Lecturas
1. Deuteronomio 26: 4-10
2. Salmo 90 : 1-2 y 10-15
3. Romanos 10: 8-13
4. Lucas 4: 1-13
Puede servirnos de marco para la
oración de este domingo considerar el significado de la renuncia del Papa
Benedicto XVI a su ministerio petrino, la valentía contenida en esta decisión y
también una reflexión profunda, en perspectiva de conversión y purificación,
sobre el pecado de la Iglesia, que es el nuestro propio. Con esto último,
pasamos del papel de críticos francotiradores al de seguidores de Jesús,
hondamente implicados en la comunidad eclesial y solidarios con ella en todo lo
suyo, en su santidad e ímpetu apostólico, también en su pecaminosidad y en las
realidades que la alejan del proyecto original de Jesús.
Con el texto de Deuteronomio podemos
entrar en acción de gracias, recordando los beneficios recibidos por los
israelitas y los que, a lo largo de nuestra vida, hemos experimentado como
bendición de Dios: “Nosotros clamamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó
nuestra voz. Vió nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y
Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido……..Nos trajo a este
lugar y nos dio esta tierra, tierra que mane leche y miel” (Deuteronomio 26: 7-9)
Es altamente saludable entender que
el tiempo de cuaresma no es una etapa sombría, la conciencia del pecado empieza
por sabernos amados y bendecidos por Aquel que llena de sentido nuestra vida,
como los israelitas. Por eso, la sugerencia es orar haciéndonos conscientes de
todas esas bendiciones y dádivas en nuestra vida personal, en la relación de
pareja, en el hogar, en la iglesia, en los padres y en los hijos, en los
hermanos y en los amigos, en los estudios y en el trabajo, en la dinámica de la
sociedad. Y, a partir de allí, desarrollar la más exquisita gratitud.
En esta iglesia nuestra también,
plena de hombres y mujeres de raigambre evangélica, de tantas iniciativas de
servicio y de innegables esfuerzos de fidelidad al Señor, pero también iglesia
que tiene manifestaciones de incoherencia por silencios cómplices, por abusos
sexuales, por alianzas indebidas con el poder, por pugnas internas. Y…… antes
de eso, reviso mi vida personal, y dejo que el Señor me haga las más serias
preguntas en clave de “control de calidad”, para constatar cuáles son aquellos
núcleos míos en los que estoy desordenado con respecto al amor de Dios.
Así nos disponemos a entrar en este
tiempo cuaresmal, de oración y discernimiento, de austeridad y de compartir,
para disponernos de la mejor manera al encuentro con el Señor Jesucristo, y
para generar en nosotros y en nuestra iglesia el estilo evangélico que nos
compromete, el de la vida auténtica, el de la oración sincera, el del servicio
y la solidaridad, el de la renuncia al poder y a la comodidad.
Pablo recuerda a los romanos y a
nosotros cuál es la garantía de esperanza: “Porque si confiesas con tu boca que Jesús
es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos,
serás salvado” (Romanos 10: 9), oferta que es universal y abarcante
para todos los seres humanos: “O sea, que no hay distinción entre judío y
griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que lo invocan”
(Romanos 10: 12).
Esta feliz realidad es la razón de
nuestra esperanza y es la que debe fundamentar todo el ser y quehacer de la
iglesia y de cada comunidad de cristianos. Nuestro aval no reside en el
prestigio social ni en la fuerza de nuestras instituciones, ni en la aceptación
por parte de los poderosos. Lo decisivo de nuestra condición creyente reside en
el Señor Jesús! Leamos el breve texto de renuncia del Papa y podremos encontrar
allí una muy sincera aceptación de esto, lo único esencial para el cristiano.
Esto también implica un examen de
conciencia para verificar en nuestra vida y en la iglesia si hemos puesto la
seguridad en argumentos contrarios al evangelio, y si nos hemos dejado encantar
por el “vano honor del mundo”, como llamaba san Ignacio de Loyola a los
criterios alejados de Dios. Exceso de
apego a nosotros mismos? Vida sin opciones de servicio y solidaridad? Afecto
desmedido por el dinero y los bienes materiales? Enfriamiento en los
compromisos que hemos adquirido? Ausencia de espíritu?
El texto de Lucas, bien conocido
porque es el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto, es la mejor
ambientación para adentrarnos sin reserva en la lógica cuaresmal. La seducción
de lo espectacular, de las pruebas
fabulosas para hacerse creíble, la fascinación por el poder, la entrega
de la propia dignidad adorando al espíritu diabólico, todo esto asedia a Jesús,
y hace parte de su contexto social, político y religioso. Son asuntos que están
siempre en la historia de la humanidad, fuerzas malignas que privan al ser
humano de su libertad y lo “subdesarrollan” con respecto a su evolución hacia
Dios y hacia el nuevo ser que El quiere fraguar en nosotros.
Esto nos pasa, le pasa también a la
Iglesia. Por eso, se impone un “desierto”, árido, severo, confrontador, sin
comodidades, un espacio de desnudez total ante Dios, para que de El, a través
de la vida, de la realidad, de la oración, nos vengan los grandes
interrogantes, los que pueden provocar una nueva manera de ser, suscitando lo
mejor de nosotros mismos, y lo más evangélico en cada bautizado y en la iglesia
toda, en el papa y en los obispos, en los ministros ordenados, en los
matrimonios, en las congregaciones religiosas, en la institucionalidad, en los
movimientos apostólicos.
Dejándonos llevar por el Espíritu
digamos con Jesús: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a El darás culto” (Lucas 4:
8), y empeñémonos en una cuaresma evangélica, densa, en clave de esperanza y de
nueva vida en El, y sintamos como propio este dolor de la iglesia, este dolor
de Benedicto, y trabajemos en comunión y participación para que todo el ser
eclesial sea genuinamente el rostro del Señor, la comunidad que vive cabalmente
al estilo de Jesús!
Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
Alejandro Romero Sarmiento
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