Lecturas
1. Isaìas 35: 4-7
2. Salmo 94: 1-9
3. Santiago 2: 1-5
4. Marcos 7:31-37
Los textos de este domingo nos
invitan a pensar en aquellos condicionamientos humanos que nos paralizan y nos
impiden vivir con sentido, libres de ataduras. Las “sorderas” y “cegueras” son
fruto de formaciones distorsionadas, de fundamentalismos, de influjos negativos
, de imaginarios que detienen en nosotros el impulso de la vida.
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Por què no somos libres?
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Por què no escuchamos los mensajes de la libertad y del amor?
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Por què no vemos a Dios en nuestras realidades?
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Por què estamos dominados por el miedo o por la desconfianza?
Y viene Jesùs, como en el relato de
hoy, y se encuentra con el sordomudo (hagamos un ejercicio de identificarnos
con este último) y….. “lo apartò de la gente y , a solas con èl,
le metió los dedos en los oìdos y le
tocò la lengua con saliva. Luego , levantando los ojos al cielo, suspirò y le
dijo: Effatha (que significa ábrete). Y al momento se le abrieron sus oìdos, se
le soltò la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente “(Marcos
7: 33-35).
Este sordomudo està aislado, encerrado
en sì mismo, no se entera de la presencia de Jesùs. Sus amigos lo llevan a El.
Contempla su limitación, y pronuncia la palabra sanadora. Tengamos presente que
los relatos de milagros en los evangelios son signos de la nueva realidad de
vida, de dignidad, de sentido, que irrumpe con Jesùs, El hace de este hombre
ahora un ser comunicado, abierto, relacional, es el encuentro con el Maestro el
que le posibilita esta novedad.
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Cuàles son nuestras sorderas y enmudecimientos?
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Què nos aisla de Dios, de los hermanos, de la realidad?
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Estoy persuadido de que Jesùs también me puede decir
“Effatha” para que yo sea una nueva persona, vinculada y vinculante, tocada por
la fuerza sanadora de su amor?
El texto de Isaìas también tiene que
ver con esto:”Se despegaràn los ojos de los ciegos, los oìdos de los sordos se
abrirán “ (Isaìas 35: 5). La presencia de Dios en nuestra vida està
directamente relacionada con la posibilidad de una nueva manera de ser en la
que nuestra humanidad se libera de esas fuerzas que nos impiden la
autenticidad, la libertad, el amor, la vida con significado y esperanza.
La experiencia de Dios en Jesùs hace
de nosotros seres humanos plenos. Y una manifestación de esta novedad se
expresa en la invitación que hace Santiago a no establecer preferencias entre
los seres humanos, marcadas por discriminaciones odiosas: “Hermanos mìos, no es posible
creer en Nuestro Señor Jesucristo glorificado y luego hacer distinción de
personas” (Santiago 2: 1).
Muy pràctico y concreto este apóstol
nos plantea un elemento esencial de coherencia cristiana, profesar a Jesucristo
como Señor y Salvador demanda de nuestra
parte una disposición equitativa ante todos los seres humanos, rompiendo
con los criterios de superioridad e inferioridad de unos con respecto a otros,
de preferencias egoístas, de clasificaciones excluyentes. El ser humano es
digno por sì mismo, vale porque es humano, independiente de todos esos
criterios que nosotros mismos hemos introducido para segregar y establecer
escalafones.
Es decir, que una manera clarísima de
ser “sordos” y “mudos” es no abrirnos de modo comprometido al exigente reto de
la dignidad humana.
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Preguntèmonos por nuestra manera de relacionarnos con las
personas.
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Somos diligentes y amables con los ricos, los poderosos , los
bien parecidos? Y despectivos con los pobres y los humildes?
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Siento que el encuentro con Jesùs modifica en mì estos
criterios y me hace sensible con todos los seres humanos , rompiendo mis imaginarios
egoístas y selectivos?
Antonio Josè Sarmiento Nova,SJ
Pontificia Universidad Javeriana
Bogotà,Colombia
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