Lecturas
1.
Hechos
2: 1-11
2.
Salmo
103: 1 y 24-34
3.
1
Corintios 12: 3-7 y 12-13
4.
Juan
20: 19-23
Pentecostés evidencia la feliz realidad del Espíritu que
anima la comunidad cristiana y nos garantiza de modo permanente la vitalidad
que procede de Jesús Resucitado. Para nuestra oración de este domingo
destaquemos estos aspectos:
-
Las
diversas culturas, estilos de vida, sensibilidades, etnias, explicitan la
multiforme riqueza de lo humano, esta se integra en el acontecer del Espíritu,
dándonos una conciencia de universalidad, de diálogo en el pluralismo, de
reconocimiento del valor de las diferencias, de genuino sentido ecuménico: “Había
en Jerusalén judíos y hombres respetuosos de Dios, venidos de TODAS las
naciones de la tierra” (Hechos 2: 5).
-
El
dinamismo del Espíritu hace salir la iniciativa de Dios de los estrechos
límites del judaísmo al ámbito de toda la humanidad, marcando así una
diferencia cualitativa con el anterior modelo religioso y con todas las
tradiciones de este tipo que se empeñan en permanecer cerradas, en forma de
ghetto, negándose a la riqueza de la diversidad espiritual de todos los
humanos: “Entre nosotros hay partos, medos y elamitas;habitantes de Mesopotamia,
Judea, Capadocia y del Ponto; hay hombres provenientes de Asia, Frigia,
Panfilia y Egipto; y de la parte de Libia que limita con Cirene; hay forasteros
romanos, judíos, y hombres no judíos que
aceptaron sus creencias; cretenses y árabes; y , sin embargo, todos los oímos
hablar en nuestros idiomas las maravillas de Dios” (Hechos 2: 9 – 11).
Esta conciencia es profundamente revolucionaria porque supera
el exclusivismo judío, bien conocido por las severas confrontaciones que Jesús
hace a los sacerdotes y a los maestros de la ley. Tal es el significado del
término griego “oikoumene” (oikoumene) que se refiere a la totalidad del mundo conocido, con sus
múltiples diferencias y valores en la perspectiva del diálogo y del bien común.
Durante muchos siglos, por un mal entendido concepto de la
verdad de salvación, el mundo cristiano, tanto católico como protestante y
ortodoxo, se cerró al diálogo y adoptó una postura defensiva de intransigencia , considerando
malo a quien no participaba de sus creencias. Es un grave pecado que las
iglesias han ido reconociendo – gracias a Dios ! - para dar paso al ejercicio
del diálogo, conscientes de que “Uno es el Señor, una la fe, uno el
bautismo. Uno es Dios, el Padre de todos, que está por encima de todos, y que
actúa por todo y en todos” (Efesios 4: 5-6).
Se dice que el ecumenismo es la nueva manera de ser
cristiano, y esta es una afirmación muy razonable. Desde nuestra fe en Jesús,
es experimentarnos como ciudadanos del amplio mundo de los creyentes. Esto no equivale a sacrificar la identidad
doctrinal y eclesial del catolicismo, del protestantismo, de la ortodoxia, del
anglicanismo. En cada una de estas expresiones de la fe cristiana hay modos de
interpretación bíblica, de formulación doctrinal, de vivencia eclesial, de
espiritualidad que, en vez de alejar y separar, deben contribuír a la comunión
de los creyentes y al crecimiento de todos en el seguimiento del Señor
Jesucristo.
Cuando se dan tantos motivos de segregación y discriminación,
de afirmación violenta de unos grupos sobre otros, de fundamentalismos
dogmáticos, las comunidades cristianas deben dar lo mejor de sí mismas para
contribuír al gozo de compartir la fe en el mismo Señor y Salvador y también de
aportar al entendimiento de los seres humanos entre sí, a los procesos de paz y
de reconciliación, al feliz y respetuoso
descubrimiento de lo diverso. Esta es la apasionante tarea del Espíritu! Esto
es Pentecostés!
Vienen a la mente y al corazón figuras de hondo sentido
ecuménico como los Papas Juan XXIII y Pablo VI, como el pastor Philip Potter
(figura clave del Consejo Mundial de Iglesias), el Cardenal Agustín Bea,
jesuita de gratísima memoria, el arzobispo Ramsey, primado de la Comunión
Anglicana, el patriarca Atenágoras de Constantinopla, cristianos raizales que
en los años felices del Vaticano II se dieron a la tarea de crear en las
iglesias esta sensibilidad universal, nota distintiva de los verdaderos
discípulos de Jesús.
Que sea esta solemnidad de Pentecostés de 2013 un momento
para reflexionar y preguntarnos si somos dados a la cerrazón y al elitismo
religioso, o si , más bien, tenemos la osadía de dejarnos llevar por el
Espíritu hacia los caminos del encuentro y el entendimiento común.
El Espíritu nos entusiasma, nos cambia del pesimismo a la
ilusión de vivir, transforma nuestras negatividades en gracias y nuevas
posibilidades, infunde en nosotros aliento apostólico, pasión por hacer nuevas
las cosas, con la fuerza del Dios amoroso, portador de maravillosas y
esperanzadoras novedades para todos los humanos.
Estas señales de nueva vida en Jesucristo son , entre otras:
-
El
ministerio ordenado para el servicio de presidencia y guía de la comunidad
-
El
constituír a los discípulos - y a
nosotros también ! - en testigos
privilegiados de la resurrección (recordando que, en este sentido, testigo es
el que está dispuesto a avalar con su vida aquello que atestigua)
-
La
creatividad constante para promover nuevas formas de vida eclesial
-
El
estar siempre referidos al prójimo, a los demás, a la solidaridad, ser
instrumentos para que otros encuentren en Jesús el sentido de su vida
-
La
particularísima sensibilidad ante el sufrimiento de la humanidad
-
El
vivir con sentido, articulados coherentemente con el proyecto de Jesús
El texto de 1 Corintios nos advierte algo maravilloso, los
dones o carismas que el Espíritu da a los bautizados y su traducción en
servicios y ministerios para la cabal construcción de la comunidad: “Hay
diferentes dones espirituales pero el Espíritu es el mismo; hay diversos
servicios, pero el Señor es el mismo Dios quien obra todo y en todos. En cada
uno el Espíritu Santo revela su presencia , dándole algo que es para el bien de
todos” (1 Corintios 12: 4-7).
Estos dones no son para el brillo y éxito individual de unos
pocos, es la animación que el Espíritu confiere a cada creyente para que se
sienta movido a la construcción de la unidad en el servicio, así entendemos el
gran don de la vida matrimonial , el del ministerio ordenado de los obispos,
presbíteros y diáconos, el de la vida consagrada en las diferentes
congregaciones religiosas, como también los ministerios de predicación,
catequesis, servicio a los pobres, atención a los enfermos, administración
eclesial, reflexión y enseñanza de la teología, interpretación bíblica, formación de niños y jóvenes, espiritualidad
conyugal, pastoral social, y tantas otras expresiones de la multiforme acción
del Espíritu.
La Iglesia no es una
institución prestadora de servicios religiosos sino una comunidad que tiene su centro en la persona de Jesús,
animada por el Espíritu, en constante camino hacia el Padre, trabajando por el
reino de Dios y su justicia según el Evangelio: “Todos nosotros, ya seamos judíos
o griegos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para
formar un único cuerpo. Y a todos se nos ha dado a beber del único Espíritu”
(1 Corintios 12: 13).
Finalmente, el texto de Juan , enfatizando todo lo señalado
anteriormente, nos abre una puerta típica del Espíritu que es la de la
capacidad ministerial para la reconciliación. Somos conscientes de que el
pecado es mucho más que una infracción a un código legal, es la negativa humana
a la acción de Dios, frustrar el
proyecto del Padre, rechazar la posibilidad
de realización teologal, desarmonizar el
orden original de la creación.
Sin embargo, Dios en su empeño amoroso de dar alternativas a
la humanidad, no baja la guardia, se mantiene fiel a su apuesta por nuestra
felicidad y para eso comunica el Espíritu a través de la acción reconciliadora
de Jesús, tal como El mismo lo dice a sus discípulos en el relato de esta
aparición: “El les volvió a decir: la paz
esté con Ustedes. Así como el Padre me envió a mí , así yo los envío a Ustedes.
Dicho esto, sopló sobre ellos: Reciban el Espíritu Santo, queden perdonados a
quienes Ustedes perdonen, y a quienes no libren de sus pecados, queden atados”
(Juan 20: 22-23).
El Espíritu también brinda la conciencia del desamor, del
vivir negándose a la trascendencia, y mueve el corazón humilde a sentir
necesidad del amor fundante del Padre, concediendo a la Iglesia esta capacidad ministerial para el perdón y la reconciliación con Dios y con el hermano.
Es tiempo de vida nueva,es tiempo del Espíritu, es tiempo en
el que se hace posible el aliento vital del Padre en Jesús, con esto no podemos
permitir que la última palabra sobre nuestras vidas la tengan los señores de la
muerte. Dios se afirma en nosotros haciendo feliz realidad el nuevo ser humano
que surge con Jesús.
Antonio José Sarmiento Nova,SJ
Alejandro Romero Sarmiento
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