domingo, 13 de septiembre de 2020

COMUNITAS MATUTINA 13 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

 

“Señor, cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? Hasta siete veces? Le respondió Jesús: no te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”

(Mateo 18: 21-22)

 

Lecturas:

1.   Eclesiástico  28:1-9

2.   Salmo 102: 1-12

3.   Romanos 14:7-9

4.   Mateo 18: 21-35

En la cultura religioso-moral del Antiguo Testamento la ley del talión[1] determinaba la manera como las personas reaccionaban cuando eran ofendidas, vengándose con la precisión matemática contenida en la expresión “ojo por ojo, diente por diente”, tal norma imponía un castigo que se identificaba exactamente con la ofensa infligida. La legislación civil y religiosa autorizaba al agredido a responder con la misma medida con la que había sido vilipendiado: “Pero cuando haya lesiones , las pagarás: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” .[2] Era una venganza  legitimada por el ordenamiento jurídico-religioso. Así se ejercía la justicia hasta los tiempos de Jesús.

Cuando él aparece en la escena del mundo judío se empieza a romper esa mentalidad, sus palabras son el mejor argumento para comprender su invitación al perdón y a la reconciliación: “Ustedes han oído que se dijo ojo, por ojo, diente por diente. Pues yo les digo que no opongan resistencia al que les hace mal. Antes bien, si uno te da una bofetada en tu mejilla derecha, ofrécele también la otra. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también el manto….” . [3]

Cómo interpretar y vivir este mensaje en nuestro país, tan herido por guerras, injusticias, crímenes, violencias desmesuradas, protagonizadas por grupos de derecha y de izquierda, por el mismo estado , por muchos de sus militares, por guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes, delincuencia común? Cómo construir una cultura del perdón cuando hay tantas heridas abiertas? Qué decir a los familiares de las víctimas inocentes de esta semana, 13 personas fallecidas, que  pasaban desprevenidamente por el lugar de los disturbios, cuando balas perdidas truncaron sus ilusiones y dejaron a sus seres queridos agobiados por el dolor? Qué decir a los dos agentes de policía que se ensañaron con el ciudadano Javier Ordóñez hasta dejarlo sin vida? Qué pensar y sentir ante los desafueros de los vándalos que se desbordan en conductas agresivas, sin representar ellos a la mayoría de la población, la que si reclama verdad y justicia de modo legítimo, sin propiciar la destrucción y la barbarie?[4]

La exigencia del perdón es la más radical que hace Jesús a quienes se interesan en su persona y en su proyecto de vida.[5] Un juicioso antecedente de tal invitación lo encontramos en el texto del Eclesiástico, primera lectura de este domingo, escrito sapiencial que proporciona orientaciones éticas y morales para ayudar a la madurez de la persona y a la salud de la convivencia social, advirtiendo que la venganza, además de herir a otros, se vuelve también en contra del agresor. Es claro en afirmar que no se puede aspirar al perdón de los pecados propios si no hay disposición para  perdonar a los demás: “Perdona la ofensa a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante y pide perdón de sus pecados?[6]

En el evangelio de este domingo , Pedro salta a la escena para consultar a Jesús sobre temas candentes que se presentaban a las nacientes comunidades cristianas que vivían en ambiente judío, intransigente este último en cuanto a la observancia de la ley. Pedro pregunta por el límite del perdón: “Señor, cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? Hasta siete veces? Le respondió Jesús: no te digo hasta  siete veces, sino hasta setenta veces siete” .[7] La alusión al número siete, considerado número de la perfección de Dios, en el lenguaje bíblico, significa perdón sin medida, perdón incondicional. Luego, Jesús acude a la parábola del siervo sin entrañas para explicar a sus oyentes los alcances de la misericordia contenida en el acto de perdonar.

La contestación de Jesús está vinculada con el texto evangélico del domingo anterior, en el que hay una evidente preocupación por el pecado del prójimo, en el sentido constructivo de eliminar todo obstáculo de la persona y de la comunidad, con la invitación al ejercicio de la corrección fraterna.

En el programa de Jesús no hay cabida para la venganza. El perdón es una gracia que procede del amor y de la misericordia del Padre. Pero exige abrir el corazón a una conversión profunda, es decir, a obrar con los demás según los criterios de Dios y   no con los de la mentalidad vigente. La incapacidad para el perdón es la causa determinante de la violencia en nuestro país, la que nos ha sumergido en esta larga historia de destrucción y de muerte: guerras civiles en el siglo XIX, violencia liberal-conservadora durante la primera mitad del siglo XX; guerrillas de izquierda, paramilitares de derecha, narcotráfico, bacrim, falsos positivos, delincuencia común, agresividad en la vida cotidiana, incapacidad para reconocer con respeto a lo que es diferente de nosotros, eliminación del adversario.[8]

En la catequesis católica tradicional se exigían cinco pasos,  para obtener el perdón de los pecados: examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de enmienda, confesión de boca y cumplimiento de la penitencia. Este proceso pone de presente que el perdón y la reconciliación, si bien son una gracia de Dios, también exigen un camino pedagógico y tangible que manifieste el deseo de cambio y el compromiso serio para reparar el mal hecho. El modelo clásico nos ayuda a establecer uno similar para remediar de raíz los gravísimos males causados en tantos años de violencia.[9]

La parábola que completa el texto evangélico de este domingo es una severa advertencia contra la incapacidad de perdonar, el perdonado que no fue capaz de perdonar a su deudor. El relato de este siervo inmisericorde deja claro que la vida en el reino de Dios y su justicia significa experimentar el generosísimo perdón de Dios y disponerse a transmitirlo a los demás, no en piadosas actuaciones ocasionales sino en conductas que se conviertan en permanentes proyectos de vida.

En las peticiones del Padre Nuestro, la clásica plegaria del cristianismo, se expresa esta intencionalidad: “Perdónanos el mal que hemos hecho, así como nosotros hemos perdonado a los que nos han hecho mal” .[10] Estas palabras establecen una lógica de complementariedad y coherencia entre la demanda que hacemos a Dios de nuestras fragilidades y las que debemos a los prójimos, preferentemente a aquellos que nos han lastimado, y también a quienes hemos ofendido. Este puede ser el mayor indicador de la grandeza de un ser humano, máxime si se trata de un seguidor de Aquel que, humillado y sometido a ignominia siendo el justo por excelencia, expresó con dramática elocuencia: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” .[11]

Es imperativo revisar nuestras conciencias individuales y verificar cómo ellas se proyectan a la gran sociedad, detectar si albergamos sentimientos de venganza, si somos destructivos en nuestras apreciaciones de los demás, si – en nombre de unas pretendidas verdades y superioridades morales – estamos integrados a las violencias simbólicas, si somos incapaces de aceptar la rica pluralidad de la condición humana, si suscribimos posturas políticas de odios y rencores, si las víctimas están ausentes de nuestra sensibilidad.

Para descubrir por qué tenemos que seguir amando a quienes nos han hecho daño, tenemos que explicitar  los motivos del genuino amor a los demás. Si yo amo solamente a las personas que son amables, no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor a quienes son amables no es  garantía de un amor auténtico. Si no perdonamos a todos y por  todo, si no nos dejamos seducir por la incondicionalidad del amor del Padre, nuestro amor es nulo, porque si perdonamos unas ofensas y otras no, lo nuestro carece de sentido teologal y de sentido humano.

Nuestras comunidades cristianas deben ser espacios propicios y activos a favor de una verdadera reconciliación basada en la justicia, la verdad y la misericordia, los tres elementos debidamente articulados entre sí. El Evangelio no tolera la impunidad. En cuanto Iglesia estamos llamados a respaldar los procesos de reconciliación, como este de Colombia que se constituye en la gran responsabilidad histórica para la Iglesia y para todos en esta sociedad, siempre con el vigor de la profecía que denuncia lo que es contrario al querer de Dios y a la dignidad humana.[12]

 

 

 

 



[1] Erich Fromm. Anatomía de la destructividad humana. Siglo XXI Editores. México D.F., 1997. Santiago Díaz. Talión. Planeta, 2018.

[2] Exodo 21: 23-24

[3] Mateo 5: 38-40

[4] Sandrine Lefranc. La venganza de las víctimas. En Revista de Estudios Sociales número 59. Bogotá, enero-marzo 2017. Hannah Arendt. Sobre la violencia. Alianza Editorial. Madrid, 2006.

[5] Gerard Fourez. Una buena noticia liberadora :evangelio para un mundo en crisis. Sal Terrae. Santander, 1987. O. Fuchs. Un Dios bondadoso: debilitamiento o endurecimiento  del juicio? En Selecciones de Teología ,volumen 53, número 211; julio-septiembre 2014; páginas 163 a 172. Walter Kasper. La misericordia: clave del evangelio y de la vida cristiana. Sal Terrae. Santander, 2012. Eduardo Sanz de Miguel. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. Monte Carmelo. Burgos. 2016.

[6] Eclesiástico 28:2-4

[7] Mateo 18: 21-22

[8] James D. Henderson. Cuando Colombia se desangró: Una historia de la violencia en metrópoli y en provincia. El Ancora Editores. Bogotá, 1984. Centro Nacional de Memoria Histórica. Informe “Basta ya!: memorias de guerra y dignidad. Bogotá, 2013. Laura Restrepo. Delirio. Norma. Bogotá, 2004. María Teresa Ronderos. Guerras recicladas: una historia periodística del paramilitarismo en Colombia. Aguilar. Bogotá, 2014. Darío Villamizar. Las guerrillas en Colombia. Debate. Bogotá, 2019.

[9] Instituto para la investigación educativa y el desarrollo pedagógico IDEP, Alcaldía Mayor de Bogotá. Pedagogía de las emociones para la paz. Bogotá, 2016.

[10] Mateo 6: 12

[11] Lucas 23: 34

[12] Francisco de Roux. La audacia de la paz imperfecta. Ariel. Bogotá, 2018.

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