“Entonces Jesús le
contestó: Mujer, qué fe tan grande tienes. Que se cumplan tus deseos”
(Mateo
15: 28)
En
homenaje a la memoria de Don Pedro Casaldáliga Plá (1928-2020), Obispo de Sao
Félix de Araguaia en el Matto Grosso brasileiro, profeta del reino de Dios y su
justicia, pastor de indígenas y campesinos, seguidor insigne de Jesús. Pedro
Pascua, ruega por nosotros!
Lecturas:
1.
Isaías 56: 1-7
2.
Salmo 66
3.
Romanos 11: 13-15 y 29-32
4.
Mateo 15: 21-28
Crecen en nuestros días
las fobias contra lo diverso: homofobia, xenofobia, múltiples aversiones
“justificadas” por la supremacía de una pretendida superioridad étnica,
económica, política, religiosa. Evidencia destacada de esta problemática la
encontramos en el fenómeno migratorio de colectivos que se desplazan de países
tradicionalmente afectados por la pobreza y por la violencia hacia regiones del
primer mundo, donde aspiran a mejores condiciones de vida. Sin embargo, muchos
de los gobiernos de estas naciones, no
pocos de sus ciudadanos, acrecientan su odio por lo diferente, con la
argumentación de sus intereses venidos a menos por la “invasión” de legiones de
pobres y desplazados.[1] Lo
vivimos en Colombia con el flujo constante de prójimos venezolanos, y lo viven
Europa occidental y Estados Unidos con nutridas poblaciones africanas y otras, procedentes de Siria, Afganistán,
Paquistán, entre otros lugares del planeta , en los que las posibilidades de
vivir con dignidad son cada vez más precarias.
El etnocentrismo, la
deplorable doctrina de la seguridad nacional que revive con modelos diversos,
según los gobernantes de turno en Estados Unidos y Europa; el elitismo
religioso-moral de los grupos creyentes que se sienten administradores
exclusivos – y excluyentes – del favor de Dios y observantes rigurosos de lo
que ellos consideran auténtica moralidad, para quienes los demás que no
participan de sus creencias son herejes, ateos, expuestos al mal querer de
Dios; la prepotencia de los grupos
económicos desconocedores del humanismo y de la solidaridad ; la violencia de
género y los altos niveles de agresividad contra los colectivos homosexuales,
son las más notables evidencias de la discriminación que maltrata gravemente la
dignidad humana y habla pésimamente de sus protagonistas y gestores.[2]
Las lecturas de este
domingo nos ponen ante una exigencia radical del cristianismo original, el
propio de Jesús, el vivido por las comunidades primitivas, es la conciencia y
la experiencia de que la intención salvadora de Dios no se reduce a tal o cual
pueblo elegido, a tal o cual congregación de creyentes, a tal o cual elite de
perfectos, a tal o cual grupo racial o ideológico, porque lo propio de esta novedosa condición se
evidencia en un Dios que es para todos los seres humanos, sin excepción, un
Dios apasionante que se explicita en la pluralidad y en la diversidad de la
condición humana. [3]
Dios no le pertenece en exclusiva a ninguna religión, a ninguna sociedad, a
ninguna etnia. El ser de Dios se vuelca amorosamente sobre toda la humanidad,
en El se someten a crítica todos los elitismos creados por el egoísmo de seres
humanos aplastantes y excluyentes. [4]
Así, veamos lo que nos
plantean la primera lectura, del profeta Isaías, y el texto de Mateo, relato
del encuentro de Jesús con la mujer cananea – extranjera! - , paradigma de
acogida y universalidad.
Al regresar del exilio
que vivieron los israelitas en Babilonia, cautividad que duró un poco más de
cincuenta años, los discípulos del profeta Isaías, empeñados en una renovación
espiritual profunda, proponen a este nuevo Israel que deje atrás su exclusivismo
religioso-nacionalista para que se abra a los valores de la universalidad ,
animando a promover la gran causa de la
justicia que acoge sin distingos a todos los seres humanos. Es sabido que el
pueblo de Israel se sentía el concesionario absoluto de Dios, en sus creencias
no estaba el reconocimiento de la validez de los caminos religiosos distintos
del propio. Su visión de la relación con Dios les hacía sentirse únicos y
superiores, lo que estaba por fuera de esta concepción para ellos pertenecía al
ámbito de la invalidez para recibir la bendición divina. [5]
Las palabras de la
primera lectura de este domingo pertenecen al llamado Tercer Isaías, texto que
se caracteriza por su visión universal de la salvación : “A los extranjeros que se hayan
dado al Señor, para servirlo, para amar al Señor y ser sus servidores, que
guarden el sábado sin profanarlo y perseveren en mi alianza, los traeré a mi
monte santo, los alegraré en mi casa de oración; aceptaré sobre mi altar sus
ofrendas, porque mi casa es casa de oración, y a mi casa la llamarán todos los
pueblos casa de oración”.[6] Es
de la esencia de Dios acoger a todos los seres humanos.
Cada pueblo sólo puede
ser superior a sí mismo en cada momento de la historia, un saludable sentido
ético no puede admitir superioridades violentas y aniquilantes. La genuina
superioridad consiste en transformar esas decadentes tendencias en una
conciencia de sus propias potencialidades de apertura universalista y de
esfuerzo de comunión. El nuevo templo de Jerusalén, como símbolo de la
esperanza del pueblo liberado, debía convertirse en una institución que animara
los procesos de integración universal, abierta a todos los creyentes en el Dios
de la justicia y del amor, cuya genuina religión tiene su raíz en el respeto
por todos, preferentemente por los más débiles y excluídos.
Desafortunadamente el
entusiasmo renovador de los profetas que promulgaban este mensaje no tuvo eco
suficiente y se quedó en el aire como un ideal lejano. Y el templo siguió
siendo el fortín de los poderosos y explotadores del pueblo humilde, el lugar
donde almacenaban sus riquezas mal habidas.
Por eso, siglos más tarde, tiene lugar esa
escena paradigmática en la que Jesús arroja con violencia a los mercaderes que
hacían su agosto en el lugar sagrado y los fustiga con palabras de gran
severidad: “Llegaron a Jerusalén y, entrando en el templo, se puso a echar a los
que vendían y compraban en el templo, volcó las mesas de los cambistas y las
sillas de los que vendían palomas, y no dejaba a nadie transportar objetos por
el templo. Y les dijo: está escrito, mi casa será casa de oración y ustedes la
han convertido en guarida de bandidos” .[7]
Este enfrentamiento
tiene la intención de devolver al templo su significación de baluarte de la
justicia y de acogida gratuita a todos los que se acercaban al lugar.
En ese proceso de
ruptura con la decadencia del templo y con la élite que lo manipulaba se
enmarca el episodio de la mujer cananea, que nos propone el evangelio de este
domingo. Jesús se había retirado hacia una región extranjera, Tiro y Sidón, no
muy lejana de Galilea. Las fuertes presiones del poder central judío imponían
grandes limitaciones a la actividad misionera de Jesús. Su obra en favor de los
pobres, enfermos y marginados, encontraba gran resistencia porque abría el
horizonte y ponía en crisis el
exclusivismo religioso judío.
El encuentro con la
mujer cananea, doblemente marginal por su condición de mujer y de extranjera,
transforma todos los paradigmas con los que Jesús interpretaba su misión. Es
una escena dura que nos sorprende bastante porque al comienzo Jesús se muestra
displicente ante la insistente mujer que clamaba por la curación de su hija:
“Desde allí se marchó a la región de Tiro Y Sidón. Una mujer cananea de la zona
salió gritando: Ten compasión de mí,
Señor, hijo de David!, mi hija es maltratada por un demonio. El no respondió
una palabra. Se acercaron los discípulos y le suplicaron: despídela, que viene gritando detrás de nosotros. El
contestó: He sido enviado solamente a las ovejas descarriadas de la casa de
Israel”. [8]
Los discípulos, movidos
más por la impaciencia que por la compasión, median ante Jesús para poner fin a
los ruegos de la mujer. El evangelista, entonces, pone en boca de Jesús una
respuesta típica de un predicador judío: “Sólo me han enviado a las ovejas
descarriadas de la casa de Israel” . [9] La
mujer, haciendo a un lado prejuicios
raciales y religiosos, corta el camino a Jesús y lo obliga a dialogar, “catequiza” a Jesús, la sorpresa suya es
grande cuando constata en ella una fe que contrastaba con la incredulidad y
escepticismo de sus paisanos judíos, tan presumidos de su pretendida
superioridad religiosa.
Con este incidente,
Jesús comprende que no puede excluír a los auténticos creyentes, los que saltan
con convicción los límites de tal o cual religión para acceder al Dios de la
solidaridad y de la justicia: “Entonces Jesús le contestó: Mujer, qué fe
tan grande tienes. Que se cumplan tus deseos. Y la hija quedó curada en aquel
momento” . [10]
También hoy se dan
marcadas exclusiones y actitudes de proscripción y desconocimiento de la
pluralidad de creencias, se castiga y se condena a muchos porque son
“distintos” en sus convicciones, en su cultura, en su sensibilidad espiritual,
en su sexualidad, en su condición socioeconómica, en su raza, incluyendo
actitudes de estas en muchos ambientes que se dicen cristianos. La misión del
reino de Dios y su justicia trasciende fronteras y reconoce como objetivo suyo
el acoger con misericordia y solidaridad a todo ser humano que busca ser
reconocido en su dignidad para
reintegrarlo en la dignidad que le han quitado tantos anatemas. [11]
El Dios que se nos
revela en Jesucristo es Padre-Madre, inabarcablemente plural en sus
manifestaciones, en sus intenciones, en los caminos que nos traza para que
nuestra vida sea plena y bienaventurada. Las religiones, tomadas en serio, no
pueden constituirse en obstáculos al plan de Dios, sino en mediaciones de
profunda densidad espiritual y humanista, así lo promueve el Concilio Vaticano
II: “Es evidente que se está
produciendo una unificación cada vez mayor de todos los pueblos, que los
hombres de diversas culturas y religiones se vinculan con relaciones cada vez
más estrechas y que aumenta, finalmente, la conciencia de la responsabilidad
propia de cada uno. Por ello, para establecer y consolidar en el género humano
la concordia y las relaciones pacíficas, se requiere que en todas partes se
proteja la libertad religiosa con una eficaz tutela jurídica y se respeten los
deberes y derechos supremos del hombre a desarrollar libremente en la sociedad
la vida religiosa”. [12]
[1]
Sami Naïr. Refugiados: frente a
la catástrofe humanitaria una solución real. Crítica. Barcelona, 2017.
Javier de Lucas. Mediterráneo: el naufragio de Europa. Tirant lo Blanch.
Barcelona, 2015. Zygmunt Bauman. Extraños
llamando a la puerta. Paidós. Barcelona, 2013. Nicolás Castellano. Me llamo Adou: la
verdadera historia del niño de la maleta que conmovió al mundo. Planeta.
Barcelona, 2017. Agustín Morales. No
somos refugiados. Círculo de Tiza. Madrid, 2016.
[2]
Consejo Nacional para Prevenir la
Discriminación, autores varios. Miradas a la discriminación. México D.F.
2012. Amin Maalouf. Identidades
asesinas. Alianza Editorial. Madrid, 2012.. George M. Fredrickson. La
supremacía blanca: un estudio comparativo de la historia de América y Sudáfrica.
Oxford University Press, 1982; La arrogancia de la raza: perspectivas
históricas sobre la esclavitud, el racismo y la desigualdad social.
Wesleyan University Press. 1988. Florencio
Galindo. El fenómeno del fundamentalismo: la conquista evangélica de América
Latina. Verbo Divino. Estella (Navarra España), 1994. Klaus Kienzler. El
fundamentalismo religioso: cristianismo, judaísmo, islam. Alianza
Editorial. Madrid, 2011.
[3]
Xavier Alegre, José Ignacio González
Faus, y otros. Universalidad de Cristo, universalidad del pobre. Sal
Terrae. Santander (España), 1997. Jacques Dupuis. Hacia una teología
cristiana del pluralismo religioso. Sal Terrae. Santander (España), 2005.
[4]
Francisco de Roux. Exclusión
religiosa. En diario El Tiempo, edición 16 de septiembre 2015: el punto
es superar toda pretensión de superioridad religiosa que siempre da origen a la
violencia. En www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-16376245 . Patxi Lanceros & Francisco Díez de
Velasco, editores, Religión y violencia. Círculo de Bellas Artes.
Madrid, 2008. En www.fradive.webs.ull.es/masterupo/textos/violencia.pdf
[5]
Héctor Eduardo Lugo, OFM. Universalidad
de la salvación y teología incluyente. En Theologica Xaveriana número 138
(2001), páginas 183-192. Francisco Javier de la Torre. Derribar las
fronteras: ética mundial y diálogo interreligioso. Universidad Pontificia
de Comillas & Desclée de Brower. Bilbao, 2004.
[6]
Isaías 56: 6-7
[7] Marcos 11: 15-17
[8] Mateo 15: 21-24
[9] Mateo 15: 24
[10] Mateo 15: 28
[11]
Xavier Melloni Ribas. El ciego y
el elefante: el diálogo interreligioso. Cristianismo y Justicia. Barcelona,
2000. Hans Küng. Proyecto de una ética mundial. Trotta. Madrid, 2000.
Raimon Panikkar. El diálogo indispensable: paz entre las religiones.
Península. Barcelona, 2003.
[12]
Concilio Vaticano II. Declaración
Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa. BAC. Madrid, 1996, número
15.
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