domingo, 24 de mayo de 2020

COMUNITAS MATUTINA 24 DE MAYO SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR


“Todo lo ha sometido bajo sus pies, lo ha nombrado cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo y se llena del que llena de todo a todos”
                                            (Efesios 1: 22-23)        
Lecturas:
1.   Hechos 1: 1-11
2.   Salmo 46
3.   Efesios 1: 17-23
4.   Mateo 28: 16-20
Hace años fue muy divulgado el libro “El ascenso del hombre[1] del británico de origen judío Jacob Bronowski,[2] cuyo propósito es el de estudiar la historia de la humanidad desde los logros del conocimiento científico y del desarrollo de las artes. El texto , que consta de 13 capítulos, es la versión escrita de una serie de TV de la BBC de Londres, con el mismo nombre. Este trabajo es un importante aporte – digámoslo así – para cultivar la autoestima del ser humano en medio de las grandes tragedias causadas por él mismo en las dos guerras mundiales y en tantas otras manifestaciones de agresión en las que se cumple dramáticamente aquello citado en reflexión anterior: el hombre es lobo para el hombre.
Muy  saludable reconocer los logros del ser humano en tan ricos y diversos campos de su acción creadora y transformadora de la realidad, en los adelantos del conocimiento científico, en los desarrollos de la tecnología, en la configuración del pensamiento humanístico y filosófico, en las grandes manifestaciones de las artes, en la organización de la sociedad, en la generación de instituciones orientadas al bien común, en las sensibilidades espirituales, en una humanidad empeñada en una mejor idem. A esto le podemos calificar como el señorío de la condición humana. [3]
En un contexto del más pleno humanismo es preciso matricularnos en una visión siempre constructiva, esperanzadora, trascendente, de las potencialidades y realizaciones de la humanidad. Un repaso histórico nos lleva por nombres, tendencias, movimientos, logros, que son razón para  altos votos de confianza en nosotros mismos.[4] Cuando cada día somos testigos de atropellos y barbaries de unos en contra de otros, acudimos a este capital para no sumirnos en el desencanto. Afirmamos nuestra convicción fundamental de fe en el señorío de muchísimos hombres y mujeres, pasados, presentes y futuros. [5]
Dado el carácter de esta reflexiones en  COMUNITAS MATUTINA, se impone pensar por qué muchas de las  visiones y realizaciones de lo humano prescinden del sentido de trascendencia, de la referencia a Dios, a lo absoluto que en El se revela. Tal vez por negligencia y excesiva cortedad de muchas manifestaciones religiosas? Tal vez por el pésimo ejemplo de muchos creyentes con sus fanatismos y sus empobrecidas y cositeras prácticas rituales? Tal vez por desmedida soberbia de muchos hombres y mujeres que se sienten autosuficientes, no necesitados de trascendencia, “sobrados de lote”, como decimos en Colombia?[6]
Veamos. Irrumpe en la historia de la  humanidad un referente fundamental, reconocido, acatado, vivido, adorado, es Jesús de Nazareth, proclamado y asumido por un grupo inicial de seguidores suyos como el Cristo de Dios, para identificarlo  con el máximo sentido creyente le llamamos el Señor, título que reconoce la plenitud humano-divina de su condición: “Este poder es el mismo que Dios mostró con tanta fuerza y potencia cuando resucitó a Cristo y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, poniéndolo por encima de todo poder, autoridad, dominio y señorío, y por encima de todo lo que existe, tanto en este tiempo como en el venidero”. [7]
El señorío de Jesús es lo que la Iglesia celebra y reconoce en esta solemnidad de la  Ascensión,   señorío que integra al ser humano, porque Dios – en la mediación salvadora de Jesucristo – hace posible que participe de esa plenitud. El Padre de Jesús – lo sabemos – no es una divinidad “para adentro”, para El mismo, buscando honores y pleitesías, el Dios que aquí  se nos revela  es un Dios totalmente dado a la humanidad, involucrándola salvíficamente en todas sus decisiones y actuaciones. Exactamente , Jesús el Cristo es la trascendencia de Dios hacia los humanos, para que todos   trascendamos hacia él.[8] Este es el contenido de esta celebración, y el de las lecturas que la Iglesia nos propone para la proclamación y vivencia en la fe.
Haciendo el habitual esfuerzo de interpretación de los textos bíblicos y dando el salto cualitativo para descubrir su sentido teológico y antropológico,  nos fijamos   en lo que significa la realidad de la Ascensión de Jesús, evento que es mucho más que un prodigio que altera las leyes ordinarias de la naturaleza. El relato de la ascensión NO es una narración histórica, es un testimonio de fe en el señorío del Resucitado: “Del mismo modo, la subida de Cristo al cielo no es igual a la subida de nuestros cohetes; estos se trasladan constantemente de un espacio a otro, se encuentran dentro del tiempo y nunca pueden salir de estas coordenadas por más lejanos que viajen por espacios indefinidos. La subida de Cristo al cielo es también un pasar, pero del tiempo a la eternidad, de lo visible a lo invisible, de la inmanencia a la trascendencia, de la opacidad del mundo a la luz divina, de los seres humanos a Dios”.[9] No es un hecho físico, verificable por los sentidos,  es la comunicación teológica de la plenitud de lo divino y de lo humano en el Señor Jesucristo.
En la primera lectura – de Hechos de los Apóstoles – encontramos trazados los rasgos específicos de la esperanza cristiana. En los textos de los recientes domingos de Pascua hemos escuchado a Jesús refiriendo todo su ser al Padre, aval de la totalidad de su misión y también prometiendo el Espíritu como garantía de que El permanecerá animando la vida de quienes siguen su camino, configurando la Iglesia y constituyéndose como razón y sentido de todos aquellos que opten libremente por asumir su proyecto de vida:  “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría, y hasta el confín del mundo. Dicho esto, en su presencia se elevó, y una nube se lo quitó de la vista. Seguían con los ojos fijos en el cielo mientras él se marchaba, cuando dos personajes vestidos de blanco se les presentaron y les dijeron: hombres de Galilea, qué hacen ahí mirando al cielo? Este Jesús, que les ha sido arrebatado, vendrá como lo han visto marchar al cielo”. [10]
Junto con los elementos de reconocimiento de este señorío también aparece la dimensión de universalidad del proyecto que Dios Padre nos ofrece en Jesús, hecho que subraya el trabajo constante que él hizo con sus discípulos y con otros abriéndoles la mente y el corazón a una realidad de vida que no podía limitarse al ámbito de la ley y de las tradiciones religiosas de los judíos. El señorío de Jesús es la oferta de Dios para los seres humanos de todos los tiempos de la historia, en él se realiza un novedoso humanismo que abarca la inmanencia y la trascendencia. [11]
De esta universalidad se desprende la condición misionera de la Iglesia, el envío a comunicar la Buena Noticia, a restaurar al ser humano caído por el pecado y por la injusticia, sometido por las indignidades que otros deciden para oprimir y maltratar a muchos. Cuando las seudoantropologías  neoliberales nos proponen un ser humano fundamentado en el éxito, en el poder, en la capacidad adquisitiva, en la coacción del mercado y del consumo, en la competencia desmesurada, el cristianismo nos plantea un humanismo en el que somos hijos, hermanos-prójimos y señores.
 Las siguientes palabras de Jesús no son a propósito de  un trabajo de proselitismo religioso o de aumentar numéricamente el conjunto de los seguidores, ellas son un envío claro a llenar de sentido teologal la historia de la humanidad: “ Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Por tanto, vayan a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo y enséñenles a cumplir cuanto les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” .[12]. Por aquí transita el ascenso del ser humano, ascenso hacia Dios y hacia el prójimo, como Jesús, el Señor, el ascendido que ha descendido hasta lo más hondo de la condición humana, asumiéndola para redimirla, para liberarla, para salvarla.





[1] Jacob Bronowski. El ascenso del hombre. Paidós. Barcelona, 1985.
[2] 1908-1974.

[3] Altamente recomendable la trilogía de libros de Daniel J. Boorstin (1914-2004), historiador norteamericano:  Los descubridores, Los creadores, Los pensadores, en versión castellana publicados por la editorial Crítica de Barcelona. Es una estupenda historia de la cultura a partir de la búsqueda humana del conocimiento.
[4] Augusto Montenegro. La huella de los siglos, volumen I y II. Edición mimeografiada, Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, 1974.
[5] Yuval Noah Harari. De animales a dioses: breve historia de la humanidad. Debate. Barcelona, 2015. José Antonio Marina & Javier Rambaud. Biografía de la humanidad: historia de la evolución de las culturas. Ariel. Barcelona, 2018.
[6] José Luis Elorza. Drama y esperanza: lectura existencial del Antiguo Testamento. Verbo Divino. Estella (Navarra España), 2010.
[7] Efesios 1: 19-21
[8] Carlos Uribe Celis. Jesús la historia alternativa. Debate. Bogotá, 2018. Juan Luis Segundo. La historia perdida y recuperada de Jesús de Nazareth. Sal Terrae. Santander (España), 1991. Carlos Mesters. Jesús nuestro hermano. Dabar. México, 1996. Jon Sobrino. Jesús en América Latina: su significado para la fe y la cristología. Sal Terrae. Santander (España), 1999.
[9] Leonardo Boff. Hablemos de la otra vida. Sal Terrae. Santander (España), 1978; página 185.
[10] Hechos 1: 8-11
[11] Jacques Maritain. Humanismo integral. Ediciones Palabra. Madrid, 1999. Karol Wojtyla. El hombre y su destino: ensayos de antropología. Ediciones Palabra. Madrid, 2001. Thomas Merton. Humanismo cristiano. Kairós. Barcelona, 2002. Theodor Roszak. El nacimiento de una contracultura. Kairós. Barcelona, 1970.
[12] Mateo 28: 18-20

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