domingo, 7 de julio de 2013

COMUNITAS MATUTINA 7 DE JULIO DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Isaías 66: 10-14
2.      Salmo 65:1-7; 16 y 20
3.      Gálatas 6: 14-18
4.      Lucas 10: 1-12 y 17-20
Con reiterada frecuencia escuchamos hablar del carácter misionero de la Iglesia, incluso con el peligro de que se convierta en lugar común, sin advertir la novedad cualitativa contenida en esta afirmación.
 Resulta que esta condición es esencial en el ser y en el quehacer eclesiales :  la Iglesia es enviada – esto es lo que significa misión, misionera – a comunicar a la humanidad la Buena Noticia que el Padre Dios nos ofrece a través del ministerio de Jesús, y a hacer todo lo posible para que muchos seres humanos encuentren en este mensaje el sentido pleno de su vida.
El mensaje es para ser creído y vivido. Lo primero nos remite a la credibilidad de los mensajeros, a la manera como la propia vida expresa la identidad y la coherencia con lo que se proclama: “No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias” (Lucas 10: 4),  son palabras de Jesús a sus discípulos y a nosotros – también discípulos! – que  ponen en evidencia la seguridad fundamental en la que descansa esta comunicación :  no es en la astucia de los mensajeros, ni en otras condiciones personales de inteligencia o superioridad, o en garantías de tipo material. Es en Dios mismo, en su amor, y en el corazón dispuesto para El, donde se habilita la real posibilidad de que esto sea creído y asumido como  plenitud de sentido.
La historia cristiana es reiterada en referirnos hechos y situaciones que afectan negativamente esta coherencia, debemos mirar esto no como una colección de relatos truculentos sobre escándalos y pecaminosidades, sino páginas en las que Dios escribe al revés para sensibilizarnos sobre los alcances egoístas, desordenados, de aquellos seres humanos que, diciéndose creyentes en Jesucristo, obran en contravía de su opción fundamental.
Valga esta referencia para que, en un sincero examen de conciencia ,revisemos a fondo nuestras motivaciones, prioridades, intenciones, conductas, dejando que el Señor nos interpele con exigencia provocando rupturas, aunque resulten dolorosas, y que de allí surjamos configurados por la gracia como seres humanos nuevos que lo apostamos todo por esta misión y por esta nueva manera de vivir que se llama Jesucristo y su Evangelio. Porque siempre debemos tener presente que la elocuencia evangelizadora no reside en la elegancia de las palabras sino en la limpieza de una vida plena y felizmente identificada con Jesucristo: “En cuanto a mí, Dios me libre de presumir si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo” (Gálatas 6: 14).
Qué se nos ofrece este domingo para nuestra oración y consideración?  Que, como aquellos 72 discípulos enviados por el mismo Señor, también a nosotros se nos propone esta invitación. De El recibimos las instrucciones que deben inspirar la vida y la palabra del  anunciador del mensaje, que es justamente buena noticia de sentido, de esperanza, de razones para vivir con ilusión, en la lógica novedosa del reino de Dios y su justicia.
En el mundo siempre hay necesidad de este anuncio, aunque en muchos casos no se explicite conscientemente: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lucas 10: 2). En los tiempos de Jesús la necesidad estaba en tantos hombres y mujeres que no se sentían acogidos en la tradición religiosa judía porque se veían envueltos en la maraña del fundamentalismo legalista, en la actitud soberbia y displicente de los sacerdotes y de los maestros de la ley y, en general, en todo ese tinglado que hablaba de un Dios vengativo, justiciero, intransigente, poco estimulante y nada esperanzador.
Jesús sorprende gratamente con su anuncio del Dios Padre-Madre, amoroso, cercano, solidario, misericordioso, exquisito con los últimos del mundo, provocador de su reconocimiento, encarnado en todos los dramas y también gozoso con todas las plenitudes que llenan el corazón de cada hombre de  cada mujer. Este es el contenido fundamental de la misión!
En nuestro tiempo también estamos llamados a encontrarnos con la humanidad siempre incansable en su búsqueda del sentido y del aval definitivo para vivir con dignidad.
 La multitud inmensa de los desposeídos, de los condenados de la tierra, pero también de que los están ahogados por su egoísmo y por su comodidad económica, los idólatras del poder, los arrogantes que creen no necesitar de salvación. A todos estos somos enviados para anunciar que hay una manera distinta de vivir, y que es en la paternidad-maternidad de Dios , tal como nos la revela Jesús, donde podremos encontrar esa novedad definitivamente posibilitadora de la bienaventuranza, de la vida bella, de las mejores razones para existir.
La Iglesia en misión  y -  en ella -  cada cristiano, es testigo de la esperanza, y realiza señales que avalan esta cercanía de Dios: “Si entran en un pueblo y los acogen, coman lo que les pongan; curen los enfermos que haya en él, y díganles: el Reino de Dios está cerca de ustedes” (Lucas 10: 8-9). Nuestra vida tiene que ser toda ella provocadora de esperanza, de felicidad, relato de la misericordia y del amor del Padre, asumiendo como estilo el mismo del Señor Jesús.
En consecuencia con esto, es imperativo para la Iglesia, para cada cristiano, despojarse de galas, presunciones,lenguajes de poder y de triunfo, y tornarnos todos hombres y mujeres de servicio, de encarnación profunda en todas las realidades humanas, sintiendo dolores, pobrezas, vacíos, abandonos, y dejando que Dios y la humanidad se encarguen de hacernos sensibles y - por lo mismo -  aptos para descubrir donde están aquellas realidades llamadas a llenarse de este Padre resuelto a llevarnos por los caminos de la realización, del reconocimiento de la dignidad de todos los humanos.
Esto no es asunto sólo para sacerdotes, obispos, religiosas. Es tarea de todo el que se empeñe en tomar en serio a Jesús de Nazareth. Cada uno en su lugar existencial, familia, trabajo, profesión, estudios, sociedad, grupo de pertenencia, está llamado a asumir la tarea de ser enviado, no sin antes apropiársela haciendo de ella su estilo de vida, su mentalidad, su esencia, su manera de relacionarse con cada persona, con la realidad, con la historia, con la dinámica social.
Este mundo con sus múltiples y contradictorias realidades, unas estupendas por su humanismo y espiritualidad, con los nobles avances de la ciencia y de la cultura, de la promoción de la dignidad humana, expresados en la inclusión social, en el trabajo, en el acceso a todos los beneficios que permiten vivir con entusiasmo, pero también marcado por la eterna pobreza, cuya superación nunca termina de ser tenida en cuenta en los centros de decisión, o por la violencia irracional, también por los excesos de la sociedad de consuma, es el campo al que somos enviados como aquellos 72 de hace veinte siglos.
La tarea es apasionante en el máximo sentido en que algo puede serlo, pero es exigente, demanda la totalidad del ser, no admite medianías, es encarnada, implicada amorosamente en todo lo humano, en lo bello y digno, pero también en lo injusto y pecaminoso, y siempre llamada a generar entusiasmo, deseos de vivir, ilusión, ideales, en definitiva,  esperanza como la que el Padre Dios nos ofrece en Jesucristo: “Que nadie me cause molestias de ahora en adelante, pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús “ (Gálatas 6: 17).

Antonio José Sarmiento Nova,S.J. – Alejandro Romero Sarmiento

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