“Quien dicen los
hombres que es el Hijo del hombre?”
(Mateo
16: 13)
Lecturas:
1.
Isaías 22: 19-23
2.
Salmo 137: 1-8
3.
Romanos 11: 33-36
4.
Mateo 16: 13-20
El cristianismo, en sus
diversas vertientes doctrinales e históricas, es la religión más difundida en
el mundo. Se estima en unos 2.500 millones de creyentes, distribuídos así: 1.225 millones de católicos,
500 millones de protestantes, 300 millones de ortodoxos, 475 millones en las
neo iglesias surgidas a partir del siglo XIX, principalmente las llamadas
neopentecostales. Todas estas iglesias y congregaciones convergen en la persona
de Jesucristo, Señor y Salvador. Se espera de todas ellas un alto nivel de
coherencia en la vivencia y práctica del espíritu original de Jesús, de su modo
propio condensado en las bienaventuranzas, de su manera de comunicar a Dios
como padre compasivo y misericordioso, de su ética de la projimidad, de su
disposición para el servicio y la fraternidad.[1]
No se puede poner en
duda el alto nivel de autenticidad y seriedad espiritual de muchos de estos
creyentes, también del influjo que la fe cristiana ha ejercido en la
configuración de sociedades y culturas. Pero, dadas las demandas del mismo
Jesús en materia de fidelidad y de responsabilidad en las implicaciones de
seguir su camino, es preciso que nos sometamos a un riguroso control de calidad,
en el que la pregunta del mismo Jesús –
formulada en el evangelio que la Iglesia nos propone este domingo – es
desafiante invitación a un juicioso examen de conciencia: “Tras llegar
Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos:
Quien dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos respondieron: unos que
Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías, o uno de los profetas.
El les preguntó: pero, ustedes, quien dicen que soy yo?”.[2]
La exigencia de esta pregunta también es para nosotros,
los cristianos del siglo XXI. Ella se puede ampliar con la cuestión de fondo:
somos fieles al espíritu original del Señor Jesús? Por qué, en nombre suyo, se
han emprendido guerras, fundamentalismos opresores, cruzadas beligerantes, persecuciones,
exclusiones y condenas morales, posturas intransigentes y anatemas, desconocimiento
de la verdad de otras tradiciones creyentes, violencia de lo sagrado? La
“gloria” de las estadísticas con sus números generosos no nos puede hacer
dormir sobre los laureles, se impone poner entre paréntesis esa millonada de
adeptos para dejar que el mismo Señor nos interrogue por nuestros niveles de
coherencia. A eso queremos ir con la pregunta del evangelio de este domingo.
En su bello y profundo
libro “Imágenes deformadas de Jesús”, el teólogo francés Bernard Sesboüé [3]se
dedica a estudiar con rigor las respuestas a la pregunta que el mismo Jesús
formula a Pedro y a los discípulos: “Quien dice la gente que es el Hijo del
hombre?” ,[4]
ratificada con esta más directa: “Y ustedes, quien dicen que soy?” .[5] Responder
a esta cuestión fundamental ha de ser tarea de siempre en el ejercicio de la fe
cristiana. [6]
Atender a este
requerimiento es realidad de fondo que interpela a cada creyente :
-
Si estamos llevados simplemente por una
inercia religiosa de tipo sociocultural, en la que la adscripción al
cristianismo es uno más de los elementos de identidad social, acostumbrados a
ser cristianos sin mayores incidencias en la generación de una manera de vivir
cualificada por el Evangelio. Es una religiosidad de formalidades sociales,
adoptadas porque la mayoría tiene esa adscripción, pero esta no genera procesos
de fondo en los que realmente se asuma a Jesús como realidad que define las
opciones y los proyectos de vida. [7]
-
Si nuestro cristianismo se inclina por
definiciones incompletas de Jesús, mucho más divino que humano, o viceversa; un
Jesús milagrero, con rasgos de extraterrestre, desentendido de la humanidad,
especialmente de sus aspectos más dramáticos y dolorosos.
-
O también el ejercicio de una fe condicionada
por el sentimiento trágico de la vida, en la que se exalta en demasía el
sufrimiento del Señor, con la abundante expresión de la religiosidad popular
que no atina a detectar el fundamento pascual de la condición cristiana.
-
O un Jesús melifluo y sentimental,
ingenuo, sin la perspectiva crítica que se requiere para captar las
complejidades de la humanidad y de la historia, con la consiguiente evidencia
de prácticas religiosas aisladas de la realidad.
-
O un Jesús reducido a ser caudillo
y revolucionario social, identificado con determinadas tendencias políticas,
convirtiéndolo en el gestor de unas reivindicaciones de justicia, realidades
que en principio son legítimas pero que no agotan todo lo que la auténtica
tradición cristiana afirma y vive sobre la totalidad del misterio del Señor
Jesucristo.[8]
Sean estas reflexiones
un llamado para volver al diálogo que
propone el evangelio de este domingo, que así nos sintamos interpelados por el
mismo Jesús que hace preguntas serias a nuestra fe, a la manera como asumimos
su seguimiento y a la configuración de nuestra humanidad con la de El.
La respuesta que da
Pedro a Jesús es altamente comprometedora, es la profesión de fe de la primera comunidad
cristiana: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” ,[9]
escueta y densa formulación que condensa
la convicción de las primeras
comunidades cristianas, que luego vendrá a ser heroico testimonio en la vida de
esas cristiandades originales, acreditadas a menudo con el martirio y la
persecución.
Cómo respondemos
nosotros, desde este siglo XXI, a tal interrogante? Nos aventuramos a vivir la
fe en el Señor Jesús con todas las implicaciones de su divinidad y de
su humanidad? Se refleja eso en nuestro ser cotidiano, en la
totalidad de dimensiones que constituyen
nuestra condición humana, en la construcción de una historia que refleje
coherentemente la dignidad humana, con todas sus evidencias de justicia,
solidaridad, promoción del bien común, respeto por la diversidad, inclusión,
fraternidad y apertura definitiva a la trascendencia de Dios?[10]
Creer en Jesús, seguir
a Jesús, no es asunto limitado a momentos rituales o a formalidades de
religiosidad sociocultural. Su proyecto pretende abarcar la totalidad de la
existencia y determinar la opción fundamental de las personas que se acojan a
esta oferta : “Pero esto no tiene nada que ver con lo que han aprendido de Cristo si
es que han oído hablar de él y en él han sido enseñados conforme a la verdad de
Jesús: en cuanto a su vida anterior, despójense del hombre viejo, que se
corrompe dejándose seducir por deseos rastreros, renueven su mente espiritual y
revístanse del Hombre Nuevo, creado según Dios, que se manifiesta en una vida justa
y en la verdad santa” .[11]
Unida a la profesión de
fe y al reconocimiento de la identidad de Jesús viene la misión que él confía a
Pedro, como persona que vincula y cohesiona a la primera comunidad de
cristianos: “Jesús le dijo: dichoso tú, Simón, hijo de
Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del
cielo! Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra constituiré mi
Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá”.[12]
Qué sentimientos y preguntas provoca en nosotros Pedro, primero invadido de temores y
de imaginarios mundanos, y luego el más corajudo de los apóstoles? Pedro, pastor de la primera comunidad de
cristianos de Roma, es la roca en la que se afianza la solidez evangélica de la
Iglesia. Es el gran afirmador del Señor Jesús, lo ratifica con la ofrenda martirial de su vida, da testimonio de la esperanza definitiva con
la que Dios garantiza que todo lo humano adquiere plenitud gracias a la
mediación liberadora del Señor Jesucristo. El ministerio de Pedro , ejercido
por el Obispo de Roma, es factor de comunión de todas las iglesias
particulares, él garantiza también la unidad en la pluralidad, afirma la
profesión esencial de reconocer en Jesucristo la plena definición salvífica de
Dios para la humanidad, promueve la diversidad de carismas, es paradigma de
servicio y de apertura generosa a todas las culturas en las que se encarna la
fe cristiana y la comunión eclesial.
El servicio de Pedro no
puede ser un poder del mundo, ejercido con talante autoritario y vertical, sino
servicio, y este consiste en el anuncio
de la Buena Noticia del Padre Dios presentada por el Señor Jesús para que la
humanidad halle el más auténtico sentido de la existencia.[13]
El cristianismo, en la diversidad de sus denominaciones, no es genuino si se
queda en los rituales masivos, o en el triunfalismo de sus estadísticas: “Al
contrario, den culto al Señor, Cristo, en su interior, siempre dispuestos a dar
respuesta a quien les pida razón de su esperanza”. [14]
[1]
Hans Küng. El cristianismo. Trotta. Madrid, 1997. José Antonio Pagola. Jesús:
aproximación histórica. PPC. Madrid, 20010. Carlos Uribe Celis. Jesús:
la historia alternativa. Debate. Bogotá, 2018. John Dominic Crossan. El
nacimiento del cristianismo. Sal Terrae. Santander, 2002. Paul Johnson. La
historia del cristianismo. Maxi. Barcelona, 2017.
[2] Mateo 16: 13-15
[3]
Bernard Sesboüé SJ. Imágenes
deformadas de Jesús. Mensajero. Bilbao, 1999.
[4]
Mateo 16: 13
[5]
Mateo 16: 15
[6]
Rinaldo Fabris. Jesús de
Nazareth: historia e interpretación. Sígueme. Salamanca, 1995. J.P. Meier. Un
judío marginal: nueva visión del Jesús histórico. Verbo Divino. Estella,
2004. Es una compleja obra en varios volúmenes, en ella el autor da cuenta
exhaustiva de la figura histórica de Jesús y de la diversidad de
interpretaciones que lo abordan. Juan Luis Segundo. El hombre de hoy ante
Jesús de Nazareth. Cristiandad. Madrid, 1989.
[7]
Jesús Andrés Vela. Reevangelización:
el primer anuncio del Evangelio a bautizados no cristianos. Facultad de
Teología, Universidad Javeriana. Bogotá, 2012.
[8]
Gabino Uríbarri. Ante los retos a
la cristología de parte de la actual cultura plural. Publicado en revista
Teología y Vida volumen 58 número 2. Pontificia Universidad Católica, Santiago
de Chile. Se recomienda ver el número completo 326 de la Revista Internacional
de Teología CONCILIUM Jesús como el Cristo en la actual encrucijada cultural.
Verbo Divino. Estella, 2008. Albert Nolan. Jesús hoy: una espiritualidad de
libertad radical. Sal Terrae. Santander, 2011.
[9]
Mateo 16: 16
[10]
Autores varios. Ser cristiano en
el siglo XXI: reflexiones sobre el cristianismo que viene. Universidad
Pontificia de Salamanca, 2001. Luis González-Carvajal. Los cristianos del
siglo XXI. Sal Terrae. Santander, 2001.
[11] Efesios 4: 20-24
[12] Mateo 16: 17-18
[13]
Carlos Schickendantz. Hacia una
nueva forma de ejercicio del ministerio de Pedro: consideraciones históricas y
teológicas. Publicado en revista Teología y Vida volumen 41, número 2.
Pontificia Universidad Católica de Chile. Santiago, 2000. Jean Marie Tillard.
El obispo de Roma. Sal Terrae. Santander, España, 2006.
[14] 1 Pedro 3: 15
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