domingo, 12 de mayo de 2013

COMUNITAS MATUTINA DOMINGO 12 DE MAYO ASCENSION DEL SEÑOR




Lecturas
1.      Hechos 1: 1-11
2.      Salmo 46: 2-9
3.      Efesios 1: 17-23
4.      Lucas 24: 46-53
Esta solemnidad de la Ascensión es un punto sustancial propio de la madurez pascual: Jesucristo es constituído por Dios Padre como primicia de todas las creaturas, el primero de la humanidad, cabeza de la comunidad eclesial y Señor de la historia.
Este señorío pone en tela de juicio todos los ídolos: el poder, el éxito individual y competitivo, las riquezas materiales, la afirmación desmedida del ego, los afanes de dominio de unos sobre otros, los intereses creados, la absolutización de determinados seres humanos, la economía y las ideologías sin humanismo, la primacía de los estados sobre las personas……. Y nos abre al carácter definitivo de la vida que trasciende en el amor hacia la paternidad-maternidad de Dios y hacia cada ser humano, en sus múltiples diferencias y valores, todos poseedores de una común dignidad.
En este contexto, “ascender” es estar a la diestra de Dios para garantizar que este proyecto de plenitud para toda la humanidad tenga en El su referente fundamental de identidad y realización. En Jesucristo se hace realidad definitiva el encuentro de lo humano con lo divino, gracias a la iniciativa incondicional, gratuita, del Padre-Madre de todos los humanos: “Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como cabeza sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos” (Efesios 1: 22-23).
Vale la pena enfatizar en que este paso-ascenso de Jesús no consiste en despreciar una realidad de segunda clase, que sería nuestra condición humana y la realidad histórica, para llegar a una de mejor categoría jerárquica-sagrada. Por el contrario, se trata de que Jesús, como bien lo sabemos y creemos como realidad esencial de nuestra fe, asume salvífica y liberadoramente toda nuestra historia y nuestra condición de creaturas, y las inscribe de modo pleno en el amor de Dios. Quiere esto decir que la exaltación de Jesús conlleva la exaltación de la humanidad: la historia humana como antesala de la plenitud!
El Concilio Vaticano II tuvo como uno de sus elementos centrales de magisterio y proposición para la Iglesia y para la sociedad este aspecto clave: un ser humano digno en una historia digna y plena de sentido. No es cristiano distraerse de lo real, de lo histórico, para “mirar al cielo”.
 Esto le da significado al quehacer que nos compromete a trabajar por la inclusión y la equidad, por el diálogo con el mundo de la ciencia y con las diversas expresiones de la cultura, por la encarnación responsable en los distintos ámbitos en los que cada persona se mueve, pero especialmente en aquellos donde el clamor de justicia es más intenso y apremiante, también donde las vidas de muchos se han vaciado de sentido y transitan por los senderos peligrosos del absurdo y de la tragedia sin retorno: Con Jesús “descendemos” a estas realidades para asumirlas , y con El “ascendemos” para transformar estas señales de muerte en evidencias contundentes de vida y de trascendencia.
Esta implicación encarnatoria tiene una manifestación particular en el envío misional que Jesús da a los discípulos y que, por supuesto, también es imperativo para los cristianos de todos los tiempos de la historia:” Cuando el Espíritu Santo venga sobre Ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí en Jerusalén, en toda la región de Judea, en Samaría y hasta en las partes más lejanas de la tierra” (Hechos 1: 8). Se trata de ir a ser sal de la tierra, luz del mundo, fermento de la nueva humanidad de Dios.
Los antiguos filósofos escolásticos decían: el bien es difusivo de sí, lo que es bueno irradia bondad y merece ser difundido para que muchos, ojalá todos, se beneficien y disfruten de estos dones. Así, los discípulos primeros que han experimentado la Pascua de Jesús, viviendo ahora ellos como seres humanos nuevos, reciben de Jesús la intención de difundir la Buena Noticia para que haya sentido , esperanza, mejor y más digna humanidad, superación del absurdo y de la frustración de la muerte. No resisten el deseo de ir y comunicar a muchos las realidades estupendas y decisivas que han vivido con Jesús y que ahora quieren entregar para que muchos más vivan las inmensas posibilidades del beneficio pascual.
Por esto, la Iglesia no se debe a sí misma, es lo que quiere decir el Papa Francisco cuando afirma que debemos dejar de ser una iglesia autoreferencial y salir a las periferias de la vida y de  la realidad: saturarnos de Dios significa saturarnos del ser humano, de todo lo que lo hace feliz y lo realiza, también de lo que lo limita y destruye. Experimentando a fondo todo lo humano – en el mejor estilo del Señor  Jesús – desarrollaremos la sabiduría evangélica que se requiere para ser solidarios, próximos a todo prójimos, apasionados por su dignidad y por su trascendencia.
Y así también Dios nos habilitará  para participar con El de la novedad del reino, del nuevo orden de vida que Dios instaura entre nosotros a través del   ministerio de Jesús. Con El “ascendemos” al Padre y nos encontramos con cada hermano para vivir en el espíritu de las bienaventuranzas.
Justamente este aspecto es el que la Iglesia quiere destacar cuando hoy canoniza a la madre Laura, una mujer que, desde sus convicciones de seguimiento de Jesús, descubrió a los indígenas y a los afroamericanos, conoció sus pobrezas y padecimientos, se adentró en su cultura y sensibilidad, los amó con pasión y creó para ellos un proyecto apostólico, educativo, social, para dar el mensaje a los colombianos de la profunda dignidad de estos prójimos. Y todo esto de modo infatigable, aún con la incomprensión y marcado prejuicio de algunos obispos y sacerdotes, que no podían entender como una mujer tuviera estos ímpetus e intrepidez.
 Admirable trabajo el de ella y el de sus abnegadas religiosas que hoy siguen fieles a su compromiso con el carisma fundacional, y con los destinatarios del mismo: las comunidades indígenas y afro en más de 20 países del mundo, resueltas, como su fundadora, a dar lo mejor de sí mismas para que estos prójimos, a menudo afectados por el desconocimiento de su dignidad, encuentren cauces para vivir libremente su cultura e identidad, para participar constructivamente en la dinámica social, para crecer y educarse, para vivir en el desarrollo sostenible, para ser plenamente humanos e hijos amados de Dios.
Como Laura, también nosotros tenemos la misión de ser testigos de estas realidades, vale decir, de apostar todo nuestro ser a esta misión: “Y Ustedes son testigos de esto. Yo les enviaré lo que mi Padre ha prometido; Ustedes quédense en la ciudad , hasta que se revistan de la fuerza de lo alto” (Lucas 24: 48-49).
Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
Alejandro Romero Sarmiento

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