Lecturas
1.
Génesis
18: 1-10
2.
Salmo
14:2-5
3.
Colosenses
1: 24-29
4.
Lucas
10: 38-42
La gratuidad es la lógica de Dios, todo lo que de El proviene
para beneficio de la humanidad es extremadamente generoso, sobreabundante,
amorosamente desmedido y determinado por el don ilimitado de sí mismo. Este
estilo marca un contraste radical con las mentalidades y procederes de corte
milimétrico, juridicista, de retribución matemática, muy a menudo también
condicionados por una actitud mezquina y de miras estrechas.
Justamente la Buena Noticia de Jesús está saturada de esta
realidad esperanzadora : que Dios no se restringe para dar vida y sentido a
todos los humanos. Esto es esencial en la revolución que nos llega con el reino
de Dios y su justicia, en el ministerio del Señor Jesús.
La manifestación de Mambré, que relata la primera lectura de
este domingo, tomada del capítulo 18 del Génesis, es una elocuente muestra de
esta inspiración de la gratuidad teologal.
Abraham, como sincero
y auténtico israelita, se dispone a ejercer la mejor y más generosa
hospitalidad con tres peregrinos: “Alzó la mirada y vió que había tres
individuos parados a su vera. Inmediatamente acudió desde la puerta de la
tienda a recibirlos, se postró en tierra y dijo: Señor mío, si te he caído en
gracia no pases de largo cerca de tu servidor” (Génesis 18: 2-3), y
luego vienen todos los preparativos para acoger generosamente a los caminantes,
que resultaron ser evidencia del mismo Dios, quienes responden así a Abraham y
a Sara: “Así que hubieron comido le dijeron: dónde está tu mujer, Sara? …. Ahí
en la tienda, contestó. Dijo entonces aquel: volveré sin falta a ti pasado el
tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo”
(Génesis 18: 8-10).
Ser hospitalario, acoger, recibir con gozo en el hogar, dar
dignidad y calidez a quien viene a nosotros, compartir nuestra mesa, reconocer
al huésped como uno de los nuestros, son actitudes marcadas por este talante de
gracia y amistad. Y Dios, que no se queda corto jamás, bendice a Sara y Abraham
anunciándoles el nacimiento del anhelado hijo, de cuya espera estaban
desilusionados por ser de edad avanzada.
Qué nos dice el texto? Cómo está nuestra cultura en este
aspecto de acoger a otros, de hacerlos parte de nuestra mesa y hogar? Son los demás extraños para nosotros y
manejamos ante ellos conductas de prevención y desconfianza? Nuestra mirada de
prejuicios ve a los otros como potenciales enemigos o personas que nos harán
daño? O nos dejamos seducir por el Dios siempre gratuito y gracioso que nos
invita a hacer de la vida un espacio permanente de hospitalidad, de afecto y
comunidad, de hacer sentir a quienes vienen a nosotros como seres siempre
dignos y reconocidos?
En la cultura de la sospecha y del temor el talante cristiano
se afirma - como siempre - a contracorriente, porque desarma estas
mentalidades prevenidas, calculadoras, y nos abre al más radical ejercicio de
projimidad. Y esto último definitivamente es Buena Noticia, razón de vida y
esperanza para millones de seres humanos desarraigados, desposeídos de su
hábitat, lanzados a una existencia cruel y abandonada.
Esto es normativo de
la fe cristiana y debe hacer parte esencial del proyecto de vida de todos los
que nos decimos discípulos de Jesús; de no ser así, estaríamos traicionando al
mismo Señor y a los hermanos, en quienes El nos habla con clamor imperativo.
Dios bendice a quien es generoso, a quien se dedica sinceramente
al servicio de los demás, a quienes hacen de sus hogares verdaderos ámbitos de
fraternidad y comunión. Y bien sabemos que no se trata de una retribución
material, sino de la bienaventuranza, de la más legítima felicidad, la que
procede del Padre, de los hermanos, de la estimulante realidad que es estar
siempre haciendo de la vida una mesa servida en igualdad de condiciones para
todos y para todas, sin establecer clasificaciones de ninguna naturaleza.
El Padre – Madre Dios es siempre abierto a todos los humanos,
esta es la única condición para ganar su atención amorosa, no le interesa si
somos creyentes o no, si santos o pecadores, si de esta o aquella tradición
religiosa, si ricos o pobres, la sola humanidad nos merece la abundancia de sus
dones amorosos, y el primero de ellos es el de la dignidad, el de invitarnos a
hacer parte de su mesa.
El relato de Lucas, siguiendo en la inspiración del buen
samaritano del domingo anterior, refuerza este mensaje y este desafío que
cualifica toda nuestra vida. Dos hermanas – Martha y María – se esmeran por
acoger a Jesús en su casa y por hacerlo sentir acogido y amado: “Yendo
todos de camino, entró en un pueblo, donde una mujer, llamada Martha, lo
recibió en su casa. Tenía esta una hermana llamada María, que, sentada a los
pies del Señor, escuchaba su palabra, mientras Martha estaba atareada en muchos
quehaceres” (Lucas 10: 38-40) . Indudable la buena actitud de ambas,
con estilos distintos, pero siempre pensando en el peregrino a quien querían
agradar!
Y luego Marta que se queja ante Jesús porque su hermana no le ayuda en los deberes
domésticos, que amerita esta respuesta de Jesús: “Martha,Martha, te preocupas y te
agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María
ha elegido la mejor parte , que no le será quitada” (Lucas 10: 41-42).
Podemos ver el sentido del texto por el lado del contraste
entre el activismo, el trabajo desaforado, y la contemplación del misterio de
Dios, de lo esencial, del abandono silencioso en El; o también desde la óptica
de la excesiva preocupación de unos por cosas accidentales a las que se les
dedica mucho tiempo y esfuerzo, con detrimento de la sabiduría trascendente que
lleva a lo definitivo, a lo único necesario para que la vida tenga sentido.
Cómo hacer compatibles el trabajo responsable, dedicado, con
la apertura al misterio decisivo del amor de Dios? Cómo integrar los múltiples
deberes de la vida cotidiana en un marco de espiritualidad que nos hace salir
cualitativamente de la rutina y la repetición al mundo de la trascendencia? Cómo dejarnos modelar por Dios en esta
perspectiva de lo único esencial, haciendo eco a aquellas palabras de Santa
Teresa: sólo Dios basta?
Pensemos por ejemplo en aquellos hombres y mujeres que se han
consagrado a Dios y al prójimo en los monasterios de vida contemplativa. Para
una mentalidad pragmática, desafortunadamente muy frecuente, son vidas inútiles
y desperdiciadas, no pasa por este imaginario el concebir vidas entregadas al
misterio del amor de Dios, a la oración silenciosa, y a portar en ella a toda
la humanidad, especialmente a aquella que por andar siempre ocupada en la
productividad no descubre las raíces del ser ni su futuro trascendente.
Seguramente muchos de los lectores de estos textos
dominicales habrán visto la bella película “De dioses y hombres”, de segura y
reciente base histórica, que relata la vida de un grupo de monjes trapenses en
Tibirine (Argel, Africa del Norte), la extraordinaria sencillez de su
cotidianidad, expuestos a la rabia y desafecto de algún grupo de
fundamentalistas , la forma cómo estos hombres de Dios disciernen si irse o
permanecer allí en su convento, conscientes de que están en peligro de muerte,
lo que finalmente sucede.
Es la esencialidad de Dios en ellos lo que determina su
estilo de vida y la decisión final, arriesgados a vivir la muerte cruenta,
martirial, sabedores de que los
violentos no son dueños de ellos, y de que la última y decisiva palabra sobre
sus historias la tiene Dios, y esta es de amor incondicional, de bendición
total, de plenitud y salvación!
Sólo en esta perspectiva podemos entender palabras como las
de Pablo a los Colosenses: “Ahora me alegro de los padecimientos que
soporto por Ustedes y completo en mi cuerpo lo que falta a las tribulaciones de
Cristo, a favor de su cuerpo, que es la Iglesia” (Colosenses 1: 24)
y….. “Por
esto precisamente me afano y lucho, ayudado por la fuerza de Cristo que actúa
poderosamente en mí” (Colosenses 1: 29).
Vienen a la mente y al corazón historias bellas de amor
cristiano y humano, marcadas por el heroísmo y la generosidad inscritos en la gratuidad de Dios. Los testimonios de
los mártires del cristianismo primitivo, los de los creyentes víctimas de mil
persecuciones y contradicciones, los de tantos que en el más discreto silencio
sirven a sus hermanos sin esperar recompensa ni aplausos, aquellos que en los
ignominiosos campos de concentración del siglo XX dieron el supremo testimonio
del amor, los perseguidos por las dictaduras intransigentes y totalitarias, el
de tantas buenas personas cercanas a nosotros que viven su fe en Dios y su
donación al prójimo sin aspavientos, en la amorosa discreción de los que se
saben bendecidos en este apasionante relato de gracia y fraternidad!
Recordemos la bella oración de Charles de Foucauld:
Padre, me pongo en tus manos,
Haz de mí lo que quieras,
Sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo,
Con tal que tu plan vaya adelante
En toda la humanidad y en mí.
Ilumina mi vida con la luz de Jesús.
No vino a ser servido sino a servir.
Que mi vida sea como la de El.
Grano de trigo que muere en el surco del mundo.
…………………………………………………………………………………
Me pongo en tus manos, enteramente,
Sin reservas, con una confianza absoluta,
Porque Tú eres mi Padre.
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