Lecturas
1.
2
Samuel 12: 7-10
2.
Salmo
31: 1-11
3.
Gálatas
2: 16-21
4.
Lucas
7: 36-50
Cómo compaginar la severidad y la confrontación profética
ante la realidad del pecado con la misericordia que reconstruye a quienes han
incurrido en el mismo? Esta es la pregunta fundamental que se desprende de la
consideración de los textos de este domingo.
En un país como el nuestro,
en el que son tan frecuentes los desacatos a la moralidad y a las
exigencias éticas y jurídicas de la dignidad de los individuos y de la
sociedad, esto nos propone un asunto de conciencia, muy serio y exigente. El
irrespeto a la vida humana convertido en escandalosa costumbre, la corrupción
en sus múltiples formas, el desconocimiento de los compromisos adquiridos, la
facilidad con la que se incurre en estas conductas pecaminosas, nos ponen en un
contexto verdaderamente preocupante ante el que es imposible permanecer en
silencio.
Por otra parte, cómo ser testigos y comunicadores de la
misericordia del Padre Dios y de su empeño por rehacer al ser humano, de
estructurar nuevamente el corazón de quien es responsable de estas prácticas?
Cómo denunciar el desorden del pecado y al mismo tiempo anunciar esta gozosa
realidad del reino de Dios y su justicia?
El texto de 2 Samuel nos ofrece magníficos
elementos para nuestra meditación y crecimiento en este aspecto, es el profeta
Natán escrutando la conciencia de David.
Para comprenderlo en todo su contexto les proponemos leer también todo el
capítulo 11 y 12: 1-6 del mismo libro
bíblico.Es el pecado de David lo que motiva la severidad del profeta, que
desentraña la malignidad del delito, realizado con plena advertencia y pleno
consentimiento: “Por qué has menospreciado a Yahvé haciendo lo que le parece mal? Has
matado a espada a Urías el hitita, has tomado a su mujer por mujer tuya y has
hecho que lo ejecutara la espada de los amonitas” (2 Samuel 12: 9).
Para destacar el segundo aspecto de esta reflexión vayamos
ahora al relato que hace Lucas de la pecadora perdonada: esta mujer se reconoce como tal y busca con esfuerzo aproximarse a Jesús,
consciente de que en El está su alternativa de rehacerse como mujer en su
dignidad y en el reencuentro con su
conciencia, en clave de esperanza y de una nueva manera de ser, la Buena
Noticia que hace posible el genuino sentido de la vida, el perdón, el beneficio
pleno de la misericordia del Padre. El relato es clarísimo y contrasta la
actitud del fariseo dueño de casa y la de esta mujer.
De una parte, la vanidad moral y religiosa: “El
fariseo que le había invitado, al ver la escena, se decía para sí: Si este
fuera profeta, sabría quien y qué clase de mujer es la que lo está tocando: una
pecadora” (Lucas 7: 37). De otra, el reconocimiento que esta mujer
tiene de su pecado y de la necesidad del perdón, manifestado en las palabras de
Jesús: “Volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: Ves a esta mujer? Entré en
tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha humedecido mis
pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso, pero
ella desde que entró no ha dejado de besarme los pies. ……….Por eso te digo que
quedan perdonados sus numerosos pecados, porque ha mostrado mucho amor”
(Lucas 7: 44-45 y 47).
Lo que aquí se plantea es de alta frecuencia en nuestra vida
cotidiana. Los que hemos tenido la oportunidad de una buena formación humana,
espiritual, ética, tenemos la tentación de sentirnos siempre buenos y de mirar el pecado de los demás con
estilo implacable, dando a entender que nosotros somos los referentes de la
mejor moralidad. Es el peligro de la arrogancia que se cultiva en los de “buena
conciencia”. Actitud fustigada por Jesús con alta severidad!
El relato nos invita a entrar en la profundidad de nuestro
corazón, a revisar todo nuestro ser y quehacer con total veracidad, a no dejar
ningún resquicio sin confrontar, y a
asumir que tenemos una radical necesidad de Dios, de su amor, de su poder
restaurador, en un ejercicio de plena humildad. Es lo que posibilita en nosotros una mirada comprensiva
sobre la fragilidad humana, que es la nuestra en primer lugar.
Se suele decir que Jesús es solidario con el pecador, no con
el pecado. Es claro que no se trata de justificar las equivocaciones morales,
los afectos desordenados, las injusticias que esto causa. Trabajo cristiano de
primera línea es erradicar las causas del pecado, atendiendo a sus
manifestaciones personales y sociales, determinando sus motivaciones y
re-significando el corazón de cada ser humano, y también llevando a la dinámica
social esta inspiración, de tal manera que provoque un replanteamiento, en
clave de gracia siempre, de las relaciones humanas.
El ministerio de Jesús transforma nuestro interior, lo
re-orienta, cambia nuestras prioridades, nos lleva a la perspectiva evangélica
del Padre y de los hermanos, para hacer de esto el elemento que define nuestras
intenciones, actitudes y conducta. A esto, en lenguaje cristiano, le llamamos conversión, modificación radical de nuestra
mente, de nuestra interioridad, en clave teologal.
De ahí que esto sea un trabajo permanente cuando nos
decidimos a tomar en serio la invitación de Jesús. Es una tarea constante de
reconocimiento de esta debilidad fundamental y de acogida del amor desmedido en
el que Dios mismo está trabajando para hacer
siempre posible esta nueva humanidad, de la que es portador el Señor Jesús.
Hay un elemento decisivo, del que nos hace conscientes Pablo:
“A
pesar de todo, conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la
ley, sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo
Jesús. Tratamos así de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por
las obras de la ley….. “ (Gálatas 2: 16). La nueva lógica de salvación
y de sentido que se inaugura con Jesús no es de acumulación de méritos y
cumplimientos sino de apertura a la iniciativa gratuita del Padre que en la
vida meritoria de Jesucristo, en su pasión y muerte, en su pascua, nos
justifica por su propia decisión amorosa.
Gratuidad es la expresión que matiza la misericordia, nuevo
orden de vida para esperanza de todos los que libremente deseemos acoger este
beneficio.
Nos preguntaremos entonces: Dónde quedan el sentido del deber
y la responsabilidad? Qué valor tienen? Y también, qué hacer con las innumerables
corrupciones e injusticias que afectan gravemente la convivencia humana? Son
preguntas que surgen naturalmente, cuya respuesta y atención no es posible
eludir.
Los deberes y compromisos que adquirimos en el estado de vida
por el que hemos optado, los relativos al trabajo, a la vida ciudadana, los de
la amistad, los eclesiales, los asumimos gozosamente , en amor y gracia, no
porque “toque hacerlos”, como carga onerosa, sino como respuesta humilde de
nuestra parte, inscrita en este clima de gracia y de justicia amorosa. Nuestra
actitud ante Dios no es la de llevar una “contabilidad” de buenas obras sino la de amar sin límites
hasta que todo lo nuestro se inserte plenamente en El.
Y claro, la indignación profética en nombre de Dios y de la
dignidad humana, para dejar sentado que todos los desmanes que se cometen:
peculados, manejos indebidos del poder, crímenes, deslealtades, manipulaciones,
son inaceptables porque no corresponden a este nuevo ordenamiento que nos
propone el Señor. La gracia de Dios se ha de evidenciar en un mundo que
descubre y vive la dignidad humana, que entiende los derechos de todos
asumiendo como deber gratuito la re-estructuración de toda la sociedad.
La humilde mujer que con su gesto ante Jesús expresó la
aceptación de su necesidad de nueva vida es un relato que invita, propone,
estimula a esta novedad radical del ser.
Que sirva de remate a nuestra oración de este domingo el
texto de Lucas 18:9-14, la parábola del fariseo y el publicano. Es bien
conocida por todos, hace parte de la memoria de la humanidad de raigambre
judeo-cristiana. Propone las dos actitudes ya señaladas. Con las palabras
finales de Jesús explicita esta nueva justicia, refiriéndose a la disposición
del humilde cobrador de impuestos: “Les digo que este regresó a su casa
justificado , y aquel no(en alusión al fariseo). Porque todo el que se ensalce
será humillado, y el que se humille será ensalzado” (Lucas 18: 14).
Antonio José Sarmiento Nova – Alejandro Romero Sarmiento
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