domingo, 28 de junio de 2020

COMUNITAS MATUTINA 28 DE JUNIO DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO


“El que no tome su cruz y me siga , no es digno de mì”
(Mateo 10: 38)

Lecturas:
1.   2 Reyes 4: 8-16
2.   Salmo 88
3.   Romanos 6: 3-11
4.   Mateo 10: 37-42
Vivir para un ideal es altamente demandante, si se ama aquello que se convierte en el referente máximo de la existencia, se apuesta todo, hasta la propia vida física; no se escatiman esfuerzos para lograrlo, se trabaja apasionadamente, a tiempo y a destiempo, para obtener resultados en los que esas metas se conviertan en felices realizaciones, siempre con la claridad de que en el camino suceden muchos desvelos, renuncias, sacrificios,  para llegar al final se viven tiempos de hondas abnegaciones.[1]
Conocemos la famosa historia de “La carta a García”,[2] narración de hechos sucedidos durante la guerra de independencia entre Cuba y España, a finales del siglo XIX. En la vida se nos confían muchas “cartas a García”, cuando nos proponemos o nos proponen ideales y proyectos en los que se implica todo nuestro ser y quehacer. La vida fácil y comodona no forma seres humanos responsables, deriva en personajes endebles, que se echan para atrás al menor inconveniente.[3]
Artistas, científicos, mujeres de extremada dedicación a sus asuntos, líderes sociales, religiosos, escritores, gentes del común, configuran narraciones seductoras de gentes dispuestas a lo máximo por el logro feliz de sus ideales. Historias de heroísmo que se convierten en modelos de identidad para los seres humanos de todos los tiempos de la historia. [4]
Estas consideraciones iniciales nos ponen en contexto para captar las  prioridades de Jesús, a las que ofreció la totalidad de su vida. El  nos manifiesta a Dios como un padre misericordioso y compasivo,  comprometido con la felicidad de los seres humanos, deseoso de que nuestras vidas lleguen a su plenitud y realización, con el énfasis  - también muy conocido - en la preferencia por los últimos del mundo y de la sociedad,  por los pecadores y condenados morales, por todos aquellos a quienes se excluye de los beneficios de la vida, materiales y espirituales. Esta aseveración es normativa para quienes deseen tomar en serio la propuesta del Evangelio.
Jesús muere crucificado por su fidelidad al Padre Dios, a su reino, a sus convicciones, odiado y perseguido por los poderes religiosos y políticos del pequeño país de Palestina. Después de su muerte y, a partir de la experiencia pascual, los discípulos y los integrantes de las comunidades cristianas nacientes, también fueron conscientes de lo mismo, era ignominioso seguir el camino de Jesús, se les veía como rebeldes peligrosos para el equilibrio de la sociedad y de la religión.
Anunciar a un Mesías crucificado[5] era una contravención a todo el ordenamiento social y religioso de su tiempo.  Lo que ellos hacían era una denuncia vehemente de un sistema de valores, creencias e instituciones que habían hecho de la violencia, la mentira y la opresión los “valores” indiscutibles de la sociedad. Cómo iban a ver con buenos ojos las autoridades  sacerdotales de Jerusalén, los gendarmes del imperio,  que un grupo  minoritario de hombres y de  mujeres, llenos de esperanza y de entusiasmo apostólico, cuestionara ese orden de cosas y anunciara que otra sociedad es posible, que el ser humano es merecedor de justicia, de respeto, de compasión, todo esto en nombre de Dios?[6]
Las comunidades cristianas desde el inicio tuvieron conciencia de la magnitud de la tarea a la que se enfrentaban. La experiencia gozosa del Señor Resucitado les llevó rápidamente a descubrir que debían superar los límites de las comunidades judeo-palestinas, que esto los comprometía a lanzarse a una misión  de características universales, siguiendo las intenciones mismas de Jesús, trascendiendo las fronteras del mundo judío.
 Lo suyo no era la configuración de una nueva institución religiosa con sus estructuras, normativas y autoridades, sino la generación de comunidades de discípulos alentados por el Espíritu de Dios y dispuestos a rescatar la vigencia de la dignidad de los seres humanos, con la inspiración de las Bienaventuranzas, el programa que Jesús propone para la creación de esta nueva humanidad.
Por tanto, no debe sorprendernos que Mateo plantee con tanta dureza, como lo hace en el texto del evangelio de hoy, las exigencias del seguimiento de Jesús: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a  mí, no es digno de mí”, [7]  palabras que  no contienen un desprecio de la realidad familiar, pero sí nos invitan a determinar cuál es el motor que impulsa nuestras vidas y a  ordenar todas nuestras intenciones y conductas en la perspectiva de ese seguimiento.
Mateo escribe un evangelio para comunidades judías que se han convertido al cristianismo. En ese contexto, la referencia al desapego familiar alude a la estima desmesurada que los judíos tenían por sus parientes, asunto que se podía convertir en  apego paralizante. Ante eso, el proyecto de Jesús demanda más porque  se trata de un amor siempre mayor y  universal referido a todo tipo de prójimo, capaz de trascender el limitado ámbito de la familia, de la raza, o de la nación.
Amar a Jesús no se reduce a una dimensión intimista, individual, privada. Se ha filtrado en el cristianismo un sentimiento religioso “bonito”, que no inquieta ni promueve actitudes proféticas, reduciendo el mensaje suyo a un bálsamo tranquilizante sin exigencias comprometedoras. Las cosas con Jesús no son así. Seguir su camino es amar a Dios y al ser humano como él los amó, hasta la donación total de la propia vida,  darse por completo a su proyecto que es la gran utopía del Padre Dios, un amor que llega incluso al extremo del perdón a los enemigos y de la inclusión  de los mismos en su universo de afectos y solidaridades.[8]
Así se  explican  las fuertes palabras de este evangelio. “El que no tome su cruz y me siga detrás no es digno de mi. El que encuentre su vida, la perderá , y el que pierda su vida por mí, la encontrará”. [9]    Por esto se impone aclarar que el   camino cristiano  no es el de renuncias voluntaristas que rompen el dinamismo afectivo de la persona, ni el de prácticas penitenciales que violenten a quien decida tomar esta opción de la Buena Noticia. Hay que hacer un severo control de calidad a ciertos contenidos y prácticas que bajo el título de cristianas se han desviado de la originalidad del Evangelio y se han convertido en un conjunto de religiosidades rituales, legalistas, que a menudo sofocan la libertad y la humanidad misma de quien los sigue.
Tomar la cruz y seguir a Jesús es asumir con radical generosidad que en él descubrimos la alternativa genuina de la libertad y del amor, perder la vida por él es dar lo mejor de sí para implantar en la historia de la humanidad una lógica en la que todos los somos iguales, en la que la mesa de la vida sea servida equitativamente , en la que la dignidad de los hijos del mismo Padre sea constantemente reconocida, en la que el servicio y la solidaridad sean sustanciales en los proyectos de vida de quienes se comprometan con esta causa. Siguiendo aquello que tantas veces hemos afirmado en estas reflexiones, no podemos eludir el carácter contestatario y contracultural de la Buena Noticia de Jesús. Cuando el mundo y la sociedad deciden que el poder y el dinero son los indicadores de felicidad, el proyecto evangélico afirma y realiza la fraternidad y la mesa compartida, y se desposee de toda pretensión de dominio sobre los demás para indicar que el reino de Dios y su justicia pasa esencialmente por asumir al prójimo como la responsabilidad determinante de la felicidad.[10]
Por otra parte, Pablo afirma muy bien la radicalidad del amor cristiano mediante la comparación entre la muerte y la inmersión bautismal, tal es el sentido de la segunda lectura de este domingo: “Por medio del bautismo fuimos, pues, sepultados con él en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos mediante la portentosa actuación del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”.[11]
Ser cristianos es morir a todo tipo de apego, familiar, económico, cultural, incluyendo el afecto desordenado a sí mismo. La novedad evangélica se manifiesta en la transformación radical de las relaciones humanas, en la resurrección a una vida nueva llena de afectos volcados hacia la humanidad sufriente, hacia las causas mayores de justicia y de libertad, hacia la significación sacramental de la Iglesia que tiene su centro y sentido en la persona de Jesús y en la realización de la “salida misionera” para anunciar a todos esa noticia cargada de esperanza y de vitalidad teologal.
La presencia del Resucitado es la convicción central en la que se arraigan estas orientaciones, es la que hace posible dejar atrás eso que Pablo llama el hombre viejo para acceder a la novedad pascual: “Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir, y que la muerte carece ya de poder sobre él” .[12]
La pandemia del corona virus, la forzada cuarentena, y todos los fenómenos que acompañan esta circunstancia que a todos nos cubre, es un tiempo de preguntas, de hondas revisiones del propio proyecto de vida, de “reinvenciones” como se suele decir ahora, abriéndonos a una vida más limpia, desposeída de “días sin IVA”, con solidaridad planetaria, con profético sentido de la dignidad humana y de la justicia  - como el Señor Jesús - .
Podremos salir de esto resignificados, capaces de tomar cada uno su cruz, sin angustiosos voluntarismos, dispuestos a dar lo mejor de nuestro ser para que el reino de Dios y su justicia se tornen verdad en la vida de cada día?[13]
Cerremos esta reflexión de hoy con el Papa Francisco: “La pandemia ha marcado profundamente la vida de las personas y la historia de las comunidades. Para honrar el sufrimiento de los enfermos y de tantos muertos, sobre todo ancianos, cuya experiencia de vida no debe ser olvidada, es necesario construir el mañana: para ello hacen falta el compromiso, la fuerza y la dedicación de todos. Se trata de partir de nuevo de los innumerables testimonios de amor generoso y gratuito que han dejado una huella indeleble en las conciencias y en el tejido de la sociedad, enseñando cuánto se necesitan la cercanía, el cuidado y el sacrificio para alimentar la fraternidad y la convivencia civil. Y, mirando el futuro, me acuerdo de las palabras de Fra Felice en el lazareto en Manzoni (Los novios, capitulo XXXVI): Con qué realismo mira la tragedia, mira la muerte, pero mira el futuro y sigue adelante”. [14]




[1] Jorge Saurí. El hombre comprometido. Carlos Lohlé. Buenos Aires, 1965. Michel Quoist. Triunfo. Herder. Barcelona, 1969.
[2] Elbert Hubbard. Un mensaje a García. Imprenta El Imparcial. Santiago de Chile, 1944. Es la historia de un esforzado soldado norteamericano, llamado Rowan, a quien el presidente de los Estados Unidos de esos años, le confía entregar un mensaje especialmente valioso al general García, comandante de los ejércitos rebeldes cubanos contra el poder de España. Rowan da lo mejor de sí mismo y atraviesa la isla de Cuba para cumplir con su cometido, viviendo muchas vicisitudes, ninguna de las cuales disminuyó su ánimo para entregar el mensaje , tal como se lo habían pedido.
[3] Enrique Rojas. El hombre light: la importancia de una vida con valores. Editorial Temas de Hoy. Madrid, 1992.
[4] C.Chr. F. Krause. Ideal de la humanidad para la vida. Imprenta de F. Martínez García. Madrid, 1871.
[5] Jürgen Moltmann. El Dios crucificado. Sígueme. Salamanca, 1986.
[6] Benedicto XVI. Los apóstoles y los primeros discípulos de Cristo. Espasa. Madrid, 2009.
[7] Mateo 10: 37
[8] José María Castillo. El seguimiento de Jesús. Sígueme. Salamanca, 2002.
[9] Mateo 10: 38-39
[10] Jorge Pixley. Reino de Dios. La Aurora. Buenos Aires, 1977.
[11] Romanos 6: 4
[12] Romanos 6: 8-10
[13] Willis Jäger. Partida hacia un país nuevo. Desclée de Brower. Bilbao, 2010.
[14] Papa Francisco. Discurso a los médicos, enfermeros y agentes sanitarios de Lombardía. Sala Clementina, Ciudad del Vaticano, 20 de junio 2020.

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