domingo, 14 de abril de 2013

COMUNITAS MATUTINA DOMINGO 14 DE ABRIL III DE PASCUA



COMUNITAS  MATUTINA  DOMINGO  14  DE  ABRIL
III  DE  PASCUA
Lecturas
1.      Hechos de los Apóstoles 5: 27-32 y 40-41
2.      Salmo 29:2-6 y 11-13
3.      Apocalipsis 5: 11-14
4.      Juan 21: 1-14
Esta semana tuve la oportunidad de leer el libro “El don de la paz”, escrito por el Cardenal Joseph Bernardin (1928-1996), quien fuera sacerdote de la diócesis de Charleston, obispo auxiliar de Atlanta, arzobispo de Cincinnati, y finalmente, arzobispo de Chicago y cardenal de la iglesia, hasta su muerte, ocurrida en noviembre de 1996.
Es un texto de notable sencillez, en el que el cardenal nos habla -  con sincera convicción evangélica – de dos hechos destacados de su vida: la calumnia,  dirigida contra él por un exseminarista de Cincinnati, por abuso sexual, y la posterior reconciliación y reconocimiento de la falsedad por parte del acusador; y luego, después de superada esta crisis, el anuncio del cáncer pancreático, con el que luchó poco más de un año, experiencia que vino a ser la síntesis de todo su ser de creyente y sacerdote.
El libro es particularmente conmovedor porque es escrito en sus meses finales, con la conciencia de su progresivo deterioro, pero con la certeza felicísima de la presencia del Señor, lo que es definitivamente su sustento y la raíz de la admirable fortaleza con la que afrontó el primer momento que afectó su credibilidad, y la noticia de la enfermedad, que desde el primer momento se mostró muy agresiva y de imposible superación.
Dice el cardenal: “La acusación me dejó perplejo y anonadado. Traté de pasar por alto los rumores no confirmados y volví a mi trabajo, pero tan extravagante acusación contra mis ideales y compromisos más profundos siguió acaparando mi atención. Ciertamente, casi no podía pensar en otra cosa mientras mis ayudantes continuaban dándome nuevos detalles de los rumores que circulaban. Me senté en silencio durante un momento y me hice una simple pregunta: Era esto lo que el Señor había preparado para mí, afrontar acusaciones falsas acerca de algo que yo sabía que nunca había sucedido? También fueron espurios los cargos que padeció el propio Jesús, pensé. Pero todo parecía ser una pesadilla completamente irreal. No podía creer que me estuviera sucediendo a mí” (BERNARDIN,Joseph L. El don de la paz. Planeta. Barcelona,1998;página 34).
Traigo esto a colación para verificar una realidad de muerte, de inmenso sufrimiento, que hace víctima del pecado a una persona justa e inocente, que tomó muy en serio su vida de sacerdote y obispo, y que en el contexto de la iglesia católica de Estados Unidos se distinguió por su rectitud, por ser un hombre de avanzada eclesial, y por su cercanía comprometida al mundo de los pobres. Y como él, tantos inocentes en circunstancias parecidas.
 Es el caso de Jesús, a quien la rabia desaforada de los dirigentes religiosos judíos hace padecer la mayor ignominia de la historia. Así, los invito a recuperar en su oración situaciones similares, , no para un ejercicio de autocastigo ni para revivir el dolor por sí mismo, sino para destacar la acción pascual de Nuestro Señor Jesucristo, cuyo dolor y cruz inscribe salvíficamente todos los sufrimientos humanos, para transformarlos de hechos de muerte en acontecimientos de sentido y de vitalidad definitiva.
Proclama el Apocalipsis: “Digno es el cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Apocalipsis 5: 12).  Con esta expresión se hace patente que el dolor extremo sufrido por Jesús, su honda desolación, el abandono y humillación, no se traducen en la victoria de los malvados que le condenaron, sino en la decisiva legitimación de todo su ser que realiza el Padre Dios al resucitarlos y constituírlo en Señor de la historia.
Cómo esta historia del cardenal Bernardin, o parecidas vividas por tantos seres humanos, injustamente acusados, se transforma en un relato de esperanza, de amor, de libertad? Al participar de la pasión del “cordero degollado” también El nos implica en su plenitud y en el bienaventurado suceso de la vida que nunca se termina, donde se demuestra que la última palabra sobre nuestra vida no la tienen los siniestros señores de la muerte, sino el Padre de Jesús, que es padre de todos los humanos, sin excepción, incluyendo aquellos que se resisten a la iniciativa de su misericordia.
Algo parecido podemos experimentar al leer el texto de Hechos Apóstoles, primera lectura de este domingo: “Los trajeron, pues, y los presentaron en el sanedrín. El sumo sacerdote les interrogó y les dijo: les prohibimos severamente enseñar en ese nombre…… Pedro y los apóstoles respondieron: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:  27 y 29), y más adelante: “Ellos abandonaron el sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre” (Hechos 5: 41).
Cuando sentimos indignación y desencanto por las incoherencias bien conocidas de vatileaks, manejos deshonestos en el banco del Vaticano, estratagemas de poder, pompa ceremonial, pederastia y ocultamiento de la misma, alejamiento de las realidades del sufrimiento, intransigencia dogmática, el Señor nos llama a mirar con esperanza a estos primeros discípulos, que luego de la experiencia pascual se transformaron en valientes testigos de Jesús, y también a todos los hombres y mujeres que asumen su condición de cristianos con el mayor empeño y honestidad. Y en esta mirada se re-significa y la desilusión se vuelve lenguaje de esperanza.
 Por eso el relato del cardenal Bernardin es teologal y resucitado, porque él deposita su abatimiento en el “cordero degollado” y, como Pedro y los apóstoles, tiene la osadía de dejarse llevar por El, superando el natural temor a las acciones pecaminosas de la difamación y la injusticia.
Con frecuencia encontramos que la voluntad de muchos seres humanos en contra de otros es injusta, intransigente, desconocedora de su dignidad y sus derechos, aplasta, violenta, destruye. Por eso, en nombre de Dios, la objeción de conciencia que muchos hermanos nuestros, de incuestionable rectitud, han ejercido cuando se han visto en circunstancias de contradicción, en la alternativa de someterse a las determinaciones  de los malvados, o de seguir su conciencia comprometida con Dios, lo que finalmente expresa la definitividad pascual de sus convicciones.
La historia discreta, silenciosa, de tantos creyentes dignos, fieles, pulcros, es ratificación esperanzadora de la acción del resucitado, como aval absoluto de Dios para el ser humano a través de Jesús. Por eso me ha calado tan hondo la lectura del relato del cardenal Bernardin, de quien tomo estas palabras: “Durante todo mi ministerio me he centrado en Jesús: su mensaje, los acontecimientos de su vida y sus relaciones con el mundo. Ahora más que nunca me centro en su cruz, en su sufrimiento, que no sólo fue real sino también redentor y donante de vida. Jesús fue humano. Sintió el dolor como lo sentimos nosotros. Y, sin embargo, a pesar de todo, transformó el sufrimiento humano en algo grandioso: en capacidad para caminar con los afligidos y vaciarse de sí mismo, a fin de que su Padre amante pudiera trabajar más plenamente a través de él” (BERNARDIN,Joseph L. Op.cit. página 61).
La propuesta para este domingo y para los días que siguen, es que oremos desde este tipo de realidades, donde parece que todo se hace absurdo, donde la tentación de la desesperación está a la mano, donde la oscuridad humana. En esas debilidades es donde adquiere toda su dimensión salvadora y liberadora la cruz del Señor Jesús, y la eficacia que ella contiene para iluminar, para re-encantar, para dar sentido y para remitirnos a la trascendencia amorosa del Padre.

Por eso es tan conveniente identificarnos siempre con los discípulos, de quienes ya conocemos sus límites y temores, como los nuestros, y participar con ellos de la felicidad que se evidencia en los relatos evangélicos de las apariciones del Resucitado, cada uno de ellos portador de un matiz de vida, de contundente esperanza pascual, como en el de hoy, que podemos verificar en el contraste: “Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada” (Juan 21:3), y “El les dijo: echen la red a la derecha de la barca y encontrarán. La echaron, pues, y no conseguían arrastrarla por la gran cantidad de peces” (Juan 21: 6).
Es clarísimo que no se trata de una promoción del milagrerismo y de la magia seudorreligiosa, sino de la confianza profunda en el Padre a través del ministerio de Jesús. Esto es fundamental para una existencia cristiana cargada del más genuino significado evangélico, porque la relación con el Padre a través de Jesús, en el ámbito de la comunidad de los creyentes, es un asentimiento firme a la gratuidad que de ellos nos viene, pero también una afirmación de nuestra libertad responsable y de nuestra iniciativa, vale decir de nuestras posibilidades de madurez y de seriedad humana.
Y en este campo particular de la crisis, del dolor, de la aparente pérdida del sentido, esta relación de doble y complementario contenido teologal y antropológico, es el más apasionante encuentro, gracia de Dios y respuesta inteligente de nuestra parte! Como lo expresan con singular belleza evangélica la historia del cardenal Bernardin, y las muchas historias de nuestros dolores redimidos!
Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
Alejandro Romero Sarmiento
 

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