“Entonces, si el pan es
uno solo, también nosotros, aún siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues
todos participamos del mismo pan”
(1
Corintios 10: 17)
Lecturas:
1.
Deuteronomio 8: 2-16
2.
Salmo 147: 12-20
3.
1 Corintios 10: 16-17
4.
Juan 6: 51-58
De acuerdo con
estadísticas actualizadas, en el mundo somos en 2020 2.184 millones de hombres
y mujeres que profesamos la fe en Jesucristo, en las diversas denominaciones,
siendo la principal la católica, también la multiplicidad de iglesias surgidas
de la reforma protestante, junto con las muy tradicionales de Oriente, que
conocemos bajo el común denominador de la ortodoxia. En cifras redondas los
católicos están en 1.314 millones, los evangélicos-protestantes-reformados en
550 millones, los ortodoxos en 320 millones.[1]
El cristianismo en
todas sus versiones eclesiales, históricas y doctrinales converge en torno a la
persona de Jesucristo, a quien se acepta como Señor y Salvador de la humanidad,
revelación definitiva de Dios para bien de todos los que quieran acogerlo en
tal condición.[2]
Uno de los elementos normativos del proyecto de Jesús es el amor incondicional
al prójimo, independiente de cualquier clasificación ideológica,
socioeconómica, étnica , religiosa, con preferencia por los humillados y ofendidos de la tierra.[3]
En el capítulo 10 del
evangelio de Lucas, el contexto de la parábola del Buen Samaritano está dado
por un interrogatorio que un maestro de la ley hace a Jesús “para ponerlo
a prueba”[4],
preguntándole por lo que debe hacer para obtener la vida eterna. La
conversación deriva en la pregunta: “Y quién es mi prójimo? Jesús le
contestó: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó….”[5].
La respuesta es la conocidísima parábola del Buen Samaritano, cuya intención es
poner a quien preguntaba a establecer sus prioridades como hombre religioso y
observante de la Ley, dejando clara la interdependencia entre el amor a Dios y
el amor al prójimo caído y vulnerado. [6]
Por otra parte, debemos
saber que las cifras del hambre en este mundo donde somos tantos cristianos que
celebramos la eucaristía, que participamos en la santa cena, son más que
inquietantes: 514 millones de prójimos
viven hambrunas escalofriantes en Asia, 256 millones en Africa, 43 millones en
el continente americano.[7]
Esta estadística, unida a todas las de cubrimiento en salud, educación,
vivienda digna, agua potable, saneamiento ambiental, y ahora, debida atención
en la pandemia Covid 19, qué preguntas nos hacen a nosotros que celebramos cada
día, cada domingo, la presencia del Señor Jesucristo en la eucaristía, el Corpus
Christi, y nos acercamos a recibirlo en la comunión sacramental?
Porque es preciso
recordarlo, la eucaristía no es un sacramento “en sí”, como una entidad aislada
de la vida real de las personas, de sus grandes inquietudes existenciales. Este
domingo la Iglesia celebra la muy tradicional solemnidad del Corpus
Christi, por eso nos planteamos estas cuestiones fundamentales de ética
social eucarística, porque no es posible
participar en la eucaristía y desentenderse del prójimo hambriento y
necesitado, con ese individualismo religioso que solemos practicar.
Todo lo que se origina
en Dios es vitalidad, salud, alimento, siempre con desmedida abundancia. Por
eso el testimonio original de la fe de Israel es la certeza en un Dios creador,
dador de vida y comprometido con la misma, porque: “El te afligió, haciéndote pasar
hambre y después te alimentó con el maná – que tu no conocías ni conocían tus
padres – para enseñarte que el hombre no vive sólo de pan, sino de todo lo que
sale de la boca de Dios” . [8]
El alimento es
indispensable para el buen vivir. La madre naturaleza tiene tejido en su ser este dinamismo que nos permite vitalidad y salud. El cuerpo materno produce la leche
para alimentar al bebé en los primeros tiempos de su vida, el ser humano lleva
consigo el germen de la misma, apasionante constatación esta del misterio vital
y alimenticio en los orígenes mismos de nuestra humanidad.
El paso dramático de
los israelitas por el desierto durante 40 años, despojados de seguridades, es un prototipo de la experiencia humana.
Salir de la comodidad, lanzarse a la aventura de un mundo promisorio y
también incierto, correr el riesgo de la
libertad, pero soñar siempre con la tierra prometida “que mana leche y miel”.
[9] “Recuerda
el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por
el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones, y
ver si eres capaz o no de guardar sus preceptos” ,[10]
es un texto de memoria que propone al creyente israelita su propia biografía de
prueba y crisis, para permanente recuerdo liberador, en el que no ha de
olvidarse lo pactado con Yavé Dios.
Resulta escandaloso
constatar que tantos seres humanos viven desnutridos, física y
emocionalmente, mientras muchos – desconocedores del sentido de lo gratuito - están sumergidos en una abundancia
irresponsable y ajena a todo sentimiento de solidaridad.
Si experimentamos la
gracia y el beneficio de ser nutridos nos corresponde dar con gratuidad lo que así hemos recibido: “Cuando
el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra buena, tierra de torrentes, de
fuentes y aguas profundas que manan en el monte y la llanura; tierra de trigo y
cebada, de viñas , higueras y granadas, tierra de olivares y de miel; tierra en
que no comerás medido el pan, en que no carecerás de nada…. Entonces, cuando
comas hasta hartarte, bendice al Señor tu Dios, por la tierra buena que te ha
dado”. [11]
Recibido por vía
gratuita, el buen Dios espera de nosotros el compromiso igual de una fidelidad
de la misma naturaleza que se traduce en una humanidad solidaria, generosa,
servidora de esa riqueza como gran homenaje a la dignidad humana y al querer
igualitario de Dios. Se deja claro que la
relación eucarística no descansa sobre
un formalismo ritual ni sobre una liturgia individualista, sino sobre una
existencia agradecida y resuelta a impregnar de comunión y participación todas
los vínculos humanos.[12]
En el Señor Jesús se
hace nítido lo contenido en su sangre
derramada, en su cuerpo ofrecido, para darnos en totalidad la vida de Dios,
haciéndolo sacramento permanente, memoria de la radical donación de sí mismo
para salvación y liberación de toda la humanidad, para que sus seguidores nos impliquemos en lo mismo:
“Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre
que me envió vive y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí” .[13]
Pablo, preocupado por la tentación de
idolatría que acechaba a la comunidad cristiana de Corinto, les advierte acerca
de este peligro, porque lo que se ofrece no son formas rituales sino el mismo
Jesús que se contiene en el don alimenticio: “La copa de bendición que
bendecimos, no es acaso comunión con la sangre de Cristo? ; y el pan que
partimos, no es comunión con el cuerpo de Cristo? Entonces, si el pan es uno
solo, también nosotros, aún siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos
participamos del mismo pan”). [14]
El pan y vino que se
comparten tienen la vocación de construír comunión. “Quien come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es
verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” ,[15]
palabras de Jesús que determinan su presencia real animando la vida de la
Iglesia, promoviendo la fraternidad, demandando justicia y libertad para todos,
alimentando a todos sin reservas, El que se parte y se comparte para que
tengamos sin límites la vitalidad definitiva de Dios.
Comer a Jesús, beber a
Jesús, es participar de la vida de Dios, totalmente presente en él, este
sacramento nos hace responsables de todos los prójimos, principalmente de
quienes tienen hambre y sed de pan y dignidad.
[2]
José Ramón Busto Saiz.
Cristología para empezar. Sal Terrae. Santander, 1001. Olegario González de
Cardedal. Cristología. BAC. Madrid, 2008. Jacques Dupuis. Introducción
a la Cristología. Verbo Divino. Estella, 1994. José Antonio Pagola.
Jesús: aproximación histórica. PPC. Madrid, 2007. Jürgen Moltmann. El
camino de Jesucristo. Sígueme. Salamanca, 1993. Joseph Ratzinger. Jesús
de Nazareth (primera parte 2007, segunda parte 2011) . Esfera de los
libros. Madrid.
[3]
Gustavo Gutiérrez Merino. La
fuerza histórica de los pobres. CEP. Lima, 1993. Jon Sobrino. “Opción
por los pobres” en Casiano Floristán-Juan José Tamayo. Conceptos fundamentales
del cristianismo. Trotta. Madrid, 1993. Julio Lois. Teología de la
liberación, opción por los pobres. IEPALA. Madrid, 1986.
[4] Lucas 10: 25
[5] Lucas 10: 30-37
[6]
Vicenzo Paglia. De la compasión
al compromiso: la parábola del Buen Samaritano. Narcea. Madrid, 2009. Alessandro
Pronzato. Tras las huellas del samaritano: peregrinación al santuario del
hombre. Sal Terrae. Santander, 1984.
[7]
Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo PNUD. Informe sobre desarrollo humano 2019. New York, 2019.
[8] Deuteronomio 8: 3
[9] Exodo 3: 17
[10] Deuteronomio 8: 2
[11]
Deuteronomio 8: 7-10
[12]
José Luis Espinel. La eucaristía
del Nuevo Testamento. San Esteban. Salamanca, 1997. Víctor Martínez. Sentido
social de la eucaristía. Volumen 1: el pan hecho justicia. Volumen
2: la justicia hecha pan. Volumen 3: acontecimiento de justicia.
Facultad de Teología Universidad Javeriana. Bogotá, 2003.
[13]
Juan 6: 56-57
[14] 1 Corintios 10: 16-17
[15] Juan 6: 54-55
No hay comentarios:
Publicar un comentario