“Todo lo ha sometido
bajo sus pies, lo ha nombrado cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo y
se llena del que llena de todo a todos”
(Efesios
1: 22-23)
Lecturas:
1.
Hechos 1: 1-11
2.
Salmo 46
3.
Efesios 1: 17-23
4.
Mateo 28: 16-20
Hace
años fue muy divulgado el libro “El ascenso del hombre”[1]
del británico de origen judío Jacob Bronowski,[2]
cuyo propósito es el de estudiar la historia de la humanidad desde los logros
del conocimiento científico y del desarrollo de las artes. El texto , que
consta de 13 capítulos, es la versión escrita de una serie de TV de la BBC de
Londres, con el mismo nombre. Este trabajo es un importante aporte – digámoslo
así – para cultivar la autoestima del ser humano en medio de las grandes
tragedias causadas por él mismo en las dos guerras mundiales y en tantas otras
manifestaciones de agresión en las que se cumple dramáticamente aquello citado
en reflexión anterior: el hombre es lobo para el hombre.
Muy
saludable reconocer los logros del ser
humano en tan ricos y diversos campos de su acción creadora y transformadora de
la realidad, en los adelantos del conocimiento científico, en los desarrollos
de la tecnología, en la configuración del pensamiento humanístico y filosófico,
en las grandes manifestaciones de las artes, en la organización de la sociedad,
en la generación de instituciones orientadas al bien común, en las
sensibilidades espirituales, en una humanidad empeñada en una mejor idem. A
esto le podemos calificar como el señorío de la condición humana. [3]
En
un contexto del más pleno humanismo es preciso matricularnos en una visión
siempre constructiva, esperanzadora, trascendente, de las potencialidades y
realizaciones de la humanidad. Un repaso histórico nos lleva por nombres,
tendencias, movimientos, logros, que son razón para altos votos de confianza en nosotros mismos.[4]
Cuando cada día somos testigos de atropellos y barbaries de unos en contra de
otros, acudimos a este capital para no sumirnos en el desencanto. Afirmamos
nuestra convicción fundamental de fe en el señorío de muchísimos hombres y
mujeres, pasados, presentes y futuros. [5]
Dado
el carácter de esta reflexiones en COMUNITAS
MATUTINA, se impone pensar por qué muchas de las visiones y realizaciones de lo humano
prescinden del sentido de trascendencia, de la referencia a Dios, a lo absoluto
que en El se revela. Tal vez por negligencia y excesiva cortedad de muchas
manifestaciones religiosas? Tal vez por el pésimo ejemplo de muchos creyentes
con sus fanatismos y sus empobrecidas y cositeras prácticas rituales? Tal vez
por desmedida soberbia de muchos hombres y mujeres que se sienten
autosuficientes, no necesitados de trascendencia, “sobrados de lote”, como
decimos en Colombia?[6]
Veamos.
Irrumpe en la historia de la humanidad
un referente fundamental, reconocido, acatado, vivido, adorado, es Jesús de
Nazareth, proclamado y asumido por un grupo inicial de seguidores suyos como el
Cristo de Dios, para identificarlo con
el máximo sentido creyente le llamamos el Señor, título que reconoce la
plenitud humano-divina de su condición: “Este poder es el mismo que Dios
mostró con tanta fuerza y potencia cuando resucitó a Cristo y lo hizo sentar a
su derecha en el cielo, poniéndolo por encima de todo poder, autoridad, dominio
y señorío, y por encima de todo lo que existe, tanto en este tiempo como en el
venidero”. [7]
El
señorío de Jesús es lo que la Iglesia celebra y reconoce en esta solemnidad de
la Ascensión, señorío que integra al ser humano, porque Dios
– en la mediación salvadora de Jesucristo – hace posible que participe de esa
plenitud. El Padre de Jesús – lo sabemos – no es una divinidad “para adentro”,
para El mismo, buscando honores y pleitesías, el Dios que aquí se nos revela
es un Dios totalmente dado a la humanidad, involucrándola salvíficamente
en todas sus decisiones y actuaciones. Exactamente , Jesús el Cristo es la
trascendencia de Dios hacia los humanos, para que todos trascendamos hacia él.[8]
Este es el contenido de esta celebración, y el de las lecturas que la Iglesia
nos propone para la proclamación y vivencia en la fe.
Haciendo
el habitual esfuerzo de interpretación de los textos bíblicos y dando el salto
cualitativo para descubrir su sentido teológico y antropológico, nos fijamos en lo que significa la realidad de la
Ascensión de Jesús, evento que es mucho más que un prodigio que altera las
leyes ordinarias de la naturaleza. El relato de la ascensión NO es una
narración histórica, es un testimonio de fe en el señorío del Resucitado:
“Del mismo modo, la subida de Cristo al cielo no es igual a la subida de
nuestros cohetes; estos se trasladan constantemente de un espacio a otro, se
encuentran dentro del tiempo y nunca pueden salir de estas coordenadas por más
lejanos que viajen por espacios indefinidos. La subida de Cristo al cielo es
también un pasar, pero del tiempo a la eternidad, de lo visible a lo invisible,
de la inmanencia a la trascendencia, de la opacidad del mundo a la luz divina,
de los seres humanos a Dios”.[9] No
es un hecho físico, verificable por los sentidos, es la comunicación teológica de la plenitud
de lo divino y de lo humano en el Señor Jesucristo.
En
la primera lectura – de Hechos de los Apóstoles – encontramos trazados los
rasgos específicos de la esperanza cristiana. En los textos de los recientes
domingos de Pascua hemos escuchado a Jesús refiriendo todo su ser al Padre,
aval de la totalidad de su misión y también prometiendo el Espíritu como
garantía de que El permanecerá animando la vida de quienes siguen su camino,
configurando la Iglesia y constituyéndose como razón y sentido de todos
aquellos que opten libremente por asumir su proyecto de vida: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que
vendrá sobre ustedes, y serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría, y
hasta el confín del mundo. Dicho esto, en su presencia se elevó, y una nube se
lo quitó de la vista. Seguían con los ojos fijos en el cielo mientras él se
marchaba, cuando dos personajes vestidos de blanco se les presentaron y les
dijeron: hombres de Galilea, qué hacen ahí mirando al cielo? Este Jesús, que
les ha sido arrebatado, vendrá como lo han visto marchar al cielo”. [10]
Junto
con los elementos de reconocimiento de este señorío también aparece la
dimensión de universalidad del proyecto que Dios Padre nos ofrece en Jesús,
hecho que subraya el trabajo constante que él hizo con sus discípulos y con
otros abriéndoles la mente y el corazón a una realidad de vida que no podía
limitarse al ámbito de la ley y de las tradiciones religiosas de los judíos. El
señorío de Jesús es la oferta de Dios para los seres humanos de todos los
tiempos de la historia, en él se realiza un novedoso humanismo que abarca la
inmanencia y la trascendencia. [11]
De
esta universalidad se desprende la condición misionera de la Iglesia, el envío
a comunicar la Buena Noticia, a restaurar al ser humano caído por el pecado y
por la injusticia, sometido por las indignidades que otros deciden para oprimir
y maltratar a muchos. Cuando las seudoantropologías neoliberales nos proponen un ser humano
fundamentado en el éxito, en el poder, en la capacidad adquisitiva, en la
coacción del mercado y del consumo, en la competencia desmesurada, el cristianismo
nos plantea un humanismo en el que somos hijos, hermanos-prójimos y señores.
Las siguientes palabras de Jesús no son a
propósito de un trabajo de proselitismo
religioso o de aumentar numéricamente el conjunto de los seguidores, ellas son
un envío claro a llenar de sentido teologal la historia de la humanidad: “ Me
han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Por tanto, vayan a hacer
discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al
Hijo y al Espíritu Santo y enséñenles a cumplir cuanto les he mandado. Yo
estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” .[12].
Por aquí transita el ascenso del ser humano, ascenso hacia Dios y hacia el
prójimo, como Jesús, el Señor, el ascendido que ha descendido hasta lo más
hondo de la condición humana, asumiéndola para redimirla, para liberarla, para
salvarla.
[1] Jacob Bronowski. El ascenso del hombre.
Paidós. Barcelona, 1985.
[2] 1908-1974.
[3]
Altamente recomendable la trilogía
de libros de Daniel J. Boorstin (1914-2004), historiador norteamericano: Los descubridores, Los creadores,
Los pensadores, en versión castellana publicados por la editorial
Crítica de Barcelona. Es una estupenda historia de la cultura a partir de la
búsqueda humana del conocimiento.
[4]
Augusto Montenegro. La huella de
los siglos, volumen I y II. Edición mimeografiada, Pontificia Universidad
Javeriana. Bogotá, 1974.
[5]
Yuval Noah Harari. De animales a
dioses: breve historia de la humanidad. Debate. Barcelona, 2015. José
Antonio Marina & Javier Rambaud. Biografía de la humanidad: historia de
la evolución de las culturas. Ariel. Barcelona, 2018.
[6]
José Luis Elorza. Drama y
esperanza: lectura existencial del Antiguo Testamento. Verbo Divino.
Estella (Navarra España), 2010.
[7] Efesios 1: 19-21
[8]
Carlos Uribe Celis. Jesús la
historia alternativa. Debate. Bogotá, 2018. Juan Luis Segundo. La
historia perdida y recuperada de Jesús de Nazareth. Sal Terrae. Santander
(España), 1991. Carlos Mesters. Jesús nuestro hermano. Dabar. México,
1996. Jon Sobrino. Jesús en América Latina: su significado para la fe y la
cristología. Sal Terrae. Santander (España), 1999.
[9]
Leonardo Boff. Hablemos de la
otra vida. Sal Terrae. Santander (España), 1978; página 185.
[10] Hechos 1: 8-11
[11]
Jacques Maritain. Humanismo
integral. Ediciones Palabra. Madrid, 1999. Karol Wojtyla. El hombre y su
destino: ensayos de antropología. Ediciones Palabra. Madrid, 2001. Thomas
Merton. Humanismo cristiano. Kairós. Barcelona, 2002. Theodor Roszak. El
nacimiento de una contracultura. Kairós. Barcelona, 1970.
[12] Mateo 28: 18-20
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