Lecturas
1. Jeremías 1:4-5 y 17-19
2. Salmo 1-6 y 15-17
3. 1 Corintios 13: 4-13
4. Lucas 4: 21-30
En la historia de Israel es
fundamental la misión y ministerio de los profetas, a quienes es forzoso
referirse constantemente si es nuestro deseo vivir con autenticidad todas las
implicaciones de nuestra fe. Los profetas no hacían parte del establecimiento
religioso oficial, surgían, conscientes del llamamiento que les hacía Yahvé, de
en medio del pueblo creyente y su dedicación fundamental era recordar a los
israelitas todas las exigencias de la alianza con Dios, invitando a una
constante conversión hacia El y denunciando, a menudo con gran severidad, todas
las inconsistencias en la práctica de la religión. Por esto eran mirados como
personajes altamente incómodos.
Uno de estos es Jeremías, de cuyo
texto se toma la primera lectura de este domingo, justamente referida a su
vocación y al comienzo de su actividad profética, en consonancia con los textos
del evangelio de los domingos reciente y de este de hoy, que aluden al comienzo
del ministerio público de Jesús. Con ello, también se inscribe a Jesús en la tradición
de los profetas bíblicos pero al mismo tiempo se destaca la diferencia
cualitativa que lo distingue de ellos.
“Jeremías vivió durante los años
turbulentos que vieron el hundimiento del imperio asirio, que pasó a ser
sustituído por Babilonia. Activo durante el reinado de tres reyes judaítas
(Josías, Joaquín y Sedecías) y un gobernador (Godolías), predicó reaccionando
ante diversos cambios políticos, desde la relativa autonomía de Israel bajo
Josías (640-609 A.C.) hasta el ascenso de Babilonia y la destrucción de Israel” (FARMER,William R. Comentario Bíblico
Internacional. Editorial Verbo Divino,2000.Estella (Navarra),página 914).
Los profetas son signos de
contradicción, tienen su mirada fija en el querer genuino de Dios, que es el de
la vida digna, honesta, justa, responsable, pulcra, y en el comportamiento de
los creyentes y de la misma institución religiosa, invitando siempre a un vivir
que sea en la mayor medida posible ajustado con las intenciones divinas.
Dios dota al profeta de particulares
condiciones de fortaleza y credibilidad: “Por tu parte, cíñete bien los lomos, ponte
firme y diles cuanto te ordene. No desmayes ante ellos, que yo no te haré
desmayar. Por mi parte, te he convertido desde hoy en plaza fuerte, en pilar de
hierro, en muralla de bronce frente a toda esta tierra, así se trate de los
reyes de Judá como de sus jefes, de sus sacerdotes o del pueblo de la tierra.
Te harán la guerra más no podrán contigo” (Jeremías 1: 17-19).
Cuando en la primera época de COMUNITAS MATUTINA hicimos tanta
insistencia en Monseñor Romero y el Padre Arrupe, fue justamente por destacar
en estos dos cristianos condiciones de profetismo, vigor en el anuncio del
reino de Dios y en la denuncia de lo que ellos vieron que era incompatible con
este proyecto, temple ante las incomprensiones, fidelidad en el seguimiento de
Jesús, capacidad para afrontar la
persecución y , en el caso del santo obispo salvadoreño, la muerte martirial,
como consecuencia de su vida de profeta.
Como siempre es nuestra intención,
vayamos de modo orante a mirar nuestra vida desde esta clave, también la vida
de nuestra Iglesia, y dejémonos confrontar por el profetismo de Jesús y de
todos-as los que con El, se toman en serio esto del reino de Dios y su
justicia.
Reflexionar sobre profetismo implica
también la credibilidad total. El profeta debe ser una persona a prueba de
fuego, íntegra, de convicciones hondamente arraigadas, de fundamentación
incuestionable en Dios, de conducta impecable.
En una serena plegaria-examen de conciencia consideremos lo que en nosotros es
inauténtico, de exigente replanteamiento, y abrámonos al Espíritu del Señor
para que se generen todos los movimientos necesarios de conversión, de
rectitud, de nueva manera de vivir.
A nuestra Iglesia se la critica con
frecuencia en estos tiempos por los escándalos de pederastia por parte de
sacerdotes y religiosos, por el silencio de algunos obispos ante estas
incuestionables realidades, también por el manejo poco evangélico del poder, y
por otros procederes que definitivamente no van con el proyecto de Jesús. Esto
es indudablemente doloroso en grado superlativo, pero al mismo tiempo debe
provocar en todos los bautizados un dinamismo de conversión, como quiera que
los pecados de unos, entre ellos los nuestros, oscurecen la limpieza de toda la
comunidad cristiana.
En este mundo de competencias
individualistas, de economía desaforada de mercado, de pérdida del valor de la
vida, de consumismo y criterios facilistas ante la vida, de egoísmo y olvido de
los clamores de los más pobres, se impone a cada cristiano y a la iglesia toda
una recuperación profunda del profetismo y de la credibilidad, aún a costa de
la comodidad, del buen nombre y del equilibrio institucional.
Qué nos dicen estas palabras de
Jesús?: “Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su patria”
(Lucas 4: 24), y cuando en los versículos 25-27 del capítulo 4 que proclamamos
hoy se refiere a que fueron extranjeros los que acogieron el don de Dios, y no
los judíos: “al oír esto, todos los de la sinagoga montaron en cólera y,
levantándose, lo sacaron fuera del pueblo y lo llevaron a una altura escarpada
del monte sobre el que se levantaba el pueblo, con ánimo de despeñarlo”
(Lucas 4: 28-29.
Todo esto porque la intención de
Jesús no es poner paños de agua tibia para calmar conciencias, ni hacer
reformas superficiales a la religión judía, ni organizar una nueva institución
con más rituales, dogmas y normas intransigentes, sino provocar una nueva
manera de ser inspirada 100 % en la voluntad del Padre. Esto lo lleva a confrontar
de raíz la lógica del establecimiento religioso de su tiempo, muy preocupado
por la observancia exterior, por el culto formal, sin el imperativo de la
conversión del corazón y de la vida pulcra. Jesús incomodó y desestabilizó, y
por eso su profetismo fue mirado con sospecha y finalmente llevado a juicio y a
pena de muerte.
Somos conscientes de los alcances de
esta realidad para nuestra manera de entender y vivir lo humano y lo cristiano
en todas las dimensiones de nuestra vida?
Esta solamente se vive una vez y no
podemos malgastarla en banalidades, sumergidos en el individualismo y en la
ausencia de sentido trascendente, tampoco en una religiosidad cultivadora del
miedo y obsesionada por los cumplimientos que “tocan” y que se realizan sin
convicción. Así las cosas, queremos participar en el destino profético de
Jesús, empeñados en la máxima credibilidad de nuestras vidas y de nuestra
Iglesia, aún a costa de la contradicción que con ello se pueda generar?
Pablo nos brinda un elemento que es
jugada maestra para lograr este estilo de vida: “El amor es paciente y bondadoso;
el amor no es envidioso, no es jactancioso ni orgulloso; es decoroso, no busca
su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la
injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo cree. Todo lo espera.Todo lo
soporta” (1 Corintios 13: 4-7). Como Jesús, como Jeremías, como tantos
hombres y mujeres que han dado en el clavo con una existencia creíble!
Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
Alejandro Romero Sarmiento
Tengamos presente
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