Lecturas
1.
Génesis
14: 18-20
2.
Salmo
109: 1-4
3.
1
Corintios 11: 23-26
4.
Lucas
9: 11-17
Considerar la realidad del Señor Jesús presente en el
sacramento eucarístico nos lleva a explicitar el significado de la
sacramentalidad en la fe cristiana y en la Iglesia. Esta precisión es clave
para superar algunas interpretaciones y prácticas que distorsionan o proponen de forma incompleta
lo sacramental.
Un sacramento no es un rito sagrado que se realiza
mágicamente por acción del ministro que lo preside, ni es un práctica
desconectada de la realidad de la comunidad que lo celebra. Es la capacidad simbólica
de significar con eficacia la donación
salvadora-liberadora de Jesucristo a la comunidad de los creyentes.
Por simbólico
entendemos lo que tiene la
capacidad de producir vínculos, de generar significados comunes y - a partir de
ellos - hacer posible una comunidad que
comprende y vive de acuerdo con esa dinámica vinculante, con novedades y
transformaciones cualitativas en su manera de vivir.
En consecuencia con esto, podemos afirmar que el sacramento
fundamental o proto sacramento es el mismo Jesús, quien nos significa a Dios
Padre y nos participa plenamente de su vitalidad. En Jesucristo nos encontramos
con Dios y El se encuentra con nosotros dando origen a una nueva realidad que
es la de nuestra configuración con El, participando de la gracia salvadora de
su acción pascual.
Concluída la presencia de Jesús en la historia humana
corresponde a la Iglesia ser su sacramento. Ella es la significación eficaz de la presencia de
Jesucristo en la historia y en la realidad nuestra, tiene sentido en la medida
en que ella es la mediación que hace
visible su presencia, su persona, su vida, su mensaje.
Los siete sacramentos se enraízan en la sacramentalidad
fundante y fundamental de Jesús y en la mediación de la Iglesia, entendida y
vivida como sacramento universal de salvación. Cada uno de ellos tiene una
dimensión especializada de la gracia y se corresponde con situaciones o
realidades esenciales de la vida de los creyentes.
En el envío de este
domingo les compartimos un texto del teólogo jesuita José Ignacio González Faus
titulado “Símbolos de fraternidad: sacramentología para empezar”, con la
intención de ayudar a una mejor comprensión y vivencia de la dinámica
sacramental. También son muy recomendables para este propósito los textos de
Dionisio Borobio “Celebrar para vivir: liturgia y sacramentos de la Iglesia” y
de José María Castillo “Símbolos de libertad” (ambos en
ediciones Sígueme de Salamanca,España).
El que nos ocupa este domingo es el de la Eucaristía, cuya
solemnidad celebramos hoy. En él destacamos:
-
Comunión
del cuerpo y la sangre del Señor, en el contexto de una cena, es decir, en una
mesa en la que nos alimentamos del mismísimo Jesús para recibir de El la
vitalidad que nos hace seres humanos nuevos según el modo del Evangelio.
-
Construcción
de la comunidad y de la fraternidad gracias al principio unificante que es
Jesús en la Eucaristía. Somos un cuerpo porque participamos de un mismo pan.
-
Memorial
de la acción original de Jesús con los discípulos en el contexto de la última
cena: “Así pues, cada vez que comen de este pan y beben de la copa, están
anunciando la muerte del señor hasta que venga” (1 Corintios 11: 26).
Esto último equivale a decir: vivan en memoria mía, vivan como yo viví! La
Iglesia, cuerpo de Cristo, es memorial del Señor en la historia de la
humanidad.
Celebrar la Eucaristía tiene, entonces, la gran implicación
ética y existencial de que nuestra vida tiene que ser una significación real
del Señor Jesús, y esto en términos de la totalidad de su ser y de su quehacer:
intimidad con el Padre como El, acatamiento de su voluntad como El, cercanía
misericordiosa con todos los seres humanos como El, privilegiando a los
abandonados, a los pobres, a los condenados, construyendo fraternidad y
comunidad como El, viviendo según el talante de las bienaventuranzas como El.
La Iglesia toda y cada cristiano en particular están
determinados por este imperativo eucarístico. Por eso, el asunto fundamental no
es “ir a misa” para cumplir una obligación individual o para
arreglar nuestras cuentas personales con
Dios. Se trata de que la sacramentalidad eucarística, el cuerpo y la sangre del
Señor, se traduzcan en una vida totalmente apropiada por el proyecto de Jesús.
Si vamos a la misa y somos causa de discordia en el hogar, o
si maltratamos a otros, o si no cumplimos con rectitud los compromisos propios
de nuestro estado de vida, o practicamos la injusticia, si vamos en contra del
prójimo, esa misa nos quedó en nada porque no dejamos que ella permeara nuestra
vida. Y esto es grave porque oscurece la intencionalidad salvadora del
sacramento.
Siguiendo el texto de Lucas 9 también se nos hace patente la
abundancia de los bienes del reino del que Jesús es portador, y su capacidad de
inclusión, de participación de todos en igualdad de condiciones en la mesa que El sirve para significar que el
tiempo de Dios, el tiempo nuevo de esperanza y de sentido, ya está entre
nosotros: “Todos comieron cuanto quisieron y se recogieron doce canastos de
sobras” (Lucas 9: 17).
El cuerpo de Cristo es vida y alimento de Dios para todos y
es – como El mismo – abundante, inagotable, un torrente de apasionante
vitalidad que destierra de nosotros y de todo el que lo coma la esterilidad del
egoísmo, el sin sentido del pecado, y abre a una humanidad totalmente nueva ,
cuyo referente esencial de identidad es el Señor Jesús.
Experimentamos que somos parte del cuerpo de Cristo? Estamos
en comunión con los hermanos con quienes celebramos la Eucaristía? La ética
eucarística es una realidad en nuestras vidas? Traducimos en nuestra
cotidianidad la memoria de Jesús viviendo como El en total referencia al Padre
y a los hermanos? Desde nuestra práctica eucarística estamos comprometidos con
un mundo en el que la dignidad y la fraternidad sean las felices realidades que
dan sentido a la vida de todos?
Los excesos de la sociedad de consumo, el derroche y
despilfarro de unos pocos mientras la mayoría carece del mínimo vital en sus
mesas, la exclusión determinada por un modelo económico inhumano, el desdén con
el que algunos miran los clamores de la humanidad doliente, la violencia
permanente a lo largo y ancho del mundo, son realidades incompatibles con el
proyecto de Jesús y con el carácter sagrado de este sacramento.
Por eso, una genuina
celebración de la Eucaristía es también una contestación profética a este
desorden y un anuncio de que otro mundo
es posible, el de la mesa gozosamente compartida , el de la cercanía amorosa
del Padre a los últimos para hacer de ellos los primeros, el de hacer fecundas
la filiación y la fraternidad, el de dar razones para la esperanza.
Por esto, no podemos comer y beber el cuerpo y la sangre del
Señor como una simple devoción individual, trivializando el sacramento. Al
participar de la mesa eucarística estamos dejando que Jesús se implique en nosotros y nosotros en
El. Solo así seremos una auténtica y esperanzadora significación sacramental de
la vitalidad eucarística y del nuevo orden de vida que el Padre Dios nos regala
en El.
Antonio José Sarmiento Nova,S.J. – Alejandro Romero Sarmiento
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