domingo, 14 de junio de 2020

COMUNITAS MATUTINA 14 DE JUNIO SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y DE LA SANGRE DE CRISTO


“Entonces, si el pan es uno solo, también nosotros, aún siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan”
(1 Corintios 10: 17)
Lecturas:
1.   Deuteronomio 8: 2-16
2.   Salmo 147: 12-20
3.   1 Corintios 10: 16-17
4.   Juan 6: 51-58

De acuerdo con estadísticas actualizadas, en el mundo somos en 2020 2.184 millones de hombres y mujeres que profesamos la fe en Jesucristo, en las diversas denominaciones, siendo la principal la católica, también la multiplicidad de iglesias surgidas de la reforma protestante, junto con las muy tradicionales de Oriente, que conocemos bajo el común denominador de la ortodoxia. En cifras redondas los católicos están en 1.314 millones, los evangélicos-protestantes-reformados en 550 millones, los ortodoxos en 320 millones.[1]
El cristianismo en todas sus versiones eclesiales, históricas y doctrinales converge en torno a la persona de Jesucristo, a quien se acepta como Señor y Salvador de la humanidad, revelación definitiva de Dios para bien de todos los que quieran acogerlo en tal condición.[2] Uno de los elementos normativos del proyecto de Jesús es el amor incondicional al prójimo, independiente de cualquier clasificación ideológica, socioeconómica, étnica , religiosa, con preferencia  por los humillados y ofendidos de la tierra.[3]
En el capítulo 10 del evangelio de Lucas, el contexto de la parábola del Buen Samaritano está dado por un interrogatorio que un maestro de la ley hace a Jesús “para ponerlo a prueba[4], preguntándole por lo que debe hacer para obtener la vida eterna. La conversación deriva en la pregunta: “Y quién es mi prójimo? Jesús le contestó: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó….[5]. La respuesta es la conocidísima parábola del Buen Samaritano, cuya intención es poner a quien preguntaba a establecer sus prioridades como hombre religioso y observante de la Ley, dejando clara la interdependencia entre el amor a Dios y el amor al prójimo caído y vulnerado. [6]
Por otra parte, debemos saber que las cifras del hambre en este mundo donde somos tantos cristianos que celebramos la eucaristía, que participamos en la santa cena, son más que inquietantes:  514 millones de prójimos viven hambrunas escalofriantes en Asia, 256 millones en Africa, 43 millones en el continente americano.[7] Esta estadística, unida a todas las de cubrimiento en salud, educación, vivienda digna, agua potable, saneamiento ambiental, y ahora, debida atención en la pandemia Covid 19, qué preguntas nos hacen a nosotros que celebramos cada día, cada domingo, la presencia del Señor Jesucristo en la eucaristía, el Corpus Christi, y nos acercamos a recibirlo en la comunión sacramental?
Porque es preciso recordarlo, la eucaristía no es un sacramento “en sí”, como una entidad aislada de la vida real de las personas, de sus grandes inquietudes existenciales. Este domingo la Iglesia celebra la muy tradicional solemnidad del Corpus Christi, por eso nos planteamos estas cuestiones fundamentales de ética social eucarística,  porque no es posible participar en la eucaristía y desentenderse del prójimo hambriento y necesitado, con ese individualismo religioso que solemos practicar.
Todo lo que se origina en Dios es vitalidad, salud, alimento, siempre con desmedida abundancia. Por eso el testimonio original de la fe de Israel es la certeza en un Dios creador, dador de vida y comprometido con la misma, porque: “El te afligió, haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná – que tu no conocías ni conocían tus padres – para enseñarte que el hombre no vive sólo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” . [8]
El alimento es indispensable para el buen vivir. La madre naturaleza tiene  tejido en su ser  este   dinamismo  que nos permite vitalidad y  salud. El cuerpo materno produce la leche para alimentar al bebé en los primeros tiempos de su vida, el ser humano lleva consigo el germen de la misma, apasionante constatación esta del misterio vital y alimenticio en los orígenes mismos de nuestra humanidad.
El paso dramático de los israelitas por el desierto durante 40 años,   despojados de seguridades,  es un prototipo de la experiencia humana. Salir de la comodidad,   lanzarse a la aventura de un mundo promisorio y también  incierto, correr el riesgo de la libertad,  pero soñar siempre con la  tierra prometida “que mana leche y miel”. [9] “Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones, y ver si eres capaz o no de guardar sus preceptos” ,[10] es un texto de memoria que propone al creyente israelita su propia biografía de prueba y crisis, para permanente recuerdo liberador, en el que no ha de olvidarse lo pactado con Yavé Dios.
Resulta  escandaloso  constatar que tantos seres humanos viven desnutridos, física y emocionalmente, mientras muchos – desconocedores del sentido de lo gratuito -  están sumergidos en una abundancia irresponsable y ajena a todo sentimiento de solidaridad.
Si experimentamos la gracia y el beneficio de ser nutridos nos corresponde  dar con gratuidad lo que así hemos recibido: “Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y aguas profundas que manan en el monte y la llanura; tierra de trigo y cebada, de viñas , higueras y granadas, tierra de olivares y de miel; tierra en que no comerás medido el pan, en que no carecerás de nada…. Entonces, cuando comas hasta hartarte, bendice al Señor tu Dios, por la tierra buena que te ha dado”. [11]
Recibido por vía gratuita, el buen Dios espera de nosotros el compromiso igual de una fidelidad de la misma naturaleza que se traduce en una humanidad solidaria, generosa, servidora de esa riqueza como gran homenaje a la dignidad humana y al querer igualitario de Dios. Se  deja claro   que la relación eucarística   no descansa sobre un formalismo ritual ni sobre una liturgia individualista, sino sobre una existencia agradecida y resuelta a impregnar de comunión y participación todas los vínculos humanos.[12]
En el Señor Jesús se hace  nítido lo contenido en su sangre derramada, en su cuerpo ofrecido, para darnos en totalidad la vida de Dios, haciéndolo sacramento permanente, memoria de la radical donación de sí mismo para salvación y liberación de toda la humanidad, para que sus seguidores  nos impliquemos en lo mismo: “Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí” .[13]
 Pablo, preocupado por la tentación de idolatría que acechaba a la comunidad cristiana de Corinto, les advierte acerca de este peligro, porque lo que se ofrece no son formas rituales sino el mismo Jesús que se contiene en el don alimenticio: “La copa de bendición que bendecimos, no es acaso comunión con la sangre de Cristo? ; y el pan que partimos, no es comunión con el cuerpo de Cristo? Entonces, si el pan es uno solo, también nosotros, aún siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan”). [14]
El pan y vino que se comparten tienen la vocación de construír comunión. “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” ,[15] palabras de Jesús que determinan su presencia real animando la vida de la Iglesia, promoviendo la fraternidad, demandando justicia y libertad para todos, alimentando a todos sin reservas, El que se parte y se comparte para que tengamos sin límites la vitalidad definitiva de Dios.
Comer a Jesús, beber a Jesús, es participar de la vida de Dios, totalmente presente en él, este sacramento nos hace responsables de todos los prójimos, principalmente de quienes tienen hambre y sed de pan y dignidad.



[2] José Ramón Busto Saiz. Cristología para empezar. Sal Terrae. Santander, 1001. Olegario González de Cardedal. Cristología. BAC. Madrid, 2008. Jacques Dupuis. Introducción a la Cristología. Verbo Divino. Estella, 1994. José Antonio Pagola. Jesús: aproximación histórica. PPC. Madrid, 2007. Jürgen Moltmann. El camino de Jesucristo. Sígueme. Salamanca, 1993. Joseph Ratzinger. Jesús de Nazareth (primera parte 2007, segunda parte 2011) . Esfera de los libros. Madrid.
[3] Gustavo Gutiérrez Merino. La fuerza histórica de los pobres. CEP. Lima, 1993. Jon Sobrino. “Opción por los pobres” en Casiano Floristán-Juan José Tamayo. Conceptos fundamentales del cristianismo. Trotta. Madrid, 1993. Julio Lois. Teología de la liberación, opción por los pobres. IEPALA. Madrid, 1986.
[4] Lucas 10: 25
[5] Lucas 10: 30-37
[6] Vicenzo Paglia. De la compasión al compromiso: la parábola del Buen Samaritano. Narcea. Madrid, 2009. Alessandro Pronzato. Tras las huellas del samaritano: peregrinación al santuario del hombre. Sal Terrae. Santander, 1984.
[7] Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD. Informe sobre desarrollo humano 2019. New York, 2019.
[8] Deuteronomio 8: 3
[9] Exodo 3: 17
[10] Deuteronomio 8: 2
[11] Deuteronomio 8: 7-10
[12] José Luis Espinel. La eucaristía del Nuevo Testamento. San Esteban. Salamanca, 1997. Víctor Martínez. Sentido social de la eucaristía. Volumen 1: el pan hecho justicia. Volumen 2: la justicia hecha pan. Volumen 3: acontecimiento de justicia. Facultad de Teología Universidad Javeriana. Bogotá, 2003.
[13] Juan 6: 56-57
[14] 1 Corintios 10: 16-17
[15] Juan 6: 54-55

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