martes, 30 de julio de 2013

Hace treinta años 30 de julio 1983‏

Gracias al buen Dios por el don del ministerio presbiteral recibido en un día como hoy -hace treinta años -, gracias por la Compañía de Jesús mi "medio divino", en la que vivo gozosamente este camino hacia la plenitud del Padre, gracias por mis padres José Antonio e Inesita, cristianos raizales, por mi hermana Clarita, todos ellos en la bienaventuranza definitiva!
 
Gracias por mis hermanos y sobrinos Sarmiento Nova, gracias por toda la familia!
 
Gracias por mis amigos y compañeros jesuítas, por los buenos formadores y sacerdotes con quienes comparto el ejercicio del ministerio, por aquellos inolvidables de San Gil donde empecé el camino que luego se  definió tras los pasos de Jesús en la ruta ignaciana!
 
Gracias por tantas buenas personas que con su amistad y testimonio me han enseñado la rectitud de los caminos de Dios!
 
Gracias por los entrañables que nos han precedido en el camino de la fe!
 
Que toda nuestra vida sea un relato del amor de Dios!
 
 
Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
 








 

domingo, 28 de julio de 2013

COMUNITAS MATUTINA 28 DE JULIO DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Génesis 18: 20-32
2.      Salmo 137: 1-8
3.      Colosenses 2: 12-14
4.      Lucas 11: 1-13
Recuerdo haber leído en algún texto que Teilhard de Chardin decía que en una noche de las grandes ciudades del mundo se cometían toda clase de pecados y desórdenes, crímenes, violencias, desenfrenos, y que esto afectaba o afecta la dignidad de la condición humana; pero igualmente en esa misma noche se realizaban innumerables acciones de servicio al ser humano, de promoción de su dignidad, de espiritualidad, de nobleza, aportando también gracia, honestidad, santidad, a todos los seres humanos (Teilhard de Chardin fue un sacerdote jesuita francés 1881-1955, estudioso de la paleontología y de la evolución de las especies, célebre por libros como “El fenómeno humano”, “El medio divino”, “La aparición del hombre”,”Himno del universo”, “El corazón de la materia”. Su gran esfuerzo, ciertamente revolucionario, fue promover un diálogo inteligente entre la fe cristiana y la ciencia).
Qué significado tiene el mal causado por tantos hombres y mujeres? Cómo los egoísmos, injusticias, inmoralidades, dañan todo el cuerpo de la humanidad, también el de la iglesia? Sirva esta reflexión para detectar los efectos nocivos y la deshumanización que esto causa. Las noticias que nos llegan sobre los grandes delincuentes, grupos criminales, corrupciones, no se pueden quedar en narraciones externas a nosotros, a nuestras comunidades y grupos de pertenencia, puesto que en ellas se contienen maltratos gravísimos y ruptura de la comunión entre los humanos. La injusticia de los injustos hace a la humanidad menos humana, menos trascendente, menos digna.
Así mismo, cómo influyen la rectitud, la honestidad, las conductas éticas, en una mejor y más pulcra humanidad? Cómo los hombres y mujeres incorruptibles se convierten en portadores de gracia y santidad para todos? Porque también  la justicia de los justos hace que todo el género humano sea mejor, más respetable, más acorde con las intenciones de Dios y con las nobles aspiraciones  de las gentes de bien.
Esto último es el contenido del mensaje que nos trae el texto de Génesis  18, cuando  Yahvé se indigna con los desafueros de los habitantes de Sodoma y Gomorra: “El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande y su pecado gravísimo. Así que voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo” (Génesis 18: 20-21).
Estas dos ciudades bíblicas – Sodoma y Gomorra – son el símbolo de la humanidad que se desentiende de Dios y del hermano, son el ámbito del frenesí del dinero y del poder, de las idolatrías que someten la libertad de quien se entrega a ellas, el espacio del derroche y del consumismo, el de las economías que no tienen en su raíz el humanismo como vocación, el de los capitales mal habidos, el de las grandes corruptelas. En definitiva, son el territorio, como tantos en nuestro tiempo, de la injusticia y de la indignidad.
El justo Abraham se preocupa enormemente por esta realidad , especialmente por la inquietud que le genera la posibilidad de que los buenos y rectos paguen las consecuencias de la maldad de tantos, un interrogante que sigue vigente en nuestros días y que ha inquietado siempre a los buscadores del sentido de la vida. Nos podemos identificar con nuestro padre en la fe cuando preguntamos a Dios con él: “ Así que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. Vas a borrarlos sin perdonar a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro?” (Génesis 18: 23-24).
Cómo interpela esto nuestra conciencia individual y social? En qué medida nos sentimos corresponsables del mal, de la violencia, de la inequidad y de la iniquidad, de las grandes injusticias que se cometen contra el ser humano? Nos lavamos las manos y damos la espalda a estas alarmantes realidades? O, por el contrario, se genera en nosotros una actitud de compromiso y responsabilidad?
Esta semana fue noticia de primera página  la entrega oficial del estudio investigativo sobre la violencia en Colombia 1958-2012 por parte del Grupo de Memoria Histórica. Allí se consignan cifras y análisis cualitativos sobre este  fenómeno  que ha destruido la vida de 220.000 colombianos, dejando hogares y comunidades en situación de indefensión, despojando de tierras y viviendas a muchos conciudadanos, generando un clima permanente  de terror. Es para nosotros un simple informe o interroga nuestra sensibilidad moral y espiritual invitándonos a asumir responsabilidades, probablemente muchas de ellas por omisión e indiferencia?
La violencia partidista, la reiterada procedente de grupos guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares, falsos positivos de los militares, bacrim, son parte de cosas que pasan “por allá”, en lugares lejanos a nuestras comodidades?  O , mejor, son  retos profundos que desafían a todos los colombianos, así nos resulte doloroso admitir que  a menudo hemos permanecido en silencio , sin coraje para denunciar estos excesos?
Como Abraham, pongámonos ante Dios empecinadamente, para invocar toda la gracia que requerimos para reconstruír nuestras Sodomas y Gomorras, para propender permanente y crecientemente por un nuevo orden de vida, donde el ser humano sea la prioridad determinante de todas las decisiones y de todas las estructuraciones sociales.
 Qué nos compete a los creyentes en Jesucristo a este respecto?  La actitud del patriarca es iluminadora. El relato nos refiere la intensidad de Abraham aludiendo a la presencia de un “resto fiel”, del grupo de los justos que pueden modificar la “ira de Dios” (tema típico del Antiguo Testamento que puede sonar antipático en nuestros días, pero que expresa la altísima gravedad de las incoherencias del pueblo bíblico y que, también, nos remite a las inconsistencias morales de nuestro tiempo, de no menor responsabilidad). Cómo se salva la humanidad? Hacemos nosotros parte de esa operación de dignidad, de compromiso humanista, de búsqueda del carácter pulcro de todos nuestros congéneres?
Es indudable que el mal de muchos genera un sentimiento grande de orfandad, de ausencia de protección y de cuidado.
 Pero………… no perdamos la esperanza! Hay una contrapartida creadora y esperanzadora que es patrimonio de los creyentes, Dios es un padre amoroso, comprometido con la felicidad y plenitud de todos sus hijos, enseñanza fundamental de Jesús en la manera como El nos induce a la oración: “Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación” (Lucas 11: 2-4).
Es una lógica radicalmente distinta del poder maligno que lleva a unos a enseñorearse sobre otros, es la del Padre que asume a cada ser humano como hijo, determinando que todos nosotros nos reconozcamos como hermanos, y estableciendo una ética de comunión como aspecto fundante de esta nueva y gozosa manera de relación.
 La filiación y la fraternidad, al estilo de Jesús, se constituyen en la perspectiva que el Padre – Madre Dios nos ofrece gratuitamente para construír un mundo incluyente, dialogante, respetuoso de lo diverso, participativo, capaz de disfrutar solidariamente esta inmensa riqueza contenida en la diversidad de todos los humanos, de sus culturas y tradiciones, de sus núcleos de sentido y trascendencia, de sus aportes para posibilitar siempre una mejor humanidad.
Es una relación de gratuidad que nos lleva siempre a creer en el Padre y a pedirle con confianza de hijos todo lo que requerimos para vivir en los términos en que El lo desea para todos: “Yo les digo: pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, le abrirán” (Lucas 11: 9-10). Hermoso texto que indica que al “otro lado” hay Alguien totalmente pendiente de nosotros, sensible a nuestros clamores, comprometido con nuestras expectativas y necesidades, siempre inclinado misericordiosamente, profundamente compasivo, cercano a nosotros, implicado decisivamente en nuestra historia.
Esto también es Buena Noticia y marca – como lo hemos dicho tan a menudo – el radical contraste con el mundo competitivo, individualista, indiferente a la suerte de las mayorías. Es lo propio de quienes queremos adoptar como proyecto de vida el Evangelio de Jesús.
Cuando decimos Padre Nuestro también afirmamos hermano nuestro, invocación para todos los prójimos, para cada ser humano, para cada cultura y etnia, para comunidad de sentido. En la fe cristiana lo fraternal es componente esencial de su ética y de su estilo.
Los ojos de Jesús, los oídos de Jesús, el corazón de Jesús, la mente de Jesús, son los de Dios Padre-Madre. Y nosotros, los que queremos que siga vigente esta tradición , estamos llamados a ser ojos, oídos, corazón, mente de Dios y de Jesús para que, animados por la vitalidad que procede del Espíritu captemos, sintamos, asumamos, todos los clamores de los millones de seres humanos que piden pan, justicia, dignidad, respeto, reconocimiento.
Es una nueva justicia, desbordante, gratuita, ilimitada, de máxima generosidad: “Al ser sepultados con El en el bautismo,con El también Ustedes han resucitado por la fe en la fuerza de Dios, que lo resucitó de entre los muertos. Y a ustedes, que estaban muertos por sus delitos, ……, los vivificó juntamente con El y nos perdonó todos nuestros delitos” (Colosenses 2: 12-13).

Antonio José Sarmiento Nova,S.J. – Alejandro Romero Sarmiento

domingo, 21 de julio de 2013

COMUNITAS MATUTINA 21 DE JULIO DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Génesis 18: 1-10
2.      Salmo 14:2-5
3.      Colosenses 1: 24-29
4.      Lucas 10: 38-42
La gratuidad es la lógica de Dios, todo lo que de El proviene para beneficio de la humanidad es extremadamente generoso, sobreabundante, amorosamente desmedido y determinado por el don ilimitado de sí mismo. Este estilo marca un contraste radical con las mentalidades y procederes de corte milimétrico, juridicista, de retribución matemática, muy a menudo también condicionados por una actitud mezquina y de miras estrechas.
Justamente la Buena Noticia de Jesús está saturada de esta realidad esperanzadora : que Dios no se restringe para dar vida y sentido a todos los humanos. Esto es esencial en la revolución que nos llega con el reino de Dios y su justicia, en el ministerio del Señor Jesús.
La manifestación de Mambré, que relata la primera lectura de este domingo, tomada del capítulo 18 del Génesis, es una elocuente muestra de esta inspiración de la gratuidad teologal.
 Abraham, como sincero y auténtico israelita, se dispone a ejercer la mejor y más generosa hospitalidad con tres peregrinos: “Alzó la mirada y vió que había tres individuos parados a su vera. Inmediatamente acudió desde la puerta de la tienda a recibirlos, se postró en tierra y dijo: Señor mío, si te he caído en gracia no pases de largo cerca de tu servidor” (Génesis 18: 2-3), y luego vienen todos los preparativos para acoger generosamente a los caminantes, que resultaron ser evidencia del mismo Dios, quienes responden así a Abraham y a Sara: “Así que hubieron comido le dijeron: dónde está tu mujer, Sara? …. Ahí en la tienda, contestó. Dijo entonces aquel: volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo” (Génesis 18: 8-10).
Ser hospitalario, acoger, recibir con gozo en el hogar, dar dignidad y calidez a quien viene a nosotros, compartir nuestra mesa, reconocer al huésped como uno de los nuestros, son actitudes marcadas por este talante de gracia y amistad. Y Dios, que no se queda corto jamás, bendice a Sara y Abraham anunciándoles el nacimiento del anhelado hijo, de cuya espera estaban desilusionados por ser de edad avanzada.
Qué nos dice el texto? Cómo está nuestra cultura en este aspecto de acoger a otros, de hacerlos parte de nuestra mesa y hogar?  Son los demás extraños para nosotros y manejamos ante ellos conductas de prevención y desconfianza? Nuestra mirada de prejuicios ve a los otros como potenciales enemigos o personas que nos harán daño? O nos dejamos seducir por el Dios siempre gratuito y gracioso que nos invita a hacer de la vida un espacio permanente de hospitalidad, de afecto y comunidad, de hacer sentir a quienes vienen a nosotros como seres siempre dignos y reconocidos?
En la cultura de la sospecha y del temor el talante cristiano se afirma  -  como siempre -  a contracorriente, porque desarma estas mentalidades prevenidas, calculadoras, y nos abre al más radical ejercicio de projimidad. Y esto último definitivamente es Buena Noticia, razón de vida y esperanza para millones de seres humanos desarraigados, desposeídos de su hábitat, lanzados a una existencia cruel y abandonada.
 Esto es normativo de la fe cristiana y debe hacer parte esencial del proyecto de vida de todos los que nos decimos discípulos de Jesús; de no ser así, estaríamos traicionando al mismo Señor y a los hermanos, en quienes El nos habla con clamor imperativo.
Dios bendice a quien es generoso, a quien se dedica sinceramente al servicio de los demás, a quienes hacen de sus hogares verdaderos ámbitos de fraternidad y comunión. Y bien sabemos que no se trata de una retribución material, sino de la bienaventuranza, de la más legítima felicidad, la que procede del Padre, de los hermanos, de la estimulante realidad que es estar siempre haciendo de la vida una mesa servida en igualdad de condiciones para todos y para todas, sin establecer clasificaciones de ninguna naturaleza.
El Padre – Madre Dios es siempre abierto a todos los humanos, esta es la única condición para ganar su atención amorosa, no le interesa si somos creyentes o no, si santos o pecadores, si de esta o aquella tradición religiosa, si ricos o pobres, la sola humanidad nos merece la abundancia de sus dones amorosos, y el primero de ellos es el de la dignidad, el de invitarnos a hacer parte de su mesa.
El relato de Lucas, siguiendo en la inspiración del buen samaritano del domingo anterior, refuerza este mensaje y este desafío que cualifica toda nuestra vida. Dos hermanas – Martha y María – se esmeran por acoger a Jesús en su casa y por hacerlo sentir acogido y amado: “Yendo todos de camino, entró en un pueblo, donde una mujer, llamada Martha, lo recibió en su casa. Tenía esta una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra, mientras Martha estaba atareada en muchos quehaceres” (Lucas 10: 38-40) . Indudable la buena actitud de ambas, con estilos distintos, pero siempre pensando en el peregrino a quien querían agradar!
Y luego Marta que se queja ante Jesús porque  su hermana no le ayuda en los deberes domésticos, que amerita esta respuesta de Jesús: “Martha,Martha, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte , que no le será quitada” (Lucas 10: 41-42).
Podemos ver el sentido del texto por el lado del contraste entre el activismo, el trabajo desaforado, y la contemplación del misterio de Dios, de lo esencial, del abandono silencioso en El; o también desde la óptica de la excesiva preocupación de unos por cosas accidentales a las que se les dedica mucho tiempo y esfuerzo, con detrimento de la sabiduría trascendente que lleva a lo definitivo, a lo único necesario para que la vida tenga sentido.
Cómo hacer compatibles el trabajo responsable, dedicado, con la apertura al misterio decisivo del amor de Dios? Cómo integrar los múltiples deberes de la vida cotidiana en un marco de espiritualidad que nos hace salir cualitativamente de la rutina y la repetición al mundo de la trascendencia?  Cómo dejarnos modelar por Dios en esta perspectiva de lo único esencial, haciendo eco a aquellas palabras de Santa Teresa: sólo Dios basta?
Pensemos por ejemplo en aquellos hombres y mujeres que se han consagrado a Dios y al prójimo en los monasterios de vida contemplativa. Para una mentalidad pragmática, desafortunadamente muy frecuente, son vidas inútiles y desperdiciadas, no pasa por este imaginario el concebir vidas entregadas al misterio del amor de Dios, a la oración silenciosa, y a portar en ella a toda la humanidad, especialmente a aquella que por andar siempre ocupada en la productividad no descubre las raíces del ser ni su futuro trascendente.
Seguramente muchos de los lectores de estos textos dominicales habrán visto la bella película “De dioses y hombres”, de segura y reciente base histórica, que relata la vida de un grupo de monjes trapenses en Tibirine (Argel, Africa del Norte), la extraordinaria sencillez de su cotidianidad, expuestos a la rabia y desafecto de algún grupo de fundamentalistas , la forma cómo estos hombres de Dios disciernen si irse o permanecer allí en su convento, conscientes de que están en peligro de muerte, lo que finalmente sucede.
Es la esencialidad de Dios en ellos lo que determina su estilo de vida y la decisión final, arriesgados a vivir la muerte cruenta, martirial,  sabedores de que los violentos no son dueños de ellos, y de que la última y decisiva palabra sobre sus historias la tiene Dios, y esta es de amor incondicional, de bendición total, de plenitud y salvación!
Sólo en esta perspectiva podemos entender palabras como las de Pablo a los Colosenses: “Ahora me alegro de los padecimientos que soporto por Ustedes y completo en mi cuerpo lo que falta a las tribulaciones de Cristo, a favor de su cuerpo, que es la Iglesia” (Colosenses 1: 24) y….. “Por esto precisamente me afano y lucho, ayudado por la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí” (Colosenses 1: 29).
Vienen a la mente y al corazón historias bellas de amor cristiano y humano, marcadas por el heroísmo y la generosidad inscritos  en la gratuidad de Dios. Los testimonios de los mártires del cristianismo primitivo, los de los creyentes víctimas de mil persecuciones y contradicciones, los de tantos que en el más discreto silencio sirven a sus hermanos sin esperar recompensa ni aplausos, aquellos que en los ignominiosos campos de concentración del siglo XX dieron el supremo testimonio del amor, los perseguidos por las dictaduras intransigentes y totalitarias, el de tantas buenas personas cercanas a nosotros que viven su fe en Dios y su donación al prójimo sin aspavientos, en la amorosa discreción de los que se saben bendecidos en este apasionante relato de gracia y fraternidad!
Recordemos la bella oración de Charles de Foucauld:

Padre, me pongo en tus manos,
Haz de mí lo que quieras,
Sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo,
Con tal que tu plan vaya adelante
En toda la humanidad y en mí.
Ilumina mi vida con la luz de Jesús.
No vino a ser servido sino a servir.
Que mi vida sea como la de El.
Grano de trigo que muere en el surco del mundo.
…………………………………………………………………………………
Me pongo en tus manos, enteramente,
Sin reservas, con una confianza absoluta,
Porque Tú eres mi Padre.

Archivo del blog