Lecturas
1.
Deuteronomio
30: 10-14
2.
Salmo
68: 14.17 y 30-37
3.
Colosenses
1: 15-20
4.
Lucas
10: 25 – 37
Un cierto modelo de cristianismo pretende que el amor a Dios tiene como consecuencia lograr en quien lo vive un despojo progresivo de su
condición humana, malentendiendo que en la medida en que la persona se aproxima
a El se va alejando de su humanidad. De ahí se deriva un modelo de creyentes “nerd”,
desentendidos de lo histórico-existencial, con unos estilos de
“perfección” que rayan en lo bobalicón, marcados por una notable torpeza para
vivir la cotidianidad normal de hombres y mujeres. Que nos sirva esta reflexión
para desarrollar advertencia crítica frente a algunos movimientos y grupos
católicos que promueven este estilo de creyente desencarnado, sin talante
crítico, y dedicado a una práctica religiosa que va en contravía de la plenitud
que Dios quiere para todos nosotros.
Digamos de entrada que
este no es el proyecto del Padre, el proyecto de Jesús. Todo lo contrario:
cuanto más está Dios en nosotros más conscientes nos hace de todas las
implicaciones de nuestra humanidad. El es especialista en construír seres
humanos estupendos, dignos, libres, dispuestos a dar lo mejor de sí mismos, y
en el Señor Jesús nos revela en qué consiste esa autenticidad. Por eso decimos
que Jesús es el modelo de la nueva humanidad.
A esto nos lleva el texto de Deuteronomio: “Porque
este mandamiento que yo te prescribo hoy no es superior a tus fuerzas ni está
fuera de tu alcance” (Deuteronomio 30: 11). Lo humano es la
sacramentalidad de Dios, ahí es donde El revela su proyecto de plenitud, de
amor, de libertad, de dignidad para cada persona. Los hombres y las mujeres que
se dejan alcanzar por el Espíritu se constituyen en relatos suyos, y así los
podemos entender como narrativas liberadoras.
En un bello y profundo
libro del franciscano español Javier
Garrido titulado “Proceso humano y gracia de Dios” (Editorial Sal Terrae 1996)
el autor se dedica a estudiar este asunto que es clave en la existencia
cristiana, un ser humano que opta fundamentalmente por dejarse configurar por
Dios como principio y fundamento de su vida se sitúa en la dinámica de la más
genuina y normal humanidad. Texto altamente recomendable y estimulante!
El Deuteronomio
contiene una propuesta que resultó profundamente renovadora y
revolucionaria en la comunidad israelita, cuando su religión se estancó en
formas rituales y externas sin impactar en la conversión del corazón. Los
profetas de esta tendencia fueron muy
claros en destacar la relación directamente proporcional entre la ley de Dios y
la constitución de una mejor humanidad, particularmente dispuesta al compromiso
solidario con el prójimo y al ejercicio de la justicia, haciendo descansar la
solidez de la actitud religiosa en una simultánea relación con Dios y con los
hermanos, como en su momento será definitivamente explicitado por Jesús de
Nazareth, el verdaderamente divino, el verdaderamente humano.
Esa humanidad de Jesús
es el referente esencial de la nuestra : “El es imagen de Dios invisible, primogénito
de toda la creación, porque en El fueron creadas todas las cosas, en los cielos
y en la tierra, las visibles y las invisibles” (Colosenses 1: 15-16) .
Esto quiere decir que
un verdadero proceso de crecimiento espiritual nos asemeja cada vez más a El, y
es su gracia la que posibilita en nosotros la progresiva identificación - “conocimiento interno” según San
Ignacio de Loyola – con su ser, con su misión, con su manera de relacionarse
con el Padre, con todos los seres humanos, con una dedicación que privilegia a
aquellos que están deshumanizados por causa del egoísmo de otros, de las
injusticias, de las humillaciones, del desconocimiento de su dignidad.
El Señor Jesucristo es la estrategia decisiva del Padre Dios
para modelar este nuevo hombre-mujer que surge del espíritu de las
Bienaventuranzas: “El es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que sea
él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en El toda la
plenitud, y reconciliar con El y para El todas las cosas” Colosenses 1:
18-20). El es , por excelencia, nuestro
modelo de identidad.
Las ciencias humanas hacen esfuerzos loables por estudiarnos
desde diversas perspectivas: la antropología, el psicoanálisis, la psicología
en sus variadas ópticas. Esto con la intención de lograr que seamos libres en
la mayor medida posible de todas aquellas realidades que frustran en nosotros
el amor y la libertad. Una mirada saludable a estas disciplinas, y desde ellas,
nos abren un abanico estupendo de posibilidades, donde encontramos el
equilibrio emocional, la salud afectiva, la capacidad de tomar decisiones
responsables, la ruptura con apegos y tutelas traumatizantes, la apertura de
nuevos horizontes en comunión y trascendencia con cada ser humano con quien
establecemos vínculos duraderos.
En este orden de cosas, el binomio espiritualidad – humanidad
es un consorcio del que resulta un hombre-mujer
definitivamente cualificados para trascender en el amor incondicional al
Padre a Dios y a su hijos que son todos los seres humanos, según el estilo que
El mismo nos revela en Jesucristo.
Un matiz específico de este nuevo ser humano es el de su
actitud solidaria, comprometida, misericordiosa, cercana con los otros seres
humanos que están “caídos” y lesionados en su dignidad, como lo reconocemos en
la tradicional parábola del buen samaritano, que nos refiere el evangelio de
este domingo, relato bien conocido, y siempre provocador de nuevas potencialidades
evangélicas y dignificantes.
Recordemos el
impactante gesto del papa Francisco, el pasado domingo 7 de
julio, cuando visitó la localidad italiana de Lampedusa, a donde
llegan por centenares migrantes africanos indocumentados, empobrecidos,
expulsados de sus países por la hambruna y la miseria. El gesto no es cuestión
ocasional, la “samaritanidad” es un imperativo para toda la vida!
De modo capcioso un maestro de la ley pregunta a Jesús: “Y
quien es mi prójimo?” (Lucas 10: 29); Jesús, en lugar de una docta
disertación le responde de modo contundente con la referida parábola, teniendo
en cuenta que no fueron los hombres consagrados a Dios – el levita y el
sacerdote – quienes atendieron al hombre caído a la orilla del camino, sino un samaritano, integrante de un grupo
social-religioso excluído por los judíos y considerado maldito: “Pero
un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión.
Se acercó, vendó sus heridas y echó en ellas aceite y vino; lo montó luego
sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él”
(Lucas 10: 33-34).
El mundo está lleno de prójimos que reclaman reconocimiento,
cercanía, dignidad, cuya deshumanización es consecuencia de la perversidad del
egoísmo individual y estructural. La pobreza no es una triste casualidad, para
que esto se dé convergen factores que se contienen en el modelo económico
neoliberal, cuya dinámica de buscar desmedidamente la riqueza y el consumo trae
como correlato lamentable el despojo y la exclusión de miles de millones de
seres humanos.
Ahí está el imperativo de Dios, en esos prójimos humillados y
ofendidos. De la respuesta a esta exigencia dependen la calidad y la
autenticidad de nuestra humanidad y de nuestro seguimiento de Jesús.
Antonio José Sarmiento Nova,S.J. – Alejandro Romero Sarmiento
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