domingo, 9 de agosto de 2020

COMUNITAS MATUTINA 9 DE AGOSTO DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARI0


“Tengan valor, soy yo, no tengan miedo”
(Mateo 14: 27)

Lecturas:
1.   1 Reyes 19: 9-13
2.   Salmo 84
3.   Romanos 9: 1-5
4.   Mateo 14: 22-33

El asunto de los poderosos sobre quienes pesa la sospecha de corrupción y de procedimientos inmorales y contrarios al bien común es cosa de siempre, lo mismo que los desvaríos del ser humano cuando, en nombre de una pretendida libertad, que no siempre comprende ni apropia, se va por los vericuetos del egoísmo, del desprecio a su prójimo, enarbolando ídolos,[1] a quienes asigna grandes posibilidades pero que, a la postre, resultan gigantes deleznables, con pies de barro, como  bien lo refleja el salmo 115: “Los ídolos de los paganos son oro y plata, objetos que el hombre fabrica con sus manos: tienen boca, pero no pueden hablar; tienen ojos, pero no pueden ver; tienen orejas, pero no pueden oír; tienen narices, pero no pueden oler; tienen manos, pero no pueden tocar; tienen pies, pero no pueden andar; ni un solo sonido sale de su garganta! Iguales a esos ídolos son quienes los fabrican y quienes en ellos creen”.[2]
Con sorprendente facilidad el ser humano se deja seducir por falsos mesianismos, se obsesiona con realidades a las que confiere poderes milagrosos, capitula sus pretensiones de autonomía y las disfraza con personajes, ideologías, consumos, religiosidades vaporosas, culto a sí mismo o a otros, construyendo paraísos artificiales, sin permitir confrontación ni crítica.
En los profetas bíblicos encontramos un referente esencial para comprender este fenómeno, nada casual en la historia de la humanidad. El Dios único al que ellos anunciaban tenía como correlato un ser humano único, digno, emancipado de toda esclavitud, gestor de su historia, responsable de la misma. La fuerte denuncia de estos hombres, cuya conducta siempre resultó más que incómoda para el poder político y religioso de Israel, era simultáneamente una pasión teologal y una pasión profunda por la dignidad humana. [3]
La primera lectura de este domingo nos remite a una situación que aterriza lo que venimos describiendo, la veremos como modelo para una lectura crítica de lo que sucede en nuestro tiempo. Es así:  entre los primeros profetas de Israel surgen dos figuras que brillan con luz propia: Samuel y Elías. La tradición bíblica les asigna lugar prioritario por la radicalidad con la que asumieron la causa de Yavé, que es la misma causa del ser humano amenazado de esclavitud.[4]
El profeta Elías,  emprende el camino de retorno hacia el monte Horeb, simbolizando  la vuelta a los orígenes de Israel: la fidelidad al único y verdadero Dios, pactada en la alianza, y al modo de vida honesto como reciprocidad de los creyentes hacia El , quien se ha desbordado con predilecciones hacia este pueblo, demostrando que su único interés es la plenitud del ser humano, del que los israelitas son imagen y prototipo. [5]
Esta dignidad de Israel se ha visto manchada con la perversidad del rey Acab y de su esposa Jezabel, quien desata su ira contra Elías persiguiéndolo para darle muerte, como venganza por la entereza con la que él ha denunciado los cultos idolátricos y la correspondiente desarticulación del modo de vida fundamentado en la rectitud y en la justicia. El ideal de Elías es rescatar la originalidad de la fe en el Dios único que favorece un ser humano también único y digno.
El monoteísmo de Israel no es la exclusividad de un Dios celoso y tiránico que rechaza competencia o que castiga implacablemente a aquellos “dioses alternativos” que se filtran en su camino. El Dios único de los israelitas contiene la posibilidad de que el ser humano sea también único y libre de esclavitudes y de sometimientos serviles. La religión de Israel aporta al universo religioso de la humanidad este monoteísmo liberador.[6]
Los  ídolos que confronta Elías son los Baales de nuestro tiempo, todo aquello que va en contra de la realización plena del ser humano, la existencia vacía de ideales, la economía sin humanismo, la tiranía de los poderes que sofocan las aspiraciones humanas de libertad. El talante de este profeta se plasma en aquellos seres humanos apasionados por el reino de Dios y su justicia, siempre empeñados en el proyecto original de Dios que es la vigencia permanente de la dignidad humana.  Así, vamos con Elías al silencio del encuentro contemplativo con el misterio de Dios, fundamento de una vida libre y bienaventurada.
No es en las manifestaciones  del poder  donde se encuentra Dios, sus manifestaciones decisivas se dan en la “brisa tenue”, en los amores discretos, en las vidas dedicadas humildemente al servicio y a la solidaridad:  “En aquel momento pasó el Señor, y un viento fuerte y poderoso desgajó la montaña y partió las rocas ante el Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Y tras el terremoto hubo un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego se oyó un sonido suave y delicado. Al escucharlo, Elías se cubrió la cara con su capa y salió y se quedó a la entrada de la cueva. En esto llegó a él una voz que decía: qué haces ahí Elías?” .[7]
La mentalidad que refleja el anterior relato es indicativa de la lógica de un Dios que no acude a las evidencias propias de la espectacularidad vanidosa . El Dios que se revela de este modo   es un Dios que se abaja para manifestarse en la sobriedad, en la silenciosa conducta de los humildes,  como se aprecia  en los relatos de vida de hombres y mujeres que viven  en la sabiduría de lo esencial. [8]
El relato del evangelio de Mateo – la tempestad calmada – obedece a situaciones de confusión y angustia que vivían las primeras comunidades cristianas, asediadas por persecuciones y graves contradicciones e incomprensiones, bien conocidas por la historia. Recordemos también el hondo sentimiento de derrota que embargó a los discípulos después de la muerte de Jesús, todo lo bueno que él anunció y realizó se veía aparentemente fracasado. Eso es lo que reflejan los discípulos angustiados en la barca que se mece con violencia con el vaivén de la tempestad.
Se parece a muchas  circunstancias que vivimos los seres humanos, las sociedades, la Iglesia misma, las fuerzas adversas parecen llevar siempre la delantera. Este episodio del evangelio nos muestra cómo la comunidad de fe puede perder el horizonte cuando permite que el temor domine sobre la confianza en Jesús y en el Padre Dios. También nos señala la temeridad, como la de Pedro que se lanza a las aguas más por vanidad personal que por certeza y seguridad  en la presencia del Señor, esto es como un ruido ensordecedor, el de los egos que se confabulan para desconocer la discreta gratuidad del amor de Dios. Este Pedro desafiante, que pretende discurrir sobre las aguas y luego se hunde, es un símbolo del ser humano envanecido por sus logros, sin perspectiva trascendente. Es como un Prometeo encadenado, provocador, pagado de sí mismo, esclavo de su autosuficiencia.
En 2020 la pandemia del corona virus constituye  una turbulencia de marca mayor, afecta a toda la humanidad, las cifras de fallecidos y contagiados son alarmantes, sus repercusiones en la vida emocional, en el trabajo, en la cotidianidad, en los ingresos económicos, configuran un panorama que altera los proyectos de todos, por ahora sin perspectiva de entrar en fase de normalidad. Es un cuestionamiento radical a todas las vanidades humanas, al hacer de los medios fines, al frenesí de una tecnología que, en vez de humanizar, hace de los humanos autómatas y destructores de la vida y de la naturaleza. [9]
Como Pedro y los discípulos entramos en confusión y desencanto? Nos dejamos llevar por el sentimiento de fracaso? Perdemos la confianza en el Resucitado que a lo largo de más de veinte siglos ha inspirado historias heroicas de sentido y esperanza? Olvidamos que esta tarea del reino de Dios y su justicia, si bien cuenta con nuestra libre decisión, es primero obra de su gratuidad para agraciar y liberar al ser humano del sin sentido?
La fe en el Señor Jesucristo no es cuestión de providencialismo ingenuo, en ella sí está la respuesta, lo tenemos claro,  pero esta cuenta con la responsabilidad histórica del ser humano, con su libertad empeñada en la superación de estas contradicciones, con la conciencia de que la magnitud de los problemas ya señalados no permiten actitudes evasivas. Las palabras de Jesús : “Tengan valor ,soy yo, no tengan miedo”,[10] son el reconocimiento de los primeros cristianos a esa garantía decisiva que trasciende las limitaciones de la humanidad, es el mismo Señor animando constantemente a mantener el ánimo en alto para asumir lo contradictorio, lo antievangélico, lo deshumanizante, con el fin de  transformarlo en gracia y en justicia.[11]
La confianza serena en el Señor nos confiere el temple necesario para no hundirnos en las inseguridades y en el desencanto que nos pueden causar los pecados de algunos en la Iglesia y en la sociedad. En nombre de la fe debemos aceptar con entereza las turbulencias causadas por tales escándalos, auténticos pecados contra Dios y contra la humanidad, y emprender un trabajo transformador, poniendo el dedo en la llaga con coraje de cristianos raizales y dejándonos tomar por el que hace decir a Pablo “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”. [12]






[1] Pier Angelo Sequeri. Contra los ídolos postmodernos. Herder. Barcelona, 2014. Erich Fromm. Y seréis como dioses. Paidós. Barcelona, 1978. Xavier Alegre y autores varios. Idolos de barro. Cristianismo y Justicia. Barcelona, 2019. Erich Fromm. El miedo a la libertad. Paidós. Barcelona, 1978.
[2] Salmo 115: 4-8
[3] José Luis Sicre. Introducción al profetismo bíblico. Verbo Divino. Estella (Navarra España, 2016.
[4] J.M. Hernández. Los profetas: boca de Dios y voceros del pueblo. Dabar. México DF, 1994. Cristóbal Sevilla Jiménez. Crisis y esperanza en los profetas de Israel. Publicado en Scripta Fulgentina Año XXIV No. 47-48, 2014, páginas 7-22. Instituto Teológico San Fulgencio. Murcia. Julio Trebolle Barrera. La experiencia de Israel: profetismo y utopía. Akal. Madrid, 1996.
[5] Andrés Torres Queiruga. La revelación de Dios en la realización del hombre. Cristiandad. Madrid, 1987.
[6] Luis Angel  Montes  Peral. La contribución de los profetas al monoteísmo biblico. Publicado en Estudios Agustinianos Número 48 , 2013; páginas 19-46. Estudio Teológico Agustiniano, Valladolid.
[7] 1 Reyes 19: 11-13
[8] Eloi Leclerc. El reino escondido. Sal Terrae. Santander (España), 1999. Francisco J. Castro Miramontes. La sabiduría de la humildad: espiritualidad de la vida cotidiana. San Pablo. Madrid, 2006.
[9] Joan Carrera i Carrera. Covid 19: más allá de la pandemia. Cristianismo y Justicia. Barcelona, 2020.
[10] Mateo 14: 27
[11] Walter Kasper & George Augustin. Dios en la pandemia: ser cristiano en tiempos de prueba. Sal Terrae. Santander (España), 2020.
[12] Filipenses 4: 13

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