“La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos
ustedes”
2 Corintios 13: 13
Lecturas
1.
Exodo 34: 4-9
2.
Salmo Daniel 3: 52-56
3.
2 Corintios 13: 11-13
4.
Juan 3: 16-18
En toda comprensión del
ser humano y de la vida que sea saludable el asunto del amor y de la comunión
entre unos y otros es indispensable. Varones y mujeres se sienten proyectados a
salir de sí mismos, en una apasionante tarea de integración y
complementariedad, afirmando con este proceder que nuestra vida es
significativa si se hace trascendente y fecunda en esa relacionalidad.[1]
Tiene mucho sentido que el arte sea uno de los cauces humanos donde esta
realidad tiene mayor representación e interpretación: la música, la poesía, el
teatro, la narración, la pintura, el cine, la escultura, se han encargado – y
siguen haciéndolo – de comunicar esta pasión fundante de la humanidad, también
lo hacen los grandes textos religiosos y filosóficos. No estamos constatando
algo pasajero, el amor va inserto en nuestra vocación a la felicidad.
Por eso, resulta
costoso aceptar el fracaso del amor, la soledad no querida, el egoísmo a
ultranza que se torna odio, desconocimiento del prójimo, violencia, guerra,
ruptura permanente de la solidaridad, predominio brutal de unos sobre otros,
racismo, persecuciones, justificación de estas arbitrariedades con teorías
deleznables, enmascaradas de argumentaciones razonables.
Una de las causas de
mayor sufrimiento es el experimentarse abandonado por los demás, rechazado,
desconocido, negado en su posibilidad de vincularse amorosamente, tenido por
objeto y no por persona, convertido apenas en un recurso instrumental para
lograr intereses abiertamente inhumanos. También esta crisis causada por la
pandemia del corona virus nos permite
“sentipensar” en lo uno y en lo otro: cuando contemplamos conductas de
generosidad heroica, de servicio al prójimo, gentes abnegadas y sacrificadas
cuidando, sanando, acompañando, haciendo lo máximo para que quien está afectado
por el virus se vea animado en su dignidad y amado; o, por penosa
contradicción, excluído, agredido, descuidado, lanzado a su propia suerte, con
un diabólico: sálvese quien pueda!
Xavier Zubiri[2]
define al ser humano como una inteligencia sentiente[3],
quiere decir este filósofo que captamos la realidad, la aprehendemos, la
vivimos, en lo que podemos llamar una racionalidad amorosa, de comunión,
llamados siempre a trascender en la construcción de vínculos en los que vivimos
plenamente nuestra humanidad, lo intelectual-sensorial-afectivo son el trinomio
para asumirnos como humanos y para asumir la realidad haciéndola nueva como
consecuencia de esta sustancia trascendente que está en la raíz de nuestro ser.[4]
El carácter dramático
de algunas actitudes y mentalidades de corte trágico acentúan la soledad, la
desconfianza en las posibilidades de un amor definitivo y redentor, y
proliferan en afirmaciones angustiadas y desencantadas. Todo este cuadro de
descripción formula cuestión de fondo a quienes aspiramos a vivir con sentido y
trascendencia, buscando siempre la comunión, los vínculos dadores de vida, el
amor en sus muchas posibilidades, no podemos resignarnos a vivir disociados de
los demás. Y la razón determinante es porque Dios, principio y fundamento de la
vida humana, es una comunión de amor, Dios trinitario, cuya
realidad celebramos en este domingo.
Un Dios que se revela
en la realidad de la historia, que nos participa su identidad y su modo de
proceder: “El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés
pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él proclamando: el Señor, el
Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel, que
conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas,
delitos y pecados…..”. [5]
Todos los seres humanos somos la opción preferencial de Dios!
Dios en sí mismo,
también hacia nosotros, hacia la creación, hacia toda la realidad, es una
relación, una comunión de amor, todo el ser de Dios es una comunidad, que nos
invita constantemente a participar de esa condición:
-
Un Dios que es Padre y Madre,[6]
origen de la vida y dador de ella, principio de todo, cuyo único interés es
nuestra plenitud y felicidad, desbordante de amor por todas sus creaturas,
experto en configurar seres humanos solidarios, serviciales, amorosos.
Recordamos al fugaz papa Juan Pablo I,[7] de
finales de agosto y septiembre de 1978, cuando en el rezo del Angelus del 10 de
septiembre de ese año dijo: “Los que estamos aquí tenemos los mismos
sentimientos; somos objeto de un amor sin fin por parte de Dios. Sabemos que
tiene los ojos fijos en nosotros siempre, también cuando nos parece que es de
noche. Dios es padre, más aún, es madre. No quiere nuestro mal; sólo quiere
hacernos bien a todos, y los hijos, si están enfermos, tienen más motivos para
que la madre los ame. Igualmente nosotros, si acaso estamos enfermos de maldad
o fuera de camino, tenemos un título más para ser amados por el Señor”.
[8]
-
Un Dios que se hace uno de nosotros, el Hijo, que asume nuestra condición humana, que se
implica en todo lo nuestro, aún en sus aspectos más dolorosos y dramáticos, que
se inclina misericordioso antes los débiles y humillados, que no estigmatiza a
nadie con condenas y excomuniones, que se solidariza con todas las causas humanas
de dignidad y de justicia, que nos revela simultáneamente al Padre Dios y al
prójimo-hermano: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único,
para que quien crea no perezca, sino tenga vida eterna. Dios no envió su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él”.[9]
-
Un Dios que se comunica haciéndonos
participar de su vitalidad, el Espíritu
Santo, el que nos concede el don de la fe, el de la esperanza, el del
amor, la capacidad de discernir su presencia en nuestra historia disponiéndonos
para decisiones inspiradas en El, con el fin de construir relaciones justas y
fraternas con todos los seres humanos.
Dios opta por nosotros
con amor personal, de Tú a tú, con amor total, desbordado, sin reservas,
incondicional solemos decir, con amor sacrificado, a tiempo y a destiempo, un
Dios que se incomoda para darnos su ser y para darlo todo siempre con miras a
nuestra plenitud, principalmente cuando la vida nos rompe la felicidad, un amor
que se esmera con los condenados y humillados, empobrecidos y ofendidos por las
injusticias procedentes de sus semejantes, un amor que surge de la comunión
trinitaria y que es causa de comunidad entre quienes lo acogen, un amor que es
para todos: creyentes y no creyentes, ricos y pobres, santos y pecadores, de
todas las etnias y culturas, mentalidades y estilos de vida.[10]
Constatar esto nos
habla de un Dios que no está encerrado en sí mismo, que se relaciona dándose totalmente a todos y
a la vez permaneciendo El mismo. A partir de su modo existencial, cercano y directo, Jesús
nos enseñó que para experimentar a Dios, el ser humano debe aprender a mirar su
interior (Espíritu), mirar amorosamente a los demás (Hijo), mirar confiadamente
lo trascendente (Padre).[11]
La Trinidad de Dios
tiene una implicación directa en la vida del ser humano haciéndonos portadores
de vida, servidores de todos los humanos, cuidadores de la creación,
constructores de comunidad, hijos y hermanos, y creyentes confiados y humildes
en una plenitud que nos proviene de ese principio y fundamento al que llamamos
Dios.
Este Dios que es
sabiduría para captar lo esencial de la vida y constituirse en su soporte, Dios
dador del ser, especialista en vida y comprometido a mantener a sus creaturas
en esa perspectiva, no escatimando esfuerzos para que seamos siempre vivos,
creativos, honestos, el Dios que da todo de sí – su Hijo – para que la
humanidad encuentre su plenitud: “Porque tanto amó Dios al mundo que le
entregó su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que
tenga vida eterna” .[12]
La dignidad humana y la
de todas las formas de vida encuentran
en la Trinidad su argumento determinante. Todo lo salido del amor de Dios es
bello, armonioso, merecedor de respeto, de protección, de conservación en su
realidad original. El grande y definitivo beneficio de que todo nuestro ser y
quehacer no se trunque en la muerte y en el vacío viene decidido por la
iniciativa salvadora y liberadora de este Dios trinitario. En América Latina y
en el Tercer Mundo sí que sabemos de experiencias de injusticia y de
requerimientos constantes de liberación, con la confianza puesta en este Dios
Padre, Hijo, y Espíritu, dispuesto a todo para romper las cadenas del pecado y
de la injusticia. [13]
Un Dios condicionado a
lo que los seres humanos hagamos o dejemos de hacer, no es el Dios de Jesús.
Esta idea de que Dios nos quiere solamente cuando somos buenos, repetida
durante tres mil años, ha sido de las más útiles – penosamente útiles!! – a la
hora de conseguir el sometimiento de los humanos a intereses de grupos de poder,
incluyendo los religiosos, cuando estos no viven una espiritualidad saludable y
liberadora.
A modo de síntesis de
esta experiencia trinitaria, podemos concluir estableciendo – desde nuestra
experiencia – el perfil ideal de este Dios, en quien vivimos, nos movemos y
existimos:
-
Dios compasivo y misericordioso, como
también lo llaman bellamente los creyentes del Islam. La personalidad de Dios
es la misericordia, dinamismo teologal que estructura y configura al ser
humano, beneficiario de su amor. [14]
-
Dios que acompaña a su pueblo en la
búsqueda de la liberación, como lo narra el libro del Exodo. La libertad es la
utopía de Dios.
-
Dios inserto en la historia, en la
realidad existencial de los humanos, que se manifiesta en ella y hace de la
misma su sacramento.
Dios con nosotros, para
nosotros, por nosotros, en nosotros!
[1]
Denis de Rougemont. El amor y
occidente. Kairós. Barcelona, 1979. Ignacio Lepp. Psicoanálisis del amor.
Carlos Lohlé. Buenos Aires, 1973. Erich Fromm. El arte de amar : una
investigación sobre la naturaleza del amor. Paidós. Barcelona, 1990.
[2]
Pensador español de notable influjo
en la filosofía occidental, 1898-1983.
[3]
Xavier Zubiri. Inteligencia
sentiente: inteligencia y realidad. Alianza Editorial. Madrid, 1980
[4]
Luisa Alvarez Cervantes. La idea del hombre: el hombre como un ser
de relaciones.
Universidad Autónoma de Tamaulipas, México. En www.redalyc.org/pdf/654/65413202.pdf
[5]
Exodo 34: 5-7
[6] Leonardo Boff. El rostro materno de
Dios. Paulinas. Madrid, 1984.
[7] 1912-1978. De nombre Albino Luciani,
sacerdote en 1935, obispo de Vitorio Véneto en 1958, Patriarca de Venecia en
1969, cardenal en 1973. Fue elegido Papa, sucesor de Pablo VI, el 26 de agosto
de 1978, falleció repentinamente el 28 de septiembre de ese año, con apenas 33
días de pontificado.
[8] Juan Pablo I. Angelus del 10 de septiembre
de 1978.
[9] Jusn 3: 16-17
[10]
Xabier Pikaza. Trinidad:
itinerario de Dios al hombre. Sígueme. Salamanca, 2015. Leonardo Boff.
La Santísima Trinidad es la mejor comunidad. Ediciones Paulinas. Madrid,
1990.
[11]
Ricardo Ferrara. El misterio de
Dios: correspondencias y paradojas. Sígueme. Salamanca, 2005.
[12]
Juan 3: 16
[13] Leopoldo Cervantes Ortiz. Dios, la
trinidad y Latinoamérica hoy. Universidad Iberoamericana, México D.F. En www.redalyc.org/pdf/1252/125222760001.pdf
[14]
San Juan Pablo II. Encíclica
Dives in Misericordia Rico en Misericordia. Publicada el I domingo de
Adviento de 1980, 30 de noviembre. En www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_30111980_dives-in-misericordia.html
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