domingo, 2 de junio de 2013

COMUNITAS MATUTINA DOMINGO 2 DE JUNIO SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO CORPUS CHRISTI



Lecturas
1.      Génesis 14: 18-20
2.      Salmo 109: 1-4
3.      1 Corintios 11: 23-26
4.      Lucas 9: 11-17
Considerar la realidad del Señor Jesús presente en el sacramento eucarístico nos lleva a explicitar el significado de la sacramentalidad en la fe cristiana y en la Iglesia. Esta precisión es clave para superar algunas interpretaciones y prácticas que  distorsionan o proponen de forma incompleta lo sacramental.
Un sacramento no es un rito sagrado que se realiza mágicamente por acción del ministro que lo preside, ni es un práctica desconectada de la realidad de la comunidad que lo celebra. Es la capacidad simbólica  de significar con eficacia la donación salvadora-liberadora de Jesucristo a la comunidad de los creyentes.
Por simbólico  entendemos  lo que tiene la capacidad de producir vínculos, de generar significados comunes y - a partir de ellos -  hacer posible una comunidad que comprende y vive de acuerdo con esa dinámica vinculante, con novedades y transformaciones cualitativas en su manera de vivir.
En consecuencia con esto, podemos afirmar que el sacramento fundamental o proto sacramento es el mismo Jesús, quien nos significa a Dios Padre y nos participa plenamente de su vitalidad. En Jesucristo nos encontramos con Dios y El se encuentra con nosotros dando origen a una nueva realidad que es la de nuestra configuración con El, participando de la gracia salvadora de su acción pascual.
Concluída la presencia de Jesús en la historia humana corresponde a la Iglesia ser su sacramento. Ella es  la significación eficaz de la presencia de Jesucristo en la historia y en la realidad nuestra, tiene sentido en la medida en que ella es la mediación  que hace visible su presencia, su persona, su vida, su mensaje.
Los siete sacramentos se enraízan en la sacramentalidad fundante y fundamental de Jesús y en la mediación de la Iglesia, entendida y vivida como sacramento universal de salvación. Cada uno de ellos tiene una dimensión especializada de la gracia y se corresponde con situaciones o realidades esenciales de la vida de los creyentes.
 En el envío de este domingo les compartimos un texto del teólogo jesuita José Ignacio González Faus titulado “Símbolos de fraternidad: sacramentología para empezar”, con la intención de ayudar a una mejor comprensión y vivencia de la dinámica sacramental. También son muy recomendables para este propósito los textos de Dionisio Borobio “Celebrar para vivir: liturgia y sacramentos de la Iglesia” y de José María Castillo “Símbolos de libertad” (ambos en ediciones Sígueme de Salamanca,España).
El que nos ocupa este domingo es el de la Eucaristía, cuya solemnidad celebramos hoy. En él destacamos:
-          Comunión del cuerpo y la sangre del Señor, en el contexto de una cena, es decir, en una mesa en la que nos alimentamos del mismísimo Jesús para recibir de El la vitalidad que nos hace seres humanos nuevos según el modo del Evangelio.
-          Construcción de la comunidad y de la fraternidad gracias al principio unificante que es Jesús en la Eucaristía. Somos un cuerpo porque participamos de un mismo pan.
-          Memorial de la acción original de Jesús con los discípulos en el contexto de la última cena: “Así pues, cada vez que comen de este pan y beben de la copa, están anunciando la muerte del señor hasta que venga” (1 Corintios 11: 26). Esto último equivale a decir: vivan en memoria mía, vivan como yo viví! La Iglesia, cuerpo de Cristo, es memorial del Señor en la historia de la humanidad.
Celebrar la Eucaristía tiene, entonces, la gran implicación ética y existencial de que nuestra vida tiene que ser una significación real del Señor Jesús, y esto en términos de la totalidad de su ser y de su quehacer: intimidad con el Padre como El, acatamiento de su voluntad como El, cercanía misericordiosa con todos los seres humanos como El, privilegiando a los abandonados, a los pobres, a los condenados, construyendo fraternidad y comunidad como El, viviendo según el talante de las bienaventuranzas como El.
La Iglesia toda y cada cristiano en particular están determinados por este imperativo eucarístico. Por eso, el asunto fundamental no es  “ir a misa”  para cumplir una obligación individual o para arreglar nuestras  cuentas personales con Dios. Se trata de que la sacramentalidad eucarística, el cuerpo y la sangre del Señor, se traduzcan en una vida totalmente apropiada por el proyecto de Jesús.
Si vamos a la misa y somos causa de discordia en el hogar, o si maltratamos a otros, o si no cumplimos con rectitud los compromisos propios de nuestro estado de vida, o practicamos la injusticia, si vamos en contra del prójimo, esa misa nos quedó en nada porque no dejamos que ella permeara nuestra vida. Y esto es grave porque oscurece la intencionalidad salvadora del sacramento.
Siguiendo el texto de Lucas 9 también se nos hace patente la abundancia de los bienes del reino del que Jesús es portador, y su capacidad de inclusión, de participación de todos en igualdad de condiciones en la  mesa que El sirve para significar que el tiempo de Dios, el tiempo nuevo de esperanza y de sentido, ya está entre nosotros: “Todos comieron cuanto quisieron y se recogieron doce canastos de sobras” (Lucas 9: 17).
El cuerpo de Cristo es vida y alimento de Dios para todos y es – como El mismo – abundante, inagotable, un torrente de apasionante vitalidad que destierra de nosotros y de todo el que lo coma la esterilidad del egoísmo, el sin sentido del pecado, y abre a una humanidad totalmente nueva , cuyo referente esencial de identidad es el Señor Jesús.
Experimentamos que somos parte del cuerpo de Cristo? Estamos en comunión con los hermanos con quienes celebramos la Eucaristía? La ética eucarística es una realidad en nuestras vidas? Traducimos en nuestra cotidianidad la memoria de Jesús viviendo como El en total referencia al Padre y a los hermanos? Desde nuestra práctica eucarística estamos comprometidos con un mundo en el que la dignidad y la fraternidad sean las felices realidades que dan sentido a la vida de todos?
Los excesos de la sociedad de consumo, el derroche y despilfarro de unos pocos mientras la mayoría carece del mínimo vital en sus mesas, la exclusión determinada por un modelo económico inhumano, el desdén con el que algunos miran los clamores de la humanidad doliente, la violencia permanente a lo largo y ancho del mundo, son realidades incompatibles con el proyecto de Jesús y con el carácter sagrado de este sacramento.
 Por eso, una genuina celebración de la Eucaristía es también una contestación profética a este desorden y un  anuncio de que otro mundo es posible, el de la mesa gozosamente compartida , el de la cercanía amorosa del Padre a los últimos para hacer de ellos los primeros, el de hacer fecundas la filiación y la fraternidad, el de dar razones para la esperanza.
Por esto, no podemos comer y beber el cuerpo y la sangre del Señor como una simple devoción individual, trivializando el sacramento. Al participar de la mesa eucarística estamos dejando que  Jesús se implique en nosotros y nosotros en El. Solo así seremos una auténtica y esperanzadora significación sacramental de la vitalidad eucarística y del nuevo orden de vida que el Padre Dios nos regala en El.
Antonio José Sarmiento Nova,S.J. – Alejandro Romero Sarmiento

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