos eran sanados. Por esta causa hubo gran
alegría en aquel pueblo”. [7]
El
Espíritu de Dios cambia el desorden del pecado de exclusión, promueve la
cultura del encuentro y del diálogo, extirpa asperezas y prejuicios, establece
un nuevo orden de vida, es la presencia del Resucitado animando una fraterna
acción apostólica entre judíos y samaritanos, dejando atrás el viejo mundo de
la segregación. Sorprende encontrar a Felipe predicando entre ellos, en su propia
capital, con tanto éxito como sugiere el pasaje que leemos hoy, hasta concluir
con el hermoso final de la ciudad samaritana llena de alegría por el anuncio de
la Buena Noticia de Jesús.
Por
hechos como este valoramos la capacidad que tiene el cristianismo original de
modificar el corazón de los seres humanos, cuando estos libremente acogen el
mensaje y se disponen a vivir coherentemente todas las implicaciones que
contiene. Seguir a Jesús no es cuestión
de plegarse a unas prácticas religiosas rituales, a unas costumbres piadosas, es
un modo de vida pascual, él mismo presente en nosotros suscita el cambio de
mentalidad, el Espíritu nos lleva a transformar en amor y comunión lo que el
pecado ha desfigurado. La tarea es grande y exigente, no podemos desistir. Las
desigualdades siguen, pero la Buena Noticia también sigue y nada la sofoca.[8]
Con
Jesús entramos en el tiempo del Espíritu, en él no hay barreras ni fronteras. Esta obra de
comunicar la Buena Noticia y de aunar voluntades provoca unidad y concordia, Pedro
y Juan confirman la labor de Felipe, es el Espíritu actuando novedosamente
sobre esta comunidad samaritana, tan despreciada por los judíos.[9] Es
inherente al cristianismo y a su
ministerio evangelizador el ser testigo de una esperanza de vida definitiva a
partir de lo que Dios ha realizado en Jesucristo, sin considerar si las
condiciones de acogida del mensaje son favorables o desfavorables: “ Den
gloria a Cristo, el Señor, y estén siempre dispuestos a dar razón de su
esperanza a todo el que les pida explicaciones”. [10]
Predicación
vigorosa de la fe, proclamación valiente de la realidad de Jesucristo muerto y
resucitado, entusiasmo y bautismo de muchos al escuchar el anuncio, fundación
de nuevas comunidades, señales de vida y esperanza realizadas por los
apóstoles, el indudable coraje pascual de estos, su heroísmo para afrontar la
adversidad, vida fraterna y solidaria de
estos creyentes, ánimo apostólico y
misionero, disposición de recibirlos a
todos, de practicar un talante de
inclusión que desconocía las crudas clasificaciones sociales y religiosas, todo
esto como consecuencia cierta del
Espíritu del Resucitado actuando en
todos ellos.
Toda
la 1 carta de Pedro, que nos acompaña como segunda lectura en estos domingos
pascuales, es una invitación al ánimo, a la plena confianza en el Señor, al
cambio cualitativo de vida que esto implica, a la certeza de que El es el
fundamento de este proyecto, a la conciencia de que la suya no ha sido una muerte inútil: “También
Cristo murió una sola vez por los pecados, el inocente por los culpables, para
conducirlos a Dios. En cuanto hombre sufrió la muerte, pero fue devuelto a la
vida por el Espíritu…..” . [11]
Cómo
dar vigencia a esta convicción en los contextos y situaciones en los que
tenemos éxito como evangelizadores, cuando la Iglesia es acogida y tenida en
cuenta, socialmente reconocida, o también en aquellos en los que se desprecia
el mensaje, se ignora, no se considera válido y relevante, o se la persigue y
maltrata?
El
cristianismo de los primeros siglos – impopular y perseguido – no fue inferior
a los retos de su Señor, ellos vivieron fielmente, fueron animosos , tuvieron
creatividad apostólica, no bajaron la
guardia, ni tuvieron miedo de los
poderes que los enfrentaban, el drama de la cruz y la vitalidad pascual fueron
presencias constantes que los lanzaron a
vivir entusiastas en medio de la contradicción y a dar razón de su esperanza.
No
podemos olvidar que en el fundamento de esta realidad pascual reside el mismo
Jesús: “No los dejaré huérfanos; regresaré con ustedes. El mundo dejará de
verme dentro de poco; ustedes, en cambio, seguirán viéndome, porque yo vivo y
ustedes también vivirán. Cuando llegue aquel día reconocerán que yo estoy en mi
Padre, ustedes en mí y yo en ustedes” . [12]
¿Cómo
ser profetas y creadores en esta cultura neoliberal tan displicente, ligera,
con su grave ausencia de interioridad? ¿Cómo decir a los poderosos que el bien común, la felicidad de todos los
humanos, la profundidad del ser, son más importantes y decisivos que los
intereses del poder y del capital? ¿Cómo ser testigos de esa dimensión de
trascendencia que supera y derriba las fragilidades del ser humano? ¿Cómo vivir
siempre en el tiempo del Espíritu? : “El que recibe mis mandamientos y
los obedece, demuestra que de veras me ama. Y mi Padre amará al que me ama, y
yo también lo amaré y me mostraré a él”. [13]
[1] José Nun. Marginalidad
y exclusión social. Fondo de Cultura Económica. México DF, 2000. Frantz
Fannon. Piel negra, máscaras blancas. Akal. Madrid, 2009; Los
condenados de la tierra. Fondo de Cultura Económica. México DF, 1965.
[3] 1588 – 1679.
Hobbes, pensador de tendencias conservadoras, toma la expresión de Plauto para
hablar de los horrores de los que es capaz el egoísmo humano. Por esto,
justifica la necesidad de una monarquía absoluta, que regule con severidad
estos desórdenes. En su obra De Cive
- sobre el ciudadano - divulga este pensamiento.
[4] Ryzsard
Kapucinsky. Ebano: conferencia sobre Ruanda. Anagrama. Barcelona, 2000. Edouard
Kabagema. Un pueblo descuartizado: genocidio y masacres en Ruanda, 1994.
Milenio. Madrid, 2005.
[5] Antonio García
Nossa. Atraso y dependencia en América Latina. El Ateneo. Buenos Aires,
1972. David Bushnell. Colombia una nación a pesar de sí misma. Ariel.
Bogotá, 2008.
[6] II Asamblea
General del Episcopado Latinoamericano Medellín 1968. La Iglesia en la
actual transformación de América Latina a la luz del Concilio Vaticano II.
Documento conclusivo. Sección de promoción humana, capítulo PAZ, número
16. Edición Paulinas, San Pablo, CELAM, página 104. En el texto el documento
cita textualmente a Pablo VI en su Encíclica sobre el Desarrollo de los
Pueblos Populorum Progressio, número 30.
[8] Franco Giulio
Brambilla. El crucificado resucitado: resurrección de Jesús y fe de los
discípulos. Sígueme. Salamanca, 2003.
[9] Víctor Codina. Creo
en el Espíritu Santo : pneumatología narrativa. Sal Terrae. Santander.
España, 1994
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