domingo, 20 de enero de 2013

COMUNITAS MATUTINA DOMINGO 20 DE ENERO II DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Isaías 62: 1-5
2.      Salmo 95 1-3 y 7-10
3.      1 Corintios 12: 4-11
4.      Juan 2: 1-11
El asunto de la esperanza es esencial para una vida verdaderamente humana, trascendente, con sentido. Sabemos bien que esta aspiración a una vida plena contrasta con las múltiples manifestaciones de precariedad que se nos presentan, muchas de ellas inevitables. Esto impone el trabajo permanente de la esperanza, del significado plenificante de todo lo que somos y hacemos.
El texto de Isaías, primera lectura de hoy, es excelente en esta perspectiva, refiriéndose a Jerusalem como símbolo de la nueva humanidad: “Jamás te dirán abandonada, ni a tu tierra dirán desolada, pues te llamarán “mi complacencia”, y a tu tierra, “desposada”. Porque Yahvé se complacerá en ti, y tu tierra será desposada” (Isaías 62: 4).
Tengamos como seguro que esta es una expresa referencia de Dios también a nosotros, y a los seres humanos de todos los tiempos de la historia que quieran acogerse a esta iniciativa. Bajo la figura nupcial, el desposorio, se explicita el deseo amoroso de Dios para contraer un vínculo indestructible con la ciudad elegida, que recoge en sí el simbolismo de todo el género humano. Cómo captar que esta es una esperanza cierta, real, posible? Cómo superar cierto tipo de discurso religioso que no comprende suficientemente esta apasionante alternativa?
Qué mensaje nos transmiten estas palabras: “Como un joven desposa a una chica, se casará contigo tu edificador; el gozo de un novio por su novia será el gozo de tu Dios por ti” (Isaías 62: 5). Definitivamente el lenguaje del amor es el más apto para comunicar la sensibilidad y cercanía de Dios con la humanidad, e igualmente para hablar de esperanza y de sentido.
Pensemos en tantos seres humanos cuya vida se vacía de significado, por tantas y tan contradictorias razones: guerra, violencia, pobreza, exclusión, fracaso. Qué reto nos plantean estos hombres y mujeres? Su dolor llega a nosotros y capta nuestra solidaridad? Nos sentimos trabajadores del sentido de la vida? Pasamos por la vida sin transmitir esperanza? Si tomamos en serio a este Dios que se casa con nosotros, es imperativo que tomemos en serio a esta legión de hermanos y hermanas que demanda cercanía, reconocimiento, razones para vivir, reorientación total de sus proyectos, siempre teniendo presente que si disfrutemos de una vida bella, plena, feliz, no lo podemos hacer en el ensimismamiento de los satisfechos sino en la más profunda y generosa solidaridad. Y todo esto en el mejor estilo de Dios, apasionante y enamorado Dios!
Este texto nos lleva directamente al relato de Juan, las bodas de Caná, que según este evangelista es el signo con el que Jesús inaugura su ministerio público. Jesús actuará siempre en nombre del Padre, comunicando eficazmente el deseo de implicarse con todos los humanos, de vincularse indisolublemente con nuestra condición; en definitiva, de contraer el vínculo esponsal. Toda la misión de Jesús se realizará en esta clave.
El vino significa gozo de vivir, ánimo espiritual, y en el relato evangélico se refiere al mismo Jesús que se nos ofrece como vitalidad definitiva, procedente de Dios. Se acaba el vino y la fiesta de la vida está en peligro de acabarse! Es también una relación al viejo orden religioso del judaísmo fundamentado en la observancia rigurosa de la ley y de los ritos, sin cabida para la conversión del corazón y para el amor liberador del Padre.
Con Jesús se inaugura un nuevo tiempo de esperanza y plenitud, que hace exclamar al maestro de ceremonias: “Todos sirven primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el inferior: Tu, en cambio, has reservado el vino bueno hasta ahora” (Juan 2: 10). Este signo marca el derrotero de la misión de Jesús, El mismo como oferta de sentido para todos los seres humanos, preferentemente para los más abatidos, olvidados, desconocidos, humillados, empobrecidos.
Qué exigencias hace esto a nuestra vida? Somos conscientes de que estamos ya en el “tiempo nuevo” de Dios?  Nuestro ser y quehacer están influídos por esta gozosa realidad teologal? Somos también capaces de realizar signos de vida para que otros beban el vino generoso en el que se nos sirve el mismo Jesús?
Papel discreto,  pero muy fecundo, el de María: “Al quedarse  sin vino, por haberse acabado el de la boda, le dijo a Jesús su madre: no tienen vino” (Juan 2: 3).  Elocuente advertencia de la madre, que complementa así: “pero su madre dijo a los servidores: hagan lo que él les diga” (Juan 2: 5). Ella, totalmente consciente del significado de la misión de su hijo hace esta “presión” para que la fiesta, en peligro de terminar, se siga celebrando de la mejor manera y con el mejor vino.
En este orden de cosas María viene a significar aquella persona totalmente saturada de Dios y, por lo mismo, comprometida con esa maternidad, modo humano que hace posible la inserción de Dios, su encarnación, en nuestra historia humana, como lo acabamos de explicitar en las celebraciones navideñas. Estamos abiertos a ser portadores de esta consciencia de Dios? Y, dentro de la misma lógica, a ser instrumento para que otros accedan a este beneficio?
El texto de Corintios viene como anillo al dedo al hablarnos de los dones del Espíritu – los carismas! – y de su origen: “hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos” (1 Corintios 12: 4-6).
Esto nos lleva a pensar en ese importantísimo esfuerzo de pensadores y de ciudadanos en aquello que llamamos el bien común, planteado desde Aristóteles en su “Política” y desde Platón en su “República”, y que ahora nos viene a través de otros importantes exponentes del pensamiento que pone sobre el tapete el asunto esencial de cada ciudadano como constructor de ese bien común, participando con los criterios de una ética cívica para hacer posible, la inclusión, el diálogo, la tolerancia, el respeto por la pluralidad de creencias, convicciones, ideas, actitudes. Un asunto en el que debemos seguir empeñados porque  los retos son inmensos y abundantes.
La sociedad, la iglesia, los diversos grupos humanos, son diversos, ricos en matices, expresivos de las individualidades, que han de empeñarse en dar lo mejor de sí para construír vínculos, comunión, solidaridad, cercanía, sin anular lo original de cada uno. Para los creyentes esta es tarea del Espíritu: “pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, que las distribuye a cada uno en particular según su voluntad” (1 Corintios 12: 11).
Lo mejor de todo esto es destacar que la Iglesia no es una comunidad uniforme, mandada de modo exclusivo y autoritario por unos pocos, sino un ámbito de diversos, todos animados por el espíritu de comunión y participación, entregando sus dones para que se realice con mayor perfección el deseo de Jesús.

Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
Alejandro Romero Sarmiento

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