domingo, 23 de junio de 2013

COMUNITAS MATUTINA 23 DE JUNIO DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Zacarías 12:10-11 y 13:1
2.      Salmo 62: 2-9
3.      Gálatas 3: 26-29
4.      Lucas 9: 18-25
La pregunta y planteamiento que hace Jesús a sus discípulos en el texto de Lucas nos ponen frente a  elementos sustanciales del proyecto cristiano. Quién es Jesús para sus discípulos y para nosotros? Qué implicaciones tiene la respuesta que damos a tal interrogante?
La inercia sociocultural en la que se ve envuelto el cristianismo hace que este se “acomode” al tejido social y se convierta en algo común y corriente, una práctica ritual, unas determinadas costumbres, unas creencias no procesadas reflexiva y críticamente, una manera “tranquila” de vivir esta fe.
Así como en el mundo árabe la inmensa mayoría de la población es musulmana, entre nosotros, cultura occidental, América Latina, la mayor parte de la población es cristiana, y, específicamente católica, como consecuencia de la conquista y colonización hecha por parte de España y Portugal, reinos  en su momento de mayoría católica, convencidos de que su verdad religiosa debía estar de la mano de la implantación de su verdad política.
Esto se vive como la pertenencia a una institución que presta servicios religiosos y que brinda un tipo de seguridad, tanto en el plano de la identidad personal y colectiva, como en el de la respuesta a las preguntas que suscita el asunto clave de la muerte. Sin embargo,  no impacta el cambio de la sociedad, en términos de una mayor autenticidad, de más coherencia en todos los planos del diario vivir,de una humanidad definitivamente trascendente, solidaria, y comprometida con el  proyecto de vida  que se propone en los textos bíblicos y en la revelación judeocristiana, en el ministerio público  de Jesús.
Ordinariamente se asocia el ser buen cristiano con personas de conducta adaptada al sistema, no problemáticas, soportes del orden y del sistema establecido, juiciosas, cumplidoras del deber, sumisas. Mucho de este estilo de práctica cristiana se queda en el simple nivel de lo religioso, sin tener una genuina experiencia de Dios o una dinámica espiritual que cambie cualitativamente la vida de  quienes están involucrados en estas realidades.
En otros casos, el silencio u omisión de los cristianos, ha servido de respaldo a sistemas y situaciones de injusticia, convirtiéndose en cómplices de sistemas y organizaciones contrarios a los valores del Evangelio. En todas estas actitudes están comprensiones deficientes de  Jesús, de su misión, de su identidad, de su ministerio. De ahí que se imponga una constante revisión del significado del Señor, dejando que sea El mismo quien nos interpele, provocando el saludable discernimiento que se requiere para acceder a su verdad esencial.
Aquí es donde puede entrar con fuerza la cuestión de Jesús: “Quién dice la multitud que soy yo?” (Lucas 9: 18), o “Y Ustedes, quién dicen que soy yo?” (Lucas 9: 20).
 La pregunta que les-nos hace no es  asunto casual, desconectado de una intención, se trata de escudriñar el tipo de lógica y actitud con las que estamos captándolo a El y a su propuesta de vida, si es una versión acomodada a nuestros intereses, a determinada mentalidad que distorsiona su intención original, o si corresponde con lo que el Padre Dios plantea, derribando  nuestro imaginario de “tranquilidad religiosa”.  Cuestión  que confronta y provoca rupturas porque remite a lo fundamental  de su ser y de su misión.
A lo largo de estos veinte siglos de historia cristiana muchas interpretaciones se han dado sobre la persona de Jesús,  su ser, su identidad. Muchas de ellas incompletas o sesgadas, lo que llevó a la Iglesia de los primeros siglos a pronunciarse magisterialmente , de modo particular en los concilios de Nicea y Calcedonia, para definir su realidad como verdaderamente Dios, verdaderamente humano, saliendo al paso a las presentaciones incompletas, unas demasiado espiritualistas, otras excesivamente reduccionistas y simplificadoras, como muchas que se ven con alta frecuencia en nuestros días, en los grupos de gran entusiasmo emocional, con sus prédicas exaltadas, su interpretación literal de la Biblia y  su talante fundamentalista, tanto en la iglesia católica como en muchos grupos de inspiración pentecostal y carismática.
Veamos lo que dice Jesús a sus discípulos, a propósito de sus respuestas: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y maestros de la ley, tiene que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Y a todos les decía: El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. El que quiera salva su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí la salvará. De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si se pierde o se malogra él?” (Lucas 9: 22-25).
Seguir a Jesús – lo hemos dicho con reiterada frecuencia – es contracultural. No es por los lados de la vida fácil, del poder, del prestigio social, de la comodidad material, de los beneficios del dinero, del cumplimiento ritual, de la ausencia de solidaridad, del acatamiento de los mínimos religiosos, como se lo sigue a El y a su invitación, claramente definida en las palabras referidas de Lucas.
Jesús salva y da sentido desde la donación de su vida, y esta es cruenta, exigente, extrema, dolorosa, crucificada, sin poder mundano, en perspectiva de servicio, del amor máximo, de la pasión total y profunda por el ser humano y por la reconstrucción de todo lo suyo, en la clave del Padre y de los hermanos.
El demanda la totalidad de lo que somos para quienes deseamos seguir su camino, y este no es fácil ni de privilegios, aquí se renuncia al vano honor del mundo y se empeña todo de uno mismo, no en vano autocastigo  masoquista sino en la máxima ofrenda del amor para dar sentido a la vida de los demás, para rescatar el sentido de lo esencial de Dios que es al mismo tiempo lo esencial de la humanidad que se despoja de arrogancias y poderes. Tal es la sabiduría de la cruz, en palabras de San Pablo.
El nos deja claro que su misión es “desempoderada”, si se mira desde la óptica humana de escalafones y jerarquías; de vaciamiento de sí mismo, de renuncia a toda pretensión de afirmarse sobre los demás; de servicio humilde para destacar que lo que nos hace auténticamente humanos y nos remite a Dios es convertirnos en servidores de una mejor y más excelente humanidad, cuyo diseño se ofrece en el Evangelio. Humanidad llamada a consumarse plenamente en el amor del Padre y en la construcción de vínculos fraternales, bajo la inspiración del Espíritu.
Consideremos la densidad de este texto paulino: “Tengan entre Ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz .Por eso Dios lo exaltó y le concedió un nombre superior a todo nombre, para que, ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y el abismo; y toda lengua confiese : Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2: 5-11). Aquí reside la esencia del señorío de Jesús.
Este tipo de lógica fue  la que inspiró vidas como las de  Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Laura Montoya, Carlos de Foucauld, Monseñor Romero, el Padre Arrupe,  quienes con su relato vital expresan con elocuencia el alcance liberador y amoroso de estas afirmaciones.
 Evangélicamente hablando la vida vale la pena si se la apuesta a este ideal y  si se entiende y asume que el mismo conlleva despojarse de lo superfluo, de lo que es motivo de vanidad, de lo que desconoce la entrega a los mínimos del mundo, crucificándose con El y como El para ser don y ofrenda de esperanza y de sentido.  Sólo el amor es digno de fe!
Y es también, siguiendo el espíritu del texto de Gálatas, una oferta incluyente, que integra fraternalmente las diferencias, que no clasifica ni etiqueta, que acoge a todos en la comunión gozosa de los hijos de Dios: “Por la fe en Cristo Jesús todos Ustedes son hijos de Dios. Los que se han bautizado consagrándose a Cristo se han revestido de Cristo.  Ya no se distinguen judío y griego,esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos Ustedes son uno con Cristo Jesús” (Gálatas 3: 26-28).
En el seguimiento de Jesús también se compromete el reconocimiento de  la diversidad que es propia de todos los humanos, la riqueza étnica y cultural, la diversidad de caminos espirituales y religiosos, el patrimonio humanista y sapiencial, los múltiples aportes para construír la sociedad, los desarrollos de las ciencias y las artes, la inmensa creatividad de las comunidades, realidades todas que expresan la multiforme acción del Espíritu y que invitan a tejer lazos, a crear vínculos y encuentros, cercanías y projimidades.  El Evangelio es por definición dialogante, comunitario, fraterno, promotor del abrazo y la comunión.
Este mismo Espíritu que cruza fronteras , inspira el diálogo, nos abre a lo diverso, nos congrega y hace posible la experiencia de unidad en la pluralidad. Ecumenismo, diálogo interreligioso, multiculturalidad,  apertura de mente y corazón, elementos que identifican al auténtico seguidor de Jesús y a una humanidad que trasciende de sí misma hacia Dios y hacia todos los hermanos.
Antonio José Sarmiento Nova,S.J. – Alejandro Romero Sarmiento

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