domingo, 6 de diciembre de 2020

COMUNITAS MATUTINA 6 DE DICIEMBRE 2020 DOMINGO II DE ADVIENTO CICLO B

 

De acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habitará la justicia”

(1 Pedro 3: 13)

Lecturas:

  1. Isaías 40: 1-11

  2. Salmo 84

  3. 2 Pedro 3: 8-14

  4. Marcos 1: 1-8

Al comenzar este 2020 nos llegó la noticia de un virus que surgió en la lejana China, en la ciudad de Wuhan, con carácter arrasador, contagiando a numerosos pobladores de esa localidad, con el peligro de extenderse en el entorno más inmediato. Como suele ocurrirnos, esto nos pareció grave, sí, pero muy distante de nuestros contextos colombianos y latinoamericanos, en un comienzo pensábamos que esto no nos afectaría. Y ahora, transcurrido el año, lo padecemos en vivo y en directo: según la información que diariamente ofrece el ministerio de salud de Colombia, se han presentado 1.316.806 casos confirmados de contagio, 66.501 activos en el día de hoy, 36.766 fallecidos, 1.210.489 recuperados.1

Ahora, son interminables las narrativas de la enfermedad, de confinamiento forzado, de cambio radical de los hábitos cotidianos, domésticos, laborales, estudiantiles, sociales, religiosos. Esa minúscula entidad, potente y agresiva, nos puso a todos en jaque. Cuando escribimos estas reflexiones para la homilía del próximo domingo, los jesuitas de Colombia tenemos 9 compañeros fallecidos por covid 19 en el transcurso de 9 días,2 y otros más contagiados, algunos de ellos en unidad de cuidado intensivo.

Pasa que siempre sentimos que son “los demás” los que se enferman, los que sufren, los que mueren, y nosotros viendo las cosas a la distancia, como si esas situaciones límites de la vida no fueran con nosotros. Pero ahora la naturaleza nos está dando el mensaje contundente en nuestra propia entraña y carne, en nuestra gente, en nuestra sensibilidad afectiva, como lo han vivido y están viviendo millones de personas en el mundo y en Colombia. Constatamos, así mismo, la crisis del trabajo, la disminución de los ingresos económicos, la pérdida de empleos, el sufrimiento emocional, la constante preocupación ante la pandemia, la no presencialidad de los contactos humanos, el síndrome de la pantalla como recurso permanente de comunicación y de desempeño laboral, la ansiedad ante el futuro.

Y la esperanza se afecta junto con el gozo de vivir, nos afligimos bastante, y sentimos como que estamos perdiendo la batalla de la vida, un sentimiento colectivo de tristeza y pesadumbre nos circunda. Así las cosas, llega este Adviento de 2020, tiempo de esperanza, de sentido pleno de la vida en el Dios que siempre está llegando para desarmar la cultura de la muerte y para dar legitimidad y garantía definitivas a todo nuestro ser. Es esta una expectativa ingenua, desentendida de este dramatismo que ahora nos aqueja, o contiene ella la posibilidad de replantear de raíz esta precariedad para rescatar nuestra ilusión de vivir? En ella reside el aval completo a nuestra constante búsqueda de sentido, aún a pesar de tantas contradicciones y fragilidades a las que estamos expuestos?3 Cómo hablar significativamente de Dios en medio de las tragedias y contradicciones que afligen a la humanidad? Cómo hacer con la mayor honestidad posible la propuesta teologal en este año de la pandemia? 4

Es propio de la fe en el Dios revelado en Jesucristo promover la libertad y la dignidad del ser humano, también insertarse en la realidad para asumir en perspectiva de salvación y de liberación todo lo que en ella hay de injusto y pecaminoso, como evidencia de su empeño en la formación y desarrollo de un nuevo ser humano configurado con el proyecto de Jesús.5 Esto mismo nos lleva a revisar críticamente aquellas ofertas religiosas que se desentienden de la realidad histórica, prescindiendo del dinamismo encarnatorio, porque es claro que desde esta lógica del Dios que se hace historia y humanidad la verdadera religión es la que hace al ser humano más humano y, en la misma medida, más divino.6

En los tiempos en que escribe el profeta Isaías – primera lectura de hoy – el pueblo de Israel está cautivo en Babilonia y empieza a vislumbrar la posibilidad de retornar a su tierra. Isaías alienta a su pueblo: “Una voz grita, en el desierto preparen un camino al Señor, allanen la estepa, una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele; y se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos – ha hablado la boca del Señor – “ . 7

El mensajero es portador de la buena noticia que traerá de nuevo alegría e ilusión a una comunidad que vivía con crudeza la marginación y la explotación. Cómo traducir este anuncio a la humanidad de hoy, especialmente a los afligidos por las injusticias de sus semejantes?

Pasamos varios siglos en la historia del antiguo Israel y venimos a los tiempos posteriores a Jesús. Hacia finales del siglo I D.C. muchos cristianos se sentían desconcertados, les habían insistido que el regreso del Señor era inminente, pero el tiempo pasaba y esto no acontecía. A esto alude el texto de la segunda lectura, tomado de la segunda carta de Pedro, una invitación a la paciencia histórica, a la esperanza,8 como nos suele suceder cuando aguardamos con ilusión algo que vendrá a responder a expectativas profundas, el nacimiento de un hijo, la liberación política, la superación de una enfermedad, la confirmación de un amor, la mejoría de las condiciones económicas, la paz espiritual: “ De acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habitará la justicia. Por tanto, queridos, esfuércense con esa esperanza por mostrarse en paz, sin mancha ni tacha” . 9

La verdadera esperanza es activa e innovadora, con el ánimo que Dios infunde nos sentimos llamados a transformar lo que es injusto, destructivo, inhumano, pecaminoso, para implantar en la historia las señales de la justicia divina, la fraternidad, la pasión de vivir, la seducción del amor, la apuesta por el servicio y por la solidaridad, la vida honesta y la disposición para ayudar a que la humanidad sea mejor y más digna.

Pedro anima a esta comunidad creyente a vivir en esperanza, a confiar en el futuro, y a cultivar una fe que capta la acción liberadora de Dios en los acontecimientos de su historia, no niega los problemas y las contradicciones, pero estimula a hacerles frente y a hacer de la fe el motor que impulsa la superación del desencanto. Qué hacemos los creyentes en Dios para influír constructivamente en la construcción de un mundo que vaya por senderos de libertad y de justicia? Somos conscientes de las dimensiones sociales y políticas de la fe? O preferimos encerrarnos en un intimismo religioso, con devociones individuales, desconocedoras del clamor de Dios en tales realidades?

El evangelio de Marcos se centra en la predicación de Juan el Bautista, promotor en su tiempo de un movimiento de conversión y de protesta profética contra la anquilosada religión de los sacerdotes del templo y de los maestros de la ley. Su mensaje, muy fuerte y severo, proponía un cambio radical en la orientación de la vida: “Tal como está escrito en la profecía de Isaías: mira, yo envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: preparen el camino al Señor, allanen sus senderos, apareció Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados” .10

El pueblo pobre era el principal público que escuchaba la predicación del del Bautista, las gentes con mayores esperanzas de redimirse de pobrezas e injusticias, su actividad no se da en la ciudad de Jerusalén sino en el desierto, lugar simbólico en la Biblia para el encuentro con Dios, su vestimenta y sus costumbres austeras son lenguaje de sus prioridades, la nueva vida que viene de Dios, el despojo del poder y de las riquezas, el corazón que se prepara para acoger a aquel que Dios envía para salvar y liberar.

Adviento 2020, el Espíritu del Señor nos hace conscientes del momento dramático que vive la humanidad entera, pero la certeza realista de la crisis no puede menoscabar el ímpetu pascual en el que se fundamenta nuestra fe.











2 Padres Marco Tulio González, 86 años; Roberto Triviño, 81; Gonzalo Amaya, 91; Jorge Uribe, 81; Fortunato Herrera, 86; Alvaro Jiménez, 94; Leonardo Ramírez, 90; Guillermo Hernández, 84; Hermano Gabriel Montañez, 89. Hombres buenos que consagraron generosamente sus vidas al reino de Dios y su justicia, en la Provincia Colombiana de la Compañía de Jesús. Fallecieron entre el domingo 22 de noviembre y el martes 1 de diciembre, de este año 2020.

3 Karl Josef Romer. Esperar contra toda esperanza. Publicado en Revista de Filosofía Open Insight, volumen 5, número 7, enero 2014; páginas 271-285. Centro de Investigación Social Avanzada. Querétaro, México. Elie Wiesel & Johann Baptist Metz. Esperar a pesar de todo. Trotta. Madrid, 1996. José María Díez Alegría. Yo creo en la esperanza: el credo que ha dado sentido a mi vida. Desclée de Brower. Bilbao, 1975.

4 Walter Kasper & George Augustin (Editores). Dios en la pandemia: ser cristianos en tiempos de prueba. Sal Terrae – Grupo de Comunicación Loyola. Santander, 2020.

5 Juan Alfaro. Esperanza cristiana y liberación del hombre. Herder. Barcelona, 1977; De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios. Sígueme. Salamanca, 2002. Javier Vitoria Cormenzana. Vivir la utopía y la esperanza de Jesús dentro de un mundo injusto. Publicado en Revista Diakonía número 147, octubre-diciembre 2013. Universidad Centro Americana. Managua, Nicaragua.

6 José María Castillo. La humanización de Dios. Trotta. Madrid, 2016; La humanidad de Dios. Trotta. Madrid, 2019; La humanidad de Jesús. Trotta. Madrid, 2017.

7 Isaías 40: 3-5

8 Eduardo Arens & Manuel Díaz. Apocalipsis, fuerza de la esperanza. CEP. Lima, 2000. J.P. Charlier. Comprender el Apocalipsis. Desclée de Brower. Bilbao, 1993.

9 2 Pedro 3: 13-14

10 Marcos 1: 2-4

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