Lecturas
1.
Génesis
18: 20-32
2.
Salmo
137: 1-8
3.
Colosenses
2: 12-14
4.
Lucas
11: 1-13
Recuerdo haber leído en algún texto que Teilhard de Chardin decía
que en una noche de las grandes ciudades del mundo se cometían toda clase de
pecados y desórdenes, crímenes, violencias, desenfrenos, y que esto afectaba o
afecta la dignidad de la condición humana; pero igualmente en esa misma noche
se realizaban innumerables acciones de servicio al ser humano, de promoción de
su dignidad, de espiritualidad, de nobleza, aportando también gracia,
honestidad, santidad, a todos los seres humanos (Teilhard de Chardin fue
un sacerdote jesuita francés 1881-1955, estudioso de la paleontología y de la
evolución de las especies, célebre por libros como “El fenómeno humano”, “El
medio divino”, “La aparición del hombre”,”Himno del universo”, “El corazón de
la materia”. Su gran esfuerzo, ciertamente revolucionario, fue promover un
diálogo inteligente entre la fe cristiana y la ciencia).
Qué significado tiene el mal causado por tantos hombres y
mujeres? Cómo los egoísmos, injusticias, inmoralidades, dañan todo el cuerpo de
la humanidad, también el de la iglesia? Sirva esta reflexión para detectar los
efectos nocivos y la deshumanización que esto causa. Las noticias que nos
llegan sobre los grandes delincuentes, grupos criminales, corrupciones, no se
pueden quedar en narraciones externas a nosotros, a nuestras comunidades y
grupos de pertenencia, puesto que en ellas se contienen maltratos gravísimos y
ruptura de la comunión entre los humanos. La injusticia de los injustos hace a
la humanidad menos humana, menos trascendente, menos digna.
Así mismo, cómo influyen la rectitud, la honestidad, las
conductas éticas, en una mejor y más pulcra humanidad? Cómo los hombres y
mujeres incorruptibles se convierten en portadores de gracia y santidad para
todos? Porque también la justicia de los
justos hace que todo el género humano sea mejor, más respetable, más acorde con
las intenciones de Dios y con las nobles aspiraciones de las gentes de bien.
Esto último es el contenido del mensaje que nos trae el texto
de Génesis 18, cuando Yahvé se indigna con los desafueros de los
habitantes de Sodoma y Gomorra: “El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande
y su pecado gravísimo. Así que voy a bajar personalmente, a ver si lo que han
hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de
saberlo” (Génesis 18: 20-21).
Estas dos ciudades bíblicas – Sodoma y Gomorra – son el
símbolo de la humanidad que se desentiende de Dios y del hermano, son el ámbito
del frenesí del dinero y del poder, de las idolatrías que someten la libertad de
quien se entrega a ellas, el espacio del derroche y del consumismo, el de las
economías que no tienen en su raíz el humanismo como vocación, el de los
capitales mal habidos, el de las grandes corruptelas. En definitiva, son el
territorio, como tantos en nuestro tiempo, de la injusticia y de la indignidad.
El justo Abraham se preocupa enormemente por esta realidad ,
especialmente por la inquietud que le genera la posibilidad de que los buenos y
rectos paguen las consecuencias de la maldad de tantos, un interrogante que
sigue vigente en nuestros días y que ha inquietado siempre a los buscadores del
sentido de la vida. Nos podemos identificar con nuestro padre en la fe cuando
preguntamos a Dios con él: “ Así que vas a borrar al justo con el
malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. Vas a borrarlos sin
perdonar a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro?”
(Génesis 18: 23-24).
Cómo interpela esto nuestra conciencia individual y social?
En qué medida nos sentimos corresponsables del mal, de la violencia, de la
inequidad y de la iniquidad, de las grandes injusticias que se cometen contra
el ser humano? Nos lavamos las manos y damos la espalda a estas alarmantes
realidades? O, por el contrario, se genera en nosotros una actitud de
compromiso y responsabilidad?
Esta semana fue noticia de primera página la entrega oficial del estudio investigativo
sobre la violencia en Colombia 1958-2012 por parte del Grupo de Memoria
Histórica. Allí se consignan cifras y análisis cualitativos sobre este fenómeno
que ha destruido la vida de 220.000 colombianos, dejando hogares y
comunidades en situación de indefensión, despojando de tierras y viviendas a
muchos conciudadanos, generando un clima permanente de terror. Es para nosotros un simple informe
o interroga nuestra sensibilidad moral y espiritual invitándonos a asumir
responsabilidades, probablemente muchas de ellas por omisión e indiferencia?
La violencia partidista, la reiterada procedente de grupos
guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares, falsos positivos de los
militares, bacrim, son parte de cosas que pasan “por allá”, en lugares lejanos
a nuestras comodidades? O , mejor, son retos profundos que desafían a todos los
colombianos, así nos resulte doloroso admitir que a menudo hemos permanecido en silencio , sin
coraje para denunciar estos excesos?
Como Abraham, pongámonos ante Dios empecinadamente, para
invocar toda la gracia que requerimos para reconstruír nuestras Sodomas y
Gomorras, para propender permanente y crecientemente por un nuevo orden de
vida, donde el ser humano sea la prioridad determinante de todas las decisiones
y de todas las estructuraciones sociales.
Qué nos compete a los
creyentes en Jesucristo a este respecto? La actitud del patriarca es iluminadora. El
relato nos refiere la intensidad de Abraham aludiendo a la presencia de un
“resto fiel”, del grupo de los justos que pueden modificar la “ira de Dios”
(tema típico del Antiguo Testamento que puede sonar antipático en nuestros
días, pero que expresa la altísima gravedad de las incoherencias del pueblo
bíblico y que, también, nos remite a las inconsistencias morales de nuestro
tiempo, de no menor responsabilidad). Cómo se salva la humanidad? Hacemos
nosotros parte de esa operación de dignidad, de compromiso humanista, de
búsqueda del carácter pulcro de todos nuestros congéneres?
Es indudable que el mal de muchos genera un sentimiento
grande de orfandad, de ausencia de protección y de cuidado.
Pero………… no perdamos
la esperanza! Hay una contrapartida creadora y esperanzadora que es patrimonio
de los creyentes, Dios es un padre amoroso, comprometido con la felicidad y
plenitud de todos sus hijos, enseñanza fundamental de Jesús en la manera como
El nos induce a la oración: “Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu
Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer
en tentación” (Lucas 11: 2-4).
Es una lógica radicalmente distinta del poder maligno que
lleva a unos a enseñorearse sobre otros, es la del Padre que asume a cada ser
humano como hijo, determinando que todos nosotros nos reconozcamos como
hermanos, y estableciendo una ética de comunión como aspecto fundante de esta
nueva y gozosa manera de relación.
La filiación y la
fraternidad, al estilo de Jesús, se constituyen en la perspectiva que el Padre
– Madre Dios nos ofrece gratuitamente para construír un mundo incluyente,
dialogante, respetuoso de lo diverso, participativo, capaz de disfrutar
solidariamente esta inmensa riqueza contenida en la diversidad de todos los
humanos, de sus culturas y tradiciones, de sus núcleos de sentido y
trascendencia, de sus aportes para posibilitar siempre una mejor humanidad.
Es una relación de gratuidad que nos lleva siempre a creer en
el Padre y a pedirle con confianza de hijos todo lo que requerimos para vivir
en los términos en que El lo desea para todos: “Yo les digo: pidan y se les
dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide,
recibe; el que busca, halla; y al que llama, le abrirán” (Lucas 11:
9-10). Hermoso texto que indica que al “otro lado” hay Alguien totalmente
pendiente de nosotros, sensible a nuestros clamores, comprometido con nuestras
expectativas y necesidades, siempre inclinado misericordiosamente,
profundamente compasivo, cercano a nosotros, implicado decisivamente en nuestra
historia.
Esto también es Buena Noticia y marca – como lo hemos dicho
tan a menudo – el radical contraste con el mundo competitivo, individualista,
indiferente a la suerte de las mayorías. Es lo propio de quienes queremos
adoptar como proyecto de vida el Evangelio de Jesús.
Cuando decimos Padre Nuestro también afirmamos hermano
nuestro, invocación para todos los prójimos, para cada ser humano, para
cada cultura y etnia, para comunidad de sentido. En la fe cristiana lo
fraternal es componente esencial de su ética y de su estilo.
Los ojos de Jesús, los oídos de Jesús, el corazón de Jesús,
la mente de Jesús, son los de Dios Padre-Madre. Y nosotros, los que queremos
que siga vigente esta tradición , estamos llamados a ser ojos, oídos, corazón,
mente de Dios y de Jesús para que, animados por la vitalidad que procede del
Espíritu captemos, sintamos, asumamos, todos los clamores de los millones de
seres humanos que piden pan, justicia, dignidad, respeto, reconocimiento.
Es una nueva justicia, desbordante, gratuita, ilimitada, de
máxima generosidad: “Al ser sepultados con El en el bautismo,con El también Ustedes han
resucitado por la fe en la fuerza de Dios, que lo resucitó de entre los
muertos. Y a ustedes, que estaban muertos por sus delitos, ……, los vivificó
juntamente con El y nos perdonó todos nuestros delitos” (Colosenses 2: 12-13).
Antonio José Sarmiento Nova,S.J. – Alejandro Romero Sarmiento
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