“Tengan valor,
soy yo, no tengan miedo”
(Mateo 14: 27)
Lecturas:
1.
1 Reyes 19: 9-13
2.
Salmo 84
3.
Romanos 9: 1-5
4.
Mateo 14: 22-33
El asunto de los
poderosos sobre quienes pesa la sospecha de corrupción y de procedimientos
inmorales y contrarios al bien común es cosa de siempre, lo mismo que los
desvaríos del ser humano cuando, en nombre de una pretendida libertad, que no
siempre comprende ni apropia, se va por los vericuetos del egoísmo, del desprecio
a su prójimo, enarbolando ídolos,[1] a
quienes asigna grandes posibilidades pero que, a la postre, resultan gigantes
deleznables, con pies de barro, como bien lo refleja el salmo 115: “Los
ídolos de los paganos son oro y plata, objetos que el hombre fabrica con sus
manos: tienen boca, pero no pueden hablar; tienen ojos, pero no pueden ver;
tienen orejas, pero no pueden oír; tienen narices, pero no pueden oler; tienen
manos, pero no pueden tocar; tienen pies, pero no pueden andar; ni un solo sonido
sale de su garganta! Iguales a esos ídolos son quienes los fabrican y quienes
en ellos creen”.[2]
Con sorprendente
facilidad el ser humano se deja seducir por falsos mesianismos, se obsesiona
con realidades a las que confiere poderes milagrosos, capitula sus pretensiones
de autonomía y las disfraza con personajes, ideologías, consumos,
religiosidades vaporosas, culto a sí mismo o a otros, construyendo paraísos
artificiales, sin permitir confrontación ni crítica.
En los profetas
bíblicos encontramos un referente esencial para comprender este fenómeno, nada
casual en la historia de la humanidad. El Dios único al que ellos anunciaban
tenía como correlato un ser humano único, digno, emancipado de toda esclavitud,
gestor de su historia, responsable de la misma. La fuerte denuncia de estos
hombres, cuya conducta siempre resultó más que incómoda para el poder político
y religioso de Israel, era simultáneamente una pasión teologal y una pasión
profunda por la dignidad humana. [3]
La primera
lectura de este domingo nos remite a una situación que aterriza lo que venimos
describiendo, la veremos como modelo para una lectura crítica de lo que sucede
en nuestro tiempo. Es así: entre los
primeros profetas de Israel surgen dos figuras que brillan con luz propia:
Samuel y Elías. La tradición bíblica les asigna lugar prioritario por la
radicalidad con la que asumieron la causa de Yavé, que es la misma causa del
ser humano amenazado de esclavitud.[4]
El profeta
Elías, emprende el camino de retorno
hacia el monte Horeb, simbolizando la
vuelta a los orígenes de Israel: la fidelidad al único y verdadero Dios,
pactada en la alianza, y al modo de vida honesto como reciprocidad de los
creyentes hacia El , quien se ha desbordado con predilecciones hacia este
pueblo, demostrando que su único interés es la plenitud del ser humano, del que
los israelitas son imagen y prototipo. [5]
Esta dignidad de
Israel se ha visto manchada con la perversidad del rey Acab y de su esposa
Jezabel, quien desata su ira contra Elías persiguiéndolo para darle muerte,
como venganza por la entereza con la que él ha denunciado los cultos
idolátricos y la correspondiente desarticulación del modo de vida fundamentado
en la rectitud y en la justicia. El ideal de Elías es rescatar la originalidad
de la fe en el Dios único que favorece un ser humano también único y digno.
El monoteísmo de
Israel no es la exclusividad de un Dios celoso y tiránico que rechaza
competencia o que castiga implacablemente a aquellos “dioses alternativos” que
se filtran en su camino. El Dios único de los israelitas contiene la
posibilidad de que el ser humano sea también único y libre de esclavitudes y de
sometimientos serviles. La religión de Israel aporta al universo religioso de
la humanidad este monoteísmo liberador.[6]
Los ídolos que confronta Elías son los Baales de
nuestro tiempo, todo aquello que va en contra de la realización plena del ser
humano, la existencia vacía de ideales, la economía sin humanismo, la tiranía
de los poderes que sofocan las aspiraciones humanas de libertad. El talante de
este profeta se plasma en aquellos seres humanos apasionados por el reino de
Dios y su justicia, siempre empeñados en el proyecto original de Dios que es la
vigencia permanente de la dignidad humana. Así, vamos con Elías al silencio del encuentro
contemplativo con el misterio de Dios, fundamento de una vida libre y
bienaventurada.
No es en las
manifestaciones del poder donde se encuentra Dios, sus manifestaciones
decisivas se dan en la “brisa tenue”, en los amores discretos, en las vidas
dedicadas humildemente al servicio y a la solidaridad: “En aquel momento pasó el Señor, y un viento
fuerte y poderoso desgajó la montaña y partió las rocas ante el Señor; pero el
Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el
Señor tampoco estaba en el terremoto. Y tras el terremoto hubo un fuego, pero
el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego se oyó un sonido suave y
delicado. Al escucharlo, Elías se cubrió la cara con su capa y salió y se quedó
a la entrada de la cueva. En esto llegó a él una voz que decía: qué haces ahí
Elías?” .[7]
La mentalidad
que refleja el anterior relato es indicativa de la lógica de un Dios que no
acude a las evidencias propias de la espectacularidad vanidosa . El Dios que se
revela de este modo es un Dios que se abaja para manifestarse en
la sobriedad, en la silenciosa conducta de los humildes, como se aprecia en los relatos de vida de hombres y mujeres
que viven en la sabiduría de lo
esencial. [8]
El relato del evangelio
de Mateo – la tempestad calmada – obedece a situaciones de confusión y angustia
que vivían las primeras comunidades cristianas, asediadas por persecuciones y
graves contradicciones e incomprensiones, bien conocidas por la historia.
Recordemos también el hondo sentimiento de derrota que embargó a los discípulos
después de la muerte de Jesús, todo lo bueno que él anunció y realizó se veía
aparentemente fracasado. Eso es lo que reflejan los discípulos angustiados en
la barca que se mece con violencia con el vaivén de la tempestad.
Se parece a
muchas circunstancias que vivimos los
seres humanos, las sociedades, la Iglesia misma, las fuerzas adversas parecen
llevar siempre la delantera. Este episodio del evangelio nos muestra cómo la
comunidad de fe puede perder el horizonte cuando permite que el temor domine
sobre la confianza en Jesús y en el Padre Dios. También nos señala la
temeridad, como la de Pedro que se lanza a las aguas más por vanidad personal
que por certeza y seguridad en la
presencia del Señor, esto es como un ruido ensordecedor, el de los egos que se
confabulan para desconocer la discreta gratuidad del amor de Dios. Este Pedro
desafiante, que pretende discurrir sobre las aguas y luego se hunde, es un
símbolo del ser humano envanecido por sus logros, sin perspectiva trascendente.
Es como un Prometeo encadenado, provocador, pagado de sí mismo, esclavo de su
autosuficiencia.
En 2020 la
pandemia del corona virus constituye una
turbulencia de marca mayor, afecta a toda la humanidad, las cifras de
fallecidos y contagiados son alarmantes, sus repercusiones en la vida
emocional, en el trabajo, en la cotidianidad, en los ingresos económicos,
configuran un panorama que altera los proyectos de todos, por ahora sin
perspectiva de entrar en fase de normalidad. Es un cuestionamiento radical a
todas las vanidades humanas, al hacer de los medios fines, al frenesí de una
tecnología que, en vez de humanizar, hace de los humanos autómatas y
destructores de la vida y de la naturaleza. [9]
Como Pedro y los
discípulos entramos en confusión y desencanto? Nos dejamos llevar por el
sentimiento de fracaso? Perdemos la confianza en el Resucitado que a lo largo
de más de veinte siglos ha inspirado historias heroicas de sentido y esperanza?
Olvidamos que esta tarea del reino de Dios y su justicia, si bien cuenta con
nuestra libre decisión, es primero obra de su gratuidad para agraciar y liberar
al ser humano del sin sentido?
La fe en el
Señor Jesucristo no es cuestión de providencialismo ingenuo, en ella sí está la
respuesta, lo tenemos claro, pero esta
cuenta con la responsabilidad histórica del ser humano, con su libertad
empeñada en la superación de estas contradicciones, con la conciencia de que la
magnitud de los problemas ya señalados no permiten actitudes evasivas. Las
palabras de Jesús : “Tengan valor ,soy yo, no tengan miedo”,[10] son
el reconocimiento de los primeros cristianos a esa garantía decisiva que
trasciende las limitaciones de la humanidad, es el mismo Señor animando
constantemente a mantener el ánimo en alto para asumir lo contradictorio, lo
antievangélico, lo deshumanizante, con el fin de transformarlo en gracia y en justicia.[11]
La confianza
serena en el Señor nos confiere el temple necesario para no hundirnos en las
inseguridades y en el desencanto que nos pueden causar los pecados de algunos
en la Iglesia y en la sociedad. En nombre de la fe debemos aceptar con entereza
las turbulencias causadas por tales escándalos, auténticos pecados contra Dios
y contra la humanidad, y emprender un trabajo transformador, poniendo el dedo
en la llaga con coraje de cristianos raizales y dejándonos tomar por el que
hace decir a Pablo “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”. [12]
[1] Pier Angelo Sequeri. Contra los ídolos postmodernos. Herder.
Barcelona, 2014. Erich Fromm. Y seréis como dioses. Paidós. Barcelona,
1978. Xavier Alegre y autores varios. Idolos de barro. Cristianismo y
Justicia. Barcelona, 2019. Erich Fromm. El miedo a la libertad. Paidós.
Barcelona, 1978.
[2] Salmo 115: 4-8
[3] José Luis Sicre. Introducción al profetismo bíblico. Verbo
Divino. Estella (Navarra España, 2016.
[4] J.M. Hernández. Los profetas: boca de Dios y voceros del pueblo.
Dabar. México DF, 1994. Cristóbal Sevilla Jiménez. Crisis y esperanza en los
profetas de Israel. Publicado en Scripta Fulgentina Año XXIV No. 47-48,
2014, páginas 7-22. Instituto Teológico San Fulgencio. Murcia. Julio Trebolle
Barrera. La experiencia de Israel: profetismo y utopía. Akal. Madrid,
1996.
[5] Andrés Torres Queiruga. La revelación de Dios en la realización del
hombre. Cristiandad. Madrid, 1987.
[6] Luis Angel Montes Peral. La contribución de los profetas al
monoteísmo biblico. Publicado en Estudios Agustinianos Número 48 , 2013;
páginas 19-46. Estudio Teológico Agustiniano, Valladolid.
[7] 1 Reyes 19: 11-13
[8] Eloi Leclerc. El reino escondido. Sal Terrae. Santander
(España), 1999. Francisco J. Castro Miramontes. La sabiduría de la humildad:
espiritualidad de la vida cotidiana. San Pablo. Madrid, 2006.
[9] Joan Carrera i Carrera. Covid 19: más allá de la pandemia.
Cristianismo y Justicia. Barcelona, 2020.
[10] Mateo 14: 27
[11] Walter Kasper & George Augustin. Dios en la pandemia: ser
cristiano en tiempos de prueba. Sal Terrae. Santander (España), 2020.
[12] Filipenses 4: 13
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